El español que inspiró Robinson Crusoe nunca se sintió solo en ocho años en una isla desierta
En 'Mapa de soledades' Juan Gómez Bárcena cuenta la historia de Pedro Serrano, marino que en el siglo XVI naufragó y dio la idea para la novela de Defoe. Lo más llamativo es que en esa época no expresaban la soledad como nosotros
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En 1526, el marino español Pedro Serrano naufragó en el mar Caribe. Su nao, que hacía la ruta La Habana - Cartagena de Indias, se hundió y él fue el único superviviente tras llegar a nado a un pequeño atolón que entonces nadie tenía ubicado en el mapa. Allí se quedó ocho años. Solo. No le rescatarían hasta 1534. Volvió a España, contó su historia y se hizo famoso y rico: en vez de en programa en programa fue de pueblo en pueblo contando sus andanzas y cobrando por ello. Casi dos siglos más tarde, Daniel Defoe, un comerciante británico que andaba por la península con sus negocios de vino, escuchó el extraordinario relato -aquello no lo había olvidado nadie- que le serviría para escribir la primera gran novela anglosajona y para crear un mito que ha llegado hasta nuestros días: Robinson Crusoe (1719). Defoe se convertiría en uno de los grandes escritores británicos de todos los tiempos.
Aquel atolón hoy tiene nombre. Se llama Isla Serrana, tiene titularidad colombiana y apenas es un banco de fina arena blanca y palmeras. Es paradisíaco, pero también es pequeño y asfixiante. Hoy solo lo ocupan doce marines colombianos que se renuevan cada dos meses para defenderlo de posibles injerencias de otros países. EEUU, Nicaragua y Panamá han mostrado en más de una ocasión su interés en él por su posición geoestratégica. Y aún quedan restos del español Serrano. De hecho, un cartelito en la playa da la bienvenida y recuerda los ocho años que estuvo aquí casi solo (a los tres años llegaría otro náufrago con el que conviviría los cinco restantes).
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Todo esto -la historia de Serrano, la inspiración que tuvo en Daniel Defoe, la actualidad del atolón- lo cuenta Juan Gómez Bárcena en su estupendo ensayo
Una soledad épica
Serrano fue salvado y al llegar a España prácticamente empezó una gira por pueblos y villas hasta llegar a la Corte de Carlos I donde contó sus hazañas de supervivencia. Su gran épica. Esta narración quedó manuscrita en ocho páginas -puede ser que de puño y letra de un tal Maestre Juan, que es quien las firma- que hoy todavía se encuentran en el Archivo General de Indias de Sevilla. En cada página cuenta sus hitos: cómo calmó la sed bebiendo huevos de tortuga o cómo el agua marina se puede beber en pequeñas cantidades si se mezcla con sangre de lobos marinos; cómo se pueden comer cuervos, cangrejos, caracolas, tortugas (no muy grandes), peces… Cómo consiguió encender fuego con piedras… En definitiva, cómo se convirtió en McGyver antes de que McGyver existiera.
Años después de la muerte de Serrano -murió en 1541 frente a las costas de Panamá tras embarcarse de nuevo: hay personas que nunca cambian-, sus proezas también fueron contadas por el Inca Garcilaso de la Vega en Comentarios Reales de los Incas (1609). El escritor se fajó bien en las andanzas y construyó un relato apasionante.
“La isla Serrana, que está en el viaje de Cartagena a La Habana, se llamó así por un español llamado Pedro Serrano, cuyo navío se perdió cerca de ella, y él solo escapó nadando, que era grandísimo nadador, y llegó a aquella isla, que es despoblada, inhabitable, sin agua ni leña, donde vivió siete años con industria y buena maña que tuvo para tener leña y agua y sacar fuego (es un caso historial de grande admiración, quizá lo diremos en otra parte), de cuyo nombre llamaron la Serrana aquella isla y Serranilla a otra que está cerca de ella, por diferenciar la una de la otra. [...]”
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Por ejemplo, cuenta cómo cuando se topó con el otro náufrago (y como ocurre en tantas historias de viajes y convivencia) acabaron enfadándose. Hay cosas de la condición humana que tampoco cambian nunca.
“Así vivieron algunos días, mas no pasaron muchos que no riñeron, y de manera que apartaron rancho, que no faltó sino llegar a las manos (por que se vea cuán grande es la miseria de nuestras pasiones). La causa de la pendencia fue decir el uno al otro que no cuidaba como convenía de lo que era menester; y este enojo y las palabras que con él se dijeron los descompusieron y apartaron. Mas ellos mismos, cayendo en su disparate, se pidieron perdón y se hicieron amigos y volvieron a su compañía, y en ella vivieron otros cuatro años”.
Finalmente, Garcilaso relata cómo Serrano supo sacarle tajada a aquella experiencia si bien no todo lo que podía haber hecho:
“El compañero murió en la mar viniendo a España. Pedro Serrano llegó acá y pasó a Alemania, donde el Emperador estaba entonces: llevó su pelaje como lo traía, para que fuese prueba de su naufragio y de lo que en él había pasado. Por todos los pueblos que pasaba a la ida (si quisiera mostrarse) ganara muchos dineros. Algunos señores y caballeros principales, que gustaron de ver su figura, le dieron ayudas de costa para el camino, y la Majestad Imperial, habiéndolo visto y oído, le hizo merced de cuatro mil pesos de renta, que son cuatro mil y ochocientos ducados en el Perú. Yendo a gozarlos, murió en Panamá, que no llegó a verlos”.
No interesaban las emociones
Gómez Bárcena resalta en Mapa de soledades cómo pese a ser una historia fantástica y apabullante hay un elemento del que Serrano no habló nunca y que hoy resulta chocante: jamás contó que se sintió solo. Ni él ni su compañero. “No vivieron la amputación emocional que experimentaría un hombre moderno ante una tragedia semejante”, escribe Gómez Bárcena. Mucha épica, pero cero emoción.
En la novela Robinson Crusoe ocurre lo mismo. El náufrago, que llegó a estar 28 años en una isla únicamente acompañado de Viernes -y tampoco todos los años- sufre una soledad estoica, de tirar para adelante, no es la desesperante, la que te desconsuela, la que hace que te quieras morir. Al contrario, es el espíritu del que puede con todo y tiene que desarrollar toda su inteligencia y maña para salir de esa situación. “Es una épica masculina”, escribe Gómez Bárcena. De hecho, Robinson ni siquiera habla de mujeres. No las echa de menos ni nada, aunque algo sí debería echarlas porque en cuanto vuelve a Inglaterra lo primero que hace es casarse.
Para explicar esta cuestión de no transmitir el sentimiento de soledad el escritor alude a la tesis que Fay Bound Alberti, profesora de Historia Moderna en la Universidad de York, esgrime en Una biografía de la soledad (Alianza). En ella manifiesta que la soledad tal y como ahora la conocemos es una experiencia reciente. Por tanto, Pedro Serrano nunca se sintió verdaderamente solo, al menos como la entendemos hoy. El marino español no tuvo las emociones que sí expresa por ejemplo continuamente el personaje de Tom Hanks en la película Náufrago. De hecho, le duele tanto estar solo que llora desconsolado cuando Wilson, su pelota amiga, se pierde en el oleaje.
Gómez Bárcena entiende que Serrano también tuvo que tener la sensación horrible y desesperada de aislamiento, pero prefirió no expresarla
¿Han cambiado, por tanto, las emociones a lo largo de la historia? Hoy sabemos que la soledad es uno de los problemas principales de las sociedades desarrolladas (pese a la extraordinaria hiperconexión que tenemos), pero ¿se sentía de forma tan vívida también en los siglos XVI, XVII y XVIII o había otras cosas más importantes que sentir/de las que hablar?
Gómez Bárcena discrepa de Fay Bound Alberti y entiende que Pedro Serrano también tuvo que tener la sensación horrible y desesperada de aislamiento, pero prefirió no expresarla. Para Serrano como para Daniel Defoe en Robinson Crusoe era mucho más relevante contar los hechos -cómo se las ingeniaron para comer, beber, sobrevivir…- que las emociones. Entendían que aquello era una crónica y que “hablar de la soledad no le interesaba a nadie”. Mucho menos a un rey como Carlos I. Ahora, sin embargo, estamos en una era completamente distinta en la que hemos antepuesto las emociones a los hechos. Y, como insiste Gómez Bárcena, las compartimos: "Y por eso una película sobre un náufrago que no atraviesa un solo momento de desesperación nos resultaría sencillamente incomprensible".
Pero Pedro Serrano claro que se sintió muy solo, resume el escritor. La diferencia con nosotros, que hubieramos llenado nuestras redes sociales con pornografía emocional pasándonos de frenada, es que él nunca nos lo dijo.
En 1526, el marino español Pedro Serrano naufragó en el mar Caribe. Su nao, que hacía la ruta La Habana - Cartagena de Indias, se hundió y él fue el único superviviente tras llegar a nado a un pequeño atolón que entonces nadie tenía ubicado en el mapa. Allí se quedó ocho años. Solo. No le rescatarían hasta 1534. Volvió a España, contó su historia y se hizo famoso y rico: en vez de en programa en programa fue de pueblo en pueblo contando sus andanzas y cobrando por ello. Casi dos siglos más tarde, Daniel Defoe, un comerciante británico que andaba por la península con sus negocios de vino, escuchó el extraordinario relato -aquello no lo había olvidado nadie- que le serviría para escribir la primera gran novela anglosajona y para crear un mito que ha llegado hasta nuestros días: Robinson Crusoe (1719). Defoe se convertiría en uno de los grandes escritores británicos de todos los tiempos.