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Lo peor de ser un escritor maldito: nadie quiere que firmes sus manifiestos
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Hernán Migoya

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Lo peor de ser un escritor maldito: nadie quiere que firmes sus manifiestos

En España hay que tomarse muy en serio a sí mismo o al menos hacer creer a la gente que te tomas en serio y que sabes de lo que hablas

Foto: El autor, Hernán Migoya, en una imagen de archivo junto a su libro. (Cedida)
El autor, Hernán Migoya, en una imagen de archivo junto a su libro. (Cedida)
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Me he enterado por mi camello de que un grupo de escritores, intelectuales y figuras españolas han firmado un manifiesto contra los actos públicos que el presidente del gobierno, un tal Pedro Sánchez, está organizando en conmemoración de la muerte del dictador, un tal Francisco Franco. ¡Jobá, a mí me hubiera gustado firmar también! Pero nadie me lo ha pedido. ¡A mí nunca me piden nada! No sé si agradecerlo en el fondo, pero me da pie a escribir esta sentida queja de un autor tan vendido (en el mal sentido de la palabra) como el que más, mientras averiguo si todavía quedan plazas para el contramanifiesto que imagino estarán organizando los de algún otro sesgo…

Cuando era guionista y redactor jefe de una legendaria revista de cómics me invitaban a muchos saraos literarios y me llamaban de los medios para solicitar mi opinión sobre todo tipo de cuestiones ajenas, desde la caída del muro berlinés a la del imperio austrohúngaro. Desde que hace dos décadas escribí mi primer volumen de cuentos, Todas putas, un libro del que todavía hoy se sigue hablando (exclusivamente desde las redes que yo manejo), no me llaman ni para comentar el tiempo.

Tampoco poseo siquiera categoría de escritor maldito. Se supone que un escritor maldito recibe en su madriguera la visita en peregrinaje de autores emergentes o músicos torturados o torturadores clandestinos. Yo nada de eso: no me visita ni el exorcista. ¡Y a ver, que mi pecado no es haber matado a una esposa lesbiana jugando con pistola a ser Guillermo Tell o haber plagiado el libro de alguien! De hecho, los plagiadores ahí siguen triunfando, con millones de seguidores y palmeros a tutiplén. Mis seguidores llevan ya más de diez años que no se deciden si pasar o no de los mil. ¿Será porque no soy yanqui?

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Toca enfrentar la realidad. Ni siquiera soy un escritor maldito: soy un escritor mierdito.

Las únicas causas cívicas que he firmado (una)

Mi incidencia pública ha sido siempre un desastre. La renombrada agencia literaria que me representó durante diez años lo hizo tan mal que todos mis contratos editoriales los conseguía yo por cuenta propia y luego les cedía su porcentaje por pena: tuve que ejercer de agente de ellos sobre mi propia obra, para hacerles sentir que servían de algo. Y para poder seguir publicando, claro. Encima, mi editora original contribuyó a la fundación de un partido político, pero sus compañeros la obligaron a mantener su implicación en secreto porque me había editado, chupaos esa. Mi reputación al parecer hubiera sido capaz de hundir ese partido recién nacido. Y por si fuera poco, tras ganar varios premios por mis trabajos, después de ese libro no volví a ganar nada, salvo el pan, y apenas.

Una vez sí me llamaron de un diario talibán (no mencionaré el nombre del diario, por si en alguna ocasión me veo obligado a llamarles yo para pedirles trabajo… cosa que nunca se sabe, porque yo en mi ficción no miento nunca, pero como periodista no tengo problemas en mentir y alinearme junto al mejor postor, para estar en sintonía con la tónica general del oficio). Me contactaron con el propósito de hacerme preguntas precisamente sobre la Constitución española. No sé por qué les interesó que yo aportara mi punto de vista, tal vez me confundieron con otro, pero su gesto despertó en mí tal ternura que los atendí entusiasmado, en cuanto el llanto torrencial de chucho agradecido me lo permitió.

Foto: Augusto Pinochet saluda a Jorge Luis Borges en una imagen de archivo.

Que si me parecía que los contenidos de la Constitución del 78 (es del 78, ¿no?) se podían cambiar, me preguntaron. Yo me investí de pompa intelectual y les respondí categóricamente que por supuesto: que todo lo humano era susceptible de ser cambiado, cómo no. No me preguntaron nada más. Al día siguiente, bajo un titular rotundo, algo así como "Intelectuales y escritores españoles claman por el cambio de la Constitución", constaté contrariado que mi nombre aparecía impreso junto al de otros muchos colegas. Yo en ningún momento había declarado estar a favor de que se cambiara la Constitución ¡solamente había afirmado que sí se podía cambiar! Entre otros motivos, no me mostré a favor porque no tengo ni idea de qué trata la Constitución, es un tocho que aún no me he leído. Pero me dio miedo llamar a la redacción y desmentir lo que habían escrito. Para un medio que cuenta conmigo, ¡a ver si encima me iban a pillar ojeriza! Ahí tengo el recorte enmarcado, lo miro de vez en cuando para convencerme de que una vez yo también figuré entre gente seria.

Los escritores no deberíamos poder votar

Esta es una reflexión que me he hecho muchas veces. Sí deberíamos cambiar la Constitución, pero para prohibir específicamente que los escritores y las gentes relacionadas con el mundo artístico voten o expresen en público qué partidos políticos o causas cívicas apoyan. ¡Los escritores no somos de fiar! Si de veras Dios existiera, todos los artistas que conozco irían de cabeza al Infierno por méritos propios, cumplido su paso por este valle de acémilas. Bueno, Dios también debería ir al Infierno, su currículum vitae es el peor de todos.

Pero es cierto: nunca he conocido colectivo tan egocéntrico y embustero como el de los escritores. Venderían a su madre por un poco de atención mediática. Hace poco vi a uno colocar en sus redes una denuncia de algún genocidio de moda ¡y debajo un hashtag con el título de su última novela! He visto a autores desgarrarse las vestiduras ante las cámaras por lo que sufren los niños de algún país bombardeado y luego montar un cirio en privado y a insultos contra el eslabón más débil del organigrama porque no los llevan a un festival literario en primera clase. O ese otro que hasta hace unos años romantizaba en sus conferencias sus peripecias como putero y ahora es un adalid inmaculado de lo woke.

Foto: La cantante colmbiana Karol G durante una actuación en el Santiago Bernabéu el 20 de julio de 2024, en Madrid. (Europa Press/Ricardo Rubio)

Además, la gente que trabaja creando ficción no suele tener ni idea de las dinámicas de la realidad, mucho menos de los intríngulis de la política. Pensar lo contrario sería tan absurdo como pedirle un consejo sexual a Juan Manuel de Prada o uno literario a Lucía Etxebarría. ¿Ustedes lo harían? Pues lo mismo con lo otro. Para hablar de política hay que ser analista político, no montar un show sobre todos los negritos tienen hambre y frío y sollozar emocionado con uno mismo porque millones de personas aplauden enfervorizadas unas palabras cuyo único fin suele ser el cumplimiento del sueño velasquiano: ¡mira, mamá, ya soy artista… y me adoran!

Primero, se están aprovechando de una celebridad adquirida en otro campo diametralmente opuesto. Segundo, frivolizan con temas reales y transforman su entraña en materia de representación idealizada. Tercero, harían lo que fuera por obtener el clamor popular.

Por eso pido a los eruditos adefesios que cambian Constituciones que lo mediten como es debido y consensúen por el bien de la Humanidad, si valoran en algo nuestra supervivencia como especie, la introducción de un artículo que prohíba el voto a todos los que nos dedicamos a alumbrar o escenificar universos ficticios. ¡No dejen que la opinión pública se exponga crédula a los disparates de semejantes narcisos sin escrúpulos!

Ojalá me oiga (vamos, que me lea) alguno de esos sabios picios (y sabias, y sabias) con mano en la confección de los cimientos de Estado.

Llámenme para apoyar algo, lo que sea

Pero como reclamar tan extrema medida resulta poco menos que una entelequia, me conformo con poder formar parte de esa élite de autores a los que movilizan para sustentar cualquier quimera colectiva, léase exigir al gobierno que actúe como deseamos o fundar un partido reformista en cuyas bases el "¿Qué hay de lo mío?" no figure tan claramente como uno más de sus estatutos. Soy asequible, soy barato y firmo lo que sea. ¡Dejen de hacerme sentir como ese soldado con una granada sin espoleta que sus compañeros se pasan unos a otros para asegurarse de que explote lo más lejos posible!

¿Usted tiene un partido en ciernes? Llámeme. No me importa si es de derechas o izquierdas, de centro o p'adentro, yo me cargo al hombro su ristra de insensateces. Mi familia era obrera y trabajadora, me enseñaron desde chiquillo a apechugar con todo y a ponerle voluntad a cualquier empresa, por disparatada que sea. ¿Que quieren salvar a las ballenas mediterráneas? Llámenme. ¿Que hay que apoyar la defensa institucional de esa Inteligencia Artificial que en nuestro país está dejando sin trabajo a cientos de dibujantes e ilustradores con talento? Bueno, la verdad es que para asumir dicha postura miserable ya sobran sabandijas voluntarias a las que llamar… Pero hay otros frentes reivindicativos en los que seguro que aún cuentan con vacantes.

Total, la credibilidad no se resiente cuando eres lo bastante famoso y pones cara de que te afectan las desgracias del mundo. Por impostada que sea tu militancia, siempre habrá, de una índole u otra, una socorrida veta de imbéciles que te creerán. Ahí está nuestro infalible pueblo, siguiendo en masa a mentirosos y aprovechados del sistema. ¡Yo quiero ser uno más de los elegidos que están en el meollo! Mi bolsillo se llenará y la gente suspirará diciendo "qué comprometido este tío, pongámosle su nombre a un aeropuerto".

Ahí está nuestro infalible pueblo, siguiendo en masa a mentirosos y aprovechados del sistema

Les suplico que no me dejen al margen. Arrastro un tic interno que me impide soltar obviedades como el común de escritores con columna fija, pero prometo escarmentar y aprender. Mi ídolo Freddie Mercury se autodefinía como una puta del rock y yo siempre me consideré una puta de las letras. Por consiguiente, creía que se podía llevar el pop a la literatura española. ¡Craso error! En España hay que tomarse muy en serio a sí mismo o al menos hacer creer a la gente que te tomas en serio y que sabes de lo que hablas. Pues bien: prometo también ser serio y aparentar saber de lo que hablo. Y prometo ser obediente y sumiso al poder. Total, mi mamá ya no está, ella ya no se puede morir de vergüenza. ¡Quiero ser un figureti que estampe su firma al lado de causas justas o lo que se considere en cada coyuntura que son justas!

¡Quiero defender las focas para llorar bajo los focos! Que ya me hago mayor y todavía no me han invitado a Guadalajara, jodíos.

Razón: aquí mismo.

Me he enterado por mi camello de que un grupo de escritores, intelectuales y figuras españolas han firmado un manifiesto contra los actos públicos que el presidente del gobierno, un tal Pedro Sánchez, está organizando en conmemoración de la muerte del dictador, un tal Francisco Franco. ¡Jobá, a mí me hubiera gustado firmar también! Pero nadie me lo ha pedido. ¡A mí nunca me piden nada! No sé si agradecerlo en el fondo, pero me da pie a escribir esta sentida queja de un autor tan vendido (en el mal sentido de la palabra) como el que más, mientras averiguo si todavía quedan plazas para el contramanifiesto que imagino estarán organizando los de algún otro sesgo…

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