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El hombre que no fue Amancio Ortega
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Juan Soto Ivars

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El hombre que no fue Amancio Ortega

Hay imperios que se construyen con dinero y otros se levantan con amor. En la caja le han metido vino tinto y puros para el viaje. Heredo un mechero, unos cuadros y conocer el valor de las cosas sin precio. Su nombre, Juan Ivars Ivars, ahora sí está es

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El hombre que no fue Amancio Ortega
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El hombre que no fue Amancio Ortega ha muerto a los noventa y ocho años. Esto no abre el telediario porque el hombre no fue, como decíamos, Amancio Ortega. No quiso, no pudo o no se le ocurrió, aunque, desde el principio, tenía piezas para terminar siendo Amancio Ortega.

Fue un niño pobre, conoció el hambre, disponía de ingenio, tenía tesón y no le daba miedo embarcarse en negocios, aunque carecía de olfato. En compensación, contó con una ventaja sobre Amancio Ortega: había nacido diez años antes y lo había hecho en Sueca, un sitio más expuesto al sol que Galicia.

Es decir: podría haber sido Amancio Ortega, incluso antes que Amancio Ortega, pero al final no fue Amancio Ortega, sino otra persona totalmente diferente. Por eso su desaparición no deja en los periódicos otra marca que esta.

Repaso biografías famosas y descubro que pesa más la oscuridad que la luz, en particular en los inicios, porque a la gente le gusta creer que los que alcanzan el éxito han tenido que sufrir. El hombre que no fue Amancio Ortega alcanzó un éxito resplandeciente en su vejez, aunque muy diferente al de Amancio Ortega, y también sufrió en su infancia una dureza brutal a la que se sobrepuso con trabajo.

Como muchos niños de su tiempo, empezó a fumar puros y a beber vino tinto, que es una manera de decir que se puso a trabajar

Habréis oído por ahí que en 1936 hubo una guerra en España. El padre del niño que no se convertiría en Amancio Ortega era de clase media. Trabajaba como aparejador en el ayuntamiento, pero con la guerra lo perdió todo, hoy nadie sabe muy bien cómo ni por qué. Se sospecha que cayó en depresión, pero el hombre que no fue Amancio Ortega jamás aclaró del todo el misterio. Decía, sencillamente, que al cumplir él los nueve años se tuvo que constituir en cabeza de familia.

Posguerra civil, economía destruida, autarquía. Como muchos niños de su tiempo, empezó a fumar puros y a beber vino tinto, que es una manera de decir que se puso a trabajar. En su familia no tenían nada, así que el niño que no iba a ser Amancio Ortega vendía ropa de trabajo cosida por sus hermanas: delantales y prendas toscas.

Como en Sueca no había suficiente clientela, el niño se fue caminando en busca de otros mercados. En los caminos acribillados de posguerra se había hecho viajante de comercio empujado por la necesidad, sin la oportunidad de elegir.

En Sueca le fiaron una bicicleta, y el adolescente que no iba a ser Amancio Ortega amplió con los pedales el radio de las ventas

Tenía imaginación. Dibujaba, inventaba chistes e intentó también inventar negocios, a veces con el mismo resultado que los chistes. Fabricaba anécdotas: por ejemplo, escaparse de casa, pidiéndole a un pariente cincuenta pesetas para viajar en un expreso a Barcelona y buscar una empresa que le fiara telas buenas; encontrar a los propietarios de una empresa textil pujante, cuya hija, en el futuro, se convertiría en Marta Ferrusola y se casaría con el hombre que sí iba a ser Jordi Pujol. No le fiaron nada.

Pero da igual, porque, en la historia del hombre que no fue Amancio Ortega, todos los famosos pasan de largo como caricaturas del periódico. En Sueca sí le fiaron algo, una bicicleta, y el adolescente que no iba a ser Amancio Ortega amplió con los pedales el radio de las ventas.

Pedaleaba con pantalón de vestir, una maleta de muestras y una tajante determinación de perder el hambre. Fue de Sueca a Jerez en bicicleta. Otra vez, en ruta hacia Alicante, alcanzó a un grupo grande de ciclistas por una carretera sin pavimento y decidió correr con ellos hasta la meta, donde se enteró de que había corrido un tramo de la vuelta ciclista a España.

Aprendió a coser y a diseñar ropa. Montó una empresa de prendas modernas y abrió un taller y catorce tiendas franquiciadas

Los organizadores intentaron contratar para el grupo al potente ciclista del pantalón de vestir y la maleta, pero él les dijo que no podía: ahora tenía que retroceder varios pueblos y reunirse con comerciantes locales para ofrecer las muestras que llevaba. Evitó ser, por tanto, Federico Martín Bahamontes, "el Águila de Toledo" (pero de Sueca), de la misma forma que evitaría ser Amancio Ortega.

Después de la bicicleta condujo coches, cuyos motores gastaba como las alpargatas de esparto que siempre llevaba en los pies, y conoció los mapas de carreteras de España como las líneas de su propia biografía. En su coche, mientras trabajaba, llevó de viaje de novios a un amigo y su mujer, que no tenían dinero para más lujos. También aprendió a coser y a diseñar ropa. Cerca estuvo entonces de ser Amancio Ortega, cuando montó una empresa de prendas modernas y elegantes y abrió, endeudándose, un taller y catorce tiendas franquiciadas.

En las fotos lo veis ataviado con sus propias confecciones: a falta de dinero para contratar modelos, él mismo lucía la ropa, y en la mirada se percibe algo importante y es que ya se había convertido en un hombre enamorado. Se casó con una mujer que no sería la esposa de Amancio Ortega y tuvieron cinco hijos que no heredarían Inditex. Las catorce tiendas y el taller de costura fracasaron. Todo el negocio quedó enterrado a los pocos años. Los tiempos duros habían regresado.

El único negocio que funcionó lo levantó su mujer: una tienda de telas en Yecla, donde se quedaron a vivir

A partir de aquel momento, la vida del hombre que no fue Amancio Ortega se separó definitivamente de la vida de Amancio Ortega y cada cual fue por su camino. Uno se hizo millonario, conquistó el mundo y dio trabajo a mucha gente; el otro siguió fracasando en los negocios y centró su talento en forjar una familia feliz y numerosa que sería su mundo.

Vestía ropa ajada: en invierno una pelliza de piel gastada y en verano camiseta sport de tirantes y camisas viejas. Verlo caminar por la calle con su mujer era como estar ante el vagabundo que conquistó a la marquesa. Cuando iba con ella al supermercado, le decía "pasa tú que yo me quedo fumando", y cuando ella salía, se lo encontraba pidiendo limosna en la puerta para provocarle un soponcio.

Otras veces preguntaba si el bolígrafo que le habían dado en Correos para firmar era de caballero o de señora, o le ponía una garrafa de vino en el coche patrulla a una pareja de la Guardia Civil. Y a golpe de bromas como esta llegaron tiempos mejores. El único negocio que funcionó lo levantó su mujer en un tiempo en que se supone que las mujeres no podían montar negocios: una tienda de telas en Yecla, donde se quedaron a vivir.

placeholder El hombre que no fue Amancio Ortega y la mujer que no se casó con Amancio Ortega
El hombre que no fue Amancio Ortega y la mujer que no se casó con Amancio Ortega

Vinieron los nietos, grandes fiestas, niños lanzando meriendas por detrás de los armarios y cenas en las que todo el mundo habla al mismo tiempo en un caos de película de Fellini. Luego quedó viudo, pero no murió de pena porque aparecieron de repente los bisnietos. Brindaba por todos con vino, el puro pinchado en un palillo colgando de la comisura, y jugaba al dominó hasta muy tarde. Todo esto hasta muy poco antes de su muerte.

Hay imperios que se construyen con dinero y hay imperios que se construyen con amor. Le han puesto alpargatas en los pies, y en la caja le han metido vino tinto y puros para el viaje, y el seis doble del dominó, para que arriba sea él quien empiece la partida. Yo heredo un mechero, dos cuadros que pintó, tres figuras de Belén y conocer el valor de las cosas sin precio, porque el hombre que no fue Amancio Ortega sí que fue mi yayo. Su nombre, Juan Ivars Ivars, ahora sí está escrito.

El hombre que no fue Amancio Ortega ha muerto a los noventa y ocho años. Esto no abre el telediario porque el hombre no fue, como decíamos, Amancio Ortega. No quiso, no pudo o no se le ocurrió, aunque, desde el principio, tenía piezas para terminar siendo Amancio Ortega.

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