La "polizona" Sigourney Weaver sobrevive a 'La tempestad' en Londres
La actriz neoyorquina debuta con 75 años en la escena de la capital británica asumiendo el papel masculino de la obra de Shakespeare con la hostilidad de la crítica y el calor del público
Más que cuestionarla, la crítica londinense ha demolido a Sigourney Weaver como protagonista de La tempestad en el Royal Drury Theater. No ha habido indulgencia con la edad de la diva -75 años-, ni con los hitos de su carrera hollywoodense. Tampoco se ha condescendido con el compromiso que implicaba debutar en el West End. Y hacerlo travistiéndose del personaje de Próspero. Shakespeare lo había concebido para un varón, pero Weaver lo representa desde la naturaleza femenina siguiendo las instrucciones de Jamie Lloyd, cuya versión de La tempestad transcurre en una atmósfera de sueño y de ensueño. Se trata de enfatizar la penumbra y la bruma como la descripción de una atmósfera irreal que repercute en el viaje de la realidad y de la ficción, de la vida y la muerte. Adquiere gravedad el verso ingenioso de Shakespeare. Y se cuestiona en los diarios británicos el mecanicismo con que recita Sigourney Weaver. La prensa sensacionalista sostiene que Alexa haría mejor el papel nuclear. La prensa seria alude a la asepsia y la frialdad con que se desempeña el símbolo de Alien.
Exageran en el menosprecio los medios hostiles. Y subestiman el carisma de la Weaver, su magnetismo y la sobriedad con que suplanta a Próspero en los pormenores de la trama. Reviste interés incluso que una mujer “ejerza” de varón cuando eran precisamente los varones quienes desempeñaban los papeles femeninos en los tiempos de la prohibición y la censura isabelina.
Se consideraba el teatro como un espacio degradante e inmoral, cuando no un lugar de perdición. Y es verdad que gobernaba a los ingleses una mujerísima, pero la reputación social y sociológica de sus congéneres se relacionaba con el sexo débil y la moralidad vulnerable.
Se las confinaba en unas localidades específicas. Y no se las consentía subirse al escenario, por mucho que Shakespeare hubiera escrito para ellas los papeles de Desdémona, Julieta, Ofelia o Porcia. Las reemplazaban jóvenes actores. O travestidos de acreditada solvencia y voz atiplada.
Exageran en el menosprecio los medios hostiles. Y subestiman el carisma, su magnetismo y la sobriedad con que suplanta a Próspero
No cambiaron las cosas con la sucesión de Jacobo I, patrocinador de Shakespeare en el repertorio fantasmagórico porque era él mismo un experto en demonología y porque gobernó desde las supersticiones y la misoginia, como si la brujería latiera en el alma de cualquier mujer.
Es el contexto en que Shakespeare concibe La tempestad. La última de sus obras en solitario (1611). Y un ejercicio de tolerancia y de magnanimidad que sirve de pretexto a su protagonista para reflexionar sobre los límites del sueño evocando implícitamente el monólogo existencial de Hamlet.
Sigourney Weaver lo desempeña rodeada de grandes especialistas, como si fuera ella misma un cuerpo extraño. Y como si su debut en el teatro londinense pretendiera legitimarla. Ya sucedió en sus tiempos de gloria.
La primera decisión después de haber protagonizado Aliens consistió en convocar el papel de Porcia en El mercader de Venecia. Supuso su presentación en el off-Broadway neoyorquino (1986). Y provocó tantas dudas e incertidumbres como suscita ahora la reencarnación de Próspero, más o menos como si las estrellas de Hollywood fueran impostoras y como si estuvieran vampirizando con oportunismo la figura del bardo de Avon.
Y no es un teatro cualquiera el fabuloso templo de Drury Lane en el Covent Garden. El más antiguo de Londres de cuantos siguen operativos. Lo diseñó Christopher Wren en 1764. Fue el escenario donde ejerció su hegemonía el sublime actor shakespereano David Garrick. Y adquirió en el siglo XIX un aspecto imponente que repercute en la sugestión de sus vestíbulos y salones, incluido el que aloja la escultura de Shakespeare.
No logra la recompensa de la crítica, pero sí la calidez del público. Más indulgente con el "cuerpo extraño", como si fuera la octava pasajera
Se postran los espectadores en presencia del genio. Y abarrotan las localidades para asistir a las funciones de La tempestad, cuyas exigencias de cartelera también explican que la septuagenaria Weaver tenga que doblar la función tanto en los jueves como en los sábados.
La actriz neoyorquina no ha logrado la recompensa de la crítica, pero sí la calidez del público. Más indulgente con el “cuerpo extraño”, como si la Weaver fuera la octava pasajera de la función, la polizona de una función muy bien contada por la dramaturgia evanescente y cósmica de Jamie Lloyd.
Recuerdan los ancianos del lugar que John Gielgud hizo el papel de Próspero en el mismo lugar donde Sigourney Weaver se ha propuesto “profanarlo”. Sucedió en 1957. Y todavía resuenan los clamores, pero no hasta el extremo de malograr la actuación de la diva intergaláctica. Sobrevive ella misma a la tempestad de
Más que cuestionarla, la crítica londinense ha demolido a Sigourney Weaver como protagonista de La tempestad en el Royal Drury Theater. No ha habido indulgencia con la edad de la diva -75 años-, ni con los hitos de su carrera hollywoodense. Tampoco se ha condescendido con el compromiso que implicaba debutar en el West End. Y hacerlo travistiéndose del personaje de Próspero. Shakespeare lo había concebido para un varón, pero Weaver lo representa desde la naturaleza femenina siguiendo las instrucciones de Jamie Lloyd, cuya versión de La tempestad transcurre en una atmósfera de sueño y de ensueño. Se trata de enfatizar la penumbra y la bruma como la descripción de una atmósfera irreal que repercute en el viaje de la realidad y de la ficción, de la vida y la muerte. Adquiere gravedad el verso ingenioso de Shakespeare. Y se cuestiona en los diarios británicos el mecanicismo con que recita Sigourney Weaver. La prensa sensacionalista sostiene que Alexa haría mejor el papel nuclear. La prensa seria alude a la asepsia y la frialdad con que se desempeña el símbolo de Alien.