Amarga victoria en Guadalcanal: cuando Japón nos enseñó a ganar la batalla y perder la guerra
Lo que está a punto de suceder en aquella noche de verano de 1942 es una de esas perennes lecciones de la historia militar. Una de esas victorias brillantes que acaban con sabor amargo. Ganar la batalla, perder la guerra.
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En el puente de mando del crucero Chokai el silencio es sepulcral. Pasada la media noche, en la madrugada del 9 de agosto de 1942, el buque de la Marina Imperial de Japón encabeza una poderosa escuadra. Todos los barcos van en silencio de radio y navegan a 26 nudos, completamente oscurecidos, fantasmas en una noche sin luna. Pero en ese momento todo cambia rápidamente. Los vigías han avistado un buque enemigo a estribor, a más de cinco millas y media. Todas las miradas se vuelven hacia el vicealmirante Mikawa, al mando de la escuadra, quien no duda un instante: cambio de rumbo a babor y reducir la velocidad a 24 nudos. Las tripulaciones contienen la respiración. "¿Nos habrán descubierto?"
Lo que está a punto de suceder es una de esas perennes lecciones de la historia militar. Una de esas victorias brillantes que acaban con sabor amargo. Ganar la batalla, pero perder la guerra. Causar daños al enemigo y hundir sus barcos es, por supuesto, clave en cualquier batalla naval. Pero no siempre produce los resultados deseados si el objetivo real era otro. Y es lo que le ocurrió aquel verano de 1942.
Muy probablemente, la remota isla de Guadalcanal habría pasado de puntillas por la historia universal si no fuera porque, en plena Segunda Guerra Mundial, el alto mando japonés decidió construir allí un aeródromo. Incluso este hecho podía haberle dado al territorio un mero papel secundario en el gran esquema del conflicto. Pero también sucedió que el mando aliado del Pacífico decidió que esa instalación no debía operar. Así entramos en una de las campañas más importantes y sangrientas de la contienda.
La importancia de este aeródromo en una isla perdida cobra sentido al mirar un mapa y comprender el contexto militar. A lo largo de 1942, la expansión japonesa en el Pacífico sur continuaba. Con Filipinas en su poder y la ocupación parcial de Nueva Guinea y las Islas Salomón, Japón lograba bloquear la costa norte de Australia. Sin embargo, ya había tenido lugar la batalla de Midway (4 y 5 de junio), un momento clave y punto de inflexión en las estrategias de ambos bandos.
Un aeródromo enemigo en el este de las Salomón podía amenazar la ruta de comunicación hacia la costa este australiana. El mando aliado (los estadounidenses, en realidad) querían aprovechar el momentum el el dominio aeronaval que supuso Midway, no dar un paso atrás y ocupar ese enclave japonés.
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Primer acto: un asalto sencillo
Así, el 7 de agosto de 1942, una flota aliada se colocó ante la costa norte de Guadalcanal y desembarcó a 19.000 marines de la 1ª División, bajo el mando del general Alexander Vandegrift, en Punta Lunga. Aquello pilló por sorpresa a los japoneses. Los Marines lo tuvieron fácil y neutralizaron rápidamente a la guarnición enemiga, ocupando el aeródromo en construcción y poniéndolo en servicio con gran rapidez. Se crearía allí la denominada Cactus Air Force (CAF) que jugaría un papel muy importante en las sucesivas batallas.
En este teatro de operaciones, los japoneses tenían dos bases importantes, Rabaul y Kavieng. Pero estaban situadas a unos 1.000 km de Guadalcanal, la primera, y unos 1.300 km la segunda. Eran grandes distancias para realizar ataques aéreos, no solo por la limitada autonomía de los aviones, sino porque serían detectados —como así ocurriría— durante el largo recorrido hacia sus objetivos. No obstante, el mando nipón de la Octava Flota en Rabaul, vicealmirante Gunichi Mikawa, vio claro el peligro y, en el mismo instante en que los americanos pusieron el pie en Guadalcanal, planeó una respuesta. Tras algunas dudas del Estado Mayor de la Armada, le dieron luz verde.
Mikawa hizo acopio de todas aquellas unidades que podían hacerse a la mar de inmediato. Así, reunió una potente escuadra de cinco cruceros pesados, dos ligeros y un solitario destructor —lo que demuestra lo improvisado de su fuerza— procedentes tanto de Kavieng como Rabaul. El vicealmirante embarcó en el crucero Chokai, uno de los más potentes de la Flota Imperial (y del mundo), con más de 15.000 toneladas de desplazamiento y 10 cañones de 200 mm. A las 14:30 horas del mismo 7 de agosto, apenas unas horas después del desembarco aliado en Punta Lunga, los barcos japoneses zarpaban hacia la batalla.
En 1942 el vicealmirante Mikawa tenía 53 años. Era un veterano y experto mando, fogueado en muchas de las operaciones japonesas en el Pacífico, desde Pearl Harbour a la campaña del Índico. También estuvo en la batalla de Midway al mando de los acorazados de escolta. Era muy agresivo en sus tácticas, un hombre de acción con la doctrina naval japonesa grabada a fuego. Pero su experiencia en Midway, donde fue testigo del poder de la aviación naval y la destrucción de los portaaviones de su flota, fueron claves en sus decisiones en esta batalla clave.
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Segundo acto: ataque en la madrugada
Mikawa, consciente de la importancia del factor tiempo en la guerra, dirigió su escuadra a gran velocidad hacia Guadalcanal. Su objetivo era destruir la flota aliada de desembarco, aunque primero debía eliminar a sus buques escolta. Sin embargo, estos no le preocupaban. Lo que angustiaba al almirante era la carencia de apoyo aéreo propio, la falta de información sobre el enemigo y, sobre todo, la amenaza de sus portaaviones.
Planificó la ruta con precisión milimétrica e hizo una pausa antes de adentrarse en el estrecho de Nueva Georgia, conocido como The Slot (La Ranura), con la idea de atacar a los aliados a primera hora de la noche. Esto era muy importante por dos motivos: aprovechar la superioridad japonesa en el combate nocturno y, sobre todo, evitar cualquier acción aérea enemiga. Pese a haber lanzado varios aviones de reconocimiento desde los cruceros, Mikawa no tenía una idea clara de la disposición de los buques aliados, pero sí sabía que los mercantes estarían anclados frente a Lunga Point, donde habían desembarcado los aliados horas antes.
Tras el avistamiento, sin consecuencias, de un destructor de patrulla, la escuadra japonesa se encontró con la primera fuerza aliada pasadas las 01'30 horas de la madrugada. Eran los cruceros Chicago y Camberra. Mikawa entonces ordenó "ataque general", lo que daba a sus buques libertad de maniobra para enfrentarse al enemigo, separándose en dos filas paralelas. Primero se enfrentaron con el grupo sur y, tras dejar un reguero de destrucción, se encargaron del grupo norte. Una hora después todo había terminado. Tras dejar maltrecho al destructor Ralph Talbot, al que se encontraron de vuelta haciendo su patrulla, Mikawa y sus buques pusieron proa a Rabaul.
El resultado fue demoledor: cuatro cruceros pesados aliados hundidos (Canberra, Astoria, Vincennes y Quincy), un crucero pesado seriamente dañado (Chicago) y dos destructores también con graves daños (Ralph Talbot y Patterson). En total, los aliados tuvieron más de 1.000 muertos, mientras que los japoneses tan solo encajaron leves daños en tres de los cruceros y sumaron 58 bajas.
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Tercer acto: misterio en Guadalcanal
La situación táctica de los aliados era complicada. La posición de la isla de Savo obligaba a dividir los buques de escolta en grupos separados para cubrir los accesos, pero ni estaban en alerta, ni recibieron las instrucciones adecuadas. También se cometieron graves errores. El primero fue no avisar de la llegada precisa de la fuerza japonesa. Al parecer fue detectada, pero no se le dio la importancia que en realidad tenía. Además, hubo discrepancias entre los mandos aliados (al frente estaba el almirante británico Crutchley, con barcos estadounidenses y australianos) y mucha descoordinación. Y el desliz definitivo fue un exceso de confianza en el nuevo radar SC que operaba el destructor Blue, desconociendo entonces que no funcionaba bien cuando operaba próximo a la costa.
La marina japonesa demostró, una vez más, superioridad táctica en el combate naval y nocturno. Sus oficiales y marineros estaban muy bien adiestrados y su motivación era enorme. Tenían armas eficaces y temidas, como los torpedos de largo alcance Long Lance, que usaban con profusión. Luego, en el combate artillero, los cruceros japoneses demostraron ser superiores a los norteamericanos, sobre todo el Chokai, que pertenecía a la clase Takao.
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Pero los japoneses también llegaban con un pesado lastre de errores en la guerra. Su primer gran fracaso fue no desarrollar una red de inteligencia. Mientras que los norteamericanos habían desencriptado las claves japonesas, estos no tenían ni idea de los planes enemigos. Las labores de reconocimiento contaban con medios insuficientes y, por eso, Mikawa en realidad se metió en la batalla prácticamente a ciegas.
En Tokio, necesitados de buenas noticias tras el desastre de Midway, se vendió la batalla de Savo como una gran victoria —que lo fue—, para ocultar una gran verdad. El objetivo de Mikawa no era destruir los buques de escolta, sino los transportes que abastecían a la fuerza de marines. Sin ellos estarían perdidos; sin suministros y refuerzos serían derrotados por las tropas japonesas. Pero Mikawa, tras masacrar a la escolta y tener a los indefensos mercantes a su merced, decidió dar la vuelta y regresar a su base. ¿Por qué lo hizo?
Epílogo: victoria táctica, fiasco estratégico
Puede parecer fácil juzgar ahora las decisiones del almirante japonés, cuando ninguno de nosotros estaba, aquella noche, en el fragor de la batalla desde el puente de mando del crucero Chokai. Pero hay varios factores que pueden explicar qué pasó por la mente del curtido militar para tomar esa decisión.
La primera, el desconocimiento de la fuerza enemiga. Sin inteligencia y con escasos medios de reconocimiento, todo eran dudas. La principal de ella era saber dónde estaban los portaaviones americanos bajo el mando del almirante Fletcher. Mikawa desconocía que estaban lejos, al sur de Guadalcanal, ajenos al desastre. De haber atacado a los mercantes, pensaba, al amanecer habría llegado con sus buques demasiado cerca de Guadalcanal, y los aviones de Fletcher se le habrían echado encima. Midway pesaba como una losa.
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Luego estaba la doctrina. La Flota Imperial, sobre todo tras Midway, estaba obsesionada con esa idílica batalla naval decisiva, donde la superioridad artillera de sus buques acabaría con los navíos norteamericanos. Nunca se llegó a producir, pero Mikawa, en agosto de 1942, sentía el deber de preservar los "sagrados cañones" de sus cruceros para esa gran batalla.
Con todo, tras el desastre de Savo, la flota de mercantes se retiró dejando a su suerte a las tropas desembarcadas y regresó días después junto a los portaaviones de Fletcher. Las batallas sucesivas por el control de Guadalcanal y los desesperados intentos de Japón por abastecer a sus tropas les costaron cerca de 20.000 muertos y la pérdida de 38 buques, incluyendo un portaaviones ligero y dos acorazados. Al final, tras casi seis meses de combates, los japoneses evacuaron la isla. Este fue el principio del fin; un repliegue que no pararía hasta su derrota final.
Lo que Mikawa no sabía es que, en ese 1942, los buques de transporte eran un activo crítico para Estados Unidos. Más que sus buques de guerra. Haber perdido aquellos barcos habría dado al traste con la ocupación de Guadalcanal y, aunque no habría llevado a Japón a la victoria final, los historiadores calculan que habría prolongado la guerra tal vez más de un año. Y un año es mucho tiempo en la guerra. Una victoria, a la postre, muy amarga.
En el puente de mando del crucero Chokai el silencio es sepulcral. Pasada la media noche, en la madrugada del 9 de agosto de 1942, el buque de la Marina Imperial de Japón encabeza una poderosa escuadra. Todos los barcos van en silencio de radio y navegan a 26 nudos, completamente oscurecidos, fantasmas en una noche sin luna. Pero en ese momento todo cambia rápidamente. Los vigías han avistado un buque enemigo a estribor, a más de cinco millas y media. Todas las miradas se vuelven hacia el vicealmirante Mikawa, al mando de la escuadra, quien no duda un instante: cambio de rumbo a babor y reducir la velocidad a 24 nudos. Las tripulaciones contienen la respiración. "¿Nos habrán descubierto?"