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Dime que no tienes amigos sin decir que no tienes amigos: hoy, la Tardebuena
Es otra de esas cosas que hace la "charca", pero la gente queda a tomar algo la tarde de Nochebuena o Navidad quizá porque no tiene otro momento para hacerlo
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El otro día descubrí dos cosas al mismo tiempo. Una, que existe algo llamado "Tardebuena". Otra, que es un asco, "una guarrería cósmica". La Tardebuena consiste en salir a tomar algo durante la tarde de Nochebuena, siendo ese algo generalmente un poco de comida y mucho alcohol. Una evolución del tardeo, ese concepto tan de treintañero pospandémico, en el que los usos y costumbres del ocio nocturno se trasladan al horario vespertino.
Hay algo implícitamente despectivo en todas las palabras acuñadas para nombrar nuevas realidades, pues todo término recién creado pone en guardia a los tradicionalistas, que ven amenazados los viejos valores ante la irrupción de rituales a menudo foráneos. Este no: no hay nada más español que beber copas a las cuatro de la tarde. Así que en cuanto alguien pronunció por primera vez "Tardebuena", estaba al mismo tiempo alumbrando su crítica, como otra de esas estupideces que se inventa la gente. La charca. La masa. Los demás, en definitiva. Y las fiestas de Navidad siempre son una puerta abierta a criticar las costumbres ajenas.
Lo irónico es que he vivido decenas de Tardebuenas antes de que recibiesen ese nombre. Es una costumbre habitual en la España rural (¿vaciada?), donde cada 24 retornan los emigrados después del otoño laboral, para volver a encontrarse con esas personas con las que no coincidían desde el verano. La plaza de cualquier pueblo español en la ahora llamada "Tardebuena" es el momento del reencuentro por antonomasia. Pero ocurre también en capitales de provincia, barrios y ciudades dormitorio.
Al final, eso es la Navidad para la mayoría de la gente hoy. No una celebración religiosa, sino el retorno al hogar familiar, a los viejos amigos y las raíces. Quejarse de que la gente se junte en la tarde de Nochebuena es otra forma de reconocer que no tiene realmente amigos. Solo quien no tiene con quién reencontrarse en las escasas horas que para gran parte de España son las únicas en las que se junta con sus amigos de toda la vida, puede ponerse a moralizar con las costumbres de los demás. Pero si hay algo muy 2024, esa es el pajaviguismo de juzgar a los demás y no someterse jamás a la autocrítica.
Esto de la Tardebuena se lo he visto hacer a los señores toda la vida
Desde que me marché de casa de mis padres, la llamada "Tardebuena" (así como la tarde de Nochevieja, supongo que "Tardevieja") ha sido el espacio en el que reencontrarse con los amigos rituales a los que solo veo puntualmente. Esa gente que ya no forma parte de tu día a día, pero sin la cual no serías quien eres. Pero también sirve para dar la bienvenida a otros —el típico novio o novia que se presenta en sociedad— o, simplemente, para hacer hueco para quien quiera apuntarse en plan "los amigos de mis amigos son mis amigos". Algo que nunca entenderán todos aquellos que juzgan con el ceño fruncido lo que hacen, dicen, consumen o practican los demás, parapetados bajo una supuesta defensa de la familia nuclear.
Es también irónico que esta crítica a la "Tardebuena" se utilice la baza de "qué vergüenza emborracharse mientras tu madre prepara la cena" por parte de quien lleva el resto del año hablando del feminismo con media sonrisa en la boca. Yo esto de la Tardebuena se lo he visto hacer toda la vida a los señores que no pisaban la casa mientras las mujeres preparaban la cena. Siendo la "Tardebuena" una costumbre de —más o menos— de treintañeros, la diferencia que se ve de forma más clara es la generacional. Son los padres (en realidad las madres, claro) las que se quedan preparando la noche en el hogar familiar mientras los hijos que abandonaron el nido se reencuentran con amigos y otros familiares.
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A veces tengo la sospecha de que determinadas visiones que empiezan a popularizarse sobre la familia y las relaciones de amistad, supuestamente defensoras de la tradición y despectivas hacia otras formas de vida, dicen mucho de ciertas soledades. Tal vez debajo de ciertos discursos familiaristas para los cuales el límite de los “nuestros” se encuentra siempre en el límite de la familia no exista más que la incapacidad de relacionarse con los demás si no les une la sangre: no hay nada más humanista que establecer vínculos con aquellos a los que solo nos une la voluntad de vernos. Hay gente tan pobre que solo tiene familia.
Estos ritos informales, como la denostada "Tardebuena", exponen determinadas realidades sin las cuales no existirían. Que hay mucha gente que se marcha lejos de su lugar de origen y vuelve por Navidad, de la dificultad para mantener las relaciones personales y las estrategias para evitar que se rompan para siempre, de los espacios en los que podemos juntarnos (la supremacía del bar) y de la permanencia de los ritos. En los rituales puede estar el significado profundo de las cosas, pero también se muestra la realidad más obvia. Y a veces la gente se junta la tarde de Nochebuena porque no tiene otro momento en que hacerlo.
Una epidemia de moralismo
Como todo ataque a las costumbres ajenas, estas dicen más de quien lo enuncia que de quien es acusado, sobre todo cuando se trata de una práctica tan extendida. La mayoría de estos moralistas amargados han adoptado el término "charca" para ridiculizar a quienes siguen estas degradadas costumbres. No es casualidad que aparezca unida a otros términos que muestran la misma repulsa física que durante tiempo se utilizaba por parte de la aristocracia para caracterizar a las clases sociales inferiores.
Utilizan el imperativo sin parar, porque solo saben dar órdenes a los demás
Uno de estos críticos ha sido, por ejemplo, Bosco Vallejo-Nágera, sobrino de Samantha Vallejo-Nágera, de los Vallejo-Nágera de toda la vida y firme defensor del pensamiento de su abuelo, como pensar que "ser rojo es una deficiencia". No sorprende que alguien como él utilice el término "charquero más profundo de la charca" para referirse a los practicantes de la Tardebuena.
Otra columnista conservadora, Cristina Losada, apelaba a los valores que en teoría se anteponen a salir a tomar algo el 24 por la tarde. Ocio y fiesta contra "responsabilidad, esfuerzo y trabajo". El rechazo a la Tardebuena, aparece así una señal de distinción que forma parte de ese nuevo conservadurismo en el que también suelen aparecer sin orden claro el Mediterráneo, la palabra "honor" o las películas de Paolo Sorrentino. Símbolos utilizados por esa aristocracia de listillos que necesita condenar las costumbres, opiniones y estilos de vida de los demás para no sentirse parte de la masa.
La forma más fácil de identificar este nuevo moralismo conservador es su tendencia al uso del imperativo como si lo fuesen a prohibir mañana. Haced esto, no hagáis aquello. Porque lo único que saben es dar órdenes, como una manera de garantizar que los demás se comportan exactamente tal y como ellos piensan que deberían comportarse. Un pensamiento infantil en la medida en que nunca tienen curiosidad por entender por qué la gente hace lo que hace (créanme: interesarse por las motivaciones de los demás te enseña mucho sobre la vida y sobre ti mismo), sino que, como los niños, creen que el universo debería plegarse a ellos y unos valores que creen universales, pero que no son más que resultado de una visión túnel de la compleja realidad.
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Una mera enunciación de paradigmas que no es más que otra batallita cultural, diluida ya la guerra cultural en una serie de escaramuzas a cada cual más burda. El problema de esta clase de enfrentamientos es que ignoran todo análisis social e imponen un continuo enfrentamiento a partir de las costumbres ajenas, apropiándose de determinados conceptos (familia, esfuerzo) y caricaturizando al resto. Ellos contra nosotros, costumbres aceptables y otras que no lo son. ¿Les suena?
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Tengo la sensación de que desde los tiempos del franquismo nunca se habían escrutado con tanta severidad las costumbres ajenas. Vivimos la emergencia de un moralismo amargado, falsamente ilustrado, que no deja de ser otra forma de clasismo retrógrado y purista. A veces disfrazado de liberal, pero en la práctica, un retorno nostálgico a una forma de entender el mundo que ni la vieja burguesía, como aquella que retrataba Almudena Grandes en
El otro día descubrí dos cosas al mismo tiempo. Una, que existe algo llamado "Tardebuena". Otra, que es un asco, "una guarrería cósmica". La Tardebuena consiste en salir a tomar algo durante la tarde de Nochebuena, siendo ese algo generalmente un poco de comida y mucho alcohol. Una evolución del tardeo, ese concepto tan de treintañero pospandémico, en el que los usos y costumbres del ocio nocturno se trasladan al horario vespertino.