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'La locura': La gran conspiración de las tarjetas de visita
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'La locura': La gran conspiración de las tarjetas de visita

La serie de Stephen Belber toca todos los palos de la actualidad, pero sin renunciar ni un solo momento a entretener y sorprender

Foto: 'La locura' en Netflix.
'La locura' en Netflix.

Nota uno que matar se está volviendo tolerable, si matamos a quien se debe. Después del tiroteo contra Donald Trump, se consolidó esta noción homicida. Ahora, con Luigi Mangione elevado a la categoría de héroe por asesinar al consejero delegado de una gran empresa aseguradora, se ha confirmado lo equivocado que estaba el artículo 3 de la Declaración de Derechos Humanos, así como el quinto mandamiento. Vamos, la civilización Occidental entera. Matar es según y cómo, y a quién, y por qué. No es malo por sí mismo. Eso dicen.

La capacidad de anticipación de las series es sorprendente, pues ya en la reciente Chacal se mataba al trasunto de Donald Trump y (hasta el capítulo 3) se pretendía hacer lo mismo con el clon de Elon Musk. Ahora me he visto La locura (Netflix), que lo primero que hace es cortar en trocitos a un supremacista blanco. La serie está muy bien.

La prueba de lo buena que es La locura está en que yo no necesito ver una serie entera para darles estos avisos, porque incurriría fatalmente en el spoiler. Sin embargo, de La locura me he visto los ocho capítulos, por gusto y por no llevarles a ustedes por el mal camino. La serie resulta ser un gran entretenimiento todo el rato.

Matar es según y cómo, y a quién, y por qué. No es malo por sí mismo. Eso dicen

En ella, encontramos a un presentador de televisión en ascenso, de raza negra, que además quiere ser escritor. En un descanso de su trabajo, se va a una cabaña perdida en el bosque para escribir su novela. Conoce a un vecino, que vive en otra cabaña. Cuando necesita algo, va a verle y se lo encuentra muerto y troceado. Los malos siguen por ahí. Huye.

Como ciudadano ejemplar, nuestro protagonista tratará de hacer lo correcto, pero Hitchcock no lo permite. De pronto, él es el principal sospechoso del asesinato, y toda la serie es una mezcla feliz de Falso culpable (1956), El fugitivo (1993) y las cosas que hacía David Fincher en los años 90 (The game, por ejemplo). Hay un montón de giros, de personajes, de pistas y de pruebas, no todas falsas, de conspiraciones y sectas y villanos y villanas que parecen el último villano de la trama, pero luego siempre hay un villano todavía peor.

Cada capítulo acaba en todo lo alto de tus expectativas, truco que no por ser conocido deja de exigir cierta pericia. Stephen Belber, que no sé quién es, ha creado La locura con ocho guionistas más que tampoco sé quiénes son, pero todos juntos consiguen la adicción sin decepción. Marear a los espectadores no es tan difícil, basta con engañarles (como hacía a mi juicio de forma infame la serie The killing, 2011); lo difícil es que todo tenga un sentido, y que las piezas encajen.

Stephen Belber, que no sé quién es, ha creado 'La locura' con ocho guionistas más que tampoco sé quiénes son, pero consiguen no decepcionar

Aquí, como digo, hay apuntes de actualidad por decenas. Tenemos el supremacismo blanco y la ultraderecha, pero también a los antifa (antifascistas), que son retratados de la misma forma: paramilitares y zumbados. Hay influencers, acoso en redes, fondos de inversión malignos y analistas de datos y enemigos del cambio climático. Y amaño de las elecciones y debate sobre si prohibir los discursos de odio. Todo, vamos. Es una juerga, y funciona.

Lo que más gracia me ha hecho es que se pasan toda la serie intercambiando tarjetas de visita, desde la clásica tarjeta que te da un agente del FBI a la no tan obvia tarjeta que te da cualquiera que pase por la calle. Es la gran conspiración de las tarjetas de visita.

placeholder El actor Colman Domingo. (Reuters/Mario Anzuoni)
El actor Colman Domingo. (Reuters/Mario Anzuoni)

Además, la serie muestra el arma de defensa personal de nuestros días: grabarlo todo. Cuando tengas un problema o estés en una situación que te vas a ver obligado a explicar, saca el móvil y graba. Uno puede librarse de muchos peligros diciendo sin más: “Te estoy grabando”.

Colman Domingo, actor a su vez en ascenso, como su personaje, da vida fabulosamente a este Harrison Ford (El fugitivo, ya decimos) de nuestro siglo. Bromea con su propio parecido con Stringer Bell (The wire, 2002), y combina un imponente físico y la capacidad de mostrar ternura o pavor o comprensión. John Ortiz (El lado bueno de las cosas, El cuento de la criada) y Stephen McKinley Henderson (Dune, Civil War) son lo más conocido de un elenco lleno de actores estupendos que nadie ha visto antes.

La locura es la gran conspiración, a la que se enfrenta un hombre en solitario hasta perder la cabeza. El mundo es complicado. ¿Quiénes son los malos? ¿Hay que matarlos? ¿Hay que ver series por placer? No sé. No. Sí.

Nota uno que matar se está volviendo tolerable, si matamos a quien se debe. Después del tiroteo contra Donald Trump, se consolidó esta noción homicida. Ahora, con Luigi Mangione elevado a la categoría de héroe por asesinar al consejero delegado de una gran empresa aseguradora, se ha confirmado lo equivocado que estaba el artículo 3 de la Declaración de Derechos Humanos, así como el quinto mandamiento. Vamos, la civilización Occidental entera. Matar es según y cómo, y a quién, y por qué. No es malo por sí mismo. Eso dicen.

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