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The Cure es el disco del año y es una mala señal
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The Cure es el disco del año y es una mala señal

La banda de Robert Smith ha publicado un álbum en 2024 que ha conseguido gran reconocimiento de público y crítica. Su éxito nos dice mucho de la cultura invisible

Foto: The Cure, en directo. (Reuters/Mike Segar)
The Cure, en directo. (Reuters/Mike Segar)

The Cure han publicado un disco, el primero en 16 años, que está entre los mejores de su discografía. Una atmósfera omnipresente, canciones efectivas, un clima que sus seguidores pueden reconocer rápidamente, una obra conseguida en la que el todo es mejor que la suma de sus partes. Sus fans y muchos críticos entienden que Songs of a lost world está entre los mejores discos de 2024, y algunos de ellos piensan que es el más destacado del año. Es verdad que el álbum es como si The Cure hubiera descubierto el rock sinfónico, pero da un poco igual: funciona.

Hace unas semanas, Biznaga, una de las bandas de rock españolas más populares y de mayor calidad, publicaba un artículo en El País en el que recomendaban grupos nacionales contemporáneos. Son gente con la que toca en los bolos, a los que conocen por haberse encontrado con ellos en alguna ocasión, en los que alguien afín les ha hecho reparar. La lista es interesante y habla de grupos que tienen algo que decir en su estilo, y algunos seguramente tendrán mucho que aportar.

Sin embargo, esa misma publicación denota una cierta inversión de prioridades. Esa lista, ese reportaje, no tendrían que haberlo firmado los Biznaga, sino cualquier periodista de la prensa musical, cuya tarea, entre otras, es la descubrir al lector nuevas bandas. Que los Biznaga haya firmado esas recomendaciones les honra, porque ponen su popularidad, mayor o menor, al servicio de bandas contemporáneas, pero lo cierto es que están supliendo una carencia: el tipo de atención que ellos prestan a lo nuevo no está presente en los medios.

Un momento fugaz

Lo nuevo resulta especialmente incómodo en estos tiempos: en esta era veloz, en la que las noticias y las tendencias se suceden, en la que los temas que se agitan con vehemencia una semana se convierten en aburridos a la siguiente, lo que más sufre es la novedad. Fundamentalmente, porque no sedimenta.

El resultado es que esa cultura popular, que ha vivido de lo nuevo durante mucho tiempo, muestra ahora un anquilosamiento significativo

Esa dificultad siempre ha estado presente en la cultura. Cuando existía una industria fuerte, había mecanismos de consolidación de la novedad, y de hecho esos circuitos se aplicaban en que los nuevos productos salieran de la invisibilidad y tuvieran recorrido porque era parte de su negocio. Cuando la industria se debilitó, esos mecanismos no fueron sustituidos por otros. Los caminos para ser conocido se convirtieron fundamentalmente en dos: ser conocido ya por haber tenido éxito antes o convertirse sorpresivamente en superventas. Entre esas dos posibilidades, pocos huecos quedan para salir de la invisibilidad. Hay numerosas películas, novelas, ensayos, discos que pasan desapercibidos porque nadie los ha escuchado, visto o leído. El resultado es que esa cultura popular que ha vivido de lo nuevo durante mucho tiempo, ahora muestra un anquilosamiento significativo. En el mejor de los casos, la novedad es un momento fugaz que deja paso a lo ya instalado.

Desde esta perspectiva, es muy improbable que The Cure hayan hecho el disco del año. En mi caso, estoy seguro de que, existiendo cientos de miles de bandas en el mundo que están produciendo música, al menos una decena de ellas estarían en mi lista de álbumes preferidos de 2024 si las hubiera llegado a conocer. Pero no ha sido así: la cadena de la transmisión está rota.

La invisiblidad

Descubrir lo nuevo es una tarea ingente, hay muchísima producción que requiere una selección amplia, y precisa de mucho tiempo que casi nadie tiene. Las novedades deben ser minuciosamente rastreadas para ser encontradas, por lo que el destino habitual es que continúen siendo invisibles.

Ni los viejos medios ni los nuevos aciertan a construir mecanismos de transmisión. Los de masas suelen dar espacio a lo que es ya muy popular, bien porque se convirtieron en estrellas hace mucho tiempo, bien porque lo consiguieron recientemente. Si no se cuenta con el capital simbólico que da el haber tenido un éxito relevante, es muy difícil que se encuentre espacio.

Las recomendaciones de Spotify son el mejor ejemplo de esa parálisis: tienden a repetir un pasado personalizado

No es culpa solo de unos medios tradicionales cada vez más alejados de la cultura en general, a la que prestan escasa importancia, y cada vez menos atentos, por sobrecarga en plantillas cortas, por falta de conocimiento o por las necesidades de aumentar las audiencias, a aquello que no es muy popular. Tampoco los nuevos medios de transmisión ayudan en absoluto. En el caso de la música, las recomendaciones de Spotify son el mejor ejemplo, porque tienden a repetir un pasado personalizado; en las redes todo es efímero, y para convertirse en tendencia se ha de recurrir a cualidades muy diferentes de las musicales.

La cultura es un síntoma

De modo que, al final, todo se resuelve en aquello con los que nos sentimos cómodos, lo que nos resulta familiar, lo que ya conocemos o lo que suena a lo que ya conocemos. La cultura se ha vuelto conservadora, reconfortante: nos ofrece aquello que nos aporta familiaridad. Por eso, el nuevo álbum de The Cure puede ser uno de los álbumes del año: una obra notable que nos devuelve a parámetros en los que nos podemos mover con soltura.

Nuestra relación distante con lo nuevo, con aquello que nos saca de la comodidad, es una característica del pensamiento contemporáneo

El precio de esa comodidad personalizada es apartar nuestra mirada de lo nuevo. Y eso lleva a que la innovación, esas variaciones en la música que aportan diferencia, que sugieren nuevos caminos o que simplemente se construyen con una personalidad definida y potente, quede detenida: ni sale de la invisibilidad, ni cuando lo hace, logra sedimentar.

Pero la situación de la cultura no es más que un síntoma. Nuestra relación distante con lo nuevo, con aquello que nos saca de la comodidad y de lo ya conocido, es una característica del pensamiento contemporáneo. La insistencia en pensar en los mismos términos y en los mismos parámetros, incluso cuando el mundo circula por lugares muy distintos, es lo que lleva a una Europa detenida, congelada en el tiempo.

The Cure son una banda estupenda, y me gustaría que siguieran publicando discos tan buenos como Songs of a lost world. Pero no se puede estar anclados en bandas de hace 40 años. Que eso sea así, conforma una metáfora del momento europeo: volvemos a lo familiar y a lo cómodo, y recurrimos a las cosas de siempre. Pero el mundo ha cambiado.

The Cure han publicado un disco, el primero en 16 años, que está entre los mejores de su discografía. Una atmósfera omnipresente, canciones efectivas, un clima que sus seguidores pueden reconocer rápidamente, una obra conseguida en la que el todo es mejor que la suma de sus partes. Sus fans y muchos críticos entienden que Songs of a lost world está entre los mejores discos de 2024, y algunos de ellos piensan que es el más destacado del año. Es verdad que el álbum es como si The Cure hubiera descubierto el rock sinfónico, pero da un poco igual: funciona.

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