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¿Y usted qué opina del aborto de la gallina?
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Galo Abrain

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¿Y usted qué opina del aborto de la gallina?

¿A santo de qué los antiabortistas les dan tanto mal a los homosexuales? ¡Si no hay colectivo que vaya a abortar menos!

Foto: Manifestación de la plataforma provida. (EFE/Javier Lizón)
Manifestación de la plataforma provida. (EFE/Javier Lizón)
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Cuando uno es un bisoño adolescente todo parece más fácil. Especialmente las cosas que no te competen. Pasé buena parte de mi juventud defendiendo el aborto con la apatía de quien va cantando por ahí la canción El aborto de la Gallina, de Manolo Kabezabolo. La pensaba, torpe y recluta de mí, como una intervención inocua. Burocrática. Anodina. El ¡shup! de una jeringuilla grande, un par de soplidos en la zona de interés —en plan madre con los raspones— y arreando. Por eso me mosqueaba que se le diera tanto bombo al debate. Más allá, claro, de la larga mano de las sotanas y la histeria de quien, incapaz de resolver su vida, siente el inapelable deseo de meterse en la de los demás.

Por fortuna, uno crece. Madura. Espabila. Revela las complejidades de lo que antes, garrulamente, creía sencillo. Lo primero fue pasar de ver al feto como un gurruño de células. Hay algo más. Un ser humano potencial en el que es difícil determinar cuándo la conciencia —alma para los espirituales— germina. El interrogante lleva milenios sobre la mesa, y no seré yo quien le dé aquí matarile.

Lo segundo, pisparme de que cuando una mujer lleva a cabo un aborto no lo hace con una despreocupada sonrisa partiéndole la cara en dos. Incluso aunque quien lo practique desvincule su decisión del concepto de "muerte", no digamos ya de "asesinato", siempre recibe a cambio un desasosiego abstracto, lacerante y latoso, del que rara vez se desprende en vida. Ninguna mujer se presta al aborto como una solución chorrotona a sus rutinas casquivanas, y presumir esto es la visión menguada de quien ha escuchado poco al género femenino. Así, en su conjunto.

Hay una maraña confusa y envenenada alrededor de esta polémica. Es difícil resolver, sin maximalismo, plomizos y demonizaciones del contrario, lo que rodea al aborto. En este viaje vital del que les hablaba, sigo defendiendo la necesidad de un derecho al aborto libre, seguro y público (como marca ahora la legislación), pero no descarto una gran paleta de grises que, estoy convencido, crecerán con los años.

Es difícil resolver, sin demonizaciones del contrario, lo que rodea al aborto

Aunque se estile poco hoy día, intento ser razonable. Aceptar la existencia de médicos objetores de conciencia, al tiempo que comprendo también la necesidad —para que el aborto sea un derecho— de que el Estado se asegure la existencia de médicos que lo practiquen. Ese tipo de cosas. No sé, creo que hay espacio para debatir y no simplificar el laberinto con señalamientos vociferantes, como si todo apestara a holocausto.

Esta última ambición es la que me ha traído de cabeza al enterarme de lo que se dijo en la "VI Cumbre Transatlántica contra el aborto", celebrada en el Senado español y promovida por la plataforma Political Network for Values (PNfV). La sarta de catetadas casposas y reaccionarias que hicieron eco en la Cámara Alta, me han hecho oler el desconocido aroma del franquismo. Un rechazo del tiempo no vivido que las palabras de los interventores solo han multiplicado. Paco vive, la lucha sigue, parece. Y esto va más allá de ser conservador.

Durante la cumbre se habló del aborto como "asesinato", cosa de esperar, pero también como "moda". Hey, igualito que los chándales de Balenciaga. Hasta Vogue ha publicado un test sobre si te pega más el aborto de invierno, o primavera, y en qué mes es ideal para deshacerse de los kilitos sobrantes. No todo va a ser Ozempic, señoras. Por si eso no cabreara suficiente, lo de la fashion abortion ni roza en arcada a quienes fueron más lejos, y defendieron la prohibición del aborto, incluso en casos de violación. Hasta el infinito y más allá, Buzz Lightyear, di que sí…

Paco vive, la lucha sigue, parece. Y esto va más allá de ser conservador

También hubo espacio en el encuentro para apoyar las terapias de conversión de homosexuales; mano de santo para esos gorrinos invertidos enganchados al chemsex, y a cascársela en la Casa de Campo. E incluso llegó a estar invitado —luego se lo retiró, ¿por qué será?— George Peter Kaluma, un diputado keniata a favor de penas de cárcel por practicar la homosexualidad. Ay, de veras, no lo pillo… ¿A santo de qué los antiabortistas les dan tanto mal a los homosexuales? Vamos a ver, ¡si no hay colectivo que vaya a abortar menos! Me falta contexto en todo esto.

Sea como fuere, y visto lo visto, de aquí a poner sobre la mesa la implantación de una sharía cristiana hay un pasito nada más.

Luego estuvieron quienes, menos enfangados, se centraron en defender: "la cultura de la vida, contra la cultura de la muerte", esquivando meterse en los citados barros, y demostrando un reduccionismo partidista y politiquero que debería chirriar a cualquiera. Pero eso es el pan de cada día en política. Se siembren los vientos que se siembren, se repartan las tempestades que se quieran.

Hay una maraña confusa y envenenada alrededor de la polémica. Es difícil resolver, sin maximalismo y demonizaciones del contrario

Puestos a ponerle una guinda a la cumbre, me quedo con la frase de Mayor Oreja vanagloriándose de cómo en el entorno científico francés: "están ganando aquellos que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución". Jesús, la hostia tú. Lo confieso, ni beodo imaginaba nada parecido en la Cámara Alta de las Cortes Generales a estas alturas del baile… Pero el error es mío. Yo que pensaba que en el Senado se trataban las cosas con rigor, con seriedad, y resulta que ya se pueden apalabrar hasta congresos terraplanistas.

Dentro de un año, ¿quién sabe? Volveremos a oír hablar de los condones como plásticos satánicos o de la masturbación como desencadenante de las lágrimas de Jesús. Y no lo digo por hermanar sin remedio el aborto y la religión —no faltan ateos y agnósticos también en su contra— sino por el argumento creacionista de Mayor Oreja. Un diagnóstico existencial más propio de los hillbillys de Deliverance que del razonamiento ilustrado.

Pero no todas las personas que ponen en cuestión el aborto son tan ortopédicas. Lejos de esta cumbre hay caballeros, doctos y versados, como Juan Manuel de Prada, que aun posicionándose en una contra-católica a la interrupción voluntaria del embarazo, son capaces de desempolvar problemas no metafísicos. Como el hecho de que el aborto pueda azuzar la inminente helada demográfica a la que nos enfrentamos. Una coyuntura que los gerifaltes del pudridero plutocrático occidental solventarán con una inmigración indolentemente mal pagada.

Yo que pensaba que en el Senado se trataban las cosas con rigor, con seriedad, y resulta que ya se pueden apalabrar hasta congresos terraplanistas

Sin desestimar la sapiencia de Prada, creo que conviene desviar el aborto de ese debate. La bulimia demográfica está, antes que nada, cimentada en las pobrezas materiales e indefensiones sociales patológicas de quienes están en fecha de crianza. Porque sudando la gota gorda para pagar un alquiler, no está el horno para bollos. Valga el doble sentido como metáfora. Y criar a un hijo en España cuesta, en 2024, un 13% más que en 2022. No hay más palabras, señoría.

Qué ironía, esta cumbre me ha recordado por qué sigue siendo importante hablar del aborto. Por un lado, está gracioso cantar el tema de Manolo Kabezabolo, o descojonarse con el monologo del brillante cómico George Carlin, en el que se pregunta: "¿por qué si somos nosotros es un aborto, pero si es un pollo es una tortilla?". Admito ahora que, visto con distancia, me resulta un poco mamón y pueril.

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Por otro lado, me parece todavía más ilógico seguir legitimando a catervas de gallinos viejos hablar sobre la "santidad de la vida", especialmente viniendo de una religión, incluso de un Dios, que no se ha caracterizado precisamente por su temple y falta de sadismo. Eso, sin contar con que la mejor manera de evitar el aborto no es extorsionar a las mujeres con los riesgos del fuego eterno y la condena a la letrina moral, sino seguir concienciando sobre la importancia de los métodos anticonceptivos y, en un aspecto más ambicioso, trabajar por una mejora de las condiciones materiales.

Y sobre esto último, vaya, me corregirán ustedes, pero creo que en la cumbre no se dijo ni mu. Menuda ironía también, ¿no?

Cuando uno es un bisoño adolescente todo parece más fácil. Especialmente las cosas que no te competen. Pasé buena parte de mi juventud defendiendo el aborto con la apatía de quien va cantando por ahí la canción El aborto de la Gallina, de Manolo Kabezabolo. La pensaba, torpe y recluta de mí, como una intervención inocua. Burocrática. Anodina. El ¡shup! de una jeringuilla grande, un par de soplidos en la zona de interés —en plan madre con los raspones— y arreando. Por eso me mosqueaba que se le diera tanto bombo al debate. Más allá, claro, de la larga mano de las sotanas y la histeria de quien, incapaz de resolver su vida, siente el inapelable deseo de meterse en la de los demás.

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