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La Inquisición española: más una agencia de seguridad que un tribunal truculento
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La Inquisición española: más una agencia de seguridad que un tribunal truculento

De los aproximadamente 45.000 procesos documentados del Santo Oficio, apenas se aplicó la tortura en un 10% y bajo reglas muy claras: los suplicios no podían dejar lesiones permanentes ni durar más de una hora

Foto: 'Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid', pintado en 1683 por el artista español Francisco Rizi.  (Museo del Prado)
'Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid', pintado en 1683 por el artista español Francisco Rizi. (Museo del Prado)

A mediados del siglo XVII, en la Cartagena de Indias del Virreinato de Perú, el tribunal de la Inquisición pide un verdugo a la vecina Panamá porque ellos no disponen de uno que pueda dar tormento, según establecen las pautadas normas del Santo Oficio, y acometer la tarea de arrancar las confesiones. Pero en Panamá responden que, de hecho, no disponen ellos tampoco de un verdugo, después de haberse deshecho del último por propasarse precisamente con la tortura y romperle un brazo a un acusado.

La historia que relata a El Confidencial Mercedes Temboury Redondo, autora del reciente La Inquisición desconocida. El imperio español y el Santo Oficio (Arzalia) es muy significativa del cúmulo de exageraciones y leyendas en torno a una institución que duró varios siglos en España y que si con algo no tuvo que ver es con esa sucesión de torturas truculentas que se han expuesto en novelas o relatos de supuesta historia negra sin ningún atisbo de veracidad.

Más bien el Tribunal del Santo Oficio fue una parte integral de la Monarquía Hispánica y del imperio en su doble vertiente política y religiosa —entremezcladas en muchos aspectos—, una especie de división de un ministerio del Interior actual, salvando las distancias, encargado de la seguridad del Estado, una suerte de CNI que vigilaba a posibles elementos peligrosos. Había que vigilar a falsos conversos —ya fueran moriscos, judíos o luteranos— que por motivos distintos representaban a la postre un peligro para ese estado de los siglos XVI, XVII y XVIII que fundamentalmente estaba en guerra permanente.

¿Se aplicó el tormento para arrancar las confesiones? Sí, pero de los aproximadamente 45.000 procesos que documentaron tanto Gustav Henningsen en El "banco de datos" del Santo Oficio: las relaciones de causas de la Inquisición española (1550-1700) como Jaime Contreras en su Historia de la Inquisición Española (1478 - 1834), apenas se aplicó la tortura en un 10% y siempre bajo unas reglas muy claras, siguiendo las normas de un Manual de la Inquisición en el que por ejemplo se detallaba que los suplicios no podía dejar lesiones permanentes ni durar más de una hora.

Foto: En la Cárcel de la Corona todavía se pueden ver los restos de los muros. (SIEMA Matritensis)

"Evidentemente, todo lo que se puede ver en los múltiples 'Museos de la Inquisición', con esas truculentas máquinas de tortura y demás, no es que sean exageraciones: es que son directamente invenciones", explica Mercedes Temboury. "Había algunas torturas, pero que se aplicaron de forma francamente extraordinaria durante esos siglos. Es más, los tribunales ordinarios de esas épocas tenían castigos más duros".

La historia del truculento Santo Oficio es de por sí una auténtica fantasía inventada, prácticamente en su totalidad, a partir del siglo XIX. Pero el tribunal existió y tuvo un papel muy relevante de hecho en la construcción de la Monarquía Hispánica y del imperio, ya fuera por su papel en la lucha contra el Corso Berberisco en el Mediterráneo y sus costas —el caso de los procesos contra los moriscos falsos conversos—, contra los espías luteranos o, en el caso de los judíos conversos, por un complicado entramado de intereses financieros también cruciales para la consecución de los objetivos de la corona.

placeholder Portada de 'La Inquisición desconocida. El imperio español y el Santo Oficio', de Mercedes Temboury Redondo.
Portada de 'La Inquisición desconocida. El imperio español y el Santo Oficio', de Mercedes Temboury Redondo.

La realidad es que el Santo Oficio creado por los Reyes Católicos se escapaba además inicialmente del control del Papa, tal y como fue negociado por Fernando de Aragón, lo cual tenía sus ventajas. Primero hay que matizar, como explica Temboury, que los procesos inquisitoriales sólo se podían aplicar con aquellos que estaban bautizados, por ejemplo moriscos o judíos conversos de los que se dudaba de la autenticidad de su conversión.

¿Existía el puro motivo religioso para desenmascararles? Sí, pero en un contexto también político en el que esos falsos conversos —como lo eran ciertamente en muchos casos— representaban un peligro para la seguridad: "Es imposible entender al Santo Oficio en relación con los moriscos sin el contexto de la guerra en el Mediterráneo, con el Imperio Otomano, con Berbería, con Argel amenazando las costas", explica Mercedes. "Hay de hecho muchos piratas, bandoleros y agentes durmientes que se convierten para infiltrarse y luego compartir la información. Existe una correlación clarísima entre eso y el número de procesos de la Inquisición, que se endurece en determinados momentos, como tras el alzamiento de las Alpujarras, tras la batalla de Lepanto o tras la batalla de Alcazar Quibir".

Es más, tal y como relata Temboury en La Inquisición desconocida —que es también una historia del imperio español a través de las vicisitudes del tribunal— existen dramas como el de los cautivos de Argel y otros apresados en las batallas del Mediterráneo contra el corso, porque son de hecho sospechosos al haberse convertido a su vez al islam. "El tráfico de esclavos, el mercado de los cautivos, es un subproducto de hecho de esa guerra contra el corso, secuestraban al principio niños en las incursiones en la costa y después también a adultos, además de los soldados, y si eran liberados efectivamente podían representar una amenaza de ser espías", destaca la historiadora.

placeholder La historiadora Mercedes Temboury Redondo. (Cedida)
La historiadora Mercedes Temboury Redondo. (Cedida)

Es el momento dorado de la Inquisición, siglos XVI, XVII y XVIII, cuando además toma un carácter marcadamente político a partir del reinado de Felipe II, aunque la cuestión religiosa siempre sea importante, según comenta Temboury. Las sospechas no se limitan, claro, a los moriscos, porque el imperio español tiene otras muchas amenazas, como los son los luteranos del norte —en Flandes, por ejemplo—, que de hecho están en guerra y que se infiltran en Valladolid o en Alcalá de Henares para sembrar dudas en la religión.

Según Temboury, hay muchos de estos casos perfectamente documentados: "Cuando se firma la tregua de la guerra anglo-española, Diego de Orey por ejemplo, confiesa que los ingleses le han enviado de forma muy hábil a recorrer toda Europa para fomentar la duda y hacer que la gente se pase a las tesis protestantes. Lo que pasa es que él, aparentemente, se convierte, es decir, decide que quiere ser católico y entonces pide ante el Tribunal del Santo Oficio que le traigan sus bienes de Inglaterra, porque él quiere seguir dando clase en España de lo que él sabía: hebreo, latín, matemáticas".

Hay muchas historias apasionantes que involucran esa defensa del imperio, aunque sobre todas ellas sobresalga, quizás, la de la persecución de los falsos judíos conversos, que fue en gran parte el origen del Santo Oficio en la época de los Reyes Católicos. Una primera cuestión que surge en el libro de Mercedes Temboury es que, de alguna forma y aunque parezca extraño, la propia existencia de los tribunales de la Inquisición dificulta la existencia de pogromos contra estos judíos acusados de seguir ejerciendo la religión judaica a pesar de haberse convertido.

placeholder La antigua sede de la Inquisición en Cartagena de Indias. (Cedida)
La antigua sede de la Inquisición en Cartagena de Indias. (Cedida)

Frente a un tribunal como lo era el de Santo Oficio, había muchas otras acusaciones falsas populares que podían acabar directamente en linchamiento, pero, más adelante, forman además parte de una guerra económica contra el imperio, según Temboury:

"En ese conflicto entre el Imperio Español y los insurgentes —holandeses sobre todo—, los judíos tenían mucho poder, primero por sus redes comerciales, pero además porque dispusieron entre 1580 y 1640 de la exclusiva del asiento de negros, con lo cual capitalizan el tráfico de esclavos y acaban financiando a la monarquía por delante de los banqueros alemanes y genoveses ¿Y qué ocurre entonces? Que estos judíos, que querían estar en el Imperio Español, puesto que era donde se hacía negocio, a veces también tenían sus casas en Ámsterdam y actuaban al servicio de Holanda. El control que ejerce el Santo Oficio sobre ellos es porque burlan los embargos, por el contrabando, por la falsificación de moneda, un grave problema durante todo el siglo XVII. La Inquisición actúa más en este caso como una agencia de vigilancia económica y del comercio fraudulento", destaca.

La Inquisición no dependía económicamente de las incautaciones de bienes que hiciera. Estaba financiada por otros mecanismos

Es una de las cuestiones más comprometidas de la Inquisición, la de haber utilizado la herejía como control puramente abusivo de incautación de bienes. "Bueno, es cierto que el proceso inquisitorial de ser hallado culpable implicaba esa confiscación" concede Mercedes, aunque matiza que es una idea falsa la de que el tribunal pudiera enriquecerse con ello: "La Inquisición no dependía económicamente de las incautaciones de bienes que hiciera. Estaba financiada por otros mecanismos, porque si no se creaba un problema de un conflicto de intereses. Cada tribunal está financiado por una canonjía o por una catedral, con lo cual la financiación está asegurada".

Al fin, la verdadera y apasionante historia del tribunal del Santo Oficio, que tan importante fue durante la época del imperio español, se ha ido olvidando en favor de una historia desdibujada y truculenta que poco o nada tiene que ver con la realidad de los objetivos que guardaban los procesos inquisitoriales, indisolubles de la acción de estado a pesar del evidente componente religioso y que, por otra parte, eran uno de los pilares del imperio.

¿Cuándo comenzó la leyenda sobre las atrocidades, arbitrariedades y horror de la Inquisición? En el XIX con el romanticismo, según Temboury, que fue deformando la historia. ¿Y ahora? Según la autora, hay contados estudios serios sobre el tema —el año pasado el de Henry Kamen— pero sobre todo existe un desconocimiento sobre una historia de la que reconoce —a pesar del título— que en cuanto a datos académicos se conoce con exactitud hace ya tiempo.

A mediados del siglo XVII, en la Cartagena de Indias del Virreinato de Perú, el tribunal de la Inquisición pide un verdugo a la vecina Panamá porque ellos no disponen de uno que pueda dar tormento, según establecen las pautadas normas del Santo Oficio, y acometer la tarea de arrancar las confesiones. Pero en Panamá responden que, de hecho, no disponen ellos tampoco de un verdugo, después de haberse deshecho del último por propasarse precisamente con la tortura y romperle un brazo a un acusado.

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