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Cuando Pete Townshend destrozó por vez primera su guitarra (y todo lo que vino después)
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Cuando Pete Townshend destrozó por vez primera su guitarra (y todo lo que vino después)

Fue en 1964, año en que se abrió la puerta, como nunca antes, a la cultura como espectáculo. David G. Torres lo analiza en su ensayo '1964' (Alianza), del que publicamos un extracto.

Foto: Pete Townshend destroza una guitarra durante un concierto en 1967. (Getty/Redferns/Chris Morphet)
Pete Townshend destroza una guitarra durante un concierto en 1967. (Getty/Redferns/Chris Morphet)

Los últimos meses de 1964, The Who actuaban cada martes en la mítica sala The Marquee Club de Londres, por la que pasaron The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks, etc. Sucedían muchas cosas en aquellos conciertos de los martes de noviembre y diciembre. Aunque llenaban cada día, la crítica no los soportaba. Tocaban demasiado fuerte. Incluso desde antes de que empezase el concierto. Al carismático Pete Townshend le gustaba afinar la guitarra eléctrica con el amplificador al máximo de potencia mientras Keith Moon aporreaba la batería. Aquella demostración de potencia formaba parte del espectáculo, de la puesta en escena, como una carta de presentación de que la cosa iba a ser ruidosa e intensa, con la rabia que caracterizará al grupo y que inundará al año siguiente su primer disco de estudio, My generation. Uno de los títulos de álbum de la historia de la música que más decididamente es una declaración de principios: esta es mi generación, pertenezco a una generación. Parecía como si pertenecer a una generación fuese el equivalente a tener conciencia de clase. Quizás en otro momento se habría apelado a la pertenencia a una clase social: somos los trabajadores. O a un colectivo excluido, como en el origen de la palabra queer: lo raro o extraño, aludiendo a una supuesta desviación sexual, convertido en gesto afirmativo. The Who se sentían portavoces de una nueva generación. Una generación puro rock’n’roll entendido desde la incomodidad: por el ruido presente desde que afinan los instrumentos; por la potencia de la guitarra rasgada y amplificada; por la voz estridente de Roger Daltrey; y por el gesto violento.

La serie de conciertos en The Marquee también es importante porque fue la primera vez que se presentaron con el nombre definitivo de The Who. En verano todavía se hacían llamar High Numbers. En una de las actuaciones en el pub Railway Hotel a Pete Townshend se le rompió la guitarra accidentalmente. Preso de la rabia que le produjo este accidente, empezó a aporrearla hasta reducirla a astillas. Unos años después el guitarrista recordaría: "Estaba en el escenario tocando la guitarra y se me rompió. Para mí fue casi un shock, no me lo esperaba y no estaba preparado. Pero seguí rompiendo la guitarra, como si fuese mi objetivo desde el principio, corría por el escenario y los pedazos saltaban por todas partes".

Unos meses más tarde lo incorporó a la actuación ya como The Who. Durante los conciertos en The Marquee cada noche rompía su guitarra aporreándola contra otros instrumentos mientras Keith Moon contribuía pateando su propia batería. Todas las noches los instrumentos acababan destrozados. Casi se arruinan.

placeholder Portada de '1964: cuando la cultura se convirtió en espectáculo', de David G. Torres.
Portada de '1964: cuando la cultura se convirtió en espectáculo', de David G. Torres.

El cuerpo largo y afilado de Pete Townshend agarrando una guitarra por el mástil, levantándola y estrellándola contra el escenario se convirtió desde entonces en imagen del grupo. El propio Townshend había estudiado a principios de la década con el artista Gustav Metzger, inventor del término "Arte autodestructivo". Esa imagen de destrucción, no solo ofrecería un icono para The Who, sino que definiría una imagen del rock’n’roll: la imagen de rabia, inconformismo y respuesta violenta. La rabia, el inconformismo y la respuesta violenta de una generación. Pero que se trasmite.

Esa es la imagen que también querían mostrar quince años más tarde The Clash al elegir para la portada de su disco London Calling una fotografía de Paul Simonon estrellando violentamente su bajo eléctrico contra el escenario de la sala Palladium de Nueva York. Y a partir de ahí muchos otros se dedicaron a romper instrumentos: Jimi Hendrix, Nirvana, Guns N’ Roses, Muse… Al inicio de Rastros de carmín, Greil Marcus recuerda el último concierto de los Sex Pistols en San Francisco. Entonces era un joven crítico de música que estaba flipando con tanto caos. Johnny Rotten, el cantante de la banda punk, no tanto. De hecho estaba harto, tanto como que ese fue el momento definitivo en el que decidió dejar el grupo. Greil Marcus rememora el final de la actuación y la manera rabiosa en la que Rotten pronunció la frase de despedida del concierto y a la postre la frase de despedida de los Sex Pistols: "¿Acaso nunca os habéis sentido estafados?". Y, a continuación, ¿cómo no?, lanzaba el micrófono. Ese momento marca el inicio del libro de Marcus, como un disparadero, dice que ese gesto resume una rabia, una rebeldía y un inconformismo que venía de mucho más atrás, que pasa por The Who y que hace llegar hasta el pintor Gustave Courbet decidiendo derrocar la columna Vendôme de París, durante los hechos de la Comuna en 1871. Fue un acto revolucionario de enorme simbología: la columna representación de poder vertical, un falo en medio de la plaza, derruida. Una serie de fotografías muestra a algunos comuneros alrededor de la columna convertida en eslabones de piedra en el suelo de la plaza Vendôme de París. Courbet era el Presidente de la Comisión de Bellas Artes de la Comuna y como tal, una vez sofocada la revuelta parisina, fue acusado de ser el responsable. Fue a la cárcel por ello y pagó su reparación. Fue su ruina. Pero tal vez inauguró un gesto moderno. Tal vez el derrumbe de la columna Vendôme fuese el primer gesto del artista moderno: en lugar de construir, destruir.

Todo tiene su genealogía y sus repercusiones. Quizás en el origen de un joven subido a un escenario destruyendo instrumentos están Courbet y la columna Vendôme. Pero también tiene repercusiones conformando un gesto característico del rock’n’roll en el que se aúnan juventud, inconformismo, rabia y cultura pop.
Pete Townshend introdujo en medio de la cultura pop y juvenil un gesto que provenía del arte moderno. Como si al estirar de la cuerda de una guitarra rota por un extremo nos encontrásemos con el bajo eléctrico de The Clash y por otro la destrucción de la columna Vendôme como origen de todos los gestos destructivos del arte moderno.

placeholder La columna Vendôme, tras ser destrozada por los comuneros en 1871. (Cedida)
La columna Vendôme, tras ser destrozada por los comuneros en 1871. (Cedida)

Los dadaístas querían derribar el modelo de mundo que había llevado hasta la Primera Guerra Mundial. "Todo hombre debe gritar. Hay una gran tarea destructiva, negativa por hacer", escribían en Zúrich Tristan Tzara y Hugo Ball en el primer Manifiesto Dadá. En sus manifiestos, constantemente aludían a la necesidad de la destrucción. Más adelante escribieron: "La protesta a puñetazos de todo el ser entregado a una acción destructiva es Dadá". Marcel Duchamp y sus ready-mades han sido interpretados como objetos cuya función ha sido destruir el arte. De la misma manera que Joan Miró ha sido acusado de asesinar la pintura. De hecho, si Jimi Hendrix siguiendo la estela destructiva de The Who quemaba una guitarra en el escenario del Monterrey Pop Festival del 16 al 18 de junio de 1969 (una estela destructiva muy literal, ya que subió al escenario justo después que Townshend destrozara los instrumentos en ese mismo lugar), unos años más tarde Joan Miró se dedicaba a quemar sus pinturas.

*David G. Torres es profesor de arte contemporáneo en la Universitat Autònoma de Barcelona, crítico de arte, comisario de exposiciones y autor de varios ensayos. Su nuevo libro lleva por título ' 1964. Cuando la cultura se convirtió en espectáculo' (Alianza editorial).

En '1964. Cuando la cultura se convirtió en espectáculo' David G. Torres defiende que ese año fue la bisagra de un cambio de época que provocó transformaciones en las vanguardias artísticas, la arquitectura, el rock, el cine, el movimiento contracultural o la lucha por los derechos civiles.

Los últimos meses de 1964, The Who actuaban cada martes en la mítica sala The Marquee Club de Londres, por la que pasaron The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks, etc. Sucedían muchas cosas en aquellos conciertos de los martes de noviembre y diciembre. Aunque llenaban cada día, la crítica no los soportaba. Tocaban demasiado fuerte. Incluso desde antes de que empezase el concierto. Al carismático Pete Townshend le gustaba afinar la guitarra eléctrica con el amplificador al máximo de potencia mientras Keith Moon aporreaba la batería. Aquella demostración de potencia formaba parte del espectáculo, de la puesta en escena, como una carta de presentación de que la cosa iba a ser ruidosa e intensa, con la rabia que caracterizará al grupo y que inundará al año siguiente su primer disco de estudio, My generation. Uno de los títulos de álbum de la historia de la música que más decididamente es una declaración de principios: esta es mi generación, pertenezco a una generación. Parecía como si pertenecer a una generación fuese el equivalente a tener conciencia de clase. Quizás en otro momento se habría apelado a la pertenencia a una clase social: somos los trabajadores. O a un colectivo excluido, como en el origen de la palabra queer: lo raro o extraño, aludiendo a una supuesta desviación sexual, convertido en gesto afirmativo. The Who se sentían portavoces de una nueva generación. Una generación puro rock’n’roll entendido desde la incomodidad: por el ruido presente desde que afinan los instrumentos; por la potencia de la guitarra rasgada y amplificada; por la voz estridente de Roger Daltrey; y por el gesto violento.

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