El hombre que participó en tres expediciones a la Antártida (y del que nunca has oído hablar)
Tom Crean fue uno de los grandes protagonistas de la exploración polar, formó parte de las misiones de Scott y Shackleton. Michael Smith reconstruye su historia en 'Un héroe olvidado' (Capitán Swing), del que publicamos un extracto
Tom Crean estuvo a punto de perder la vida al romperse el hielo y caer dos veces en un mismo día a las gélidas aguas de las inmediaciones de Hut Point. En el primer incidente regresó al barco y tuvo la prudencia de cambiarse la ropa mojada por otra seca. Hecho esto, salió inmediatamente al exterior con unos esquíes, pero poco después volvieron a quebrarse las placas heladas, y esta vez faltó poco para que las consecuencias resultaran fatales.
Charles Ford, el sobrecargo del Discovery, estaba a corta distancia de Crean en el momento del percance y recuerda en su diario lo cerca que rondó ese día la muerte a nuestro irlandés. Estas son sus palabras: "[Crean era] incapaz de salir del agua por sus propios medios, ya que bastante tenía con impedir que la corriente le arrastrara bajo el hielo. Por fortuna, algunos de los hombres que trabajaban en la zona escucharon sus gritos de auxilio y, no sin dificultades (ya que el frío había dejado entumecido a Tom y casi no podía moverse), se le colocó un lazo de soga en torno al torso, siendo así arrastrado a lugar seguro y puesto fuera de peligro en el navío".
Sin la ayuda de sus camaradas, que idearon en un abrir y cerrar de ojos la fórmula más rápida para sacarle del apuro, es indudable que Crean, lastrado por la pesada vestimenta extra que llevaba para resistir las temperaturas polares, habría exhalado su último aliento en las heladas aguas de la Antártida. Para Crean iba a ser el primero de los muchos quiebros que estaba llamado a dar a la muerte en el hostil clima antártico. Él, sin embargo, pareció no preocuparse por el accidente casi mortal que acababa de sufrir, y Scott observa que Crean se mostró "extremadamente jovial" al comentar el doble chapuzón.
Pese a que la banquisa pareciera estar moviéndose ligeramente, lo cierto es que el 13 de febrero todavía se interponían más de tres kilómetros de hielo entre el Discovery y los buques de auxilio. La solución de abandonar la nave empezaba a ganar enteros, lo que llenó de pesimismo a Scott: "Hoy ha vuelto a hacer mal tiempo. No hemos visto ni oído nada que anuncie buenas noticias en el límite de los hielos. Aguardamos con enorme ansiedad nuestra eventual liberación".
Sin embargo, apenas veinticuatro horas más tarde, como si de una respuesta a las calladas oraciones de todos los embarcados se tratara, el hielo se resquebrajó sin previo aviso, desprendiendo grandes témpanos que las corrientes se llevaron lentamente a mar abierto y permitiendo el paso, borda con borda, del Morning y el Terra Nova. Todo sucedió con inusitada rapidez, y el Discovery se vio al fin libre.
Esa noche los expedicionarios vivieron una exultante y desmelenada celebración. Los hombres enarbolaron la bandera inglesa
Esa noche los expedicionarios vivieron una exultante y desmelenada celebración. Los hombres que se hallaban en la costa enarbolaron la bandera inglesa, y Colbeck señala que en esa velada comprendió que no había en toda la tierra hombre más feliz que Scott.
Se hicieron los preparativos finales para una pronta salida; entre otros, la eliminación de los últimos restos de hielo que todavía rodeaban al navío polar. El 16 de febrero, una de las explosiones consiguió liberar por completo el buque, que giró en redondo, "con las azules aguas del océano lamiendo sus costados", por emplear la expresión de Scott. El capitán de los expedicionarios añadirá aún una emotiva posdata en la que probablemente acierta a resumir los sentimientos de todos cuantos viajaban a bordo del Discovery: "Ojalá lograra dar idea de la profunda impresión que nos causó observar que la nave volvía a flotar libremente en el mar, pero dudo que las palabras que aquí garabateo alcancen a expresar lo maravilloso que fue caminar de nuevo por ese puente tan familiar, contemplar el suave balanceo del buque, mecido por la marea, sentir palpitar el motor del cabrestante al izar a bordo una de nuestras anclas, alzar la vista y saber que las velas y los cordajes tenían ahora una misión que cumplir, ver a los hombres azacanearse de acá para allá, haciendo buen uso de sus viejos hábitos marineros, y tener la seguridad de que nuestro navío había recuperado la capacidad de hacer todo cuanto da sentido a la construcción de un barco. Baste decir que ese día habría resultado difícil encontrar en parte alguna una tripulación más dichosa".
Al día siguiente, el equipo cumplimentó una última y solemne tarea al erigir una sencilla cruz de madera pintada de blanco en la cima de Hut Point, a noventa metros de la cabaña del Discovery, en memoria de su camarada fallecido, el marinero George Vince. A cabeza descubierta, sus colegas escucharon en pie una plegaria leída por Scott. Vince fue la primera persona que murió en el estrecho de McMurdo, y la modesta inscripción grabada en la cruz sigue siendo visible en la actualidad.
Los tres buques zarparon finalmente de la Antártida el 19 de febrero de 1904, dos años y seis semanas después de que la dotación del Discovery avistara por primera vez el continente helado. Scott hablará del sentimiento de tristeza que se apoderó de él al alejarse de tan familiares paisajes, pero, tras un par de años de cautividad forzosa, los hombres estaban absolutamente encantados de volver a alta mar camino de la civilización.
Un mes y medio después, el 1 de abril de 1904, el trío de embarcaciones acostaba tranquilamente en Lyttelton. Corría el día de Viernes Santo y el clima era gratamente cálido, aunque más calurosa resultó ser aún la recepción que les brindaron las generosas gentes de Nueva Zelanda. Scott comenta que abrumaron a todos los presentes con una verdadera "avalancha de hospitalidad y una amabilísima acogida". Inmensamente aliviados al volver a pisar tierra firme, los aventureros se concedieron dos meses de un bien ganado descanso a fin de recuperar fuerzas antes de poner proa a Inglaterra.
Así las cosas, el Discovery se plantaba en la rada de Spithead, en el estrecho de Solent, el brazo de mar que separa la isla de Wight del resto de Inglaterra, el 10 de septiembre de 1904, para atracar definitivamente en los muelles de la Compañía Británica de las Indias Orientales, a orillas del Támesis, el 15 de ese mismo mes. Habían estado fuera tres años y un mes. En ese tiempo se había puesto fin a la guerra de los Bóeres, los hermanos Wright habían hecho el primer vuelo a motor de la historia y Rusia y Japón se habían enzarzado en un conflicto armado.
*Michael Smith nació en Londres en 1946 y escritor y periodista. A lo largo de su carrera se ha especializado en la historia de la exploración polar. La editorial Capitán Swing acaba de publicar su libro '
En 'Un héroe olvidado' Michael Smith narra la desconocida historia de Tom Crean, quien participó en tres grandes expediciones a la desconocida Antártida hace más de un siglo y fue uno de los pocos hombres que sirvieron tanto al Capitán Robert Scott como a Sir Ernest Shackleton. Pasó más tiempo en el hielo que cualquiera de ellos dos y sobrevivió a ambos.
Tom Crean estuvo a punto de perder la vida al romperse el hielo y caer dos veces en un mismo día a las gélidas aguas de las inmediaciones de Hut Point. En el primer incidente regresó al barco y tuvo la prudencia de cambiarse la ropa mojada por otra seca. Hecho esto, salió inmediatamente al exterior con unos esquíes, pero poco después volvieron a quebrarse las placas heladas, y esta vez faltó poco para que las consecuencias resultaran fatales.
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