Militares contra Franco, historia de una rebelión imposible en el ejército
El pequeño intento de conspiración contra el régimen que llevaron a cabo miembros de la clandestina Unión Militar Democrática (UMD) acabó siendo dinamitado en 1974-75
El 8 de septiembre de 1943 los generales Enrique Varela, Luis Orgaz, Alfredo Kindelán, José Solchaga, Fidel Dávila, José Monasterio, Andrés Saliquet y Miguel Ponte enviaron una carta a Francisco Franco en la cual le pedían al jefe del Estado que restaurara la monarquía una vez concluida la Guerra Civil.
Los viejos compañeros de armas, conspiradores del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, los mismos que se habían levantado contra el gobierno del Frente Popular elegido en febrero de ese año y que no tenían ningún programa político común, ni alternativa de gobierno pactada —como demostraba la misma carta que enviaban a Franco, elegido Primus inter pares— intentaban, inútilmente, desde la misma cúpula del ejército que se había rebelado contra la II República, una fórmula de gobierno que de alguna forma retrotrajera al país al 14 de abril de 1931, momento en el cual se proclamó la II República en las calles con la complicidad tácita de las fuerzas armadas, que no movieron un dedo para salvaguardar al jefe del Estado, el rey Alfonso XIII, según la Constitución vigente de 1876.
Fue notoria entonces la reacción del general José Sanjurjo Sacanell, en ese momento director de la Guardia Civil, que no movilizó al cuerpo para impedir que el resultado de unas elecciones municipales, —en las que las candidaturas republicanas ganaron en las capitales de provincia y en la mayoría de las grandes ciudades, pero no en el cómputo general de toda España—, desembocara en el movimiento popular que acabaría con el autoexilio de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República.
Tampoco el ejército impidió ese fervor popular, de forma que la Segunda República se proclamó sin apenas violencia, con fiesta en las calles. No solo lo había permitido Sanjurjo, sino que el general Queipo de Llano, que había intentado derrocar a la monarquía antes, con la cuartelada de 1930, y que sería nombrado después jefe del cuarto militar del Presidente de la República, se sumaría, sin embargo, posteriormente al golpe de 1936 y sería una pieza clave para el bando nacional en los inicios de la guerra y en la represión posterior en Andalucía. Queipo de Llano no firmó, en cambio, la carta contra Franco en el 43; primero porque no era monárquico y segundo, porque había sido fulminado mucho antes del ejército, en 1939, relegado a un puesto prácticamente de destierro en Roma por hacerle sombra precisamente a Franco.
Ahora, Xosé Fortes publica
Fortes, que era capitán de Infantería en los 60 y formó parte de ese intento de conspiración que fue dinamitado en 1974-75 —y cuyo mayor logro no pasó mucho más allá de las siglas—, tenía nueve años cuando Franco liquidó tras la guerra la oposición de los generales monárquicos, los mismos que le habían entregado el mando único del bando nacional tras la liberación del Alcázar de Toledo en septiembre de 1936, con la única oposición del general Miguel Cabanellas, que a la sazón era precisamente el jefe de la Junta Militar de los rebeldes por ser el más antiguo. Es conocido que la designación de Franco en ese momento como jefe del Gobierno y no solo como jefe del mando único, cambió la historia de España.
Después de la carta de los generales monárquicos en el 43, que supuso el verdadero movimiento de oposición al régimen por parte del ejército, nadie volvería a cuestionar en serio el liderazgo de Franco hasta la Unión Militar Democrática (UMD), poco antes de que el propio régimen se autoinmolara. El año 43 fue el punto de no retorno de la dictadura, dos años antes incluso de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, que no cambió nada a pesar de la condena internacional y del supuesto bloqueo, pues en realidad no impidió los acuerdos bilaterales de comercio con el grueso de los países de la Europa occidental. Como todo el mundo sabe ya no se pudo echar a Franco, que murió en la cama como jefe del Estado en 1975, respaldado por un ejército al que sin embargo maltrató.
Hay detalles interesantes sobre esto. Según explica en su nuevo libro Xosé Fortes, el ejército español se dividía en tres grupos en el momento en el que el jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas, el rey Juan Carlos I, inició el proceso de transición de la dictadura franquista hacia la democracia del 78: "Un grupo azul, reducido pero muy fanatizado, en el que destacaban los miembros de la División Azul, muchos de los cuales ocupaban altos cargos en el Movimiento, que mantenía estrechos contactos con lo que comenzaba a llamarse el 'búnker', defensores a ultranza del Régimen del 18 de Julio. Una aplastante mayoría que, siguiendo el consejo del general Francisco Franco ("no meterse en política"), hacía gala de apoliticismo, pero no regateaba su admiración por las gestas del Caudillo, al que profesaba una "adhesión inquebrantable". Su ideario político se resumía en los Principios del Movimiento, que el futuro rey acababa de jurar solemnemente ante las Cortes. Después de Franco, las instituciones. Este conglomerado estaba a su vez dividido generacionalmente en dos grupos: los "provisionales", procedentes de la contienda de 1936-1939, y los formados en la Academia General a partir de 1942. Los separaba la edad y la experiencia bélica, y quizá una menor o mayor tolerancia hacia ciertas reformas políticas, pero los unía un franquismo visceral. Y un tercer grupo, que nunca pasó de ser una pequeña pero influyente minoría, desencantado del franquismo o abiertamente antifranquista, de ideología democrática o socialdemócrata, preocupado por la transición pacífica hacia un régimen de libertades y justicia social y, al mismo tiempo, por la integración en Europa".
Xosé Fortes, que ya había publicado un libro anterior sobre los mismos acontecimientos,
Es tan evidente que el ejército vencedor dominó el estamento militar y que mostró una adhesión sin límites a Franco durante la dictadura, como que los principios del movimiento y la propia Falange no tuvieron realmente ningún peso en él, fruto de lo cual, a la muerte del dictador, la inmensa mayoría acató la autoridad del rey. Es más, serían esos oficiales, que copaban el ejército entonces —los provisionales—, los que efectivamente facilitarían el proceso, que ya no pudo alterar nadie, tal y como se demostró en el 23F, a pesar de las contradicciones de Zarzuela, que las tuvo.
La propia existencia de la UMD, que era anecdótica en el ejército, no se puede explicar tampoco por la cuestión de la oficialidad "provisional", como el autor insinúa, haciendo a un lado oficiales "buenos" —los que ingresaron en la academia después de la guerra— y los "malos" —los que provenían de la guerra y que fueron promocionando después— porque al fin quienes garantizaron la transición realmente fue el grupo de la centralidad que Fortes denomina "falsos apolíticos", que ciertamente lo eran, pero que no intervinieron en contra de ese proceso como no lo hizo Sanjurjo en el 31.
Por otra parte, el ejército franquista, tal y como explicaba el general Manuel Fernández Monzón Altolaguirre, no tenía ningún fanatismo en la posguerra sino que "más bien sufre un síndrome de enfado porque siempre se le pospone, porque siempre hay cosas más importantes que mejorar sus condiciones, siempre es un Ejército que cobra poco, que no tiene armamento, que no tiene nada, que carece de medios. Nadie pospuso más al Ejército ni hizo más recortes en sus presupuestos que Franco", señala Manuel Fernández Monzón Altoalguirre en
Con todo, tiene interés el relato de Fortes de la UMD, justo ahora que las inundaciones en Valencia han mostrado a las claras que si a alguien esperaban los ciudadanos, desesperados por la devastación de la riada, era a los soldados. Es conocido que los militares en España han tenido mala fama entre la izquierda, porque en el mejor de los casos se les identificaba siempre con Franco y la Guerra Civil y en el peor con una fuerza represiva por llevar uniforme. Es tan claro que eso ha cambiado, afortunadamente, como que responden precisamente a esos principios de la UMD, lo normal en una democracia.
El 8 de septiembre de 1943 los generales Enrique Varela, Luis Orgaz, Alfredo Kindelán, José Solchaga, Fidel Dávila, José Monasterio, Andrés Saliquet y Miguel Ponte enviaron una carta a Francisco Franco en la cual le pedían al jefe del Estado que restaurara la monarquía una vez concluida la Guerra Civil.