La epidemia de suicidios que en 1945 azotó Alemania con decenas de miles de muertos
El historiador alemán Florian Huber analiza ese fenómeno profundamente desconocido en 'Prométeme que te pegarás un tiro', libro que ahora se reedita en edición bolsillo. Hablamos con él
Elise Ramm se ahorcó en su piso. Albert Wollbrecht se tiró al río y murió ahogado. Oskar Günther, su esposa Elsa y su hermana Hedwig optaron por ingerir veneno, mientras que la hija del matrimonio prefirió cortarse las venas con unas cuchillas de afeitar. Gerhard Moldenhauer cogió su pistola y disparó a su mujer y a sus tres hijos, uno tras otro, y luego se pegó un tiro en la sien. Kurt Lisso, su mujer y su hija se quitaron la vida bebiendo unas ampollas de cianuro. Hubo incluso un abuelo que estranguló con sus propias manos a su nieto, un bebé de tan solo dos meses, antes de quitarse él mismo la vida.
Y así miles y miles de personas.
En 1945, cuando la II Guerra Mundial daba sus últimos coletazos y la derrota nazi era ya inminente, una auténtica oleada de suicidios sacudió a Alemania. No es sólo que en abril de ese año Adolf Hitler y otros cabecillas nazis se quitaran la vida. Millares de personas, de ciudadanos normales y corrientes, optaron también por darse muerte. "No conocemos las cifras exactas, es imposible saberlas, fue un momento muy caótico, y además estaba prohibido hablar de esos suicidios, la propaganda alemana no quería que se supiera que la población se estaba rindiendo. Pero lo que tenemos claro es que, como poco, fueron decenas de miles de personas las que se suicidaron en Alemania en cuestión de unos pocos meses", explica el historiador Florian Huber, quien ha estudiado a fondo el asunto y es autor de
Fue una auténtica epidemia de suicidios, que afectó a mujeres, hombres, niños, bebés, adolescentes, jóvenes, matrimonios, personas en la flor de la vida, jubilados, ancianos… Se quitaron la vida obreros, empleados, funcionarios, artesanos, médicos, farmacéuticos, amas de casa, viudas, empresarios, policías, profesores, directores, contables, pensionistas. Se suicidaron carniceros, carpinteros, señoras de la limpieza, gerentes, cocineros, tenderos, empleados de correos, poceros, sastres, ganaderos, guardas forestales… Gente de todas las edades, profesiones y clases sociales.
En Demmin, una ciudad de provincias en el nordeste de Alemania en la que vivían 15.000 personas (de las cuales 4.000 eran refugiados procedentes de otras localidades), se suicidaron unas 1.000 personas en tan solo tres días, entre el 30 de abril y el 2 de mayo de 1945. Cuentan que las madres hacían cola con sus hijos ante uno de los tres ríos que rodean la ciudad para ahogar a los niños y luego tirarse ellas al agua, con frecuencia con mochilas llenas de piedras a la espalda o atadas las unas a las otras para asegurarse la muerte. "Los niños, evidentemente, no querían morir, así que no solo hubo una epidemia de suicidios, sino también de asesinatos", explica el historiador, que calcula que el 30-40% de las muertes fueron de críos.
"La gente pensaba realmente que llegaba el apocalipsis, que no había futuro, que el cosmos se acababa. Llevaban 12 años en una férrea dictadura en la que los nazis les repetían sin cesar que era todo o nada, o se ganaba o se perdía completamente, o se vivía o se moría, sin término medio. Así que cuando quedó claro que los nazis iban a ser derrotados, la gente sintió que el mundo llegaba a su fin. Y a eso se añade el miedo a que la violencia se extendiera, a manos sobre todo de las tropas soviéticas", nos asegura Florian Huber por videoconferencia.
Demmin, escenario del mayor suicidio colectivo ocurrido en Alemania, constituye todo un ejemplo de ese terror a la violencia. La ciudad se encuentra rodeada por tres ríos, y cuando el Ejército Rojo entró en ella, todos los puentes fueron destruidos, de manera que la localidad quedó completamente aislada, no había modo de abandonarla. Además, era el 1º de Mayo, Día de los Trabajadores, fecha muy importante para los rusos, quienes querían celebrar esa festividad y también que Berlín estuviera a punto de caer. Durante tres días se dedicaron a beber todo el alcohol que encontraron (dicen que incluso colonia) y quemaron casas, violaron a mujeres, asesinaron a civiles… Y en esos tres días tuvo lugar la enorme oleada de suicidios.
Sólo en Berlín se estima que unas 10.000 mujeres se quitaron la vida tras ser violadas por soldados soviéticos. "El sentimiento de deshonor, de vergüenza, también fue un factor muy importante. El honor era algo muy importante para la ideología nazi, una mujer sin honor estaba condenada", continúa Huber. "Y aún otro motivo para explicar la oleada de suicidios, aunque a los alemanes no les guste hablar de ello: había un sentimiento generalizado de culpabilidad, de complicidad, porque la población alemana sabía lo que ocurría. Quizás no sabía los detalles, tal vez no sabía de la existencia de Auschwitz, pero sabía que algo terrible estaba sucediendo, todo el mundo lo sabía. Y, tras la derrota nazi, los alemanes tenían miedo a que hubiera venganzas y ajustes de cuentas".
Los suicidios se convirtieron así en algo contagioso, en una especie de virus que se fue propagando hasta alcanzar las dimensiones de auténtica epidemia. "La gente hablaba abiertamente de suicidarse, se preguntaban unos a otros: '¿Y tú cómo vas a hacerlo? ¿Vas a colgarte o vas a tomar veneno?'. Las conversaciones del día a día giraban con frecuencia alrededor de quitarse la vida. Los propios farmacéuticos ofrecían a la gente veneno, el tabú en torno al suicidio había caído completamente. Y hay rumores que apuntan a que el propio régimen nazi entregaba a la gente veneno para que se quitara la vida, aunque yo no he podido corroborarlo", añade Florian Huber.
Gerhard Jacobi, vicario de la Iglesia memorial del káiser Guillermo en Berlín, fue uno de los primeros en percatarse de la plaga de suicidios. De hecho, un domingo de principios de marzo de 1945, alertó a sus feligreses contra el que en ese momento consideraba el archienemigo del pueblo alemán: el suicidio. "En los últimos meses de la guerra, cuando Berlín ya estaba sitiado, Jacobi se dio cuenta de la enorme cantidad de suicidios que se estaban cometiendo y en sus sermones hizo llamamientos a los miembros de su comunidad a no quitarse la vida. Fue él quien acuñó el término ‘epidemia de suicidios’, el primero en hablar en esos términos", destaca Huber.
Sin embargo, y a pesar de las gigantescas dimensiones de los suicidios colectivos que registró Alemania en 1945, se trata de uno de los episodios menos conocidos de la historia europea del siglo XX. El propio Florian Huber admite que él mismo no sabía nada al respecto hasta hace sólo unos años. "Estaba leyendo
Lo que esa epidemia de suicidios revela también es lo fácilmente manipulables que podemos ser los seres humanos. "Debemos de estar alerta. La historia nos enseña muchas lecciones, y en Alemania estamos empezando a olvidar nuestra historia, ya no nos importa conocerla. Y si olvidamos la historia, podemos cometer los mismos errores que cometimos hace 80 años. Eso es algo que me aterroriza, y por eso debemos de seguir hablando de lo que ocurrió. Son lecciones que no podemos olvidar". Palabra de Florian Huber.
Elise Ramm se ahorcó en su piso. Albert Wollbrecht se tiró al río y murió ahogado. Oskar Günther, su esposa Elsa y su hermana Hedwig optaron por ingerir veneno, mientras que la hija del matrimonio prefirió cortarse las venas con unas cuchillas de afeitar. Gerhard Moldenhauer cogió su pistola y disparó a su mujer y a sus tres hijos, uno tras otro, y luego se pegó un tiro en la sien. Kurt Lisso, su mujer y su hija se quitaron la vida bebiendo unas ampollas de cianuro. Hubo incluso un abuelo que estranguló con sus propias manos a su nieto, un bebé de tan solo dos meses, antes de quitarse él mismo la vida.
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