Juan Ortega se canoniza en la plaza de México
La plaza del DF, tan propicia al temple y la emoción, aloja este domingo la confirmación del matador sevillano como remate de una temporada de plenitud y exuberancia
Tiene sentido acordarse René Lavand cuando el mago argentino decía a los espectadores que “no se podía hacer más lento”. Se refería a su manera de ralentizar los trucos de cartas que ejecutaba con la mano izquierda.
“No se puede hacer más lento” le serviría de lema y de escudo a la tauromaquia de Juan Ortega, especialmente ahora, cuya temporada se expone a la confirmación de alternativa en la plaza de toros de México.
No hay otro ruedo del planeta donde se aprecien mejor la despaciosidad y el temple, ni idiosincrasia más propicia para un torero que se caracteriza por la estética, la plasticidad y la tauromaquia de cadencia y de pasmo.
Se explica así el periodo de preparación y de concienciación con que Juan Ortega se ha preparado para el acontecimiento. Ya viajó a México para torear en otras plazas de menor jerarquía -Monterrey, Morelia, Juriquilla- y lo hizo en el templo mayor de Aguascalientes, precisamente para familiarizarse con la sensibilidad del público y para aprender las diferencias del toro mexicano.
La clave es el temple, un rasgo identitario de la tauromaquia de Juan Ortega y un camino de virtud cuyas propiedades explican la expectación del domingo en la plaza más grande del mundo (50.000 espectadores).
Será el maestro azteca Juan Pablo Sánchez el padrino de la confirmación, comparece como testigo Diego Silveti y se lidian ejemplares de Montecristo, aunque la mejor noticia para la serenidad de Ortega consiste en su propia madurez y en la inercia de una temporada extraordinaria.
Le hacía falta al matador sevillano legitimarse en una plaza de primera categoría. Por esa razón revistió tanta relevancia la faena de asombro y de pasmo que Ortega se cobró a orilla del Guadalquivir el 15 de abril. Necesitaba las dos orejas del ejemplar de Domingo Hernández, pero más todavía postularse como favorito de La Maestranza. Ortega se “durmió” con el capote. Y concibió un trasteo de indescriptible despaciosidad.
“No se puede hacer más lento”, hubiera dicho René Lavand de haberse personado en la Feria de Abril, aunque la tauromaquia del matador trianero no aloja otros trucos que la sensibilidad, el empaque y el valor.
Porque hace falta mucho valor para embraguetarse tan despacio. Y Ortega ha sido capaz de hacerlo en la mejor temporada de su carrera. Lo demuestran las estadísticas -47 tardes, 37 orejas- y lo prueban las tardes felices en Santander, Huelva, Almería, Bilbao, Bayona, Málaga, Albacete o Guadalajara, entre otros ejemplos de la insólita regularidad.
Insólita quiere decir que los toreros de arte acostumbran a emplearse con altibajos. Ortega los ha tenido con la espada, pero ha conservado la constancia y el interés gracias al magisterio del capote -la plenitud de la verónica- y a la fertilidad en la torería y el detalle.
Le hacía falta a Ortega reconocerse en una temporada de semejante enjundia. Y le hacía falta a la tauromaquia la confirmación de un matador provisto de tanta clase y capacidad artística, más todavía cuando Morante de la Puebla amaga con retirarse y cuando la “tiranía” de Roca Rey ha puesto a cavilar a los toreros de arrojo y apreturas.
La explosión mayúscula de Ortega se precipita 10 años después de haber tomado la alternativa
Ortega es diferente. Una especie protegida. Y un caso bastante anómalo por la manera en que ha ido adquiriendo los entorchados de primera figura. Porque estaba más o menos desahuciado. La alternativa en Pozoblanco de manos de Enrique Ponce (2014) no le concedió demasiada continuidad. Hizo bien en terminar los estudios de ingeniero agrónomo y en aceptar una oportunidad desesperada en Las Ventas el 15 de agosto de 2018.
La oreja que arrancó al toro de Valdefresno le puso en órbita, tanto como lo hizo una faena excepcional cobrada en Linares en la anomalía de la pandemia (2020). Las cámaras de Movistar documentaron el acontecimiento. Y sirvieron de pretexto al relanzamiento de una carrera que parecía condenada a la marginalidad o la condescendencia del “buen ambiente”. De hecho, la explosión mayúscula de Ortega se ha precipitado diez años después de haber tomado la alternativa.
De acuerdo que Ortega nació en Triana hace 34 años, como Belmonte y Emilio Muñoz, pero se hizo torero en el patio de los califas. Y fue en Córdoba también donde amanecieron sus condiciones. Ha llegado la hora de “confirmarlas” en la plaza que glorificó a Manolete. Y que puede transformar la tauromaquia de Ortega, como si todavía fuera posible hacerlo más lento.
Tiene sentido acordarse René Lavand cuando el mago argentino decía a los espectadores que “no se podía hacer más lento”. Se refería a su manera de ralentizar los trucos de cartas que ejecutaba con la mano izquierda.
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