'Celeste': Hacienda son los buenos
Este viernes se estrenan los dos últimos capítulos de 'Celeste', la serie de Movistar+ inspirada en un caso cualquiera de una celebridad -pongamos, Shakira, así al azar- contra el fisco
Resulta que en España también pasa como en las películas noir del Hollywood clásico; los códigos básicos del género comienzan por un agente al borde de la jubilación, en su último día de servicio, que o recibe un encargo postrero o una ráfaga de balazos que lo mandan a la tumba. En el caso de Celeste, la nueva serie de Movistar+, a Carmen Machi -a su personaje, más bien- le aguan el retiro con la gran misión de su carrera, casi al límite del pitido final. Pero Sara (Machi) no es un P.I. de una novela de Hammett; aunque bebe whisky -"del japonés, del que sabe bien"-, ni tiene que resolver la muerte de un mafioso o encontrar a una damisela en apuros. O sí. Sara es una funcionaria de Hacienda, la segunda mejor de su promoción, a la que en tiempo de descuento le piden que resuelva un posible delito fiscal de más de veinte millones de euros, cometido por una de las cantantes más famosas de la música latina, Celeste (Andrea Bayardo), un trasunto de una estrella del perfil de, por decir alguien al azar, Shakira.
Dice el personaje de Manolo Solo, el paparazzo Tony, que el español común prefiere encontrarse un bulto en la ingle que una notificación de la Agencia Tributaria en el buzón. En época en la que el "Hacienda somos todos" ha quedado desfasado, Diego San José -guionista y creador de la serie, que estrena sus últimos dos capítulos este viernes- ha tenido la osadía de proponer como héroe de su historia al empleado público más temido del sistema. Imagino el pitch de venta a los directivos de Movistar+: "ésta es una serie en la que Hacienda son los buenos". Rompedor, cuando menos. En un fin de semana en el que me debatía entre escribir sobre Bird, el último film de Andrea Arnold, y Por donde pasa el silencio, de Sara Romero, dos odas a la resiliencia dentro de familias disfuncionales y muy buenas películas para quienes prefieran salir de casa y sentarse en una butaca, una notificación de la Agencia Tributaria llegada a última hora del miércoles a mi buzón de Gmail -¡malditas trimestrales!- me ha hecho decantarme por la serie de San José. Para que no se diga de rencor.
Con San José, Daniel Castro y Oriol Puig Playà en los guiones y Elena Trapé en la dirección, Celeste reimagina la figura del burócrata como un antihéroe del cine negro, encima mujer, que debe espiar a la cantante evasora fiscal para demostrar que ha pasado en España más de la mitad de los días que tiene un año, para así obligarla a tributar en la Hacienda patria. Al comienzo de cada uno de los seis capítulos, la presentación de los personajes juega al contraste: mientras Celeste lleva una vida de glamur y lujo, ofreciendo conciertos y rodando videoclips, Sara es la reina de los hombres grises de Momo, de los archivadores de anilla y los burofaxes. El universo colorido y chillón de Celeste se enfrenta a la monocromía deslavada del Ministerio de Hacienda.
Como una Germán Areta con falda ejecutiva, a Sara le atormentan varias cuestiones de su pasado y su vida privada -de nuevo, el código del género-: el caso de desfalco millonario de un futbolista, que no pudo probar, y la muerte de su marido -también inspector de Hacienda- dos años atrás, al poco de empezar a disfrutar de su jubilación. Y como los buenos noirs, a la protagonista la rodean personajes de los bajos fondos -lo bajos que pueden ser para un funcionario público de escrupulosa rectitud-, entre los que se encuentra el paparazzo Tony (Manolo Solo) y Aaron (Marc Soler), un fanático al que la cantante ha puesto una orden de alejamiento. Y como ayudante, Sara cuenta con Dani (Clara Sans) una inspectora que acaba de conseguir la plaza, que también fue la segunda mejor de su promoción y que ansía un caso que supere "los cuatro dígitos".
Nunca la burocracia dio para tanto suspense. Porque la historia de Celeste tiene un ritmo sorprendentemente trepidante para una serie de despachos. Y es que Machi consigue que empaticemos con la acartonada Sara, que a medida que pasan los capítulos se desencorsetará y se desprenderá de tres décadas de profesión en la que se ha acostumbrado a ser la más odiada de la fiesta. Maravillosa la secuencia del karaoke. Contenida, incapaz de dejarse llevar por los sentimientos, Sara buscará su reflejo en el anverso del espejo, Celeste, como Batman encuentra su terapia en la persecución del Joker.
Sara cree conocer a Celeste porque "las facturas no mienten", pero quizás tantos años encerrada entre legajos la ha distanciado de la joven emocional que un día fue. Además, las facturas también la ayudan a descubrir una parte de su vida que desconocía. Sara, además, percibe un mundo dividido exclusivamente entre tributadores y defraudadores, sin atender a los matices y las aristas de las personas, que tienen entidad más allá de la de ciudadano.
Ya se aventuró Diego San José a indagar en el reverso patético de la política con Vota Juan, protagonizada por Javier Cámara en el papel de un ministro de Agricultura con apetencias presidenciales. Acostumbrados a la narrativa política de House of Cards o El lado oeste de la Casa Blanca -parece que los propios políticos intentan reproducir hoy los dejes de la ficción sorkiniana, en vez de al revés-, Vota Juan bajaba a tierra la hipérbole gubernamental, consistente la mayor parte del tiempo más bien en comer yogures caducados que en desembarcar en Normandía.
En Celeste, manteniendo la mirada costumbrista y peripatética -por lo de caminar mucho y hablar otro tanto-, San José da la vuelta al concepto. ¿Y si el oficio más aburrido y menos recompensatorio del mundo -para el alma humana, otra cosa es para las arcas estatales- fuese, en realidad, emocionante? Celeste, a pesar de ser una comedia, no está escrita como tal, con gags de reírse a mandíbula batiente. Es más bien una ocurrencia agridulce, ingeniosa y que basa su humor en la ironía y la paradoja. Sus personajes están rotos, incompletos, conformes con una vida que no es exactamente la que quieren. Todos desean ser otra persona, y en la manía persecutoria de Sara hay algo de aspiracional, de frustración con una vida no disfrutada. En el personaje de Tony también es evidente, con esas reflexiones sobre una soledad elegida que no es tal.
Una comedia sin carcajadas y un thriller sin tiroteos. La serie juega a darle la vuelta a las presunciones de sus personajes, pero también el espectador. La mayoría de cosas -y de personas- no suelen ser exactamente lo que parecen. E incluso Panamá, el paraíso fiscal más detestado por los funcionarios de Hacienda, puede cambiar de significado con un cambio de perspectiva, simplemente dejando atrás la palabra fiscal. Y no olviden: Hacienda son, casi siempre, los buenos.
Resulta que en España también pasa como en las películas noir del Hollywood clásico; los códigos básicos del género comienzan por un agente al borde de la jubilación, en su último día de servicio, que o recibe un encargo postrero o una ráfaga de balazos que lo mandan a la tumba. En el caso de Celeste, la nueva serie de Movistar+, a Carmen Machi -a su personaje, más bien- le aguan el retiro con la gran misión de su carrera, casi al límite del pitido final. Pero Sara (Machi) no es un P.I. de una novela de Hammett; aunque bebe whisky -"del japonés, del que sabe bien"-, ni tiene que resolver la muerte de un mafioso o encontrar a una damisela en apuros. O sí. Sara es una funcionaria de Hacienda, la segunda mejor de su promoción, a la que en tiempo de descuento le piden que resuelva un posible delito fiscal de más de veinte millones de euros, cometido por una de las cantantes más famosas de la música latina, Celeste (Andrea Bayardo), un trasunto de una estrella del perfil de, por decir alguien al azar, Shakira.