El artista que te muestra lo que no ves en una gran velada de boxeo (y es pura política)
Llega al Guggenheim de Bilbao la exposición más extensa en Europa dedicada al estadounidense Paul Pfeiffer, una de las figuras más importantes del videoarte en la actualidad. Es una muestra muy atractiva
Imagine una pelea de boxeo en la que no ve a los dos boxeadores, solo el ring, el árbitro y el público enardecido mientras la cámara sigue la imagen como si los dos deportistas estuvieran en ella. Le va a desconcertar. Imagine también que un trofeo se mueve solo, como flotando, tirado por hilos invisibles mientras se produce una gran celebración a su alrededor. Imagine a otro boxeador lanzando puñetazos a nadie. Imagine que entra en una habitación en la que solo puede escuchar el sonido que produjo la gran vibración colectiva durante la final de la Copa del Mundo de fútbol de 1966, que acabaría ganando Inglaterra. No ve absolutamente nada del encuentro, pero está en él. O más bien, está entre la gente viviendo la euforia grupal. Y todo eso tiene un significado que va más allá de lo que usted ve: un evento multitudinario, colectivo, tiene, reafirma el artista estadounidense Paul Pfeiffer, un mensaje político.
Estas son las propuestas artísticas que desde hace 25 años investiga Pfeiffer (Honululu, Hawai, 1966) quien, si no lo conoce, es uno de los más renombrados artistas del videoarte y la instalación en la actualidad. Tan potente que ya hay exposiciones retrospectivas como la que hace un año se presentó en el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles y que ahora llega al Guggenheim de Bilbao en la que es la más extensa dedicada al estadounidense en terreno europeo —una treintena de obras—y que tiene el título de Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad. Ha contado con el patrocinio del BBK, se inaugura este 30 noviembre y se podrá ver hasta el 16 de marzo de 2025.
Pfeiffer es un investigador de cómo percibimos los grandes eventos de masas, los mega conciertos, los superencuentros deportivos como los partidos de la NBA, las veladas de boxeo en enormes pabellones o las finales de fútbol. También el cine, el que fuera la gran fábrica de los sueños, sobre todo en los años dorados de Hollywood, con superproducciones como Los diez Mandamientos, que tiene su importancia en esta exposición. Y el efecto que producen las celebridades en todos nosotros. Y para todo ello juega con la imagen desde que empezó a juguetear con lo digital en los años noventa. De hecho, esta muestra es también todo un recorrido por cómo han cambiado las tecnologías de la imagen y el sonido en estos últimos 25 años, que no ha sido poco. Imagine aquellos primeros Photoshop, QuarkXxpress o el Premiere como los primigenios programas de edición. Aquí también podrá ver cámaras que hace años fueron descatalogadas del mercado.
La unión de la política y la estética
Es esta una exposición conceptual y abstracta, pero asequible para el espectador medio. Por un lado, porque va a reconocer los eventos musicales, deportivos, artistas y deportistas. Segundo, porque espacialmente está muy bien contada. Y tercero porque el mensaje es bastante inteligible (y, de alguna manera, nos lo inoculan cada día con todo tipo de imágenes). Pfeiffer se detiene en una idea primordial y es que “la política y la estética se piensa que son cosas diferentes, pero no, en realidad, se solapan entre sí”, afirmó el propio artista este jueves durante la presentación. Puso un ejemplo básico: los mítines políticos en el Madison Square Garden. Trump celebró el último de su campaña allí, creando un espectáculo brutal y enardeciendo a su votante convencido. Y hace noventa años una gran cineasta como Leni Riefenstahl también se dio cuenta de ello. En los grandes eventos, la experiencia individual es también colectiva, eufórica. Y eso, como también explicó Marta Blàvia, la curadora del Guggenheim, deviene en “una sensación de unidad que remarca una identidad colectiva compartida que puede ser la identidad nacional, política, religiosa”.
Ahí está también esa representación del nacionalismo en la arquitectura —esta exposición tiene mucho de lo arquitectónico por los espacios— de un estadio que tanto partido le sacó el fascismo. Ese sentimiento “nacionalista” que puede ser, simplemente, el apoyo a tu equipo favorito o ir a ver a Taylor Swift, como dos ejemplos que puso la comisaria norteamericana Clara Kim. “Lo que hace al fin y al cabo la obra de Paul es mostrar la colectividad en un tipo de arquitectura tan específica como es el estadio. Allí es donde se reúne la gente. Paul muestra la importancia de la experiencia colectiva”.
Pfeiffer: “La política y la estética se piensa que son cosas diferentes, pero no, en realidad, se solapan entre sí"
El estadio, tan fundamental en la obra de Pfeiffer, es el verdadero cuerpo político. La reflexión que uno puede hacerse es automática: ¿Es acaso lo mismo ir a un gran concierto para 90.000 espectadores que a un encuentro íntimo con el artista y cien personas?
Las grandes masas
Pero entremos en la exposición, que comienza con imágenes en miniatura y termina con una pantalla gigante en la que se retransmite un partido de fútbol americano del que solo veremos a la banda de música, a las cheerleaders y a los comentaristas deportivos. Es verdad que es una muestra muy americana en el sentido de que casi todos los espectáculos proceden de EEUU. La cultura pop que nos ha llegado. Quizá hasta ahora. No obstante, la mirada de Pfeiffer procede de Hawái y de Filipinas, donde transcurrió su infancia, así que es un arco algo más amplio.
Lo que se puede ver al principio son diminutos monitores de LCD y proyectores CPJ en donde se observan algunas de sus piezas míticas como La larga cuenta (2000-2001) donde, sin sonido, se emite una pelea de Muhammed Ali en la que en realidad no se le ve, sino que está camuflado en un proceso de edición que, como dijo la comisaria Clara Kim, ahora es sencillo, pero no lo era tanto a comienzos de los 2000. Había que ir fotograma a fotograma. Después destacan también las fotografías Los cuatro jinetes del apocalipsis (2000-hasta hoy) en enorme formato y en la que se ve a un jugador haciendo gestos… sin el resto de jugadores en la cancha. En las propias imágenes se nota la evolución tecnológica y otros aspectos de la cotidianidad, como el humo que envuelve algunas imágenes antiguas. La explicación es sencilla: antes en los partidos se podía fumar.
Pasamos de sala y vemos a ese boxeador que pelea solo o esa copa que se levanta sola… en televisores que pertenecieron a las cárceles de EEUU. Son las que compran los presos en prisión. Pfeiffer se hizo con ellas en eBay. Lo más llamativo es que el cuerpo catódico es transparente. De pasajes más convencionales llegamos a otros más teatrales, casi como platós de cine o televisión donde se ve una imagen del Cross Hall de la Casa Blanca y un diorama o la miniatura Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad con Cecil B De Mille intentando entrar o salir en bucle de un escenario —Pfeiffer también fue un precursor de los GIF—. “El bucle tiene un sentido psicológico, ya que muestra la presencia de un estado depresivo. Es algo que tienes en tu mente e intentas que se vuelva atrás y se vaya, pero vuelve una y otra vez para molestarte. Es algo que te incomoda y vuelve sobre ti. También en la ciencia conductual el bucle es el método para que la mente lleve a cabo un recableado, un replanteamiento de lo que hacemos”, explicó Pfeiffer.
Una de las piezas más potentes de la muestra es En directo desde Neverland (2006) que muestra el discurso exculpatorio que ofreció Michael Jackson cuando fue acusado de abusos sexuales a menores, mientras un coro de niños es el que va recitando ese discurso. El solapamiento entre el rostro de Jackson y las voces de los niños crea un efecto absolutamente brillante y del que Jackson no sale nada bien parado. El arte como denuncia.
También es enormemente llamativa Autorretrato como fuente (2000), una ducha gigante como plató donde se pudo grabar la escena de Psicosis, de Hitchcock. Está la ducha y un televisor en el que aparecen los distintos planos de la película… sin la actriz. “Y la bañera es algo más grande, lo que crea un efecto desestabilizante. Muestra qué tipo de imágenes estamos heredando”, señaló Paula Kroll, asistente curatorial.
Finalmente, se accede a las dos grandes piezas que juegan con la imagen y el sonido. Una de ellas es Los santos (2007), ese partido de Copa del Mundo entre Inglaterra y Alemania del que solo se puede escuchar el sonido. Pero tiene truco: no es el sonido original, sino que son las voces de filipinos en un cine Imax de Manila mientras veían este partido por una pantalla en 2006. Ahí el artista juega con muchas cosas: el mensaje de la euforia, pero también el poder del ventrilocuismo con dos geografías y espacios temporales diferentes con un resultado impactante.
La última instalación es Rojo, verde, azul (2022), esa inmersión sensorial —siempre se pueden hacer exposiciones inmersivas para bien— en un partido de fútbol americano de la Universidad de Georgia. Pantalla gigante y unas gradas que vibran y que hacen sentir al espectador la fuerza del sonido que escucha. Y esa sensación de euforia que puede ser también la de rechazo al grupo y las ganas de no estar ahí en esa experiencia colectiva.
Es una exposición disfrutable. No facilona, porque nunca el videoarte lo es, pero sí muy apta para un público con interés en descubrir algo distinto. Paul Pfeiffer, reconocidísimo en EEUU (con exposiciones en el Whitney de Nueva York y los más grandes museos), entra bien en Europa a través del Guggenheim de Bilbao. La pasión deportiva, el gran evento siempre gusta. Y más en una época de volver a las grandes masas como la nuestra.
Imagine una pelea de boxeo en la que no ve a los dos boxeadores, solo el ring, el árbitro y el público enardecido mientras la cámara sigue la imagen como si los dos deportistas estuvieran en ella. Le va a desconcertar. Imagine también que un trofeo se mueve solo, como flotando, tirado por hilos invisibles mientras se produce una gran celebración a su alrededor. Imagine a otro boxeador lanzando puñetazos a nadie. Imagine que entra en una habitación en la que solo puede escuchar el sonido que produjo la gran vibración colectiva durante la final de la Copa del Mundo de fútbol de 1966, que acabaría ganando Inglaterra. No ve absolutamente nada del encuentro, pero está en él. O más bien, está entre la gente viviendo la euforia grupal. Y todo eso tiene un significado que va más allá de lo que usted ve: un evento multitudinario, colectivo, tiene, reafirma el artista estadounidense Paul Pfeiffer, un mensaje político.