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'Nada': el notable intento de llevar al teatro a Carmen Laforet (que se hace larguísimo)
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En el María Guerrero hasta el 22 de diciembre

'Nada': el notable intento de llevar al teatro a Carmen Laforet (que se hace larguísimo)

El montaje no cuaja porque han decidido meter mucho texto de la novela lo que le resta muchísimo dinamismo y muchísimo riesgo. Les ha faltado ser un poco más punkis

Foto: De izquierda a derecha, Julia Rubio como Ena y Júlia Roch como Andrea en 'Nada'. (Bárbara Sánchez Palomero)
De izquierda a derecha, Julia Rubio como Ena y Júlia Roch como Andrea en 'Nada'. (Bárbara Sánchez Palomero)

No es nada fácil llevar al teatro la novela Nada de Carmen Laforet. Al menos no debe serlo porque hasta ahora nadie lo había hecho. Han tenido que ser Beatriz Jaén en la dirección y Joan Yago en la adaptación los valientes que se han atrevido 80 años después de la publicación del libro. Ambos tienen buenas trazas (son los culpables de la fantástica Breve historia del ferrocarril español, por ejemplo). Y han hecho una propuesta con hallazgos magníficos. Una escenografía espectacular con esa recreación de un piso barcelonés en la posguerra -con todas las posibilidades que te da la sala grande del María Guerrero, del Centro Dramático Nacional-, y unos actores de lujo -sobre todo las dos protagonistas, Júlia Roch y Julia Rubio como Andrea y Ena-. Y, sin embargo, ay, el texto… demasiada lectura dramatizada y… demasiado largo.

Laforet publicó Nada en 1945 y ganó el premio Nadal en 1944, entonces uno de los galardones literarios más prestigiosos. Solo tenía 23 años y narraba la historia de Andrea, una chica de 18 años huérfana que en 1939, con la guerra aún calentita, llega a la calle Aribau de Barcelona donde vive parte de su familia: su abuela, su tía Angustias, sus dos tíos, Juan y Román y la novia del primero, Gloria, más el bebé que tienen y la criada. Esos pisos del centro de las ciudades que ahora tienen un alquiler impagable y que en aquella época vivían siete personas. Andrea llega para estudiar en la universidad y se encuentra con una ciudad arrasada no solo en lo físico sino también en lo espiritual y existencial. Nada es, precisamente eso, la nada, la devastación moral que produce una guerra. En ese sentido, tampoco es una novela fácil ni un bestseller que se lee en tres tardes. Hay que aplaudir que en 1944, en plena posguerra y con el régimen en total centrifugación, le dieran tan importante galardón y colocaran en el top de las letras españolas a una chica tan joven y con una novela tan moderna -mucho más que mucho de lo que se publica hoy-. Un lugar donde, por otra parte, y pese a que después Laforet no consiguió otro libro de esa envergadura y ni tampoco tuvo una vida personal sencilla, continúa.

La modernidad de la novela reside en el despertar de Andrea a la vida en medio de toda la catástrofe. Y con todas las perturbaciones que suscita. Porque esto de la vida no es nacer, reproducirse y morir como las cucarachas. La vida es compleja y las relaciones humanas son complejas. No es que Andrea sea rara, sino que Andrea no se queda en lo obvio, lo convencional, lo marcado. Si por un lado está esa oscura casa donde se suceden los gritos y la violencia con esa buhardilla en la que vive el seductor tío Román, por el otro está la universidad, los amigos, la libertad y esa nueva amiga, Ena, ante la que Andrea caerá rendida por su forma de ser más descarada, por la familia tan libre que tiene, por ser todo lo que ella cree que no tiene. La novela es una profundísima historia de amistad que a veces también se interpreta como una historia de amor. Puede ser también. Y qué más daría.

placeholder La escenografía y el uso de la pantalla es de lo más interesante de la obra. (Bárbara Sánchez)
La escenografía y el uso de la pantalla es de lo más interesante de la obra. (Bárbara Sánchez)

Vayamos ya concretamente a la adaptación teatral. Hay que decir que todo esto está. Tenemos la casa y una ambientación estupenda en cuanto al mobiliario, la luz tenue, el vestuario gris de aquel 1939. Y además, con esas dos estancias en dos pisos que demuestran los recursos que tiene un teatro público (y que para eso están). Tenemos la parte de los amigos, poetas pijos, de clase bien, que quieren dedicarse a escribir y no dar ni palo (y se lo pueden permitir) y que logra ser mucho más colorida que la parte anterior (¡y hay hasta un coche!). Tenemos una música (estupendo una vez más Luis Miguel Cobos) que nos lleva del charlestón de la clase alta a la más instrumental y triste de la calle Aribau.

Y tenemos a unos actores que, aunque algunos peguen gritos de más (más que recitar parece que están chillando en un descampado), hay otros por los que ya merece la pena estar en el patio de butacas. Júlia Roch como Andrea y Julia Rubio como Ena están fantásticas y ambas comparten escenas con muchísima sintonía. Te crees su amistad y su punto de enamoramiento -hay cosas que no se inventaron antes de ayer- en esa España tan gris y tan rancia que les tocó vivir. Y también sobresalen Carmen Barrantes como Angustias, Laura Ferrer como Gloria y Amparo Pamplona como la abuela. Como apunte: muy buena idea la de la pantalla con los vídeos de Margo García.

placeholder Amparo Pamplona, Laura Ferrer y Júlia Roch en un momento de la obra. (Bárbara Sánchez)
Amparo Pamplona, Laura Ferrer y Júlia Roch en un momento de la obra. (Bárbara Sánchez)

Pero el montaje no cuaja. Y no lo hace porque han decidido meter mucho texto de la novela lo que le resta muchísimo dinamismo y muchísimo riesgo. De hecho, Júlia Roch debe tener una memoria prodigiosa porque nos narra parrafazos enteros. Muchas veces, además, recita el texto cuando estamos viendo la escena a la vez lo que se hace un poco cargante. Y eso que el texto elegido suele ser bellísimo - es una novela con pasajes preciosos y tremendos- , pero para que te lean, si no es una lectura dramatizada, no se va al teatro. Por otro lado, han intentado meterlo todo y al final lo que le pasa a la obra es que queda como una maleta llena hasta el tope que cuesta cerrar. Tiene otro hándicap: a las casi dos horas hacen un descanso y cuando vuelven a subir el telón la última hora… se hace eterna.

Con todo, se agradece el intento, pero les ha quedado una obra más literaria que teatral. Les ha faltado ser un poco más punkis. Y, al salir, es inevitable hacerse la pregunta: ¿hacía falta esta adaptación?

No es nada fácil llevar al teatro la novela Nada de Carmen Laforet. Al menos no debe serlo porque hasta ahora nadie lo había hecho. Han tenido que ser Beatriz Jaén en la dirección y Joan Yago en la adaptación los valientes que se han atrevido 80 años después de la publicación del libro. Ambos tienen buenas trazas (son los culpables de la fantástica Breve historia del ferrocarril español, por ejemplo). Y han hecho una propuesta con hallazgos magníficos. Una escenografía espectacular con esa recreación de un piso barcelonés en la posguerra -con todas las posibilidades que te da la sala grande del María Guerrero, del Centro Dramático Nacional-, y unos actores de lujo -sobre todo las dos protagonistas, Júlia Roch y Julia Rubio como Andrea y Ena-. Y, sin embargo, ay, el texto… demasiada lectura dramatizada y… demasiado largo.

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