El mundo es un asco completo: Schopenhauer tenía razón
La biografía del filósofo alemán escrita por el experto Luis Fernando Moreno Claros se adentra en la figura del hombre y su caracter atormentado, insatisfecho y resentido que tan bien se puede reconocer en el mundo de hoy
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Si usted hoy abre un periódico o entra en una red social es muy probable que el primer pensamiento que tenga del día sea: el mundo es un asco y está lleno de impresentables. Bien, antes de usted eso ya lo pensó Arthur Schopenhauer (1788-1860) e incluso creó todo un sistema filosófico con ello en
Con permiso de los estoicos grecolatinos y de otros contemporáneos como Nietzsche y Kierkegaard, dio con la tecla actual hace siglo y medio -la amargura, el enfado, la insatisfacción- y por ello es uno de los grandes clásicos que se sigue leyendo hoy en día y no solo en el mundo académico. Por supuesto, nada más darse cuenta de todo esto el creador del concepto de la Voluntad se sentiría arrebatadoramente encantado consigo mismo.
Todo esto se deduce de la lectura de la
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“Ser pesimista es ser realista ahora mismo. Porque, ¿qué motivos hay para que uno esté contento? Pues los que uno mismo tenga, ya que los que el mundo te da no parecen muy agradables si se abre cualquier periódico”, comenta Moreno Claros a este periódico por teléfono. El pesimismo del alemán era, además, metafísico: por mucho que cambiaras o intentaras cambiar las cosas te ibas a topar con que el mal está siempre ahí, ya que es, precisamente, la voluntad, ese deseo de tenerlo todo y ser mejor que el otro, lo que conduce a que esto sea un infierno.
Por tanto, solo queda una puerta de salida: “Él pensaba que la felicidad estaba en uno mismo. Viene a decir: teóricamente y metafísicamente el mundo es terrible, pero nosotros, si seguimos unas reglas de vida adecuadas, podemos incluso ser felices dentro de esa infelicidad general. No puedo esperar que la felicidad me la dé el mundo porque el mundo lo único que me va a dar son disgustos. Y de los seres humanos no podemos esperar nada bueno porque todos son malísimos”, resume Moreno Claros con bastante claridad. Desde luego, el simpático de la fiesta Schopenhauer no era.
No hay que correr mucho para darse cuenta que esto es una defensa descarnada del individualismo que hoy ha inoculado casi por completo al mundo occidental. Ande yo caliente y ríase la gente. “Totalmente. Schopenhauer era un individualista absoluto. No creía en ningún tipo de colectivo ni nada de eso”, señala Moreno Claros. De hecho, es hasta gracioso el capítulo en el que cuenta cómo vivió con pavor las revoluciones liberales de 1848 en Fráncfort pensando que los revolucionarios iban a entrar en su casa a quitarle todo y hacerle cualquier cosa.
"Ser pesimista es ser realista ahora mismo. Porque, ¿qué motivos hay para que uno esté contento? Pues los que uno mismo tenga"
En esta época, además, había leído -¡en español!- a su alma mater, Baltasar Gracián. El Criticón (con ese título ya se adivinan cosas) se convirtió en su libro de cabecera y en el texto que mejor plasmaba lo que él pensaba. Gracián, ese fraile español del siglo XVII, fue su burbuja de Twitter. “Es una novela totalmente pesimista y eso le encantó porque hay críticas al mundo, la sociedad, los seres humanos… Y coincidía con lo que Schopenhauer pensaba. Fue quien tradujo al alemán su libro sobre las reglas con las que hay que vivir en este mundo y lo hizo tan bien que mucha gente pensaba que era un libro suyo”, comenta el experto.
El primer budista occidental
A pesar de su insistencia en que vivimos en el peor de los mundos posibles, en lo malos que somos todos, y en que no hay Dios que te salve, su pensamiento ético es llamativo y además ofrece un cierto consuelo, una cierta espiritualidad. Él insistía en la empatía, en la necesidad de llevarnos todos bien porque todos somos hermanos y estamos hechos de la misma pasta, y en que esa será la única forma en la que acabarán todas las guerras. Un pensamiento medio hippie y que décadas después de muerto, ya en el siglo XX, atrajo a muchísimas personas interesadas en el movimiento pacifista.
No hay que olvidar, y Moreno Claros lo recalca bastante en la biografía, el interés que Schopenhauer tuvo por el budismo, lo cual ayuda a aclarar esta aparente contradicción. En el siglo XIX se empezaron a traducir los primeros textos del sánscrito y el alemán, que había rechazado al Dios cristiano -ahí afuera no sabemos lo que hay, decía- se interesó bastante por esta religión que no ofrecía a ningún Dios, pero sí te garantizaba la inmortalidad del alma y también te daba una serie de reglas para estar más o menos feliz contigo mismo. Lo que el alemán hubiera disfrutado sabiendo las peregrinaciones que hay hoy a la India y la pasión por el yoga y la meditación. En el fondo es otra vuelta de tuerca del individualismo.
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“Es el primero que se da cuenta de que su filosofía tiene mucho que ver con el budismo. Schopenhauer dice lo mismo que los budistas. Hasta le llamaban el Buda de Fráncfort. Es que cuando uno pierde la fe en el Dios cristiano uno puede creer en muchas cosas, que decía Chesterton, y el budismo atrajo a muchas personas porque es una religión sin Dios, pero te da mucha confianza en la inmortalidad. No te dice nada de ir al cielo, que eso suena más a cuento, sino que es algo más serio y te garantiza la inmortalidad”, manifiesta Moreno Claros.
La propia filosofía del alemán tiene mucho de alivio y eso es otra de las claves de su éxito hoy en día además de la claridad de su lengua, . No hace falta haber estudiado Filosofía para entenderle, cosa que no ocurre con otros muchos filósofos que son absolutamente obtusos como Hegel con quien además Schopenhauer siempre se llevó fatal porque decía que era imposible de entender. Debía tener razón porque en la actualidad nadie le lee (más allá de los académicos), aunque las razones hay que ponerlas en cuarentena... El alemán no se llevó bien ni con Hegel, ni con Goethe, tuvo celos de Lord Byron... El más amigable nunca fue.
"Es el primero que se da cuenta de que su filosofía tiene mucho que ver con el budismo. Hasta le llamaban el Buda de Fráncfort"
Schopenhauer te habla de forma muy transparente: te dice que el mundo es horrible, que no sabemos cómo vivir en él y que ya ni siquiera tenemos a Dios para asirnos a él. Hemos perdido la fe. ¿Y entonces? Entonces no te preocupes porque aunque tú mueras como individuo no lo vas a hacer como parte de un todo. Hay una trascendencia. “Eso da mucha confianza, ya que vas a seguir en una especie de más allá. El lo llama Nichts, la Nada, pero esa Nada es algo, puede ser el cielo de los cristianos, no sabemos lo que es, pero es algo. Te dice que el mundo es una catástrofe, pero ahí está el consuelo, en el individualismo. Que tampoco está mal porque si tú estás feliz podrás hacer felices a los demás, pero si eres un amargado por muchos grupos en los que te metas…”, explica su biógrafo.
Misoginia
Una de las partes más originales de la biografía de Moreno Claros tiene que ver con los padres del pequeño Arthur. El padre, Heinrich Floris, era un rico comerciante en Danzig, hoy la actual Gdansk polaca donde nació el filósofo (entonces era Prusia), y la madre, Johanna, enseguida vio que este hombre mayor, pero con dinero, era una salida de conveniencia bastante aparente. De hecho, el padre, que también adolecía de cierto carácter depresivo, murió relativamente pronto y la madre se empezó a dedicar a lo que más deseaba: ser escritora y rodearse de intelectuales como Goethe. No lo dudó y se marchó a Weimar para alternar en las reuniones de los románticos (a los que cuales su hijo detestó toda su vida, en parte porque, como le sucedió con Goethe, no le hicieron mucho caso).
Es una figura muy interesante la de la madre por muchos motivos. Uno de ellos es que en su época también fue una mujer culta, formada y una escritora -de novelitas cursis- muy leída. Otro es porque con su hijo la relación no fue del todo buena con caracteres antitéticos. Una abierta, alegre, expansiva; el otro, un amargado. Y en esa historia, afirma Moreno Claros, pudo crecer parte del resentimiento que el filósofo siempre tuvo hacia las mujeres.
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“Schopenhauer le tenía un poco de odio y de celos porque la madre no le hacía mucho caso… De hecho, se sintió abandonado desde el principio. Cuando creció, ella lo abandonó porque también quería tener su lugar en el mundo y ser escritora y no estar pendiente del chico… Ahí empezó un resquemor hacia la madre como una frívola que se amplió al resto de las mujeres. El quería que, tras enviudar, la mujer se hubiera quedado en casa acordándose del marido. Así que ahí también hay otras razones psicológicas”, mantiene el biógrafo.
Sin embargo, en cuanto a la tan traída misoginia del filósofo y lo mal que gestionó sus relaciones amorosas -tuvo sobre todo una importante con una cantante, pero le acabaría dejando y teniendo un hijo con otro-, su biógrafo constata que en este aspecto Schopenhauer no era muy distinto al resto de hombres de su época. “Entonces la gran mayoría era así. Es verdad que a él las mujeres tampoco le hicieron mucho caso y eso le disgustaba, pero también tenía esa idea de que la mujer cazaba al marido para poder sobrevivir. Y en realidad era algo así porque la mujer no trabajaba. Era una manera de sobrevivir y de perpetuar la especie. Una gran mayoría de los hombres tenían la idea de que la mujer era o madre o prostituta y se casaban para tener hijos pero luego tenían amantes. Y eso ha llegado hasta hace no tanto”, señala Moreno Claros.
El filósofo de los artistas
Cuando el alemán murió en 1860, ya era una estrella de la filosofía. Le había costado casi toda su vida, pero finalmente lo había logrado. En Fráncfort se había convertido en todo un icono y ya nunca dejaría de serlo. No sería gracias a otros discípulos filósofos ni tampoco a la Academia sino a los artistas y los escritores de finales del XIX y comienzos del XX. Todos le leyeron con fruición y todos quedaron encandilados. Thomas Mann, Gustav Mahler, Richard Wagner, Stefan Zweig… o Franz Kafka, quien, por ejemplo, conoció a su amigo Max Brod en una conferencia sobre Schopenhauer. Y se nota muchísimo en sus novelas y cuentos como
Una vez le preguntaron dónde le gustaría ser enterrado. Respondió: "Me es indiferente, donde quiera que sea se me encontrará". Tuvo razón
“Ha tenido mucha publicidad por estos grandes autores. Se le ha conocido más a través de ellos que de la universidad y por eso nunca ha dejado de estar de moda. Durante décadas en la universidad le tenían como una figura secundaria. Interesaba mucho más Heidegger que él. Pero ahora está cambiando todo esto y en la academia la filosofía más académica está pasando más a un segundo plano porque es muy obtusa, solo es para profesores… y a quienes nos gusta leer preferimos una filosofía más entretenida y más asequible”, comenta su biógrafo.
Una vez al filósofo le preguntaron dónde le gustaría ser enterrado, a lo que respondió: “Me es indiferente, pues donde quiera que sea se me encontrará”. Volvió a tener razón: su tumba es hoy la más visitada del cementerio antiguo de Fráncfort.
Si usted hoy abre un periódico o entra en una red social es muy probable que el primer pensamiento que tenga del día sea: el mundo es un asco y está lleno de impresentables. Bien, antes de usted eso ya lo pensó Arthur Schopenhauer (1788-1860) e incluso creó todo un sistema filosófico con ello en