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"El enemigo más poderoso al que EEUU se ha enfrentado" y sus aliados internos
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"El enemigo más poderoso al que EEUU se ha enfrentado" y sus aliados internos

Hay una línea de puntos que conecta la era global, las enormes ganancias de Wall Street, la pérdida de capacidades de EEUU y el declive del nivel de vida. Marco Rubio intenta conectarla en 'Décadas de decadencia'

Foto: Marco Rubio. (Reuters/Evelyn Hockstein)
Marco Rubio. (Reuters/Evelyn Hockstein)
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Marco Rubio figura en todas las quinielas como el próximo secretario de Estado en la nueva administración Trump, lo que ha generado cierto revuelo. El nombramiento de Michael Walz como asesor de seguridad nacional y de Elise Stefanik como embajadora ante las Naciones Unidas, a los que se uniría Rubio, supondría ratificar el perfil halcón que busca en su política exterior. La hostilidad hacia China, Irán, Venezuela y Cuba de Rubio recuerda a la vieja posición neocon, e incluso dentro de los círculos republicanos se perciben las tres designaciones como una continuación actualizada de aquella visión del mundo.

Es evidente que existe una línea que une los puntos, pero también hay una diferencia. El partido republicano ha mostrado una constante desde hace 50 años, y es su continua evolución hacia posiciones más arriesgadas. Tras Nixon, llegaron Reagan, los dos Bush y Trump. Reagan lo transformó todo, Bush Jr. trajo el profundo viraje neocon y Trump sacudió el orden internacional. Los republicanos no han dado pasos atrás, han sido todos hacia adelante. La especificidad de esta administración, sin embargo, es que tomará posición en un instante histórico distinto, en el que existe una amenaza a la hegemonía de EEUU.

En este escenario, la elección de Rubio es importante porque ofrece muchas pistas sobre el tipo de política exterior que Trump desea, y sobre la prioridad que tendrá la economía en ella, pero también sobre la evolución de la mentalidad republicana. Hay diversas figuras en el partido que provenían del reaganismo y del neoliberalismo que han girado hacia otros caminos. J.D.Vance es la más relevante, pero la de Rubio es también de interés. El senador por Florida compitió contra Trump en las primarias de 2016, donde tuvo algunos enfrentamientos verbales que llevaron al distanciamiento. Más tarde se alineó con el presidente de forma decidida. En sus mandatos en el Congreso ha trabajado además con los demócratas en distintas ocasiones, sobre todo para impulsar ese giro industrial y protrabajador que exhibe una facción del partido republicano.

Sus posiciones políticas quedaron claramente definidas en un libro publicado el pasado año, un libro, titulado Decades of Decadence, cuyo subtítulo reza Cómo nuestras élites malcriadas desperdiciaron la herencia de libertad, seguridad y prosperidad de Estados Unidos. En el texto analizaba los cambios que había sufrido su país e insistía en cuestiones culturales, pero su foco estaba en otro lado: establecía una relación directa entre el factor determinante, China y el neoliberalismo de la avaricia, la falta de patriotismo de sectores económicos y financieros estadounidenses y el declive de las clases trabajadoras.

"La amenaza que definirá este siglo es China"

Rubio afirma que el eje Pekín-Moscú-Teherán es el enemigo contra el que EEUU debe pelear, y esa alianza tiene un centro. “La amenaza que definirá este siglo es China”. Y para combatirla, “necesitaremos un esfuerzo de toda la sociedad, no sólo del gobierno, Los conservadores deben entender esto. Los liberales deben entender esto. Las pequeñas empresas deben entender esto, al igual que empresas como Tesla y Amazon”. Desde el punto de vista de Rubio, las grandes firmas, en las que incluye a la de Elon Musk (lo que resulta llamativo después del papel que este ha jugado en la campaña), deben entender la naturaleza del desafío. Y si no, harán que lo comprendan: “Si estas megacorporaciones no se suman, debemos empezar a preguntarnos por qué merecen la protección y el patrocinio del gobierno de Estados Unidos, cuando continuamente promueven y defienden esfuerzos que socavan nuestra seguridad nacional y nuestra viabilidad económica a largo plazo”.

En esa pelea sin cuartel contra el ascenso chino, hay unas cuantas acciones que resultan imprescindibles. La primera parte de una necesidad estratégica, para la que recurre a Hamilton: no se puede ser dependiente de potencias extranjeras. Ya que el punto central de la riqueza, la independencia y seguridad de un país “está directamente relacionado con la prosperidad de las manufacturas”, Estados Unidos “debe esforzarse por poseer en el interior del país todos los elementos esenciales del suministro nacional”, incluida la defensa. Rubio avisa de que necesitan revitalizar su capacidad industrial si se quiere “hacer de este un siglo estadounidense, en lugar de entregárselo a los comunistas. Una nación dependiente de regímenes hostiles no durará mucho. No puedes ser una gran potencia si no eres una potencia industrial”.

"Si domina Taiwán, Pekín podrá bloquear las rutas marítimas a los barcos estadounidenses y privarnos de medicinas, metales y minerales"

Por lo tanto, “debemos comenzar a desvincular industrias clave de China. No podemos depender de Pekín para los minerales de tierras raras o los productos farmacéuticos. No podemos seguir colaborando con ellos en investigaciones críticas o innovadoras. No podemos permitir que los jubilados estadounidenses financien, sin saberlo, el ejército de China. Y no podemos permitir que la tecnología china opere dentro de nuestro país”.

En este sentido, el apoyo a Taiwán será muy amplio, en parte por la industria de los chips, pero también por cuestiones militares. Y cómo no, por lo que implica de dominio de los mares.: “Taiwán es estratégicamente importante debido a su ubicación en las famosas rutas marítimas del océano Pacífico, a través de las cuales viajan casi la mitad de los buques portacontenedores del mundo. Si Beijing los domina, estrangulará el control de los bienes críticos y la difusión de la cultura internacional. En un mundo dominado por China, si Estados Unidos hace algo que no le gusta al Partido Comunista Chino, Beijing podrá simplemente bloquear las rutas marítimas a los barcos estadounidenses y privarnos de medicinas, metales y minerales”.

Bueno para las empresas, malo para el país

Para Rubio, no se trata solo de una cuestión de política exterior, sino que el freno a China está vinculado “a prácticamente todos los problemas internos importantes a los que nos que enfrentamos”. Es necesario poner en marcha “una nueva estrategia que una y movilice no sólo a los estadounidenses sino a las democracias del mundo. La amenaza china es LA cuestión central de nuestro tiempo. Si fracasamos, si la parálisis estratégica lleva a Estados Unidos al aislacionismo y deja a las democracias fracturadas, entonces los tiranos de Beijing, Moscú y Teherán se volverán más poderosos y agresivos. Entraremos en una nueva era oscura. Y, en última instancia, nos enfrentaremos al conflicto abierto más horrendo de la historia de la humanidad”.

Foto: Marco Rubio, en un acto de campaña en Columbia. (Reuters) Opinión

Sin embargo, Rubio advierte de que, para realizar esta tarea, hay que reconstruir antes la confianza en las instituciones estadounidenses, que se han visto deterioradas por una serie de políticas nocivas. El punto de partida fue la confianza ciega en el “fin de la historia”, lo que provocó que “se abrieran nuestros mercados, recursos y tecnología a China. Se le permitió hacer trampa, mentir y robar, porque creyeron que una vez que China se hiciera rica, se parecería más a nosotros, sería libre, próspera y un miembro responsable de una sociedad del orden mundial liberal. Y ahora estamos cosechando las décadas de decadencia que sembramos”.

"El sector financiero crecía incluso cuando desaparecían empleos en las fábricas, la inflación se disparaba y los salarios se estancaban"

Culpa Rubio a distintos sectores del viejo y fallido consenso bipartidista sobre China. En primer lugar, a los grupos socialmente favorecidos que se beneficiaron económica y culturalmente de la apertura global: “Nuestras élites ignoran la amenaza que representa China porque ellos y sus donantes disfrutan del status quo económico posterior a la Guerra Fría, que condujo a enormes aumentos de ingresos para las comunidades de izquierda en las grandes ciudades de las costas, al tiempo que vació el centro del país y las antiguas zonas industriales”.

Entre estas élites, figuran en lugar preeminente las financieras, que vivieron en una cultura “definida por películas como Wall Street y su famosa frase ‘La codicia es buena’”. Se produjo una desvinculación entre la economía real y la esfera del dinero, ya que “la industria financiera comenzó a afirmarse no solo como el medio por el cual las empresas estadounidenses podían prosperar sino como un negocio importante en sí mismo. Por supuesto, no es malo que el sector financiero crezca. Lo malo fue que el sector financiero crecía incluso cuando desaparecían empleos en las fábricas, la inflación se disparaba y los salarios se estancaban. Había una desconexión creciente entre los servicios financieros y los sectores para los que anteriormente existían. Las finanzas se estaban convirtiendo en el fin en sí mismo, no sólo en el medio”.

"Pekín estaba feliz. Wall Street estaba feliz. Y los expertos en comercio hablaban de soja..."

Las grandes firmas también ejercieron una posición hipócrita, ya que sus CEO comparecían en el Congreso y afirmaban que “no existía ninguna diferencia entre lo que era bueno para sus empresas y lo que era bueno para Estados Unidos”. Según Rubio, lo contrario es más cierto: “Lo que muchas veces es bueno para los intereses a corto plazo de estas empresas acaba siendo perjudicial para los intereses a largo plazo de nuestro país. Cuando Apple comenzó a fabricar muchos de sus productos en China, por ejemplo, eso fue sin duda malo para Estados Unidos. Al ir a China, Apple le dio al ambicioso y agresivo Partido Comunista Chino acceso a algunas de las telecomunicaciones más avanzadas”.

Esa posición no varió sustancialmente ni siquiera durante el primer mandato de Trump, “quien autorizó a las empresas financieras estadounidenses a comprar préstamos de deuda chinos por primera vez, un impulso de efectivo que sus industrias críticas necesitaban desesperadamente. Pekín estaba feliz. Wall Street estaba feliz. Y nuestros expertos en comercio hablaban de soja. Mientras tanto, China pudo seguir adelante en su esfuerzo nacional para desplazar a Estados Unidos y dominar las tecnologías 5G, la computación cuántica, la inteligencia artificial, los productos farmacéuticos avanzados y la manufactura de alto valor”.

El choque de fondo entre las necesidades nacionales y los intereses de las empresas es abordado explícitamente por Rubio, que señala la falta de conciencia de las grandes firmas. “No hay nada malo en que las corporaciones quieran obtener beneficios. Una empresa que no obtiene beneficios no será una empresa por mucho tiempo. Pero, del mismo modo, debemos comprender que nunca podremos enfrentarnos a la amenaza que tenemos ante nosotros si nuestras políticas públicas se basan únicamente en la búsqueda de ganancias corporativas, sin tener en cuenta lo que es mejor para los intereses de Estados Unidos. Hubo un tiempo en que las grandes corporaciones norteamericanas no sólo obtenían ganancias, sino que además lo hacían promoviendo el patriotismo”.

Y los estadounidenses lo saben

Las consecuencias de esta era global han sido muy beneficiosas para China y nefastas para el pueblo estadounidense, afirma Rubio. La pérdida de empleos, la desindustrialización y la pérdida de capacidad productiva han conducido a un horizonte de empobrecimiento. “La mayoría de los pocos bueno trabajos que quedan como este no generan los suficientes recursos como para que una persona mantenga a una familia. Según el Cost-of-Thriving Index (elaborado por American Compass, el think tank dirigido por Oren Cass, otra de las figuras importantes dentro del trumpismo de clase trabajadora), en 1985 al trabajador masculino medio en Estados Unidos ganaba en 4o semanas el dinero suficiente para afrontar los costes anuales básicos a la hora de mantener una familia. Hoy, ese mismo índice indica que se necesitarían 62 semanas en un año para hacer lo mismo. Piénselo: no hay suficientes semanas al año para que un trabajador estadounidense normal pueda cubrir las necesidades básicas de la vida”.

"Demasiados estadounidenses trabajadores que quieren hacer lo correcto y vivir una vida normal y decente no pueden hacerlo"

Ese hecho, además, repercute especialmente en las familias de menos ingresos: “Hoy, una pareja casada con empleos de clase trabajadora, como camarero y empleada doméstica, carece de la seguridad financiera para ser dueño de su propia casa o para permitir que una madre se quede en casa con los niños. No sólo los datos lo demuestran, sino que todo el mundo lo sabe. Francamente, la mayoría de la gente no esperaría que una pareja que trabaja en esos trabajos estuviera casada, y mucho menos pudiera permitirse criar a cuatro hijos en un ambiente estable, o enviar a sus hijos a una buena escuela, como lo hicieron mis padres cuando me criaron. Hoy en día, demasiados estadounidenses trabajadores que quieren hacer lo correcto y vivir una vida normal y decente no pueden hacerlo. Y los estadounidenses lo saben”.

Para Rubio, “no es nostalgia anhelar un hogar, una familia y estabilidad. Pero ese sueño, sobre el cual se construyó la clase media de este país, es cada vez más difícil de lograr”. Este es el elemento que cierra el círculo de una época en la que la apertura global y el orden basado en reglas enriquecieron a Wall Street y a los directivos de las grandes empresas, dieron enorme fuerza a China, debilitaron las capacidades estadounidenses e impidieron que las familias de su país pudieran llevar una vida tradicional y segura.

La política exterior, por tanto, tendrá al frente a una persona que sitúa en China, como ganadora de un orden global que entiende roto, a su principal enemigo. Y es el más poderoso al que se ha enfrentado nunca, afirma en The World China Made. ’Made in China 2025’ Nine Years Later, el informe que su oficina realizó sobre la potencia de Pekín. Para Rubio, EEUU afronta una amenaza existencial ante la cual debe recuperar sus capacidades industriales, afirmar su potencia militar y vincular a los socios en esa pelea de fondo contra China. Si no es una nueva guerra fría, se le parece mucho.

Marco Rubio figura en todas las quinielas como el próximo secretario de Estado en la nueva administración Trump, lo que ha generado cierto revuelo. El nombramiento de Michael Walz como asesor de seguridad nacional y de Elise Stefanik como embajadora ante las Naciones Unidas, a los que se uniría Rubio, supondría ratificar el perfil halcón que busca en su política exterior. La hostilidad hacia China, Irán, Venezuela y Cuba de Rubio recuerda a la vieja posición neocon, e incluso dentro de los círculos republicanos se perciben las tres designaciones como una continuación actualizada de aquella visión del mundo.

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