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El francés que sabe más que tú sobre la conquista: "Los españoles solo querían el oro"
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Al habla con Éric Vuillard

El francés que sabe más que tú sobre la conquista: "Los españoles solo querían el oro"

Es uno de los reyes de la novela histórica de altos vuelos. Antes de triunfar con sus obras sobre el Tercer Reich y la Revolución francesa, buscó las cosquillas a Pizarro en el Perú de Atahualpa

Foto: Eric Vuillard, hace unos días, en Madrid. (EFE/Javier Lizón)
Eric Vuillard, hace unos días, en Madrid. (EFE/Javier Lizón)
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Antes de la conquista de Perú, en algo que con malicia podríamos llamar calentamiento previo, Francisco Pizarro dinamizó la detención y decapitación de uno de los suyos, Vasco Núñez de Balboa, conquistador del Pacífico y gobernador de Panamá, cuya cabeza quedó expuesta varios días a la plebe, culpable de conspirar para montar un reinado paralelo en los Mares del Sur. A hostias entre españoles -de te arranco (literalmente) la cabeza- para monopolizar lo conquistado.

Los incas, en definitiva, no sabían lo que se les venía encima cuando Pizarro apareció por allí con un puñado de soldados patibularios, y un fuego interior de ambición, sangre y misticismo...

"En muchos aspectos, aquellos hombres eran mediocres, simples mercenarios. Destinados a enfrentarse entre sí, ninguno de ellos tendrá el tiempo de disfrutar de lo que han logrado con sus esfuerzos, ninguno conocerá algo más que insurrecciones, monarquía errante, blasfemia… Ignorando las leyes del mundo que ellos mismos componen a sablazos, cegados por la omnipotencia de su reina, impulsados por una violencia primigenia… un puñado de hombres se disputaba de forma asombrosa un imperio del que ni siquiera conocían la lengua y en el que habían entrado apenas seis años antes. Los indígenas iban a presenciar esa extraña culminación de la desdicha de los españoles. Una profecía anunciaba que, tras dominar el país, los invasores se matarían entre ellos. ¿Habían llegado desde tan lejos para cumplir punto por punto las profecías de un pueblo?”.

placeholder Portada del libro.
Portada del libro.

Lo cuenta el francés Éric Vuillard en Conquistadores, escrita en 2009, pero publicada ahora en España por Tusquets, tras convertirse en novelista histórico de culto, gracias a El orden del día (premio Goncourt), sobre la trastienda del ascenso de Hitler, o 14 de julio, sobre la toma de la Bastilla.

Pizarro había partido de Panamá en enero de 1531, acompañado por cuatrocientos veinte hombres y treinta y siete caballos. Para hacerse con el Perú necesitó diez años. Una guerra civil entre los conquistadores estragó a la colonia durante años. Muchos hombres sucumbieron. Los disturbios y las luchas por la hegemonía se prolongaron unas tres décadas. La conquista de esa Tierra Prometida fue brutal: el Imperio inca desapareció, los españoles arrasaron los templos, los indios fueron reducidos a la esclavitud y su sociedad se derrumbó. Un puñado de hombres había destruido a la dinastía más poderosa de todo un continente y subyugado a un pueblo de seis millones de habitantes”, escribe Vuillard en Conquistadores.

El ruido y la furia.

Nada que perder

Hablamos con Éric Vuillard, de visita en Madrid, uno de los escritores con mejor acceso a los desfiladeros del pasado.

P. El pasado 12 de octubre, apareció una campaña de la Asociación Católica de Propagandistas en las marquesinas de los buses, sobre los conquistadores: “Ni genocidas ni esclavistas. Fueron héroes y santos”, aseguraban los pósteres. ¿Qué le parece?

R. No es sorprendente que la figura de los conquistadores siga siendo conflictiva porque se trata de un acontecimiento fundamental en la historia del mundo, de enorme calado desde el principio, los territorios conquistados eran inmensos y las riquezas, llegadas a España, astronómicas. Oro en cantidades que nunca más se volverían a ver. El acontecimiento como tal, de hecho, aún no ha terminado, pues sus consecuencias siguen vigentes, las desigualdades abismales que provocó siguen siendo visibles, no se han reducido mucho, siguen determinando la distribución de riqueza a escala planetaria.

P. ¿Era Pizarro un santo?

"La religión fue un pretexto para la conquista española, igual que la civilización y la República lo fueron para el imperio francés"

R. Me parece una campaña ingenua. Si Pizarro era un santo, ¿qué eran Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz? ¿En qué estado queda la jerarquía del santoral si metemos ahí a Pizarro? Para empezar, los conquistadores no se sentían santos, ninguno reclamó un lugar en la santidad.

P. ¿Fue una conquista militar, religiosa o comercial? ¿O un poco de todo?

R. Había auténtica curiosidad de los conquistadores por lo que se podían encontrar ahí. Pero su único objetivo era la riqueza, lo que los españoles ansiaban era el oro. Las Crónicas de la conquista del Perú, de Francisco Jerez, como la mayor parte de relatos de época, no termina con el número de indígenas convertidos, lo hace con un inventario de las riquezas incautadas, de las toneladas de oro que trajeron los primeros buques que llegaron a España desde América.

P. ¿La conversión no fue un motor de la conquista?

R. La religión fue un pretexto para la conquista española, igual que la civilización y la República lo fueron para el imperialismo francés.

Si realmente España quiere estar orgullosa de lo que ocurrió en esa época, igual debería estarlo de Bartolomé de las Casas, en el origen de un movimiento de pensamiento profundo que tendría consecuencias inauditas sobre la humanidad. O el reconocimiento de que los indígenas tenían alma. Bartolomé de las Casas difunde la unidad del género humano, el concepto de universalidad, fundamento de nuestras sociedades.

placeholder Vuillard, el fuego de la Historia. (EFE)
Vuillard, el fuego de la Historia. (EFE)

P. Una corriente de pensamiento español asegura que el imperio español fue mucho más piadoso que, por ejemplo, el inglés. ¿Spain is different o todos los imperios tienden a blanquear el suyo?

R. Los británicos también tienen un discurso justificatorio contemporáneo frente al imperio francés: aseguran que la descolonización británica fue mucho menos brutal que la francesa, siendo el británico un imperio mucho más grande que el francés. Francia, a su vez, tiene su propio discurso interno para justificar su imperio.

Gracias a dios, todavía hay poblaciones indígenas en México o Guatemala, mientras que en Norteamérica fueron barridas casi del todo. ¿Por qué?

Una de las grandes diferencias con los colonizadores ingleses es que ellos eran muchos más que los españoles, una demografía pujante, de invasión y exterminio de las poblaciones locales. Por contra, el imperio español, al principio, estaba formado por muy pocas personas, unos centenares para un territorio extremadamente vasto. Era un imperio muy frágil.

Las estructuras de la sociedad española de la época eran feudales, ergo los métodos y gestión de la conquista también lo fueron. Una pequeña élite española de poder, dentro de una sociedad mayoritariamente indígena, no masacrada en su totalidad, pero sí dominada y relegada a la pobreza más atroz.

P. A la conquista del Perú le siguió una especie de guerra civil entre españoles por el dominio del territorio. ¿Había diferencias políticas entre ellos o era una mera lucha de poder?

R. Creo que el término guerra civil no es adecuado, porque lleva implícito diferencias políticas entre las partes, que ahí no estuvieron en juego para nada. Era otro tipo de conflicto más personal. Eran personas que no tenían nada que perder, lo religioso era absolutamente secundario para ellos, no eran santos para nada. Era un grupo social muy precario, sin escrúpulos, llegado de los confines de Extremadura, cuyo único interés era el oro, que salieron al fin del pozo absoluto en el que vivían desde los albores del tiempo, al precio del exterminio de una parte de los indígenas y del derrumbe de la sociedad inca.

Las crónicas cuentan que los incas se sentaban en las colinas, como en las gradas de un circo inmenso, a ver cómo los conquistadores españoles se peleaban entre sí. Había algo terrible y absurdo en todo ello, los señores llegados del otro lado del mundo para robarles el oro, matándose entre ellos, era algo delirante, casi literario, como unos extraterrestres que vienen a invadir y se comportan de maneras cada vez más extrañas. Los españoles se mataban entre ellos y los indígenas miraban, convirtiéndose en meros espectadores de su propia historia, desposeídos de la misma, fuera del curso de la Historia.

A sangre y fuego

Convertida la novela histórica en género literario superventas, pleno a veces de clichés folletinescos, Vuilard se mueve en otra liga, una en la que la documentación previa es importante, pero también el enfoque sofisticado, la intención crítica y la intensidad narrativa, como refleja Conquistadores, narrado a golpe de fogonazo febril:

“La peste negra e interminables guerras asolaban Europa. Por doquier, en la sociedad todo eran castas, mayorazgos, jerarquías inflexibles. Había impuestos, hambruna, disputas, fanatismo religioso, proscripción de judíos, persecución de moros, de herejes. No se veía un fin a todo eso. Los reyes asían sólidamente sus tronos. Y si los tronos son, como se ha dicho, meros pedazos de madera y telas, esos pedazos de madera aún no estaban lo bastante secos para arder. Pero he aquí que, en la otra punta de la tierra, acaba de descubrirse otro mundo. Los primeros viajeros habían trazado con carbón seductores croquis. Entonces, una sed inmensa de gloria y riquezas atrajo al soldado de más bajo rango, al bandolero, al fraile menesteroso, al artesano sin trabajo, al vagabundo, al asesino. De pronto todos podían convertirse en reyezuelos arrogantes. De prontos todos podían vivir en palacios llenos de moscas, bajo tules escarlatas y alimentados por sirvientes o esclavos; todos podían someter a pueblos enteros a sus caprichos, a sus apetitos, a sus violentas voluntades. Florecerían la poligamia, el asesinato, el canibalismo, pues el chorreo del oro impedía oír los gemidos y los gritos”.

Conquistadores, en definitiva, no da respiro.

Ya hable sobre el precio político interno de la conquista:

“Y el pueblo de España creará mil imágenes con el metal fundido, quince mil becerros de oro, y los adorará. Pizarro no bajará de la montaña en llamas, sino que romperá las tablas de la ley. Entonces los metales preciosos, manantial de oro y plata, fluirán hacia España. No estimularán la economía, pero financiarán la guerra. Pese a todo, Inglaterra derrotará a España”.

Sobre la muerte de Atahualpa:

"Si Pizarro era un santo, ¿qué eran Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz?"

“Pizarro cambió la hoguera por el estrangulamiento como una deferencia… Todo el mundo estaba allí. Un temblor recorrió la asamblea. Nunca se había visto nada semejante, ejecutar a un rey. Volvería a ocurrir. A Carlos I de Inglaterra le cortaron la cabeza con un hacha. Un siglo y medio después, la guillotina se ocuparía del resto. Los rostros blancos, alineados, estaban conmovidos. Las manos negras y amarillas lo estrangularon, y su nuca fue quebrada por un garrote. El rostro se crispó. Los ojos se desorbitaron, un poco de saliva le resbaló por la mejilla. El cuerpo se estremeció, la cabeza cayó sobre el hombro. Eso fue todo. Entonces, decenas de indios que habían asistido a la muerte, se tiraron al suelo. Parecían epilépticos, locos. Estaban como borrachos, deliraban. Algunos hablaban muy rápido, murmuraban, la mirada perdida, echándose las manos a la cabeza. Un inmenso dolor los embargaba, como si se derrumbara un mundo”.

O sobre la voracidad metafísica y lunática de Pizarro:

1) “¿Qué promesas cumplía Dios cuando le entregaba la Cordillera a Pizarro? ¿Qué perversidad habían cometido esas naciones? ¿Y por qué entregárselas a Pizarro, bastardo iletrado nacido en Extremadura, ávido y feroz mercenario?... Pizarro contemplaba el mundo desde la cruz. Pensaba en cristiano: la ruta de los Andes quizá lo lleve hacia una perfección espiritual. Caminaba recto por la senda tortuosa de sus deseas. Otro hombre ¿habrá llevado a cabo la misma proeza? ¿Otro ejército, quizá árabe, turco o chino, ¿habría alcanzado los mismos logros? Otro ejército ¿habría tenido el mismo ardor, el mismo deseo, la misma sed de gloria? ¿Hasta qué punto él era consciente de sus fuerzas? ¿Había calibrado cuánto había de anómalo en el hecho de arrojarse con cuatrocientos soldados al asalto de todo un imperio? ¿Le horrorizó el esplendor de las montañas, o más bien su propio apetito?”.

"Los incas, como en el circo romano, se sentaron a ver cómo los españoles se peleaban entre sí"

2) “La carne no existe. La impunidad es total. ¡Al diablo las fronteras y las futuras querellas! Pizarro sabe sacar partido de la oportunidad más vertiginosa. Cree merecer un mundo entero… Solo había que dar rienda suelta a una fuerza, a un ciclón. Había que poblar la noche y el desierto con gritos, con fuego. A partir de una idea embrionaria, quería establecer su reino sobre miles de kilómetros, rebajar el horizonte. El Emperador, en España, le ha encomendado anexionar al dominio español el imperio de los incas y lo había investido de pleno poderes en una franja de tierra de doscientas leguas, a lo largo de las costas, y de profundidad desconocida. Y él trepó, trepó, trepó con la avidez de una cabra cuando mordisquea las bayas”.

3) “Hombre irrespetuoso con la autoridad, prefería una ganancia fortuita a un trabajo regular y honesto, y los excesos de su carácter no le habrían permitido lograr el éxito en otros empeños. Pizarro era un degollador. Necesitaba entrar en las ciudades a galope tendido, con el arma en ristre… Lo movía una ardiente pasión por imitar la soberanía de Dios. Veía en sus crímenes y desórdenes una imagen radiante. Rezaba con fervor en virtud de un orgullo extraño, a la vez terrible y culpable, pero que no implicaba amor propio. Imploraba sin cesar el auxilio del Salvador, pero no reprimía sus deseos de conquista, porque se consideraba el instrumento sucio y perecedero de un horror necesario… Así, Pizarro destrozó e incendió el becerro de oro. Lo trituró entero en el fuego del amor eterno, después moldeó con él ladrillos pequeños y fríos y, en gruesas alcancías de madera y hierro, lo envío a España”.

Más que un paseo militar por las glorias imperiales españolas, Conquistadores se mueve el territorio herzogiano alucinado de Aguirre y Fitzcarraldo, o cuando la flipada individual, el evento histórico decisivo y la maquinaria monetaria imperial no piden permiso. Un viaje de peyote en el que el mejor y el peor momento de tu vida se suceden sin solución de continuidad, sueño épico y pesadilla atroz, una experiencia histórica a prueba de edulcorantes.

Si Pizarro no hacía prisioneros, tampoco los hace Éric Vuillard.

Antes de la conquista de Perú, en algo que con malicia podríamos llamar calentamiento previo, Francisco Pizarro dinamizó la detención y decapitación de uno de los suyos, Vasco Núñez de Balboa, conquistador del Pacífico y gobernador de Panamá, cuya cabeza quedó expuesta varios días a la plebe, culpable de conspirar para montar un reinado paralelo en los Mares del Sur. A hostias entre españoles -de te arranco (literalmente) la cabeza- para monopolizar lo conquistado.

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