"En las películas no salen trabajadores porque la gente del cine es de clase media alta"
David Pérez Sañudo estrena 'Los últimos románticos', un drama laboral que aborda de forma explícita la salud femenina y que está basado en la novela homónima de Txani Rodríguez, premio Euskadi de Literatura
Hubo una época en la que en el cine español o salían conflictos laborales y mucha manifestación o la guerra civil o la memoria histórica. Después ya no. Sobre todo lo primero. En cuanto al tema del trabajo no ocurría solo en España con Fernando León de Aranoa. En Europa era famoso el cine de Nanni Moretti, los hermanos Dardenne, Ken Loach y Aki Kaurismaki, por citar a algunos de los grandes. Un cine lento, reivindicativo, pero que tenía sus espectadores en las salas de V.O. Ahora se ve poco, pero todavía aparecen algunas de estas películas. Una de ellas es Los últimos románticos, del vasco David Pérez Sañudo (Bilbao, 1987), que se estrena el próximo 15 de noviembre en salas y que a buen seguro va a estar presente -al menos en nominaciones- en esta próxima temporada de premios. Miren Gaztañaga es su protagonista. Quédense con su nombre.
“¡Eh, que esto no son los noventa!”, le espeta un personaje a la protagonista en un momento de la cinta. Es una escena en la que unos cuantos trabajadores hacen una sentada delante de una fábrica de papel que podría estar a las afueras de Amurrio, Gernika, Llodio o Elgoibar, esa periferia grisácea y metálica en la que está rodada la película. La frase resume bien esa distancia temporal: ni hoy hay sentadas como las de entonces… ni el cine parece preocuparse tanto por narrar los conflictos laborales, ni siquiera cómo vive la clase trabajadora. Hoy la sofisticación ha superado al sofá de escay, el suelo de gres y el piso de 50 metros cuadrados.
“Mi sensación es que si quienes contamos las películas, si quienes las producen y quienes las seleccionan en un festival son de clase media alta es difícil que los trabajadores salgan”, contesta Pérez Sañudo cuando se le hace esta observación de una película que se detiene en un tema laboral, pero que aborda mucho más. Ya sucedía en la novela homónima de Txani Rodríguez en la que está basada y con la que esta escritora consiguió el premio Euskadi de Literatura.
“Es que tiene que ver mucho con el entorno de Txani y con el mío. La periferia vizcaína es un lugar muy industrial, hoy posindustrial. Hay un germen de lo metalizado que es casi nuestra manera de vivir. No lo digo tampoco desde el victimismo porque es un lugar de operarios y trabajadores, pero muchas veces muy bien remunerados porque ha habido prosperidad laboral. Ha habido mucha conflictividad, pero también se prosperó económicamente. De todas formas, todo eso me interesaba pero no pensando en hacer una denuncia de, eso me parece peligroso y no me interesa tanto”, señala el director. Y, por cierto, aquí no sale nada de ETA ni como rémora. "Es que en el País Vasco hay muchas más realidades", añade.
Mamografía explícita
No, no esperen tampoco una película como Los lunes al sol o como El buen patrón. No va de nada de eso. No hay consignas de manifestaciones ni nadie con un altavoz gritando. La cuestión laboral y esa atmósfera de operarios de cadena de montaje es una parte más del traje que define a su protagonista, Irune, (esa estupenda Gaztañaga), una mujer en sus cuarenta y pocos que vive sola, cuyos padres han fallecido -su madre recientemente-, que come un sándwich de atún con mayonesa todas las noches y que se encuentra más sola que la una y con una depresión gigantesca. Pero de las de verdad, no de estar triste unos días.
La anterior película de Pérez Sañudo, Ane, con la que ganó el Goya al mejor guion adaptado junto a Marina Parés -con quien también firma el guión de esta cinta- también tenía como protagonista a una mujer dañada (y a la vez hiriente con los demás, que es algo que suele ir de la mano). “Es verdad, a Ane le pasa igual, pero yo veo el dolor que hay por dentro y eso me da mucha ternura y me atrae. Lo que les ocurre es que lo que verbalizan y lo que sienten no coincide siempre. Ane es un personaje hiriente que va protestando por la hija todo el rato pero en realidad lo que está haciendo es buscar a su hija todo el tiempo. Qué personajes tan doloridos”, explica el director
Además, en este caso, la película adopta un tono naturalista cuando la protagonista se encuentra un bulto en el pecho. Se podría pensar que es una palada de más dramón y tragedia, pero no, está contado con cierta contención y más bien desde los miedos que para toda mujer supone tocarse un día y descubrírselo (e intentar quitarle algo de hierro al asunto). Sin embargo, en este sentido la película adopta a su vez un lenguaje cinematográfico explícito, ya que se muestran todas las pruebas médicas a las que se ve abocada Irune.
“Me gustaba el equilibrio entre algo hipernaturalista cruzado con momentos surrealistas e incluso cómicos. Es la apuesta de la película. No queríamos quedarnos solo con una película naturalista ni tampoco edulcorada y fantástica en la línea de Amélie. Pero pasó algo cuando fuimos a hacer la mamografía. Nunca quisimos ser pornográficos, pero decir que había un bulto y no mostrarlo… Además, cuando fuimos a una clínica a rodar me di cuenta de que gran parte del equipo no sabía lo que suponía una mamografía, tampoco las mujeres de menos de 40 años. Yo nunca lo había visto y es algo poderoso, desagradable. Pero había que mostrarlo”, comenta Pérez Sañudo.
"Ver algo como la mamografía es muy importante para nosotros [los hombres] porque es difícil que no empatices con lo que ves"
La actriz estaba completamente de acuerdo. La guionista también. Para los hombres del equipo fue una experiencia. “Ver algo como la mamografía es muy importante para nosotros porque es difícil que no empatices con lo que ves. Lo pusimos a nivel 1 y oprimía, pero es que llega al nivel 8 o 10. Y todo esto es que no existe en nuestro imaginario”, sostiene el director.
Luminosa
Más cosas pasan en la película aunque parezca que no pase nada. Otro personaje importante es Paulina (Maika Barroso, que también está fabulosa), vecina de Irune y que vive con un hijo que la maltrata. Son amigas, ven la tele juntas de vez en cuando y ambas sufren y a veces no se entienden. “Es la única amiga que tiene Irune. Sirve para cosificar ese vínculo con un mundo en descomposición, romantizado que no va a volver a ser el mismo y con la generación de sus padres”, comenta el director. Y también es un mundo muy del País Vasco: Paulina es inmigrante de alguna parte del sur de España.
Y hay dolor en esta película, pero también amor -es muy curiosa la forma de contarlo- y no deja de ser luminosa porque, como dice Pérez Sañudo, “de lo que va es de que de lo más trágico también se puede sacar algo positivo”. De que, a veces, lo más doloroso es lo que nos hace pegar una patada para salir del hoyo. No se olviden tampoco de la música que ha compuesto Beatriz López-Nogales porque es fantástica.
Precisamente, a su director es uno de los aspectos que más desea que el espectador valore. Lo demás, ya está por ver. “Es un año tan difícil que no espero gran cosa. Me gustaría que la gente saliese admirando a Miren. Que le provocase algo la película, incluso enfado, pero que le provoque algo”, zanja.
Hubo una época en la que en el cine español o salían conflictos laborales y mucha manifestación o la guerra civil o la memoria histórica. Después ya no. Sobre todo lo primero. En cuanto al tema del trabajo no ocurría solo en España con Fernando León de Aranoa. En Europa era famoso el cine de Nanni Moretti, los hermanos Dardenne, Ken Loach y Aki Kaurismaki, por citar a algunos de los grandes. Un cine lento, reivindicativo, pero que tenía sus espectadores en las salas de V.O. Ahora se ve poco, pero todavía aparecen algunas de estas películas. Una de ellas es Los últimos románticos, del vasco David Pérez Sañudo (Bilbao, 1987), que se estrena el próximo 15 de noviembre en salas y que a buen seguro va a estar presente -al menos en nominaciones- en esta próxima temporada de premios. Miren Gaztañaga es su protagonista. Quédense con su nombre.
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