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Los tres nuevos males sociales que esclavizan al ciudadano de hoy: el 'emoji remorsing', la 'spectring fever' y el 'whathefucker syndrome'
A mí, que hasta hace poco creía que el símbolo XD era una abreviatura informal de la interjección compuesta "¡Por Dios!", pronunciada con dejo entre pasmado y jocoso, ponerme al día de estas patologías modernas me ha costado un triunfo
Casi ni nos ha dado tiempo a castellanizar la palabra estrés y a que los venerables miembros de la RAE la acepten cariacontecidos mientras elucubran en sus vetustas sillas cómo darles alegría a sus cuerpos macarenos, que nuestros sádicos amos fácticos de los Estados Unidos ya nos están imponiendo nuevas expresiones en inglés para designar males sociales cuya existencia no sospechábamos hasta ahora: hoy vamos a aprender tres de esos novedosos conceptos que están gobernando nuestras vidas sin que lo sepamos en un plano consciente.
La verdad es que uno entiende a la perfección que la gente en Occidente ande deprimida —¡es la desventaja de ser demócrata, que todo es autocuestionamiento!— y que los acongoje una angustia existencial digna de King Kong: y es que no sé cómo podemos vivir sabiendo que padecemos estas aflicciones que ni siquiera cuentan aún con una designación oficial en nuestra lengua, lo cual ya indica lo anticuado que se nos ha quedado el idioma y, como razón profunda de ello, lo poco que la cultura en español está presente en las tendencias que guían a la sociedad global. Los yanquis todavía marcan la pauta y el son que nos toca bailar.
A mí, que hasta hace poco creía que el símbolo XD era una abreviatura informal de la interjección compuesta "¡Por Dios!", pronunciada con dejo entre pasmado y jocoso, ponerme al día de estas patologías modernas me ha costado un triunfo. Asimismo, les advierto que la lectura de este artículo puede sumir en la desesperación más apabullante: si eso le sucede, estimado lector o lectora, llame por favor a la seguridad social y así se animará de golpe al saber que no tiene nada tan grave que no pueda esperar los meses que le van a imponer de cola forzosa hasta que le atiendan.
El Emoji Remorsing
Las tres lacras universales de último cuño que estamos sufriendo, casi siempre sin percibirlo nosotros mismos, tienen relación con las redes sociales y la tecnología disponible para comunicarnos, así como con el uso excesivo que hacemos de ellas. Sin duda, la afección psicológica más grave de las tres es la que expertos norteamericanos han definido como Emoji Remorsing, y que afecta a millones de usuarios de Facebook, Whatsapp y ahora también de Instagram.
El Emoji Remorsing comienza a aquejarnos cuando leemos en una de esas aplicaciones algún comentario elogioso para nosotros o importante emocionalmente por parte de un amigo, compañero, ídolo o simplemente conocido y lo marcamos de puro contento con la reacción más intensa de nuestro arsenal expresivo, pongamos un "Me importa"; luego, eufóricos, escribimos una respuesta agradecida y entregada con la que pretendemos elevar la apuesta de emotividad y cariño. Publicamos el mensaje con toda la ilusión y… pasan los minutos, las horas, ¡los días! y el otro capullo ni se digna enviar una reacción. O peor aún: pues si no envía la reacción, siempre podemos pensar que no ha reparado en nuestro comentario de vuelta; pero si de repente reacciona marcando un simple "Me gusta", ahí nos hunde en la mayor miseria. ¡Incluso si envía un "Me encanta»" nos joderá igual porque, por más que ese sujeto finja, su estima hacia nosotros nunca estará a la altura de nuestro "Me importa"!
Y ello nos aboca a una depresión y abatimiento que pueden durar años. Eso si nuestro interlocutor internauta no se equivoca y nos manda por error un "Me cabrea". ¡Y ahí ese energúmeno habrá roto sin querer una bella amistad para los restos! El remordimiento al que nos induce tan infeliz interacción virtual es el que da nombre a este padecimiento en inglés: "Arrepentimiento del (Puñetero) Emoticono".
Este trastorno instigado por la visión de un simple emoticono erróneo para nuestra susceptibilidad está llenando las consultas (y las arcas) de los psicólogos y psiquiatras de todo el mundo. Lo primero que los terapeutas te aconsejan cuando te tratas del Emoji Remorsing es que ni se te ocurra volver a responder a tu dialogante en línea o caerás en una torturante espera a su nueva reacción, provocándote una ansiedad opresiva que te puede conducir a la locura si dicha reacción no acontece nunca. Es lo que los expertos denominan recaer en un Emoji Requetemorsing. ¡Ni se les ocurra hacerlo!
¿La solución? Firmen en Change.org la petición para que las aplicaciones mencionadas no incluyan más de un icono de respuesta, es decir, que únicamente ofrezcan habilitado el "Me gusta" y listos. De otro modo, esos servicios estarán propiciando la jerarquía de sentimientos (el famoso Feelings’ Herr Archie en lenguaje técnico), que como todos sabemos supone una grave amenaza para nuestra estabilidad mental y puede traer desastrosas consecuencias para nuestra salud, por no hablar del absentismo laboral que acarrea. ¡Y nadie desea ver un "Me cabrea" pintado en vivo sobre el rostro de nuestro jefe!
La Spectring Fever
Esta variedad de Active Ghosting (o "Fantasmeo Activo", como también se la califica, especialmente en las discotecas) es muy retorcida y se ha puesto de moda entre numerosos adolescentes y gentuza de todas las edades. Se trata de seleccionar una persona que resulte importante para ti por razones positivas o negativas y, acto seguido, comenzar a enviarle audios de voz sin voz. Los audios pueden durar de un segundo a nueve días y medio exactos, según lo que permita su implementación en cada sistema, pero la única condición para hacer Spectring Fever (en cristiano, "Efebo Espectral", porque quienes te lo hacen casi siempre son unos niñatos) es que no puedes decir ni mu en toda la grabación. Especialmente ni mu, porque si dices "mu" el recurso ya entra en otra categoría (la Muging Fever, tan en boga en el Día de los Enamorados).
Lo fastidioso de estos audios es que la persona receptora nunca comprende el motivo por el que los recibe: pues puede ser una declaración no verbal de odio acérrimo o de un apego incondicional y buenrollero (lo que los gringos llaman Finestuffin’ & Yo Diggin’, Motherfucker!). Al tratarse de un hábito tan reciente, a menudo ni siquiera el emisor sabe todavía las razones por las que envía lo que está enviando: de este modo, en ocasiones recibe como contestación las más apasionadas muestras de afecto por parte del destinatario, cuando lo que aquel deseaba era mandarle a la porra; y, al contrario, su apepé podría, como única reacción, colmarse de improperios e iconos iracundos que lo dejan perplejo y desolado por la abrupta violencia que han desencadenado sus buenas intenciones (lo que se conoce por la gente que sabe como Nice Try, Bro!).
Por supuesto, muchos ciudadanos acosados y abrumados por la Spectring Feveeeer (pronúnciese con el tonillo con que Michael Jackson atacaba el fraseo Cause this is thrilleeeer) están llenando también los pasillos de los profesionales de la salud mental, que no dan abasto para llenar a su vez sus bolsillos. Por eso, la OMS ha emitido un comunicado el pasado agosto en el que urge a las empresas líderes en redes sociales a que se aclaren de una vez y decidan si el envío de audios sin voz es una iniciativa que pretende transmitir vibras positivas o, por el contrario, indicación inequívoca de una mala voluntad.
El Whathefucker Syndrome
Este fenómeno está más extendido todavía. Se basa en un hecho desconcertante: ahora resulta que la acción de emplear el móvil para llamar a otra persona está considerada de mala educación. Los jóvenes textean o envían mensajes de audio o, en último caso, avisan primeramente por chat si pueden interrumpirte con una llamada. Timbrar sin avisar se juzga como cosa de gente mayor, de viejales, costumbres muy remotas de cavernícolas chuchurríos. Y de hecho, esas llamadas intempestivas de la generación X para arriba ya tienen nombre: Viena Callings. La referencia ochentera dice mucho de los criterios tenidos en cuenta a la hora de bautizar ese tic y del espectro de edad al que aluden.
Bueno, esa generalización de la "no llamada" en las nuevas generaciones ha dado pie a otra manía juvenil: la de responder irritado a cualquier llamada imprevista. Es como una réplica agresiva por defecto que solamente se aplaca si el motivo del abordaje oral en directo se estima REALMENTE urgente o de trascendencia. A esa actitud displicente que les hace contestar al teléfono en modo encabronado se la conoce ya como el Whathefucker Syndrome. Los enteradillos solemos aludir a la modalidad española mediante la frase de saludo borde más comúnmente utilizada en nuestro idioma: Quémierdapasa.
Ese Quémierdapasa, o Síndrome del Encabronador en traducción más literal, está provocando numerosas crisis nerviosas en padres que chocan frontalmente con el muro de hostilidad de sus propios hijos al atreverse a telefonearles de la nada sin un consentimiento previo; así como en la vasta mayoría de adultos mayores, que no entienden por qué no pueden llamar por teléfono a quien les dé la gana si la función de partida de ese aparato consiste precisamente en contactar y conversar en vivo con las demás personas. La Asociación de Padres y Vejestorios (APV) ha iniciado ya una campaña mediática denominada Solo piiii es piiii, destinada a concienciar a los más jóvenes sobre cómo deben dejar de demonizar y aprender a desestigmatizar las llamadas inesperadas, que podrían en algunos casos hasta salvar sus despreocupadas vidas.
Pues no, la ciudadanía nacida en este siglo no acepta esa ligereza con que los mayores de 50 años hacen uso del móvil y se acogen al Whathefucker Syndrome para ponernos en nuestro lugar con un ladrido brutal por toda bienvenida.
Otras esclavitudes tecnológicas
Estos son únicamente tres de los infinitos males sociales relacionados con las nuevas tecnologías que aparecen cada año: entre los más relevantes de este 2024, destacan el Rejoneo Erre que Erre (Errejoning Macho Effect o la insistencia masculina en enviar a las internautas emoticonos de diablillos sonrientes); el Chat Orín, Chatín (Pissing in the Chat), la adicción masculina a chatear mientras se orina de pie, vicio en el que es fácil incurrir por la asombrosa sensación de libertad que procura en sus primeras tentativas (dicen), pero que puede causar numerosos traumas cuando se decide pasar de las aguas menores a las mayores sin doblar el lomo… y hasta traumatismos si en lugar de efectuar el chat sujetando el móvil frente al retrete lo hacemos cargando un portátil; o la Locura del Usuario (User & Abuser Crazyness), ese momento de no retorno para la cordura en el que la angustia por consultar nuestro teléfono inteligente nos hace buscarlo como idiotas por toda la casa mientras lo sostenemos en la mano.
Y esto es solo el principio…
Casi ni nos ha dado tiempo a castellanizar la palabra estrés y a que los venerables miembros de la RAE la acepten cariacontecidos mientras elucubran en sus vetustas sillas cómo darles alegría a sus cuerpos macarenos, que nuestros sádicos amos fácticos de los Estados Unidos ya nos están imponiendo nuevas expresiones en inglés para designar males sociales cuya existencia no sospechábamos hasta ahora: hoy vamos a aprender tres de esos novedosos conceptos que están gobernando nuestras vidas sin que lo sepamos en un plano consciente.
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