Evangelios "apócrifos": la figura de Jesús niño también fue durante siglos la de un matón
La periodista indaga en 'Herejía' en las distintas versiones que hubo de Jesús en los diferentes evangelios que fueron borrados de la memoria colectiva a partir del siglo V d.C
No le dejes en manera alguna salir de casa, pues mueren todos los que lo enojan.
José reflexiona sobre el comportamiento alarmante de Jesús. Evangelio de la infancia de Tomás (c. siglo II)
El Jesús que mataba a la gente era un asunto, como opinarían unánimemente los cristianos posteriores, bastante más que un tanto embarazoso. Sin embargo, si hemos de creer en el Evangelio de la infancia de Tomás, pocos se sentirían más avergonzados que los propios María y José. La azarosa mañana con la que da comienzo el citado evangelio, poco después de "dejar seco" a un niño y de matar a otro, Jesús vuelve a casa y se encuentra en un gran aprieto. Los padres del niño asesinado se han presentado en su domicilio para increpar a José (y a María): "Tú, que tienes un hijo semejante —le dicen—, no puedes habitar con nosotros en este pueblo. A no ser —añaden a modo de solución de compromiso— que le enseñes a bendecir y no a maldecir, pues provoca la muerte a nuestros hijos".
José, escarmentado, llama al pequeño Jesús, que solo tiene cinco años, y le echa una reprimenda que, dadas las circunstancias, parece bastante suave. "¿Por qué haces estas cosas —le dice— siendo con ello la causa de que estos sufran, nos odien y pretendan echarnos fuera de la ciudad?". El siniestro niño Jesús no se deja impresionar. "Por amor a ti callaré —replica—. Esos otros, en cambio, recibirán su castigo". E inmediatamente los padres del muchacho que lo acusaban "quedaron ciegos". Llegados a ese punto, José, que es presentado por lo general como un hombre bastante paciente, acaba por perder la compostura. Se levanta y, acercándose a Jesús, le da un fuerte tirón de orejas. El muchacho se enfada de nuevo. "Tú ya tienes bastante con buscarme y no encontrarme —dice en tono sentencioso y amenazador—. Sobre todo, has actuado de forma insensata".
Cuando Jesús volvió a casa, José, lleno de pesar, le dijo a María: "No le dejes en manera alguna salir de casa, pues mueren todos los que lo enojan"
Este antiguo evangelio (los historiadores creen que data de alrededor del siglo II) continúa contando la singular infancia de Jesús. Dice que, cuando el niño tenía ocho años, José lo mandó a la escuela. Allí el maestro comenzó a enseñarle las letras griegas, empezando por la alfa y la beta. Jesús lo interrumpió y le dijo en tono un tanto críptico: "Si de verdad eres maestro, y conoces perfectamente las letras, dime primero el valor de la A y luego te digo yo el de la B". El maestro, hombre sin duda curtido en esas lides, "irritado […] le pegó en la cabeza". En cualquier caso, no estaba acostumbrado a tener que vérselas con Jesús. El niño, "airado, lo maldijo. E inmediatamente se desvaneció el maestro y cayó al suelo".
No era la primera vez que la experiencia de Jesús en la escuela había salido mal. Un poco antes había estado con otro maestro, al cual había puesto tan nervioso que el hombre le había pedido a José que no lo llevara más a la escuela. "Tómalo, hermano José, y llévatelo —le suplicó—, pues no puedo soportar su mirada ni la sutileza de sus palabras. Es verdad que este niño es extraterrestre: es capaz de dominar el mismo fuego".
Cuando Jesús volvió a casa, José, lleno de pesar, le dijo a María: "No le dejes en manera alguna salir de casa, pues mueren todos los que lo enojan".
A finales del siglo XIX, un pastor protestante norteamericano llamado Charles Sheldon empezó a escribir historias. Los domingos por la tarde, en vez de hablar simplemente de la Biblia desde el púlpito, compartía parábolas edificantes con la congregación de su iglesia de Kansas. Una de esas historias, que más tarde pasaría a ser conocida como "Sobre sus pasos", empezaba con el relato de un vagabundo que llama a la puerta de un pastor que está muy ocupado y le pide trabajo. El reverendo, irritado por haber sido molestado mientras estaba escribiendo su sermón del domingo, despide al hombre con cajas destempladas, pero después siente una punzada de remordimiento.
La punzada en cuestión se agudiza más todavía cuando el hombre reaparece en la iglesia, durante el servicio del reverendo, y se pone a hablar directamente a la congregación. Empieza por tranquilizar a los feligreses, asegurándoles que no es un borracho ni está loco. Simplemente, es un hombre que ha perdido el trabajo y que después ha visto fallecer de inanición a su esposa, prácticamente incapaz ya de respirar, en su piso de Nueva York. Tras pronunciar estas conmovedoras palabras, el hombre pregunta a la congregación qué haría Jesús, de haber estado en su lugar, para ayudar a los hombres que sufren como él. Y a continuación se derrumba de forma tan repentina como espectacular en la nave lateral de la iglesia. Poco después, con la brusquedad y el escaso alboroto que se exige a los pobres en los relatos de ese estilo, el vagabundo muere.
Pero no sin dar pie a que el reverendo repase sus principios morales. Escarmentado por lo sucedido, el pastor pide a su grey que "durante un año entero no haga nadie nada sin plantearse primero la siguiente pregunta: "¿Qué haría Jesús?". Tras plantearse esa pregunta, dice que cada uno continúe su camino y siga a Jesús a pies juntillas "sin importar cuál sea el resultado" de esa actitud. El sermón se convirtió en un libro y este se convirtió en un bestseller, pero el mayor éxito fue aquella frase, que acabó haciéndose celebérrima. "¿Qué haría Jesús?" sigue vigente todavía, y se ha convertido en un meme evangélico internacional, reconocible por sus simples iniciales en inglés: WWJD ("What would Jesus do").
La frase de Sheldon funcionó —y sigue funcionando— porque muchos de nosotros pensamos que conocemos íntimamente a Jesús. Pensamos que conocemos su nacimiento (en medio del crudo invierno), su infancia (el niño afable, obediente y bueno), su carácter (amable, manso y afectuoso). Pensamos también que conocemos sus principios morales y su moralidad: sabemos que siempre pondría la otra mejilla y que nunca tiraría la primera piedra; que, si le quitaran la túnica, le entregaría también el manto al que lo hiciese. Conocemos su rostro, pues lo hemos visto pintado, afligido y en sombras, por Velázquez. Conocemos su cuerpo casi desnudo, pues lo hemos visto esculpido en mármol, blando como la carne y frío como la muerte, por Miguel Ángel. Pensamos que lo que vemos en esas representaciones es algo antiguo e inamovible.
Durante los primeros años y los primeros siglos de esta religión, hubo muchos Jesuses, muchos Cristos, muchos de ellos increíblemente extraños
Pero nos equivocamos. Conocemos a un Jesús. Pero ese no fue siempre el único. Durante los primeros años y los primeros siglos de esta religión, hubo muchos Jesuses, muchos Cristos, muchos de ellos increíblemente extraños para nosotros en la actualidad. En aquellos primeros tiempos, estaba lejos de ser seguro qué haría o quién era Jesús. Su apariencia fue uno de los aspectos más evidentes que cambiaron, y cambió tanto que el Jesús de los primeros siglos ha sido apodado "Cristo camaleón". A veces aparece como un anciano con barba, y otras como un joven imberbe; algunas imágenes nos lo muestran con el pecho desnudo y con una actitud tan de macho como un dios griego, mientras que otras veces es representado de forma mucho más ambigua desde el punto de vista sexual, con las mejillas suaves, el cabello largo y (posiblemente) pechos bien visibles. En un relato antiguo se describe a Jesús como un tipo bajito y feo; en otro, es un gigante que tiene (las cifras son muy concretas) noventa y seis millas de alto por "veinticuatro de ancho".
Esos cambios superficiales eran, como los especialistas modernos se muestran cada vez más dispuestos a admitir, lo de menos. Durante los primeros siglos de esta religión, casi todos los aspectos de Jesús que pudieran cambiar lo hicieron. Estaba el Jesús que aborrecía el sexo y le decía a la gente que se abstuviera de "esas relaciones inmundas" para no tener hijos. Y luego estaba el Jesús que, según se decía, utilizaba el sexo como una forma de revelación que dio a María Magdalena. En un antiguo fragmento tan breve como sumamente extraño, se describe a Jesús de pie al lado de María Magdalena cuando de repente hace salir a una mujer de su costado, empieza a mantener relaciones sexuales con ella "y, tomando su emisión seminal […], demostró de esta manera lo que es necesario que hagamos" para vivir. María se turbó y se desvaneció. Los que estén familiarizados con el Jesús de la Iglesia de Inglaterra tal vez la compadezcan.
Y las diferencias continúan. Algunas corrientes antiguas del cristianismo presentaban a un Jesús que tenía un cuerpo carnal; otras presentaban a otro que era incorpóreo como el aire; había un Jesús que no era más que una aparición; incluso había uno que no dejaba huellas al andar. Como decía un texto sagrado, "muchas veces, cuando caminaba a su lado, deseé ver si las huellas de sus pies aparecían marcadas en la tierra […]. Pero nunca las vi". También la muerte de Jesús era puesta en entredicho. Había Jesuses que eran crucificados en medio de terribles dolores; estaba el Jesús que (al menos eso decían) cambió su cuerpo por otro para eludir la muerte, y luego había Jesuses que eran crucificados pero no sentían dolor alguno, pues "en general era impasible (apathés), ningún movimiento pasional se introducía furtivamente en Él, ni placer ni dolor". Y en aquellos primeros años había individuos que afirmaban que el esperado Mesías era otro completamente distinto. En el siglo I d. C. había una secta judía cuyos miembros, según se decía, estaban convencidos de que el Mesías que vaticinaban las Escrituras, el soberano descendiente de Judá, había nacido efectivamente en torno a aquellos años; solo que creían que el Cristo era el rey Herodes, no Jesús. Según ellos, Herodes era el anunciado caudillo de los judíos.
A ojos de nuestros contemporáneos, puede que semejante confusión resulte desconcertante. Para los lectores modernos está "palmariamente" claro que las "verdaderas" historias sobre Jesús son las contenidas en el Nuevo Testamento. Pero en los primeros tiempos no solo no existía una Biblia autorizada, sino que esas historias ni siquiera se habían fijado por escrito. Los cuatro Evangelios de las biblias modernas fueron redactados entre los años 70 y 110, esto es, mucho después de la muerte de Jesús. Cuando en el siglo I surgieron algunos fieles que fijaron por escrito el texto de aquellas historias, hubo otros que se mostraron suspicaces ante semejante innovación. Como explicaba un obispo del siglo I llamado Papías, él prefería oír las historias de labios de hombres vivos, "porque yo pensaba que no me aprovecharía tanto lo que sacara de los libros como lo que proviene de una voz viva y durable".
Los cuatro Evangelios de las biblias modernas fueron redactados entre los años 70 y 110, esto es, mucho después de la muerte de Jesús
La estructura de la Sagrada Biblia cristiana indica que, pese a la seguridad de la retórica posterior, hubo ciertas dudas acerca de cuál fue la historia verdadera. Como ha dicho el biblista Bruce Metzger, "si es preciso disponer no de uno, sino de varios relatos de la vida de Jesús […] eso supone reconocer que ninguno de ellos es perfecto". Fijémonos en lo del nacimiento del seno de una virgen: no solo está atestiguado únicamente en dos de los cuatro Evangelios, sino que en numerosos pasajes dentro de ellos se pone rotundamente en entredicho, pues una y otra vez se alude de forma explícita a José como el "padre" de Jesús. Esto no siempre fue algo evidente; durante siglos, muchos escribas piadosos, conscientes a todas luces de lo problemática que resultaba la idea, eliminaron la palabra "padre" y la sustituyeron por otra. Pero en algún momento remoto estuvo allí.
Esas discrepancias serían un punto del que enseguida echarían mano los críticos antiguos del cristianismo. Porfirio señalaba que "los evangelistas fueron inventores, no testigos de los hechos relativos a Jesús. Pues cada uno de ellos escribió su relato, sobre todo el de la pasión, no de forma concordante, sino discordante". Como sin duda debía de saber Porfirio, esas diferencias a menudo se producen en momentos relevantes de la narración, incluido no solo el del nacimiento, sino también el de la muerte de Jesús.
Analicemos el caso de quién llega primero al sepulcro de Jesús: el Evangelio de Mateo afirma que fueron dos mujeres, María Magdalena "y la otra María"; en Marcos son tres, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé; en Lucas es un grupo de mujeres innominadas, mientras que en Juan es solo una, María Magdalena. También es distinta la persona a la que encuentran al llegar al sepulcro: en Mateo es un ángel —"era su aspecto como el relámpago"—; en Marcos son dos hombres "vestidos con unas vestiduras deslumbrantes", y en Juan son dos ángeles. En cambio, en el Evangelio de Marcos, la resurrección es prometida, pero no se produce dentro del texto.
Fueron muchas más las divergencias que existieron en otro tiempo. Un libro recientemente publicado por Oxford University Press con el título The Other Gospels incluía en sus páginas, como se explica en la introducción, "cuarenta y tantos evangelios". Es bien sabido que en otro tiempo hubo muchos más evangelios, por no hablar de otros textos sagrados cristianos. Nunca sabremos con exactitud cuántos hubo, pero sin duda fueron muchísimos. "La Iglesia tiene cuatro evangelios —como decía Orígenes, un escritor del cristianismo primitivo—. Los herejes tienen muchos". Y cada evangelio contenía ideas peligrosas y a veces heréticas.
Todos esos relatos pasarían a ser llamados "apócrifos", aunque conviene ser cautelosos con este término. Sus raíces se remontan a un verbo griego, krýpto, que significa "esconder", "ocultar", y "apócrifo" vendría a ser más o menos "cosa que está oculta"; sin embargo, su significado en la actualidad es bastante más rico. En castellano, la Real Academia ofrece las siguientes acepciones en su Diccionario de la Lengua Española: "1. Falso o fingido. Un conde apócrifo. 2. Dicho de una obra, especialmente literaria: De dudosa autenticidad en cuanto al contenido o a la atribución. 3. Dicho de un libro de la Biblia: Que no está aceptado en el canon de esta. Los evangelios apócrifos". En cualquier caso, en la actualidad no se utiliza el término "apócrifo" aplicado a esos textos, pues resulta muy engañoso. Esos libros tenían muy poco de oculto, y de hecho algunos de ellos fueron de los más leídos e influyentes del canon cristiano.
Conviene recordar, con todo, que incluso los cristianos que utilizaban esos mismos textos discrepaban a menudo en lo tocante a su interpretación. Un tema particularmente difícil era cuán humano había sido (o no) Cristo. Los antiguos cristianos dedicaron mucho tiempo a preguntarse cosas como, por ejemplo, si Jesús comía o no y qué ocurría cuando lo hacía. Sería "ridículo" pensar, decía un antiguo erudito, que Jesús necesitaba ingerir comida, "que comiese por causa del cuerpo, porque era sostenido por un poder santo; sino para que no se les ocurriera a los acompañantes pensar equivocadamente respecto de Él" que era diferente. Jesús, sostenían algunos cristianos, "comía y bebía de un modo especial, sin producir excrementos sólidos […]. Tan grande era el poder de su autodominio que la comida no era digerida en su cuerpo, pues toda forma de corrupción le era ajena". Durante siglos se desarrolló un largo debate, sumamente enrevesado e importante desde el punto de vista teológico, sobre la cuestión de si Jesús defecaba o no. (A la postre, la conclusión a la que se llegó fue que sí, y muchos de los que sugirieron lo contrario fueron condenados más adelante por herejes).
Surgió la cuestión de si Jesús defecaba o no. La conclusión fue que sí y quien lo negaba era condenado por hereje
También se olvida con facilidad que incluso una misma Biblia puede contener multitudes de Jesuses. Actualmente, es el Jesús manso y amable el que se recuerda, hasta el punto de que el Jesús asesino del Evangelio de la infancia de Tomás parece una aberración incomprensible. Pero no es porque los Santos Evangelios modernos muestren la figura de un salvador enteramente manso y amable. Como observó el escritor G. K. Chesterton, la gente "no se cansa nunca" de subrayar que, mientras que Jesús es un hombre lleno de amor y misericordioso, la Iglesia —y en particular la católica— ha sido a menudo una institución que ha suscitado terror. "Esto es, me atrevo a repetir, prácticamente el reverso de la verdad. La verdad es que es la imagen de Cristo que vemos en las iglesias la que está llena de mansedumbre y misericordia. Y que la imagen de Cristo en los Evangelios manifiesta bastantes más cosas". Como bien sabía Chesterton, en el Nuevo Testamento hay también momentos oscuros.
Por ejemplo, en el Evangelio de Marcos hay un momento extraño, en la actualidad muy poco conocido, en el que Jesús siente hambre. Al ver una higuera, se dirige a ella para comer algunos higos, pero se da cuenta de que no tiene ninguno. Jesús, que en este episodio da señales de parecerse al Jesús irascible del Evangelio de la infancia, maldice el árbol. "Que nunca jamás coma ya nadie fruto de ti". Y así es, cuando un poco más tarde pasa de nuevo ante la higuera en compañía de sus discípulos —la escena tiene lugar después de que, en otro momento que de amor y de mansedumbre tiene poco, entre en el templo y derribe las mesas de los cambistas—, los discípulos ven que la higuera está seca y se lo dicen a Jesús. La respuesta de este es muy breve y elocuente. "Tened fe en Dios", les contesta. Se trata de un acto que dejaría totalmente desconcertado al filósofo Bertrand Russell: "Esta es una historia muy curiosa, porque aquella no era la época de los higos y en realidad no se puede culpar al árbol".
El Jesús de la Biblia, independientemente de cómo se le recuerde, no pretende en ningún momento ser solo el príncipe de la paz. "No penséis que he venido a poner paz en la tierra —dice—. No vine a poner paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa". Jesús es famoso por haber dicho: «Bienaventurados los pobres», pero conviene recordar que su mensaje no se quedó ahí. A continuación afirmó: «Pero ¡ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!". Estas palabras han pasado a formar parte de muchos menos himnos de tono alegre.
* Catherine Nixey es una periodista y escritora británica que se convirtió en un bestseller con su anterior ensayo, 'La edad de la penumbra' (Taurus), una historia sobre el dogmatismo y la capacidad destructora del cristianismo en la Antigüedad clásica. En '
No le dejes en manera alguna salir de casa, pues mueren todos los que lo enojan.
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