Cada vez nos da más igual proteger nuestra intimidad y va a tener consecuencias funestas
El filósofo Ferrán Sáez Mateu ha publicado el ensayo 'La intimidad perdida' (Herder) en el que alerta del cambio de mentalidad que vive nuestra sociedad donde lo más grave es que nos dejen de importar los otros
El doctor en Filosofía y profesor universitario Ferrán Sáez Mateu (1964) no tiene smartphone, ni redes sociales ni siquiera coche. Camina "como en el Neolítico", afirma, habla por teléfono con un viejo Alcatel y lo único que le rodean son sus violas de Gamba, ese instrumento musical del XVI que tan fantásticamente protagonizó las películas Todas las mañanas del mundo de Alain Corneau. Podría decirse que Sáez Mateu vive en un mundo antiguo pre digital.
Pero no es verdad. Es un profesor que en los tiempos del confinamiento hizo videollamadas con sus alumnos para las clases y utiliza los servicios de Google y otras tecnológicas cuando le son necesarios (como ya hacemos todos). Sin embargo, su distancia con ese entorno de redes sociales digitales sí le ha permitido observar "un cambio de mentalidad" que tiene que ver con nuestra intimidad. Y alerta de que la estamos perdiendo "con consecuencias funestas". Todo eso lo ha plasmado en el ameno ensayo
PREGUNTA. ¿Hemos perdido la intimidad? ¿Tan drástico es esto?
RESPUESTA. Lo que pretendo es diferenciar la privacidad y la intimidad. Y lo que propongo es que la privacidad se ha perdido de forma inexorable porque en el caso de que conserváramos la privacidad los servicios de Google no serían viables, hemos renunciado a la privacidad, pero en esa renuncia también se está perdiendo algo que tiene más calado que es la intimidad, que atañe a asuntos diferentes a la privacidad.
P. Privacidad e intimidad, en qué conectan y en qué se diferencian.
R. La privacidad viene de privatus que significa cerca, valla, es una protección perimetral y por tanto es algo a lo que los otros no pueden acceder sin nuestro permiso. Es decir, mi domicilio es privado a no ser que yo consienta entrar. Sin embargo, lo íntimo hace referencia a la profundidad en relación con uno mismo. La palabra "íntimo" es un superlativo de intus que en latín significa "dentro". E Intimus significa "lo que ya no puede estar más adentro, el lugar límite". Lo que intento mostrar en este ensayo es que esa intimidad fue fundamental a la hora de ser modernos, es decir, para transformar el mundo antiguo en lo que es hoy en día. Y el hecho de perderla puede tener unas consecuencias funestas.
P. La privacidad al ceder nuestros datos es obvio que la perdimos hace tiempo, pero ¿cuándo hemos empezado a perder la intimidad y lo peor, a que nos dé igual perderla?
R. Se dio la circunstancia de que la redacción de este libro se dio con la pandemia. La pandemia fue el primer ejercicio de la historia de recogimiento masivo. No hay ningún precedente de que esté toda la humanidad en su casa. Y eso se podía haber traducido en un ejercicio de introspección, pero no, se tradujo en que se agotó el papel higiénico y en que la gente empezó a comer patatas fritas y a beber cerveza. Es decir, la intimidad parecía ser algo totalmente ajeno al esquema mental de la mayoría de la gente. Había muchas personas que por primera vez en su vida, al margen de las vacaciones, convivían juntos en su casa. Pero cuando se produjo esta intimidad el resultado no fue ningún cambio, sino una cosa de preocupaciones extrañas como acaparar papel de váter o hacer pasteles. A mí me dio la impresión de que había algo que no acababa de funcionar.
"La pandemia se podía haber traducido en un ejercicio de introspección, pero no, se agotó el papel higiénico"
P. Desde entonces estamos viendo comportamientos que podríamos considerar íntimos como tener una conversación por teléfono que ahora se hace delante de todo el mundo —y en la que se escuchan a las dos personas— y sin considerar si alguien escucha o no. Me resulta llamativo porque es como si esas personas que lo hacen no se dieran cuenta de que están rodeadas de otras personas que no quieren escuchar eso hasta por pudor.
R. Son disfunciones que en sí mismas son un asunto costumbrista, pero si las vas sumando, si las analizas más allá de lo que tienen puntualmente te das cuenta de que estamos asistiendo a un cambio de mentalidad. La palabra mentalidad está muy desgastada y se utiliza mucho, pero la mentalidad es lo que recorre subterráneamente nuestra conducta. Una moda es algo efímero, pero una mentalidad no. Y cuidado con los cambios de mentalidad porque, para bien o para mal, tienen un recorrido muy largo. Para bien, por ejemplo, es evidente que entre la generación de mis padres y la de mi hijo ha habido un cambio de mentalidad muy positivo en relación a la relación entre hombre y mujer. Este es un cambio perfectamente visible que tiene un recorrido largo. Ahora uno puede ser un machista, pero afortunadamente la gente lo señala con el dedo. Pero también puede haber cambios de mentalidad con un recorrido más incierto. Eso de hablar en el metro y explicar cosas que en principio yo no debería oír ni tú tampoco parece un indicio, pero es algo más que un indicio. Es una especie de decir esto a mi me da igual como me da igual hacer el ridículo en las redes sociales u otro tipo de cosas.
P. Precisamente en ensayo insiste en que la intimidad tiene que ver con mirarse a uno mismo, pero eso significa también mirar al otro. Y claro, esta pérdida de intimidad lo que significa es que estamos dejando de mirar al otro. No es que el infierno sean los otros sino que nos dan completamente igual, que parece peor.
R. Efectivamente. Yo no tengo smartphone. Ahora mismo estás hablando con un Alcatel de los años noventa. No estoy en ninguna red social. Yo por la calle voy andando como hacían en el Neolítico. Y cada vez me doy cuenta de que hay más gente que no mira, sino que va mirando al móvil y me tengo que apartar para que no se choquen. Si tú tienes una pantalla y una persona y prefieres mirar a la pantalla… pues es una opción, pero no sé qué es. La metáfora de esto es que cuando en los tiempos duros de la pandemia teníamos que hablar a través de plataformas de estas era imposible que nos miráramos a los ojos porque para mirar a los ojos necesitabas mirarte a la cara y a la vez intentar mirar a los ojos de la otra persona, cosa que era imposible. Yo di clases y tenía delante de mí un montón de gente en pijama… Era una situación muy extraña. La mirada no era la misma que si estuviéramos presencialmente.
P. Yo le confieso que dejé pronto las videollamadas y las cambié por las llamadas telefónicas de siempre. La voz sola me parecía más íntima y cercana que la imagen completa. Y eso me sigue sucediendo en la actualidad, por ejemplo con las entrevistas.
R. A mí me pasó lo mismo. Además aquellas videollamadas tenían un punto de tristeza. Recuerdo quedar con amigos y tomar una cerveza y era todo una especie de teatrillo, y al final acabé hablando como estamos hablando ahora por teléfono.
"Hay toda una serie de comportamientos que muestran que estamos asistiendo a un cambio de mentalidad. Y hay que tener cuidado"
P. Montaigne, en su alegato del valor de la intimidad que hace en sus 'Ensayos', muestra el nacimiento del hombre moderno. Si ahora la estamos perdiendo, ¿en qué ser humano nos estamos convirtiendo?
R. Más que naciendo está empezando a consolidarse el hombre posmoderno con todo lo que tiene de efímero y de superficial. Pero no son solo cosas negativas. Yo también percibo en mis estudiantes de Primero, que ahora tienen 18-19 años, una especie de actitud tolerante hacia determinadas minorías que en mi caso, que yo tengo ahora 60 años, no existían. Lo que sí que es cierto es que el ser humano posmoderno ya va más allá de gatear y ya se ha consolidado como una entidad antropológica diferenciada del hombre de la modernidad.
P. En este cambio de mentalidad, ¿podemos decir que estamos en un momento como le pasó a Montaigne que cuando le empezaron a llegar las noticias del descubrimiento de un nuevo mundo y nuevas civilizaciones alucinó tantísimo?
R. No. Aunque parezca que vivimos una época de cambios vertiginosos, que los hay, en el siglo XVI confluye encontrarse con gente que no estaba prevista… Porque si ahora bajara un ovni en el centro de Barcelona más o menos estaríamos preparados, pero en ese momento no lo estaban, solo tenían los referentes de la mitología medieval. En el siglo XVI se produce el descubrimiento de América, se da el heliocentrismo, es decir, se dan cuenta de que ya no son el centro del universo sino que son el entresuelo segunda, algo insignificante. Incluso algo tan serio como el cristianismo se escinde en protestantes, católicos etc. Todo eso mezclado da lugar a una especie de estupefacción. Nosotros hemos vivido cosas parecidas, pero aquellas eran psicológicamente mucho más bestias.
P. Antes hablaba de las consecuencias funestas de la pérdida de la intimidad. ¿De qué consecuencias hablamos?
R. Solemos pensar en términos sociales y políticos, pero en la que menos se piensa es en la cuestión económica. Y ahora mismo las empresas tecnológicas más grandes, véase Google,Microsoft, Meta… son viables únicamente si y solo si nosotros renunciamos a nuestra privacidad. Sin el combustible, que son nuestros datos, Google debería cerrar. Pero es que claro, Google también da unos servicios sin los cuales yo no podría sobrevivir. Por tanto, te das cuenta de que el grado de esta transformación no tiene nada de anecdótico. El mundo, en términos económicos, funciona a partir de un trasvase de datos que antes hubiésemos considerado estrictamente privados y que ahora han dejado de serlo. Por tanto, la cosa va más allá de la política. Y no es que a estas empresas les importemos nosotros como Ferran y Paula sino que les importamos porque les damos unos datos que ellos luego pueden mercantilizar.
P. Lo curioso de los tiempos que vivimos es que mientras la intimidad deja de tener importancia, el Yo ha ganado una importancia abrumadora. Es una gigantesca paradoja.
R. En el caso de las redes sociales estamos hablando de un Yo inflamado, un Yo que requeriría asistencia médica de lo inflamado que está. Y un Yo que solo reacciona cuando produce un efecto sobre otras personas o se activa cuando otras personas no le ponen el like. Este tipo de paradojas son genuinamente posmodernas. El filósofo alemán Peter Sloterdijk ya dijo que este tipo de ser humano es una suma de microanarquismos y soledades. Me parece muy atinado. Va en el sentido de yo hago lo que me da la gana sin pensar en nada, pero a la vez estoy en una situación en la que casi puedo rozar lo sórdido, ya que estoy rodeado de gente virtual pero no sé ni cómo se llama mi vecina del cuarto primera. Esto configura un tipo de sociedad que tiende, en el mejor de los casos a la tristeza, y en el peor a la enfermedad mental. No olvidemos que estamos hablando de una plaga. El índice de enfermedad mental que tenemos no tiene nada de normal. La sociedad no se puede permitir que la causa más común de muerte de los jóvenes sea el suicidio. Este tipo de cosas deberían ponerse muy seriamente sobre la mesa y no ser consideradas hechos puntuales.
"El filósofo Sloterdijk dijo que el ser humano es una suma de soledades y microanarquismos. Me parece muy atinado"
P. ¿Hay algún tipo de receta filosófica para recuperar la intimidad perdida o es la drástica desconexión como hace usted y ya está?
R. Yo no tengo nada, no tengo tampoco coche, vivo rodeado de instrumentos musicales y ya. Hay que volver a las redes sociales orgánicas que son nuestros amigos, nuestros padres… Esto la gente ya no se lo cree, pero siempre fueron nuestras redes sociales. Mis padres, que ya van para los 90 años, tienen su red social en su pueblo y son sus vecinos, sus amigos, los familiares que les quedan… Esto es una red social que no tiene nada de inauténtico.
P. ¿El ser humano no es un poco péndulo? Quizá después de esta época tan microanarquista y digital volvamos con fiereza a esa red social auténtica de nuevo…
R. Sería posible, pero también hay otra manera de ver las cosas. Hay cambios que son irreversibles. Es lo que te decía antes, si hoy un chico le dice a una chica "me quiero casar contigo para que estés en la cocina y me planches las camisas", la chica le va a decir, "tú eres imbécil o qué te pasa". Yo creo que en esta cuestión del género el cambio no tiene recorrido hacia atrás. Tampoco a nadie se le ocurriría abaratar costes para hacer una autopista volviendo a la esclavitud. En el caso que dices todavía no tenemos perspectiva para verlo, pero ayer, por ejemplo, leía que hay una cierta sensación de agotamiento de las aplicaciones de ligar. Yo no sé de dónde salen los datos, pero no me extrañaría nada. En este sentido puede ser que la dinámica pendular prevalezca y nos volvamos a ver las caras.
P. Quiero preguntarle una cuestión más política, ya que en el ensayo también resalta que uno de los antónimos de la intimidad es el totalitarismo. Es decir, el control absoluto sobre todos nosotros. Los regímenes totalitarios, como el nazismo, el estalinismo, el franquismo, cualquier dictadura, lo que siempre han impedido ha sido la intimidad de las personas. Ahora podríamos estar en un régimen totalitario digital, que es lo que crean las redes sociales, ¿no?
R. El estalinismo y el nazismo se basaban en que todo el mundo estaba fiscalizado. En la China comunista han repartido móviles por doquier y programas de reconocimiento facial con lo cual ahora mismo la cosa está yendo hacia unos derroteros que podríamos considerar problemáticos. Hay algo tan sencillo como que la fiscalización de nuestra privacidad no es compatible con nuestra libertad. Esto no merece siquiera una discusión. Otra cosa es modularlo, ya que casi es obligatorio renunciar a una parte por los servicios que ofrecen determinadas empresas. Pero renunciar radicalmente a nuestra privacidad es suicida.
"En la China comunista han repartido móviles por doquier con lo cual ahora mismo la cosa está yendo hacia unos derroteros problemáticos"
P. Nos encontramos con los extremos: personas tan celosas de su intimidad que en un mundo tecnológico como el nuestro, que te facilita, como usted mismo decía, una serie de servicios, tampoco parece que actúen con mucho sentido común. Y aquellas que se desnudan por completo, incluso emocionalmente, en las redes.
R. Sí, en determinados aspectos hay conductas neuróticas e histéricas con esto de preservar la intimidad cuando, como decía, a Google no le interesa la persona sino los datos. El problema consiste en encontrar una modulación, un equilibrio en el que se preserve lo esencial de nuestra intimidad y por otra parte se pueda jugar con los flecos de esta intimidad. Siempre que hay un cambio tecnológico de esta envergadura lo normal es que esto cueste un poco de resolver.
P. En definitiva, ante esta pérdida de intimidad la cuestión es que no sabemos que va a pasar.
R. La única incertidumbre es hacia donde puede ir la IA. Y con eso se debe tener mucho cuidado, y el que no lo tenga, yo le recomiendo que se lea la historia del fax, del que se decían cosas parecidas. A veces la tecnología genera espejismos extraños y, sobre todo, muy maximalistas. Ya veremos qué pasa con la IA, de momento es una cosa llena de posibilidades y de amenazas, pero no sabemos. Acaba de empezar.
P. No se posiciona ni en el lado de los temerosos ni en el de los optimistas acérrimos.
R. No, no, ni con unos ni con otros. La sociedad no ha evolucionado a base de respuestas sino de preguntas que se hacía la gente. LA IA da respuestas a partir de lo que ya sabe, pero no formula preguntas. La IA te puede imitar muy bien el cubismo, pero el cubismo forma parte de una pregunta y es ver si se puede representar la realidad de otra manera, que es lo que hicieron Picasso y otros. Ahora la IA es simplemente un mecanismo y como todos los mecanismos depende de la comida que le echemos para alimentarla.
El doctor en Filosofía y profesor universitario Ferrán Sáez Mateu (1964) no tiene smartphone, ni redes sociales ni siquiera coche. Camina "como en el Neolítico", afirma, habla por teléfono con un viejo Alcatel y lo único que le rodean son sus violas de Gamba, ese instrumento musical del XVI que tan fantásticamente protagonizó las películas Todas las mañanas del mundo de Alain Corneau. Podría decirse que Sáez Mateu vive en un mundo antiguo pre digital.