El arqueólogo de la violencia: "Nos acercamos a una guerra descentralizada y sin límites"
El arqueólogo madrileño acaba de recoger el Premio Nacional de Ensayo por un libro que recorre la historia universal de la violencia a través de los restos arqueológicos encontrados
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Aunque se trata de una única persona, existen muchos Alfredo González-Ruibal (Madrid, 1976). Es el tuitero que nos acerca a los restos que va encontrando a través de @GuerraenlaUni, la voz de La historia es ayer y el escritor que acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Ensayo por Tierra Arrasada. En boca del jurado, se trata de "una apasionante y novedosa forma de presentar los conflictos armados desde la experiencia y el punto de vista de la arqueología de campo". Se toma una pausa en la excavación que está llevando a cabo en Entrevías (Madrid) para atender a nuestras preguntas.
PREGUNTA. Tu libro es una historia de la violencia desde la arqueología. Se suele pensar que las sociedades primitivas son más violentas. ¿Cómo era el Paleolítico?
RESPUESTA. De violencia entre cazadores-recolectores tenemos muy poca evidencia. En primer lugar, porque tenemos menos evidencia que de otros periodos, pero también por la propia lógica de las sociedades paleolíticas. Por un lado, la densidad de población era mucho más baja, así que había menos competición por recursos que en las sociedades sedentarias. Y probablemente a partir del Paleolítico superior tenían instituciones que funcionaban relativamente bien. Hay que pensar, por ejemplo, en todos estos lugares con arte rupestre que probablemente son sitios rituales, sitios de agregación donde se juntaban diferentes grupos. Uno de los mecanismos a los que servían era para resolver conflictos sin necesidad de matarse. Es muy significativo que no tengamos un arte de la violencia en el Paleolítico.
P. La propiedad de la tierra también tiene algo que ver, porque en el Neolítico la tierra empieza a ser ya mucho más importante, ¿no?
R. Sí, en el Neolítico ya podemos hablar de propiedad colectiva. Y podríamos hablar de la territorialidad, que evidentemente gana una importancia que no tenía con las sociedades productoras de alimentos.
P. ¿Las sociedades más complejas son más eficaces a la hora de desplegar la violencia?
R. Sí, empezamos a detectar la violencia colectiva en etapas avanzadas del Paleolítico. Más allá de las cuestiones sociales y medioambientales, es también un tema cognitivo, y es que el desarrollo de habilidades complejas en los seres humanos modernos permite también desarrollar formas más complejas de conflicto, organizarse para la guerra, organizarse para atacar al enemigo… También se desarrollan símbolos e ideologías para justificar la violencia contra otros grupos y para organizar acciones violentas contra otros grupos.
P. Los símbolos permiten movilizar a grandes cantidades de gente, incluso estigmatizar a otros grupos.
R. Sí, de hecho, las identidades étnicas como tal seguramente surgen también en el Paleolítico superior. Muchas veces utilizan símbolos materiales, adornos, decoraciones corporales, escarificaciones, tatuajes, etc., para diferenciarse unos de otros. Y ese diferenciarse es la semilla, el embrión, de empezar a ver al otro como distinto y, en última instancia, en los casos más extremos, como menos humano.
"Las identidades étnicas seguramente surgen en el Paleolítico superior a partir de símbolos, tatuajes, escarificaciones..."
P. El libro ofrece una mirada universal, recorres todo el planeta explicando escenas de violencia en todas las culturas. ¿Ha habido algún pueblo o civilización particularmente cruel?
R. Hay sociedades que en momentos específicos desarrollan culturas bélicas más fuertes y agresivas, pero yo no diría que podamos hablar de sociedades más o menos violentas. El problema es que tendemos a congelar una sociedad en un momento específico y a proyectar ese momento a toda su historia. Por ejemplo, decir que los alemanes tienen una tradición marcial, de guerra, violenta y militarista. Bueno, eso quizá era cierto a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, pero no en la primera mitad del siglo XIX. El grupo por antonomasia identificado con el salvajismo, los yanomami, son violentos en un momento muy concreto de desestructuración social, provocado por epidemias y por la pérdida de tierras, por invasiones de colonos, etc. Pero no son una cultura esencialmente violenta. Por eso creo que hay que tener mucho cuidado al definir una sociedad como guerrera o agresiva.
P. Escribes que suelen producirse ciclos de violencia y que suelen coincidir con la desintegración de regímenes dominantes. ¿Te recuerda al momento histórico actual?
R. La idea de los ciclos de violencia es una de las tesis fundamentales del libro, frente a las perspectivas más teleológicas y unidireccionales de que la historia va hacia relaciones más pacíficas o hacia la guerra total. Creo que hay picos de violencia excesiva y sin límites, y luego hay periodos largos en los que somos capaces de limitar esa violencia. Y pienso que ahora estamos en el umbral de perder esos límites. Desde 1945, con las brutalidades de la Segunda Guerra Mundial, se establece un régimen de conflicto con unas normas que, aunque se vulneran en ciertos contextos —por ejemplo, la guerra en Yugoslavia o el genocidio de Ruanda—, existe la idea de que hay unas normas que se deben cumplir.
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P. ¿Y se ha roto ese consenso?
R. Creo que estamos en el umbral de perder ese consenso de que la guerra debe tener normas. Lo vemos continuamente, con gente que defiende crímenes de guerra, ya sean en Gaza o en Rusia, en Ucrania. Si los cometen los nuestros, entonces está bien. Y eso es peligrosísimo, porque nos adentramos en un periodo muy turbulento. Solemos imaginar que el próximo conflicto global será una guerra mundial, pero no creo que sea así. Lo más probable es que nos enfrentemos a guerras regionales que proliferen en distintos lugares del mundo, guerras sin normas, con múltiples actores, no solo estatales, sino también narcos, señores de la guerra, terroristas. Y ese es el horizonte al que nos acercamos: una guerra descentralizada con múltiples actores y sin límites, algo que ya tiene paralelos en la historia.
P. ¿Cuáles son los paralelos históricos más claros con esta descripción de guerra descentralizada?
R. Un ejemplo es el periodo de los Reinos Combatientes en China, donde se debilita la autoridad estatal y surgen multitud de reinos, jefaturas y federaciones de grupos independientes que luchan entre sí. También hay varios momentos en la historia de China donde, al aflojarse el control imperial, se producen masacres entre facciones con una violencia extrema.
P. ¿Fue la Edad Media tan violenta como suele retratarse? ¿Es ese escenario al que vamos?
R. En realidad, la Edad Media fue un periodo de violencia de baja intensidad, normalmente salpicada por episodios muy intensos, como puede ser la guerra de los Cien Años o determinados momentos de las Cruzadas. Pero lo más habitual es precisamente esa violencia descentralizada, donde hay múltiples factores: tenemos estados, señores feudales, bandidos, insurrectos, etc. Es una violencia generalmente de baja intensidad, que no involucra necesariamente a grandes cantidades de gente ni batallas gigantescas. Y eso genera, desde el punto de vista material, un paisaje fortificado. El hecho de que en España tengamos miles de castillos y torres tiene que ver con eso. Obviamente, hay también grandes batallas, como la de las Navas de Tolosa, donde se enfrentan 20.000 o 30.000 guerreros, pero quitando esos picos, lo que tenemos son mesnadas, razzias, una violencia constante de baja intensidad.
P. Le dedicas un capítulo entero a las culturas precolombinas, una realidad que se suele dejar fuera en estos libros.
R. Es un tema en el que yo no soy experto, pero me parece fascinante. Las dos imágenes que tenemos son erróneas. Tanto la de los indígenas sanguinarios pacificados por los españoles civilizados como la del buen salvaje. La realidad, como siempre, es más compleja. Y aquí se ve muy bien lo que comentaba antes de los ciclos de violencia. Tenemos periodos de violencia extrema y sin límites, por ejemplo en el suroeste de los Estados Unidos, con periodos abyectos, donde se masacran mujeres y niños, y probablemente hay actos de canibalismo. Después de eso, le siguen siglos de paz, incluso de culturas pacifistas que desarrollan una memoria de los años de violencia desbordada. Como respuesta, enfatizan la restricción de la violencia, la resolución de conflictos y el evitar la guerra.
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P. Uno de los aspectos más interesantes de la violencia precolombina es su carácter ritual, ¿no?
R. Exacto. La guerra en las culturas precolombinas casi siempre tiene un carácter ritual. Si no entendemos este aspecto, es muy difícil comprender por qué hacían lo que hacían. Desde luego, si lo vemos desde una perspectiva europea, no se entiende. Hay conflictos que tienen que ver con crisis ecológicas o la escasez de recursos, pero otros solo se entienden en un contexto puramente ritual. El caso de los mexicas, los mayas o los mochicas en el primer milenio en Perú son claros. Este carácter ritual encauza el conflicto. Nos puede parecer muy bárbaro, y lo es en muchos sentidos, pero al mismo tiempo está reglado, con normas compartidas. Aunque al final se masacre a un señor, se mutile y se coma su carne, sigue estando dentro de unas normas aceptadas. Es como una especie de deporte, una práctica que tiene sus reglas.
P. Las heridas y las armas son dos de las pistas más importantes para entender la violencia a través de la arqueología. Sorprende que fuera de Europa los avances tecnológicos no se utilicen para ejercer la violencia con tanta intensidad. ¿Por qué?
R. Tendemos a ver la historia universal desde una perspectiva muy eurocéntrica, y eso está especialmente claro en el caso de la guerra. La visión pesimista que tenemos sobre la naturaleza violenta del ser humano tiene mucho que ver con nuestra propia experiencia. La idea de que siempre que el ser humano inventa siempre para matar es cierta solo en Europa. Pero probablemente sea la excepción. No lo encontramos en el África subsahariana, en China, ni en la América precolombina. Es algo fundamentalmente europeo y de Oriente Próximo, pero no mucho más. En otras culturas, los avances tecnológicos se aplican mucho más a lo social, económico o ritual. En América prehispánica, por ejemplo, el metal se usaba para hacer adornos, para intercambios y en contextos rituales, no para fabricar armas. Lo mismo sucede en África subsahariana, cuando se introduce el hierro: el objetivo no es hacer armas, sino fabricar hachas para talar bosques o azadas para cultivar.
P. ¿Alguna explicación?
R. Es una cuestión compleja, con muchos factores. Creo que en Europa, desde muy temprano, hay una gran densidad de población, lo que genera conflictos territoriales y conflictos para lograr recursos. En otras zonas, como África, la densidad de población es mucho más baja. Además, en Europa se desarrollan múltiples entidades políticas no centralizadas desde muy temprano, y no tenemos estados hasta momentos relativamente tardíos, hacia el primer milenio a.C. Lo que tenemos son múltiples jefaturas, grupos políticos independientes que compiten por recursos y sus élites por el liderazgo, muchas veces a través de la violencia. Este contexto peculiar no se encuentra en otros lugares o se encuentra de forma muy distinta.
"La idea de que el ser humano cuando inventa algo lo primero que hace es utilizarlo para matar a otros es cierta solo en Europa"
P. En el libro te detienes a hablar del poder de exterminio del arco y de la bomba atómica, por poner dos ejemplos separados en el tiempo. ¿Pero cuál es el arma que más personas ha matado en la historia?
R. En términos absolutos, las armas de fuego convencionales. Desde que aparecen a partir del siglo XV. Esto es interesante porque muchas veces nos fijamos demasiado en los últimos inventos, las últimas tecnologías. Pero hace como 200 años que la gente muere casi siempre por heridas de bala y por metralla de explosiones. Desde las guerras napoleónicas ha sido así. Una de las cosas interesantes de la arqueología es entender estas cosas gracias a los hallazgos, en lugar de centrarnos en las revoluciones, en lo transformativo. Los arqueólogos tenemos tendencia a fijarnos en lo que permanece a lo largo de siglos o milenios, porque es lo que nos encontramos más frecuentemente. Creo que el ciclo de violencia en el que estamos ahora es un ciclo que se inaugura a finales del siglo XIX.
P. ¿No dejan menos rastro arqueológico las armas más modernas, como las termobáricas o las nucleares?
R. Sí, este es uno de los retos de la arqueología del conflicto contemporáneo. Además, desde un punto de vista ideológico se han desarrollado nuevas formas de entender la violencia aterradoras. La idea de perseguir la aniquilación total, ya sea a través del genocidio o de las armas atómicas, es algo que no deja demasiado rastro, aunque siempre es posible encontrar alguna huella material. Por ejemplo, en las fosas comunes de los nazis en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial se intentaron destruir las pruebas exhumando cadáveres y quemándolos hasta reducirlos a cenizas. A pesar de ello, encontramos fragmentos de huesos milimétricos y muchos objetos, como la balas utilizadas en las ejecuciones. Aunque no puedas identificar a las personas, puedes identificar la existencia de una masacre con carácter genocida.
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P. Y hablando de identidad, ¿hay diferencias cuando encuentras restos humanos con signos de violencia en función de su raza, género o edad?
R. Sí, esa es una de las cosas que me sorprendió mucho mientras investigaba para el libro. Había cosas que ya conocía, pero esta me impactó: hay un patrón casi desde la prehistoria hasta la actualidad de violencia diferencial según el género. Y lo más terrible de todo es que la violencia más brutal y abyecta es la ejercida contra las mujeres. Realmente, el género es un aspecto fundamental, y hay huellas de encarnizamiento desde el Neolítico en adelante, un encarnizamiento que no se encuentra en los varones y que está asociado a violencia sexual en muchos casos.
P. También mencionas algo particular sobre los niños que impacta bastante. ¿Puedes contarnos más?
R. Sí, llama la atención que en muchos contextos de muerte de niños, los asesinatos tienen heridas en la parte trasera del cráneo, en contraste con los varones adultos, que suelen tener heridas frontales porque caen en combate. Los niños son asesinados cuando huyen, golpeados en la cabeza con un hacha o disparados por la espalda. En algunos casos, incluso se han encontrado cadáveres de niños acorralados y masacrados. Esto tiene que ver, creo yo, con la dificultad de asesinar a un niño. Es una transgresión extrema, y creo que muchas veces los asesinos prefieren matarlos por la espalda porque es más difícil enfrentarse a esa violencia cara a cara.
"Los restos de los niños suelen tener heridas en la parte trasera del cráneo porque son asesinados mientras huyen"
P. Dejando a un lado el libro, ahora pasas mucho tiempo excavando restos arqueológicos muy recientes, algunos de personas que siguen vivas. ¿Qué utilidad tiene eso?
R. Una de las cosas interesantes de la arqueología contemporánea es que nos permite contar nuevas historias, muchas veces íntimas, de personas individuales a través de los objetos. Te cuento un caso concreto de la guerra civil española: estábamos excavando una trinchera cerca de Belchite, de la batalla de 1937. Encontramos una tierra de nadie donde las trincheras franquistas y republicanas estaban a solo 30 metros de distancia. Podían escucharse unos a otros y oír los gritos de los moribundos. Entre los fragmentos de granadas, casquillos y balas que encontramos apareció un frasco de colonia. Al principio no parecía tener sentido, pero cuando te das cuenta de que era pleno verano, con cadáveres en descomposición por todas partes y gente que tenía que convivir con ese olor, el frasco de colonia cobra todo el sentido. Era una herramienta para sobrevivir al horror del campo de batalla.
Aunque se trata de una única persona, existen muchos Alfredo González-Ruibal (Madrid, 1976). Es el tuitero que nos acerca a los restos que va encontrando a través de @GuerraenlaUni, la voz de La historia es ayer y el escritor que acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Ensayo por Tierra Arrasada. En boca del jurado, se trata de "una apasionante y novedosa forma de presentar los conflictos armados desde la experiencia y el punto de vista de la arqueología de campo". Se toma una pausa en la excavación que está llevando a cabo en Entrevías (Madrid) para atender a nuestras preguntas.