El hombre que casi vio a Fleetwood Mac: el explosivo 'boom' de las bandas tributo
Está de gira por España Rumours of Fleetwood Mac, una de las muchas bandas de homenaje al famoso grupo británico, la única recomendada por su cofundador Mick Fleetwood
La banda tributo de Fleetwood Mac, Rumours of Fleetwood Mac, en pleno concierto en Madrid. (Rumours of Fleetwood Mac)
Siempre quise ver a Fleetwood Mac pero como nunca vinieron a España —y no creo que a estas alturas vayan a venir— me quedaban dos opciones: resignarme a no verlos nunca o resignarme a ver a Rumours of Fleetwood Mac, lo cual hice hace unos días. Venzo cierta resistencia al contarlo, pues mis prejuicios me llevan a considerar el fenómeno de las bandas tributo como una parafilia inconfesable, y su éxito estable como verdadera distopía.
Fui aterrado: ¿y si me gustan? Aún no sabía que una banda tributo nunca te puede gustar, porque si te gusta lo que en realidad te ha gustado es la banda original: su fantasma. Y si no te gusta, tampoco pasa nada porque ya sabías que ibas a ver una copia. Esto es un poco un galimatías, pero merece la pena entenderlo porque así es como funciona el extraño fenómeno de las bandas tributo.
Esta —a diferencia de otras como Fleetwood Bac, Gipsy Dreams, Mirage, Tusk, Tell Me Lies o Fleetwood Macrame— tiene la particularidad de contar con la recomendación de uno de los fundadores de la banda original: el batería Mick Fleetwood. Rumours of Fleetwood Mac —no confundir con Rumours ATL: A Fleetwood Mac Tribute ni con Rumours: The Ultimate Fleetwood Mac Tribute— tiene, pues, la muesca azul. Es casi como ver a los auténticos. Son su surimi.
Ahora que me acuerdo, la primera vez que vi a un músico sobre un escenario fue, cuando yo era pequeño, en un plató de televisión. El músico era el británico Peter Green, fundador de Fleetwood Mac como banda de blues en 1967. Poco más tarde Green se tomó un ácido, y cuando regresó del viaje decidió dejar el grupo, deshacerse de la fortuna que había ganado donándolo todo a la beneficencia, colgarse un crucifijo en el cuello y seguir solo. Ahí estaba él, en los estudios de TVE, repitiendo una y otra vez la misma canción: la actuación era en playback y, como tal, se repetía hasta que el realizador tenía todas las tomas que quería. Alguna Nochevieja de estas lo pondrán en Cachitos. Buscadme entre el público, entre un centenar de colegiales recién bajados de un autocar. No entendí nada.
Las bandas tributo son lo que son: sucursales. No pueden ser apasionantes. No quieres temas poco conocidos. No quieres sorpresas
Mi fascinación por Fleetwood Mac viene con los años, cuando el grupo experimenta una de las más llamativas reinvenciones de la historia del rock y pasa de banda blues británica a formación de rock adulto americano. Media en ello la entrada de Stevie Nicks, la segunda mujer más maravillosa del pop (la primera es Debbie Harry). En los 70, la banda se convierte en una familia numerosa donde hay dos matrimonios (John McVie-Christine McVie y Stevie Nicks-Lindsay Buckinham), curiosas infidelidades, piscinas de alcohol, grandes cantidades de drogas y un disco que ellos, al borde del abismo, parecen incapaces de entregarle a la discográfica.
El caso es que —después de bodas, divorcios, drogas, abogados, peleas por el nombre, deserciones y regresos—, la banda sobrevive. Y el disco que sale de todo ese tremendo mal rollo es Rumours (40 millones de copias vendidas). No se entiende que no estemos todos ahora mismo viendo una serie en Netflix sobre Fleetwood Mac. Ah, espera, sí que hubo una: Daisy Jones and the Six, con Riley Keough y Suki Waterhouse, recordando a Stevie Nicks y Christine McVie. Pero estaba vagamente inspirada en la banda. A mí me pareció regular.
Mi idea de una familia interesante es Fleetwood Mac. De aquí, Mocedades. Veo ciertos paralelismos. Fleetwood Mac son como Mocedades pero con droga. Fleetwood Mac ha tenido 18 componentes en sus filas. Mocedades ha tenido 32, si sumamos sus distintas formaciones, porque también se pelearon por ver quién se quedaba con el nombre y hasta hicieron dos grupos que tocaban a la vez, cada uno por su lado, mientras los abogados pleiteaban. Yo creo que Fleetwood Mac podrían cantar Eres tú o Amor de hombre. Mocedades podrían cantar Gipsy o Go your own way, debidamente adaptadas al español. Si Amaya Uranga hubiera nacido en Phoenix, Arizona, podría haber sido Stevie Nicks.
Fleetwood Mac son como Mocedades pero con droga. Fleetwood Mac ha tenido 18 componentes en sus filas. Mocedades ha tenido 32
Bueno: el concierto. El Palacio Municipal de Ifema, casi lleno. Fácil 1.500 personas. Todo el mundo entregado. Cada tema se cierra con una salva de aplausos que premia la fidelidad de la ejecución. Les hacen vídeos y fotos. Entusiasmo. Los conciertos se han quedado para la gente a la que le gusta la música.
¿Son buenos? Claro. Pero sobre todo son iguales. Las bandas tributo son lo que son: sucursales. No pueden ser apasionantes. Si vas a ver una no quieres sorpresas. No quieres temas poco conocidos. Ni que hablen sobre las canciones. Quieres algo fácil, rápido, sin compromiso. No quieres su merchandising. No te sabes los nombres de los músicos. En todo caso miro a ver quién hace de Stevie: se llama Vivienne Chi. Fíjate que digo que hace de. Y es que la parte actoral es fundamental. Los músicos tributo deben saberse las canciones —cuentan, como sucede en las novelas o en la lucha libre mexicana, con la suspensión de la credibilidad por parte del público— pero también parecerse físicamente; esa es una presión extra. “Stevie” hace volar su falda y baila magnéticamente con sus manos como Stevie. “Christine” también está muy lograda. “Mick” viste igual que Mick: camisa blanca, chaleco negro y calva-calvoleta.
Rumours of Fleetwood Mac en concierto en Ifema, en Madrid. (Rumours of Fleetwood Mac)
En este tipo de bandas no hay problema de egos porque nadie gana un céntimo por derechos de autor: se lo llevan todo unos señores que están en una casa con piscina en Malibú. Si eres uno de esos arcanos originales, de estos artistas totémicos, te interesa dar la bendición a uno de tus imitadores —al que mejor lo haga— y que salga por el mundo a defender tu discografía con tu visto bueno y tu blurb: “esto es lo más parecido a mí”. Este es el pacto: llenarás las salas, pero nadie sabrá nunca quién eres tú. Es esto u hologramas.
Ser estrella de la música y tocar anónimamente en tu propia banda de Hacendado: he aquí una cura de humildad. ¿Y si en realidad estos impecables músicos odian al objeto de su mímesis pero no pueden renunciar a sus canciones, pues es de lo que —como le pasa a tantísimos estupendos músicos— pueden vivir? Ojalá emulen también sus carreras en solitario. Quizá también se han casado y peleado y reconciliado entre ellos: a lo mejor están sometidos a sus mismas legendarias movidas, como por una maldición. A lo mejor les pasa algo así y no lo sabemos. Bien visto, aquí está la perfecta separación artista-obra de la que siempre se habla: si te parecían incorrecto el original pero te gustaban sus canciones, siempre puedes disfrutar de la copia. En este caso, de Rumours of Fleetwood Mac.
Siempre quise ver a Fleetwood Mac pero como nunca vinieron a España —y no creo que a estas alturas vayan a venir— me quedaban dos opciones: resignarme a no verlos nunca o resignarme a ver a Rumours of Fleetwood Mac, lo cual hice hace unos días. Venzo cierta resistencia al contarlo, pues mis prejuicios me llevan a considerar el fenómeno de las bandas tributo como una parafilia inconfesable, y su éxito estable como verdadera distopía.