Arturo Pérez-Reverte: "Europa se está yendo al carajo y yo no lo lamento: nos lo merecemos"
'La isla de la mujer dormida', su nueva y trepidante novela, tiene como protagonista a un marino enviado por el bando franquista a Grecia para atacar clandestinamente los barcos de la URSS que llevan ayuda militar a la República
"No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca". Esa es la frase que preside la cuenta en Twitter de Arturo Pérez-Reverte, y de la que con frecuencia echa mano el escritor para explicar por qué hay cosas tanto de la izquierda como de la derecha que suscribe, así como cosas en una y otra posición que deplora profundamente.
Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) viene con una nueva y vibrante novela de aventuras debajo del brazo que sin duda hará las delicias de su legión de seguidores. Se titula
Nos recibe el escritor en una sala de su editorial, con su sombrero descansando en una mesa próxima, un pañuelo de seda al cuello y una educación tan exquisita como en desuso hoy en día. “¿Me puedo quitar la chaqueta? Hace calor”, inquiere.
PREGUNTA. ¿Cómo surge La isla de la mujer dormida, su nueva novela?
RESPUESTA. Las noveles no surgen, las novelas se van acumulando. El tipo de novelista que soy yo lleva consigo un mundo que acaba saliendo en forma de novela. Ese mundo en mi caso empieza cuando era pequeño y veía El capitán Blood o El corsario negro y leía
P. El protagonista de su libro, Miguel Jordán Kyriazis, también conocido como el kapetánie Mihalis, es un héroe muy sui géneris que para empezar milita en el bando franquista...
R. Creo que llamarle héroe no es apropiado. Los protagonistas de esta novela no son héroes, son seres humanos sometidos a circunstancias extremas. Los personajes de mis novelas no son admirables. El héroe debe de tener algo de imitatorio, de ejemplar. En mis novelas los personajes son gente que está ahí y a los que las circunstancias les hacen comportarse de una manera singular. Es interesante analizar su comportamiento, pero no son admirables en un sentido moral.
P. Pues a mí me parece que el capitán Mihalis es un tipo de íntegro y bastante honesto.
R. Sí, es íntegro. Pero yo no lo llamaría un héroe. Es un tipo normal al que la vida le obliga a salir de esa normalidad y a actuar en la singularidad.
"He estado en contacto con gente muy compleja: gente que tortura, viola, mata... Eso me ha dado una forma de mirar que llevo a mis novelas"
P. Miguel Jordán lucha por el bando nacional, pero como podría haber luchado por el republicano…
R. Igual que media España.
P. No es un personaje con profundas convicciones políticas, es el azar el que le lleva a unirse al bando franquista.
R. Cuando el protagonista de una novela tiene ideología, todo es muy fácil. Si uno es fascista, porque es fascista; si es nazi, porque es nazi; si es comunista, porque es comunista. Todo lo que hacen se explica porque creen en lo que creen. Para mí lo interesante narrativamente es cuando el personaje se mueve en una zona gris, ambigua, donde la línea entre el bien y el mal no está muy clara. Si un tipo se dedica a salvar a prostitutas de trata de blancas, no hay ninguna duda, su talla moral está clara. Pero si es un cliente de prostitutas al que de pronto una de ellas le conmueve y decide salvarla, ahí entran en juego las ambigüedades, incluso las contradicciones. Yo prefería un personaje como este, al que la vida lo ha puesto ahí, en lugar de un tipo con fe y creencias. Los personajes con fe y con creencias son siempre sospechosos. He conocido a muchos, de todo tipo, y hay que desconfiar de ellos. Creer que tienes la razón te convierte en inquisidor, en apóstol, en alguien con una intransigencia moral y ética que puede ser muy peligrosa, porque esa fe que predicas puedes tratar de aplicársela a aquel que no es creyente, lo que nos lleva directamente al fanatismo.
P. Las ideologías con frecuencia sirven para justificar todo tipo de atrocidades, incluso para justificárselas ante uno mismo.
R. No hay nada peor que la ausencia de remordimiento. Yo prefiero un malvado que actúa con remordimiento y que se cuestiona su maldad que al corazón puro que actúa ciegamente porque cree que Dios, la patria, el nacionalismo o lo que sea está de su parte. Esa es una lección que tengo de vida. Yo he estado en contacto con gente muy compleja en este sentido: gente que tortura, que viola, que mata... Eso me ha dado una forma de mirar que llevo a mis novelas, y que hace que me interesen los personajes complejos, que tienen contradicciones y que se ven enfrentados a situaciones en las que tienen que recurrir no a la ideología sino a la profesionalidad, a cumplir con su deber y hacer aquello por lo que les pagan. Yo prefiero un mercenario bien pagado que cumple con su trabajo que al entusiasta voluntario que después te deja tirado, porque he conocido a los dos. Yo he trabajado con gente muy turbia en mi vida, y siempre he tenido la suerte -o el buen ojo- de que cumplieran con lo que yo requería de ellos, con aquello por lo que les pagaba. Es muy muy grato estar con profesionales, porque sabes que van a hacer su trabajo bien. Ese tipo de personajes me son muy simpáticos narrativamente.
P. Ojalá tuviéramos profesionales políticos, ¿no le parece?
R. Prefiero no hablar de política. Pero sí.
P. Me ha parecido entrever muchas cosas de usted mismo en el personaje del capitán Mihalis y también en el del barón Katelios. ¿Me confundo?
R. No, es verdad, el capitán Mihalis tiene cosas mías y el barón también. Nadie pone en una novela lo que no tiene: o lo robas o lo tienes, no hay más.
P. El barón es un hombre resignado a ver el fin de su mundo, la decadencia final de la vieja Europa de Homero y Ovidio.
R. Yo no veo el mundo como lo ve el barón, pero entiendo al barón. He leído lo suficiente, he visto apagarse mundos, he visto decaer bellezas, lugares, regímenes… Sé lo que es eso.
P. ¿Y no tiene la sensación de que ahora, como en 1937, también estamos ante un mundo que se apaga?
R. A ver: leer es fundamental. Cuando yo iba de jovencito a una guerra, lo que había leído me ayudaba a entender, yo veía a un hombre despidiéndose de su mujer en Chipre y pensaba en Héctor y Andrómaca, caminaba por el desierto y pensaba en los 10.000 de Jenofonte. Leer permite proyectar, darle un sentido a lo que ves. Sin esas lecturas, habría cosas para mí inexplicables. Los libros me han ayudado a entender el mundo. Si yo no hubiera leído tanto como he leído, y como sigo haciéndolo, el mundo me habría arrebatado, me habría llevado con él, me habría vuelto loco, se me habría ido la olla como a tantos que han quedado por ahí tumbados, metiéndose guerra o droga en vena. Lo que me ha permitido mantener la cordura, volver una y otra vez, han sido los libros. Y a la hora de escribir, el mundo que has leído también importa. Yo no he visto el mundo como lo veía Mario Praz, pero lo he leído; yo no he vivido el mundo de Burt Lancaster en la película de Visconti Confidencias, pero lo he visto, así que conozco la decadencia final de esa Europa que se desmorona en el año 37, y ahora en el año 2024, y en la que Virgilio y Dante se van a hacer puñetas. Yo ahora tengo la sensación de estar asistiendo al final de un mundo, al final de un periodo. Pero no lamento el final de ese mundo, porque creo que es lo que nos merecemos, pero lo veo. Yo no lamento que Europa se vaya al carajo, como se está yendo, pero soy consciente de ello, y me siento y miro.
P. ¿De verdad no lo lamenta?
R. No, porque tengo 73 años. La edad te da un cierto egoísmo en ese sentido. Si tuviera 40 lo lamentaría, pero he vivido una etapa en Europa magnífica. Nací en el 51, cuando todavía estaba Franco, pero Europa iba para arriba; y después se murió Franco y ya ves la gran Europa que ha sido. Pero ahora, desde Bruselas están reventando Europa. Yo he conocido la Europa de Churchill, de De Gaulle, Adenauer, Berlinguer, Mitterrand… . Efectivamente, tengo una mirada de final de ciclo, y la utilizo para el personaje del barón Katelios.
P. Pero me cuesta creer que no sienta pena por la desaparición de esa Europa…
R. No, no siento pena. Todo se acaba. Y es lo que nos merecemos. Creo que hay una justicia en los ciclos históricos. La historia es resultado de las acciones de los seres humanos. Y del mismo modo que se hizo una Europa extraordinaria en los años 70, 80 y 90, ahora estamos haciendo una Europa infame, vil, cobarde, miserable y corrupta. No lo lamento, es así, es el mundo en el que nos toca vivir y ya está.
"Aquí hay un odio que, por un lado, es más humano. No imagino a un griego o italiano analizando cómo matar a seis millones de judíos"
P. El barón Katelios dice que en un pasaje de La isla de la mujer dormida que en el Mediterráneo se odia de un modo ancestral, histórico; se odia por patrias, por razas, por religiones… Y que en cuanto alguien olvida quién es su enemigo, se apresuran a recordárselo. Se podría aplicar también a la situación actual, ¿no le parece?
R. Así es. Pero yo no estaba pensando en España cuando escribí eso, es que la historia de la humanidad es esa. Pero en el Mediterráneo se impone un tipo de odio diferente, aquí se odia distinto. Aquí hay un odio que, por un lado, es más humano. Yo no me imagino a un griego o a un italiano analizando cómo matar a seis millones de judíos, eso no es de aquí. Aquí se mata por odio, por envidia, por follarte a la mujer de uno, por follarte al marido de otra, por quitarle el coche, por quemarle la casa, porque es más guapo que tú, porque su cabra se comió tu césped, porque tu abuelo y su abuelo eran enemigos… Aquí se mata por eso. Es un odio mucho más humano, un odio mucho más comprensible y más disculpable que esa manera fría de matar que camufla el odio bajo una mecánica científica que calcula cuántos judíos hay que matar al día para cumplir con el objetivo fijado. Ese planteamiento es imposible para un latino, un mediterráneo, un griego, un turco. El turco puede degollar a una población y violar y esclavizar a las mujeres, de acuerdo. Pero lo hace en caliente, no fríamente. En ese sentido, me es mucho más simpático el odio mediterráneo que el odio nórdico o anglosajón. Y en esta novela eso también está de fondo.
P. Pero, en el día a día, ese odio mediterráneo es tremendo y se traduce en la imposibilidad ancestral de hacer alianzas con el que se considera enemigo.
R. Sí, así es. Siempre ha sido así. Yo nací en Cartagena y el Mediterráneo es mi patria. Yo soy mediterráneo, y para mí el mediterráneo es una raza superior. La cultura, la memoria, la sabiduría, la forma de ser y la mezcla mestiza de sangre han hecho del Mediterráneo un lugar fascinante. En el Mediterráneo nadie está solo si no quiere, llegas a una aldea y a los cinco minutos te han acogido, algo que en Oslo, en Londres o en Brístol es imposible. Esa patria mediterránea yo la asumo como es, con lo bueno y con lo malo, igual que asumo ser español con lo bueno y con malo, con Hernán Cortés y todo lo demás. Moverte en tu patria a la hora de escribir una novela es muy agradable y muy cómodo. Yo he estado año y medio paseándome por mi memoria, y detrás de cada línea de la novela hay cientos de años de vino, de navegación, de aceite de oliva, de fenicios, de griegos, de romanos. Una novela para mí significa estar un año y medio metido a fondo en un tema, viviendo en ese tema. Y he de coger como tema algo que me haga feliz, no voy a estar año y medio sufriendo, pasando frío en el Polo Norte o arrastrando un trineo por la Antártida. Elijo escenarios que me gustan, como en este caso El Egeo, y que me permiten leer, viajar, ir a los sitios, probar la comida, aprender palabras en griego… Todo ese proceso de documentación previa me hace muy feliz. A mí escribir no me gusta.
P. ¿Cómo no le va a gustar escribir? No me lo creo.
R. Escribir es un acto absolutamente mecánico, desagradable, agotador. Pero la fase inicial, enamorarte de una historia, perseguirla, documentarla, beberla, comerla, olerla y viajarla es una maravilla. Tener 73 años y poder seguir haciendo eso es un lujo. Es un lujo que todavía haya cosas que me ponen caliente, que me obligan a leer, a aprender, a hablar con gente con la que no habría hablado de no haber una novela de por medio, a pensar qué habría hecho yo en determinada situación… Puede sonar pedante, pero tengo la suerte de ser un escritor que puede permitirse hacer lo quiere, amueblarse el mundo que le apetece. Y elegir a qué quiero dedicarme durante año y medio es una maravilla.
"Elijo escenarios que me gustan y el proceso de documentación previa me hace muy feliz. A mí escribir no me gusta"
P. En La isla de la mujer dormida hay un gran personaje femenino, Lena.
R. Es un tipo de mujer que me interesa. La mujer es un soldado perdido en un territorio enemigo. Tú lo eres, cualquier mujer lo es en mayor o menor medida, ya sea más o menos consciente. La mujer, cuando pelea, se enfrenta a desafíos mucho mayores que el hombre, porque el hombre tiene retaguardia y la mujer no. El hombre tiene un montón de cosas: la madurez, echarse una amante jovencita, el fútbol, los amigos, el dinero, el Rolex, el Maserati… La mujer tiene otras cosas en la cabeza. Tanto cuando ataca como cuando se defiende, es impresionante ver a una mujer lúcida enfrentarse a situaciones extremas. Por eso la mujer es tan cruel cuando ataca, tan implacable cuando se venga. La mujer me interesa mucho y en mis novelas siempre hay un tipo de mujer determinada, fuerte. Pero en esta novela me interesaba otro factor: la mujer derrotada. En mis anteriores novelas las mujeres pelean, nunca me había ocupado de una mujer derrotada. En esta novela mi heroína es una mujer derrotada. Es un ejercicio muy interesante asomarte al entorno de una mujer derrotada, que no tiene retaguardia, una mujer que ya no tiene esperanza ninguna, que lo único que busca es una especie de venganza moral respecto a su marido y sobrevivir. Creo además que tengo la edad adecuada para ver a la mujer de esta manera, con 30 nunca hubiera podido hacerlo, y por eso he tardado mucho en verla narrativamente.
P. Dígame una cosa, ¿cómo vive ser Arturo Pérez-Reverte, saber que cada cosa que diga o que escriba en Twitter va a desencadenar una suerte de debate nacional?
R. No pensando en ello. Si pensara en ello no podría hacer nada, no dormiría. Para mí Twitter es una herramienta muy interesante, una herramienta muy potente que me permite meter, entre 100 tuits diversos, los cinco o seis que me interesan. Qué me importa que se enfade conmigo López Obrador, ¿qué me va a hacer? ¿Qué me va a hacer el presidente del Gobierno, qué me va a hacer Feijóo? Yo no tengo nada que perder. Tengo 73 años y la vida resuelta, tengo la casa pagada, tengo el barco pagado.
P. Usted mismo es un emblema de esa vehemencia mediterránea de la que hablábamos: mientras para sus seguidores es don Arturo, para sus detractores es un señoro…
R. Pero fíjate: a mí no se me escapa nada que yo no quiera. A mí no se me calienta la boca, no hay exabrupto que diga que no esté superpensado y supercalculado. Yo no me caliento. Twitter es una herramienta muy potente y yo la utilizo y le saco partido.
P. ¿No ha borrado nunca un tuit?
R. Sí, a veces me equivoco, quién no se equivoca, y en ese caso borro un tuit, no pasa nada, y a veces me disculpo.
P. ¿Y bloquea a mucha gente?
R. Sí, a muchísima. Soy un experto en bloquear. El dedo de bloquear lo tengo curtido, con callo. Ahora, por ejemplo, he tenido polémica por un tuit sobre López Obrador. [El tuit en cuestión decía así: “Albergaba ciertas dudas sobre si López Obrador y Claudia Sheinbaum eran imbéciles, oportunistas, demagogos, sinvergüenzas o las cuatro cosas a la vez. Este comunicado me lo aclara todo”]. Alguien respondió diciendo que a Pérez-Reverte y a Abascal lo que les gustaría sería matar a todos los indios. Con gente así no se puede discutir nada, yo a esos no los quiero en mi Twitter, así que hala, bloqueado. Pero cuando es una persona razonable, doy explicaciones, converso, respondo, atiendo dudas… Yo no trato a la gente mal, lo que pasa es que en el mundo hay imbéciles.
"El problema que tenemos en este momento en occidente, en Europa, es que no estamos preparados para soportar el desastre"
P. Hablando de México… Decía antes que como español asume todo el bagaje que eso conlleva, ¿Hernán Cortés incluido?
R. Sí, todo, lo bueno y lo malo. No hay ningún lugar en el mundo perfecto. Lo más odioso, y vuelvo al principio, es aquel que cree que hay una línea que separa lo bueno de lo malo, se sitúa a sí mismo en el lado bueno y actúa como tal. Pero entonces te vuelves intolerante con los que están al otro lado de la línea, no reconoces ninguna virtud en los que están al otro lado de la línea ni ningún defecto entre los tuyos, los que están en tu mismo lado. Ese es el gran problema del mundo, pero no es español, es universal. No tener dudas, no tener saludables incertidumbres es muy peligroso. Te convierte en fanático, en militante, en inquisidor, en verdugo, en perseguidor. He visto muchas veces en mi vida el resultado final de esas líneas, no en una película, yo he estado allí, he visto las cruces de madera, las fosas comunes. Yo sé dónde lleva eso. No digo que esto vaya a terminar allí, pero sé que el camino que lleva a aquello empieza por ese tipo de gente que dice que hay una línea entre lo bueno y lo malo. El capullo que dice eso, cuando tiene un fusil en la mano, aplica esa manera de ver el mundo. Yo he visto actuando a esos tíos y tías. A lo mejor nunca llegan a eso, pero si pudieran lo harían. Esa es la cuestión.
P. Lo estamos viendo ahora con lo que está ocurriendo con Israel, Palestina, Líbano, Irán… Da miedo, ¿no?
R. ¿Miedo por qué?
P. Hombre, porque se puede liar una muy gorda…
R. ¿Y si se lía qué? Yo tengo una ventaja, y es que yo estoy a gusto con el desastre. Mira mi teléfono [y desenfunda un móvil prehistórico de esos que no tienen internet]: la batería le dura una semana. Tengo un coche de gasolina. En una guerra lo primero que se va al carajo es la electricidad, y no funcionan los coches eléctricos, ni los teléfonos, ni los ordenadores, ni nada. Vivimos pensando que vamos a tener electricidad siempre. El estar acostumbrado durante toda mi vida al desastre no me hace invulnerable, soy tan vulnerable como tú, pero me hace mucho más capaz de soportar el desastre. El problema que tenemos en este momento en occidente, en Europa, es que no estamos preparados para soportar el desastre, no admitimos el iceberg del Titanic, lo negamos, decimos que habrá una solución… No, no habrá una solución, no siempre hay solución. Vivimos como si todo fuese a ser siempre permanente, y eso nos hace olvidar los más elementales métodos de defensa, de supervivencia, de precaución. Nuestros hijos no están preparados para sufrir un desastre. Si a tu hijo lo pones en Gaza, ¿crees que estaría preparado? No, ¿verdad? Ese es el problema. Estamos negando la realidad y vendiendo un mundo de Disneylandia que es imposible, que no puede ser, que es insostenible, que no es verdad, que se va al carajo. Esa falta de adiestramiento en el desastre nos convierte en víctimas. ¿Y qué pasa? Que llega el que sí está acostumbrado al desastre, el que ha crecido en la miseria y en el hambre, el que ha crecido en la desesperación y en el rencor que todo eso genera. Y llegamos a la pregunta del millón: ¿Quién merece ganar? ¿Quién va a ganar?
"Yo soy del bando de los vencidos, mi abuelo luchó por la República y las pasó putas después de terminar la guerra"
P. La isla de la mujer dormida está ambientada en la guerra civil. ¿Qué hacemos con la memoria histórica?
R. La memoria histórica es necesaria. Me parece bien que el que tiene un abuelo en una cuneta lo busque y lo saque, naturalmente. Lo que me parece mal es que un tío que no tiene un abuelo en la cuneta utilice al abuelo de otro para su chiringuito político. Yo soy del bando de los vencidos, mi abuelo luchó por la República y las pasó putas después de terminar la guerra. Era un chico de buena familia, bien situado, pero por ser republicano estuvo en la cárcel y se quedó sin trabajo, estuvo diez años sin poder trabajar. Motivos para el rencor tengo, más que muchos de los que están ahí gritando, cuando quizás su padre o su abuelo fue el que compuso el Cara al Sol. La memoria histórica es necesaria, lo que no necesario es la utilización golfa de la memoria histórica.
"No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca". Esa es la frase que preside la cuenta en Twitter de Arturo Pérez-Reverte, y de la que con frecuencia echa mano el escritor para explicar por qué hay cosas tanto de la izquierda como de la derecha que suscribe, así como cosas en una y otra posición que deplora profundamente.
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