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¿Eres joven, rebelde y limpito? Compra mi marca y haz rabiar a los progres
La guerra cultural se ha convertido en una guerra comercial donde solo importa vender zapatillas con alabardas serigrafiadas
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Estalló hace unos años aquello que llaman guerra o batalla cultural, un estado constante de reproches y argumentos hacia el contrario por imponer una hegemonía cultural que, en teoría, debe acabar transformándose en sentido común.
La idea, que fue importada por las derechas europeas para poner freno a lo que definían como una invasión de las ideas wokes estadounidenses— no hay, en verdad, un concepto más mortalmente yanqui que el de la batalla cultural, pero evitaré desarrollarlo para que no os ofendáis—, ya llevaba tiempo aplicándose en España, pues no es nada nuevo que el conflicto político se traslade al terreno cultural y estético, sin embargo, no fue hasta hace unos años que el nombrecito en cuestión se volvió mainstream.
Partiendo de la base de que no creo que haya ningún ganador claro en esta batalla finalísima —todas las batallas parecen ser siempre finalísimas—, lo cierto es que la izquierda ha llevado siempre la delantera en cuanto a reivindicaciones estéticas y artísticas.
Si echamos la vista atrás, pongamos, cuarenta años, es relativamente fácil encontrar decenas de grupos musicales, desde La Polla Récords hasta Los Chikos del Maíz, o ejemplos estéticos, como camisetas del Che o de la Selección de la República Española, que han hecho alarde clarísimo de su ideología; la izquierda siempre ha llevado cierta iniciativa y ha plasmado sus ideales en productos culturales al acceso de todo el mundo. Sin embargo, ya no son los únicos.
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Quizá desde el covid, momento donde parte de la presunta derecha moderada se arrancó la careta y enloqueció ante los empujoncitos trumpistas o alvisistas, este sector ideológico ha vivido cierto crecimiento cultural y estético donde lo que ha predominado es la pérdida de la vergüenza: ya no les da cosa decir que van a un concierto de Taburete, como tampoco les causa reparo reivindicar a los Hombres G como una herramienta de agitación cultural. Tampoco, en este sentido, se avergüenzan de aquello que llamaríamos estética cayetana, lugar común donde se refugian los politos con cuellos bordados en rojos y gualdas, los jerséis pastel sobre los hombres y ese extrañísimo pelo que parece recortado a lo tazón, solo que usando una copa de balón después de un lingotazo de ginebra rosa en lugar de un instrumento de barbería. Y ante esta reivindicación, claro, han aparecido las marcas.
Estos días, estrenaba la marca pija Spagnolo, símbolo aspiracional de la clase baja que fantasea con vivir en Núñez de Balboa, un buenísimo anuncio – lo han hecho bien, las cosas como son – donde aparece un grupo de autodefinidos cayetanos haciendo cosas de su cuerda, como posar con capotes de torero y beber en mesas de madera carísima.
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En el anuncio, mientras aparecen las imágenes, una voz en off – locutada por el pibe que dobla a Bruce Willis, por cierto – reivindica la estética y forma de ser cayetana para convertirla en una especie de némesis de la que tienen aquellos a los que definen como modernitos, dejando caer durante todo el anuncio que están orgullosos de lo que son.
Es curioso que, desde el inicio de este venazo reivindicativo de la derecha, hayan empezado a salir como champiñones empresas extrañísimas que buscan vender todo tipo de productos – en algunos casos, de dudosa calidad – con la excusa de generar una identidad estética favorable a la causa a defender.
Por ejemplo, yo que soy un adicto a las redes sociales, estoy cansado de ver todo tipo de marcas de cerveza con nombres nacionalistas y una notable desesperación por vender. ¿Eres patriota de verdad? Pues debes demostrarlo comprando mis Tercios de Flandes, bam.
🔴 Anunció de la casa de moda Spagnolo: CON UN PAR pic.twitter.com/ILInHKLtqh
— Doctor Tricornio (@Doct_Tricornio) October 4, 2024
Aunque la izquierda no está libre de pecado y también gusta de mercantilizar absolutamente todo —existe, por ejemplo, una empresa de ropa llamada 198 que asegura recoger el testigo de la lucha obrera; lo que se inventa la gente para vender zapatillas con el estampado del Guernica—, la derecha está ganando por goleada en este terreno.
Con diez minutos de búsqueda en Internet, podrás encontrar decenas y decenas de zapatillas llamadas Blas de Lezo —menudo fetiche tienen con el tuerto— que se venden como auténticas herederas del legado inmortal de este señor, signifique eso lo que signifique.
Ahora, es mucho más fácil demostrar tu ideología compartiendo una estética con tus colegas antes que interesándote lo más mínimo por la política; la clave de las agencias de marketing, que han visto la veda del negocio y han soltado un río de babas, es hacerte creer que para ser de derechas y joder a los progres tienes que comprar una de sus camisetas con estampados de la Cruz de Borgoña, cuando quizá sea más efectivo que te intereses un poquito por poner la oreja y descubrir qué está pasando en el mundo.
En verdad, aquí hay negocio del bueno. Quizá abra un bar llamado El Golpista. O incluso El Endogámico.
Estalló hace unos años aquello que llaman guerra o batalla cultural, un estado constante de reproches y argumentos hacia el contrario por imponer una hegemonía cultural que, en teoría, debe acabar transformándose en sentido común.