Las dos clases de gente bien: lo que abrasó a Podemos puede quemar también a Vox
Esta es una época de grandes desafíos políticos y económicos. En ese contexto, lo 'woke' está perdiendo pie y, sin embargo, se intenta mantenerlo vivo. Es una señal más de los distintos tipos de élites
Las ocasiones en que la palabra woke ha aparecido en la campaña electoral estadounidense, pronunciada por los candidatos, han sido escasísimas, si es que alguna vez ha llegado a enunciarse. El resto de cargos demócratas apenas la ha utilizado. La izquierda que más atención prestó a esta clase de asuntos, los BernieBros, está desaparecida, y Bernie Sanders está de viaje por lugares de Texas y Michigan para hablar del coste de los medicamentos. La derecha la ha sacado algo más a relucir, pero mucho más sus partidarios que los miembros del partido.
El único tema vinculado con las cuestiones culturales que ha aparecido en la campaña ha sido el aborto, en el que los demócratas hicieron mucho énfasis, pero del que Trump se despegó desde el inicio de la carrera: afirmó que no impulsaría leyes federales al respecto después de la anulación de Roe vs. Wade; cada Estado decidiría al respecto y lo haría mediante referéndum. Trump era consciente de que gran parte de la sociedad estadounidense no iba a apoyar la prohibición del aborto, y menos aún en los Estados en disputa, por lo que buscó una solución de compromiso que no alejase a sus votantes religiosos y que no alejase a los votantes indecisos.
Ambas cosas dicen mucho de en qué ha quedado esa enorme agitación que fue lo woke. Muy poco de la opresión patriarcal, de la explotación de las minorías por el hombre blanco o de las cuestiones de género han ocupado las discusiones electorales estadounidenses. Los grandes marcos han sido la defensa de la democracia contra el autoritarismo, el papel de las energías renovables y del fracking, la inflación, la inmigración y la política exterior. Estas elecciones parecen estar jugándose en términos existenciales.
Tampoco entre los medios de comunicación el término woke es muy empleado. Como señala The Economist, el progresismo woke creció notablemente en 2015, cuando Donald Trump apareció en la escena política, se afianzó con el florecimiento posterior de MeToo y Black Lives Matter y con las elecciones de 2020, donde fue un asunto muy presente, vivió su momento álgido en 2021-22 y después inició su descenso. Entre las empresas, las políticas de la diversidad y la inclusión despegaron tras el asesinato de George Floyd en 2020, pero en los dos últimos años se aprecia un evidente retroceso.
Por supuesto, la atención a las minorías sigue presente, en especial en los Estados en disputa, pero no hay grandes campañas para reformar la policía, ni sobre la atención a los adolescentes trans. El DEI (diversidad, equidad, inclusión) ya no está presente en las portadas y tampoco en los debates. Lo woke es un fantasma que perdura, que puede removerse con cierta agitación, pero que ya no es considerado pragmático en el entorno político. Sin embargo, todavía hay elementos interesantes girando a su alrededor.
Auge y caída
El wokismo ha sido una forma de distinción dentro de las élites, un instrumento que las clases medias altas y altas estadounidenses han utilizado para diferenciarse en un contexto de elevada competencia entre ellas. Les era útil socialmente, en la medida en que autorizaba a establecer nuevas barreras de clase, en especial respecto de los empleados en trabajos manuales, que se habían convertido en perdedores de la globalización por su falta de adecuación a los tiempos. Las pruebas resultaban palpables en el terreno cultural: eran racistas, machistas, homófobos; se habían quedado en un pasado opresor.
En segunda instancia, esa diferencia les resultaba conveniente en la competición profesional. Impulsaron el DEI en las grandes empresas; los criterios ESG, que tanto defendieron fondos como BlackRock, les eran beneficiosos a la hora de ser contratados o de prosperar en las compañías que cotizaban en bolsa.
El movimiento woke estuvo y está vinculado con una nueva élite, la de los capitalistas simbólicos
Así lo describe afirma Musa al-Gharbi en We Have Never Been Woke (Princeton University Press), su recién estrenado libro. El movimiento woke estuvo y está vinculado con una nueva élite, la de los capitalistas simbólicos. Son personas que trabajan con conceptos, ideas, imágenes y datos en la política, en las empresas concienciadas, en el ámbito educativo, en los medios de comunicación o en las organizaciones no gubernamentales, entre otros ámbitos. Son profesionales liberales que quieren marcar una impronta, con su feminismo, antirracismo, activismo LGTBI y su combate contra el cambio climático.
El movimiento no nació, como otras corrientes sociales, desde los estratos obreros o en las capas medias, sino, como Occupy Wall Street, fue instigado y defendido por personas que estaban empleadas (o aspiraban a hacerlo) en trabajos simbólicos. En España ocurrió igual con el 15M. Los ámbitos universitarios, los medios de comunicación, las consultorías y los entornos creativos fueron su espacio principal de difusión.
Tras la derrota de Trump en 2020, el mundo woke se debilitó porque estorbaba al partido demócrata y porque aparecieron nuevos límites
Ese movimiento fue también un arma política. Los expertos progresistas percibieron de manera clara que esa nueva posición podía aportar una cantidad de votos relevante, y los expertos en los mercados entendieron que abrían un nuevo espacio para el consumo. Mujeres y jóvenes eran la fuerza del futuro, el porvenir les pertenecía. En el caso de EEUU, las élites escucharon atentamente esos mensajes. Al fin y al cabo, se trataba de sus hijos, cómo no iban a prestarles atención.
Una vez que Trump fue derrotado, el mundo woke comenzó a desvanecerse, en parte porque estorbaba al partido demócrata, en parte porque aparecieron nuevos límites. Algunos de ellos quedaron bien expresos cuando las universidades estadounidenses comenzaron a manifestarse en contra de la guerra de Gaza: los donantes arremetieron contra aquellos jóvenes y la permisividad frente a lo woke fue mucho menor.
El caso español
Aquello fue en EEUU, donde lo woke tuvo su momento álgido. En España, las cosas tomaron otros senderos. El surgimiento de lo woke coincidió también con el de Podemos, un partido que trataba de ocupar el lugar dominante en la izquierda, y que había crecido en ese entorno, el del capitalismo simbólico. Sus fundadores, como buena parte de sus cuadros, eran universitarios, y pretendían convertirse en una fuerza renovadora de la política española. Olvidada pronto la tesis del populismo latinoamericano, miraron hacia las nuevas tendencias anglosajonas y se afianzaron en ellas como elemento discursivo, pero también organizador. Jóvenes, mujeres y activistas por los derechos iban a ser sus fuerzas de choque, y de esos estratos salieron sus cuadros. Esa perspectiva llevó a que, cuando fueron socios de gobierno, peleasen para que se les adjudicase el ministerio de Igualdad.
Mientras tanto, habían hecho de las redes su espacio principal. En ellas surgieron frecuentes disputas teóricas, discusiones con rivales políticos, afeamientos a los antiguos rojos, después a los rojipardos y más tarde a los fascistas. Tenía lugar en un nivel menor, acotado socialmente, pero que contribuyó a crear un clima constante.
Hay una parte de la izquierda en la que todavía la descolonización de los museos y demás continúan siendo relevantes, pero no es fuerte
Cuando llegó la hora de gobernar, las normas que dictaron fueron desfavorablemente acogidas por buena parte de la población. La regulación del acceso al cambio de sexo a menores de edad o y la reducción de la pena a los violadores, ya que la nueva normativa les era más favorable, provocó encendidas oposiciones que llevaron a que su declinante aceptación social cayese en picado. Quien tomó las riendas de ese espacio fue la ministra de Trabajo, popular precisamente por sus políticas al frente de un ministerio dedicado a los asuntos materiales, y que parecía ofrecer un perfil muy diferente. Irene Montero, la ministra de Igualdad, y Podemos, su partido, quedaron reducidos a un ámbito muy minoritario en la izquierda española.
Aquella izquierda ligada a lo woke sigue viva en España, pero ocupa un rincón de la política. Hay una parte de Sumar en la que todavía la descolonización de los museos y demás continúan siendo relevantes, pero no es la decisiva. Tampoco su reivindicación de los jóvenes y de las mujeres como fuerza de futuro les resulta rentable, porque esa bandera la está tomando el PSOE, que la puede desarrollar con más medios y energía. La izquierda española está dividida entre aquella que ocupa un lugar sistémico, la socialista, y distintas fuerzas territoriales. Las clases formadas urbanas solo tienen aceptación en Madrid, en Barcelona y en ese activismo que aún permanece en las redes.
Salvar lo woke
En el instante en que lo woke ha perdido gran parte de su fuerza como motor político, ha aparecido la derecha para rescatarlo. Figuras dominantes en ese ámbito, como Elon Musk, hablan con frecuencia del virus woke, y los medios de comunicación y las redes no cesan de repetir una serie de lugares comunes sobre la diversidad, los trans y la inclusión que podían tener mucho sentido en la segunda mitad de la década pasada, pero que en esta suenan extemporáneos. Se están produciendo recomposiciones geopolíticas a toda velocidad, Oriente Medio está a punto de incendiarse, las tensiones en el seno de Europa son crecientes, los problemas económicos derivados del coste de la vida están causando problemas a buena parte de las poblaciones occidentales, incluida la española; no parece que lo woke tenga mucha cabida entre las preocupaciones de la mayoría de las personas. Sin embargo, las derechas continúan insistiendo en la profundidad con que ese virus ha arraigado en las sociedades occidentales como si fuera un argumento que les fuese a resultar políticamente útil. Dista mucho de serlo: es algo ya descontado. Noticias ocasionales referidas a estos asuntos harán que la indignación vuelva a aparecer por un lado o por otro, pero todos los votos que tenían que moverse por esos asuntos ya se han movido.
A derecha y a izquierda, son clases formadas hablando de cosas para clases formadas. Ninguna ve el elefante en la habitación
Sin embargo, esa insistencia en lo woke como elemento relevante de la política nos dice algo. Si las izquierdas culturalistas eran gente de las clases formadas, muchas de ellas de origen acomodado, que subrayaban algo cuya importancia solo era tomada en cuenta por gente como ellos, a las derechas les sucede igual: son clases medias altas formadas, de signo ideológico contrario, que señalan una serie de cuestiones que no tienen recorrido profundo más que entre ellas. Unas y otras, por convencidas que estén de sus postulados, continúan ignorando el elefante en la habitación. Son gente bien hablando de cosas para gente bien. En cuanto a lo otro, a las condiciones de vida efectiva, las izquierdas lo quieren solucionar demandando más tiempo libre y la renta básica y las derechas bajando impuestos y exigiendo menos presencia del Estado.
Los apoyos tangibles de la virtud
Sohrab Ahmari es una de las figuras más interesantes de la nueva derecha estadounidense. Nacido en Teherán, emigró con 13 años a EEUU. Trabajó en medios como Wall Street Journal, donde fue editorialista, The Boston Globe o The New Republic. Es el editor y fundador de la revista Compact, una de las puntas de lanza del nuevo republicanismo. Su evolución personal muestra también hasta qué punto las derechas están moviendo su eje hacia nuevos lugares.
Es autor entre otros textos, de The new philistines, un libro de 2016 en el que denunciaba cómo la obsesión por la identidad estaba transformando negativamente el arte. Ese mismo año se convirtió al catolicismo. En su última y recomendable obra, Tyranny, Inc.(Penguin), pone el acento en un asunto muy distinto. Comienza describiendo una serie de comportamientos autoritarios propios de los regímenes dictatoriales, pero que son llevados a cabo por empresas de EEUU en su propio territorio: los afectados son sus ciudadanos. Ese poder privado resulta opresivo y tiene efectos graves sobre la economía estadounidense, sobre sus familias y sobre la vida cotidiana.
Es hora de que los trabajadores cuenten con una estabilidad tangible; ahora solo pueden medirla por su ausencia
Ahmari se posiciona contra el programa económico del neoliberalismo, al que entiende responsable de esa deriva empobrecedora y autoritaria. Una sociedad requiere de equilibrio, y el contrapeso que los trabajadores pueden oponer al poder corporativo es escaso. Circunstancias muy similares tuvieron lugar en 1930. Es hora de que los trabajadores "puedan conseguir salarios más altos, mayor autonomía en el lugar de trabajo, mejores beneficios y condiciones laborales, contratos menos asimétricos y una sensación tangible de estabilidad en sus vidas que no es fácil de medir excepto por su ausencia".
Esa deriva favorable hacia el mundo del trabajo y opuesta al neoliberalismo no es mayoritaria dentro del partido republicano, pero existen una serie de líderes jóvenes, grupo al que pertenece JD Vance, en los que Ahmari cifra sus esperanzas de un cambio. Su posición choca también con las reclamaciones culturales de un partido que a menudo enfatiza los efectos del virus woke, algo que también preocupa a Ahmari. Solo que este entiende el conservadurismo de otra manera. Los siguientes párrafos pertenecen a Tyranny, Inc., y ofrecen unas cuantas lecciones para las derechas, también para las europeas, y en particular para la española:
"Sin duda, los defensores conservadores del sistema son a menudo los primeros en lamentar sus ramificaciones culturales: la pérdida de contacto social y de comunión entre ganadores y perdedores económicos, que ahora habitan no solo geografías físicas radicalmente diferentes, sino incluso espacios mentales radicalmente diferentes; una disminución del compromiso cívico y religioso, particularmente entre las clases pobres y trabajadoras; bajas tasas de matrimonio y formación de familias; etcétera.
"Es una lección que todo buen padre o maestro saben: cultivar la virtud requiere apoyos estructurales tangibles"
Sin embargo, muchos de los mismos conservadores se niegan fervientemente a vincular estos desarrollos culturales con la forma de nuestro orden político-económico. En cambio, pretenden que las condiciones culturales y materiales tienen poco que ver entre sí, como si las normas, prácticas y creencias culturales no se basasen en un sustrato material que incluye el derecho, la política y la economía. No ayuda que muchos de estos políticos y expertos de derecha estén de una forma u otra en la nómina de las élites económicas, lo que les da un incentivo para continuar con los anteojos puestos. De esta manera, los apologistas del sistema replican una de sus principales características: la erosión del auténtico debate político por el poder compensatorio a disposición de los ricos.
Cualquiera que sea el motivo, el resultado es una política francamente ridícula centrada en predicar virtudes eternas mientras se niega lo que ha enseñado la teoría política que se remonta a los griegos, y lo que todo buen padre o maestro sabe: que cultivar la virtud requiere apoyos estructurales tangibles".
Las ocasiones en que la palabra woke ha aparecido en la campaña electoral estadounidense, pronunciada por los candidatos, han sido escasísimas, si es que alguna vez ha llegado a enunciarse. El resto de cargos demócratas apenas la ha utilizado. La izquierda que más atención prestó a esta clase de asuntos, los BernieBros, está desaparecida, y Bernie Sanders está de viaje por lugares de Texas y Michigan para hablar del coste de los medicamentos. La derecha la ha sacado algo más a relucir, pero mucho más sus partidarios que los miembros del partido.