Por qué Madrid debe superar los diez millones de habitantes (y ser una metrópolis poderosa)
El arquitecto y colaborador de El Confidencial Fernando Caballero Mendizabal publica 'Madrid DF. Por qué Madrid debe consolidarse como la gran ciudad del sur de Europa' (Arpa). Publicamos un fragmento
Nos guste o no, la competencia entre ciudades globales seguirá. En la década de los noventa, los Gobiernos españoles establecieron como estrategia internacional salir a jugar con dos ciudades globales frente a la concentración en una sola de otros países de nuestro entorno. Italia con Milán, Francia con París, el Reino Unido con Londres… Madrid y Barcelona, apoyadas también por Bilbao, Valencia, Sevilla y Málaga, podían beneficiarse las unas de las otras, colaborando entre ellas, repartiéndose sus especializaciones e incluso focalizándose en distintos mercados. Mientras que Madrid miraría al Atlántico, Barcelona lo haría hacia una Asia emergente. Para ello se puso en marcha a principios de la década el llamado "Plan Felipe", un programa de modernización de las infraestructuras en las grandes ciudades con vistas a renovar y equiparar sus capacidades con las de Barcelona y Sevilla, que ya se habían mejorado para el 92.
Madrid decidió competir con las tácticas que los demás usaban contra ella: abrir sus puertas, bajar impuestos, y aunque no esté claro que desde la política no se intente cortocircuitar su desarrollo, hoy se enfoca a captar grandes capitales de Miami y otras ciudades americanas y europeas. O lo haces, o te lo hacen.
El aeropuerto de Barajas, la M-40, las autovías y los AVE. A lomos de las privatizaciones y la entrada en el euro, los madrileños comenzaban a tener las infraestructuras y las herramientas políticas para proyectar su influencia según sus propios intereses. De esta forma, en el último cuarto del siglo pasado España se unía definitivamente a su continente y, a la par, cada uno de sus territorios podrían desarrollarse según sus necesidades y no como parte del modelo de nación unitaria que hasta entonces había centralizado los flujos de capitales y personas en unos pocos polos de desarrollo industrial a costa del resto de regiones.
Veinticinco años más tarde, la deriva autonómica ha generado lógicas económicas y políticas propias en cada territorio y en cada una de las ciudades. La bonanza económica de Madrid lleva a sus ciudadanos a votar un modelo más liberal, abierto y con menor aversión al riesgo. En Barcelona el enroque político se acentuó de forma paralela al declive de su industria y en la centralidad de su sistema se han consolidado un mayor despliegue del sector público y una presión fiscal que termina por desincentivar una parte de la iniciativa y de la inversión privada.
Madrid no eligió el sistema de descentralización política ni sus gobernantes propusieron los tramos autonómicos del IRPF. Pero sus ciudadanos persisten desde entonces en votar proyectos políticos que hoy benefician económicamente a la región frente a sus vecinas, especialmente de Cataluña, donde sus ciudadanos apuestan desde hace décadas por un mayor intervencionismo, una alta presión fiscal y un paulatino aislacionismo territorial —autonomía, barreras lingüísticas, federalismo asimétrico, pacto fiscal, y, como estamos mal, doble ración de la receta que nos ha traído hasta aquí: la independencia—.
Y aquí está el origen del problema: Madrid tiene menor presión fiscal y más certidumbre política, las empresas y las personas se trasladan allí y a la larga el modelo social y político elegido por los catalanes se resiente. Pero si Barcelona exige poner fin al injustamente llamado dumping fiscal, se estará limitando la capacidad de decisión democrática de los madrileños a favor de un modelo social que, sin romper las normas del juego constitucional, elección tras elección sus mayorías sociales consideran que les beneficia. La competición territorial es endiablada y el dilema del prisionero se convierte en la corriente de fondo de un conflicto político cada vez más territorializado. Quienes hace cuarenta años exigieron el sistema actual no están siendo los que más se benefician de él y ahora, bajo la excusa del agravio, exigen responsabilidad al que va por delante y unas nuevas normas.
Cada vez de forma más indisimulada, estas responden a la lógica de "para que yo pueda hacer lo que yo quiero, tú no debes poder hacer lo que quieres".
"Madrid tiene menos presión fiscal y más certidumbre política, las empresas y las personas se trasladan allí"
En Barcelona nunca se terminó de estar conforme con el proyecto de las dos ciudades globales. Ya entonces los artículos de Maragall lo dejaban claro. Al final, Madrid debía seguir siendo una gigante dormida y conformarse con su papel de ciudad administrativa. Un lugar más pobre que no hiciese demasiada sombra a las locomotoras del norte, como llevaba ocurriendo desde hacía dos siglos. En la Diagonal y en Neguri se concentraba y debía seguir concentrándose el capital. Jesús Fernández-Villaverde afirmaba que "la mentalidad de suma cero es la que también explica que tantos crean que el crecimiento económico de Madrid solo sea posible a costa de otras regiones, que se diga 'España vaciada' (como si hubiera habido deportaciones masivas)": o que si ese "anti-Madrileñismo ha crecido tanto en el resto de España es porque Madrid, como consecuencia de muchos motivos, es probablemente la región de España donde hay menos pensamiento de suma cero".
España es un país que se descapitaliza. Su PIB ha perdido más de diez puntos desde el año 2000. La población crece, pero la riqueza disminuye y se concentra. Y una vez concentrada, sale del país cuando es adquirida por agentes más poderosos. Los jóvenes profesionales se van, los fondos compran las empresas locales y enormes parques de vivienda, y hasta start-ups como Glovo terminan en manos de holdings alemanes. España pudo ser la California europea, pero se ha convertido en Florida. Un inmenso geriátrico con playa y cadenas de montaje a precios cada vez menos competitivos. La especialización de tareas también se está territorializando en Occidente y no parece que nos esté tocando la mejor parte. Conforme el capital se concentra fuera, cada vez quedan menos migas sobre el mantel. Las grandes ciudades como Madrid son a la vez el problema y la solución. Funcionan como las factorías coloniales que canalizan la extracción de recursos, pero su peso económico y demográfico puede hacer que ese flujo se invierta, canalizando la inversión y la llegada de capital económico y humano. Así ocurrió con Nueva York, con Hong Kong o con Buenos Aires en el pasado, y así ocurre ahora con Shanghái, Singapur o Mumbai.
España pudo ser la California europea, pero se ha convertido en Florida: un inmenso geriátrico con playa y cadenas de montaje de poco valor
Ahora bien, no son estas las que compiten contra Madrid, ese honor les corresponde a otras ciudades más cercanas, como Londres, Miami, París o Fráncfort. Con ellas, las sinergias son mayores, y cuanto más poderosas y atractivas sean estas ciudades, más dificultades tendremos para serlo aquí también. Recuerden los casos de la Agencia Europea de Medicamentos, que se debatió entre Barcelona y Ámsterdam, o el caso de la Agencia Europea de la lucha contra la corrupción, que el Consejo de la Unión Europea decidió llevar a Fráncfort.
Los potenciales flujos de personas y capitales que dejemos pasar se irán allí, y una vez establecidos extraerán de España parte de sus recursos, como ocurrió y sigue ocurriendo con todos los que nos fuimos. En otras palabras, seremos más pobres, todos, también aquellos con capacidad para emprender nuevos negocios, porque en los lugares que se descuelgan de la competición sus empresarios venden las empresas a otras más poderosas con sede en el extranjero.
Al final, como explica Dahrendorf, dominan los gestores frente a los propietarios, y por eso esos empresarios ven que su beneficio, si existe, no está en ser dueños de una empresa local, sino en ser gerentes de la factoría sucursal extractora. Una factoría con demasiadas similitudes al viejo sistema colonial como para que este manido término no ronde nuestra cabeza. Las grandes plataformas que, como el aeropuerto, conectan las ciudades con el mundo sirven para canalizar la fuga de talento durante las crisis económicas, al igual que los bancos sirven para canalizar la fuga de capitales. Por eso hoy la línea entre ser un subsistema dependiente, una colonia, o ser un sistema propio, es cada vez más delgada.
La ventaja competitiva de los grandes siempre estuvo en su capacidad de proyectarse con facilidad en muchos lugares. Londres siempre tuvo una ventaja frente a otras grandes ciudades de Europa. El valor del inglés como lengua franca.
El hándicap europeo de la partición cultural de sus países hace que muchas empresas no puedan crecer a la velocidad de las americanas y las chinas, cuyos mercados internos son de escala continental. En Europa, las grandes empresas sirven principalmente a sus países. Pero Madrid tiene en los países de lengua hispana esa salida natural tan complicada de unificar en Europa.
En una época en la que los Estados pierden peso frente a otro tipo de estructuras europeas y frente a grandes corporaciones privadas, Madrid es hoy una de las principales herramientas de extracción, pero también de creación de valor y de retención, atracción y reparto del capital en España. Es una puerta de salida, sí, pero, al mismo tiempo, de entrada. Y es esto último lo que hay que potenciar. Como ocurrió con Euskadi y Cataluña hace ciento cincuenta años, hoy la aglomeración madrileña y su pujanza económica generan las economías de escala que facilitan la acumulación de capital y las demandas agregadas necesarias para fomentar un aumento de su tamaño en todos los niveles. Desde el económico al geopolítico. Las críticas de suma cero no son nuevas. Ya durante la Segunda República, hasta compañeros de partido de Manuel Azaña, como el historiador y diplomático Sánchez Albornoz, no veían con buenos ojos la ferviente defensa del presidente respecto a las autonomías vasca y catalana, criticando si aquellos estatutos no iban, sino a acrecentar el poder de una oligarquía norteña que se había enriquecido "robando" la industria y la mano de obra del sur.
Madrid es hoy una de las principales herramientas de extracción, pero también de creación de valor y reparto del capital
Pero es difícil defender que a España le hubiese ido mejor sin el desarrollo industrial del País Vasco y Cataluña, por mucho que sus capitales absorbiesen durante décadas la mayor parte de la riqueza y los recursos del país. No, la realidad es que todo el país terminó por beneficiarse. A la larga, esa acumulación de capital fomenta la creación de valor y, con ello, una suma positiva de la que todos se beneficiaron.
Eso es lo que ocurre hoy en Madrid, que, además, es la región española que más aporta a la solidaridad común. Y por eso, con la eclosión de esta gran aglomeración urbana en el centro de la Península, deberíamos plantearnos cómo tienen que ser los mecanismos de reparto y a quiénes les deben su solidaridad los madrileños. Los de siempre y los que acaban de llegar.
*Fernando Caballero Mendizabal (Madrid, 1988) es arquitecto y urbanista. Emigró durante la crisis económica a Alemania, donde fue profesor asociado en la Universidad Técnica de Darmstadt y también trabajó en un estudio de arquitectura de Fráncfort. En 2012 regresó a Madrid. Escribe sobre ciudades, arquitectura y vivienda en El Confidencial. En '
Nos guste o no, la competencia entre ciudades globales seguirá. En la década de los noventa, los Gobiernos españoles establecieron como estrategia internacional salir a jugar con dos ciudades globales frente a la concentración en una sola de otros países de nuestro entorno. Italia con Milán, Francia con París, el Reino Unido con Londres… Madrid y Barcelona, apoyadas también por Bilbao, Valencia, Sevilla y Málaga, podían beneficiarse las unas de las otras, colaborando entre ellas, repartiéndose sus especializaciones e incluso focalizándose en distintos mercados. Mientras que Madrid miraría al Atlántico, Barcelona lo haría hacia una Asia emergente. Para ello se puso en marcha a principios de la década el llamado "Plan Felipe", un programa de modernización de las infraestructuras en las grandes ciudades con vistas a renovar y equiparar sus capacidades con las de Barcelona y Sevilla, que ya se habían mejorado para el 92.
- El arquitecto español más influyente en la actualidad no es quien tú esperas Fernando Caballero Mendizabal
- Criptociudades, piratas y la independencia de los ricos Fernando Caballero Mendizabal
- Por qué la ciudad de San Sebastián volverá a ser en unos pocos años un barrio de Madrid Fernando Caballero Mendizabal