'Emmanuelle': hablar de sexo y placer en un siglo XXI de frígidos
La película dirigida por Audrey Diwan y protagonizada por Noémie Merlant, que trae al siglo XXI el polémico éxito francés de los años 70, abre este viernes la 72 edición del certamen donostiarra
"La mano tomó en su cuenco el sexo caliente y mojado, acariciándolo como para apaciguarlo, sin prisas, con un movimiento que seguía los pliegues de los labios, introduciéndose -primero ligeramente- entre ellos, para pasar después al clítoris prominente y reposar finalmente sobre los rizos espesos del pubis. Luego, a cada nuevo paso entre las piernas, que, desprendiéndose de la falda, se separaban cada vez más, los dedos del hombre, partiendo cada vez desde más lejos, se hundieron más profundamente entre las mucosas húmedas, ralentizando su progresión, como si dudaran, a medida que la tensión de Emmanuelle aumentaba. Mordiéndose los labios para contener el gemido que ascendía por su garganta, la cintura arqueada, Emmanuelle jadeaba por el deseo del espasmo al que el hombre parecía querer acercarla de continuo sin permitirle jamás alcanzarlo".
En 1959 empezó a circular clandestinamente en París una novela anónima, Emmanuelle, una intersección entre la -se supone- autoficción erótica y el tratado filosófico, a partir las aventuras tórridas de una joven liberada, descritas de manera tan gráfica que supuso a la vez un escándalo y un revulsivo para una Francia que encaraba los años sesenta de las revoluciones, entre ellas, la sexual. En 1967 se publicó la primera edición oficial; la autora era, al parecer, una misteriosa y esquiva Emmanuelle Arsan. Pero se trató de un seudónimo. Posteriormente se supo que tras el nombre sugerente se encontraba Marayat Bibidh-Virajjakar, una joven tailandesa que se había casado a los dieciséis años con Louis-Jacques Rollet-Andriane, casi diez años mayor que ella, diplomático francés destinado en Bangkok.
Más tarde se supo que también había que acreditarle la autoría a Rollet-Andriane y todavía hoy no queda muy claro cuál fue exactamente la participación de cada uno. Lo cierto es que Emmanuelle, leída hoy, tiene más de fantasía erótica masculina y colonial -el momento de la pseudo violación de la protagonista por parte de unos indígenas-, que de liberación femenina.
El éxito de la novela fue tal que después vinieron las secuelas, las oficiales y las apócrifas; en 1970, por ejemplo, se publicó sin el consentimiento de la pareja Viaggio in Italia -el título es un guiño irónico a la película de Rossellini, y aunque aparece firmado por Emmanuelle, al parecer el autor fue el aristócrata, actor y playboy italiano Alessandro Ruspoli, amigo de la pareja. En 1974 llegó la película, del director Just Jaeckin -especializado en cine erótico-, protagonizada por Sylvia Kristel, un terremoto dentro del mundo del cine que abrió la puerta a un cine erótico de autor más explícito, pero también a las ersatzs, los sucedáneos, como Emanuelle negra (1975), Emmanuelle 2: la antivirgen (1975), Emmanuelle viciosa (1976), Sor Emmanuelle (1977) o Emmanuelle y los últimos caníbales (1977), pura explotación serie B protagonizada por Laura Gemser, que también se convirtió en un icono underground.
Medio siglo después del estreno de la primera Emmanuelle fílmica abre este viernes la 62 edición del Festival de San Sebastián el remake a cargo de Audrey Diwan, una de las directores francesas del momento, protagonizado por Noémie Merlant, una de las actrices francesas del momento. La película competirá además por la Concha de Oro. Diwan llega a Emmanuelle después de haber ganado el León de Oro de Venecia con El acontecimiento (2021), la adaptación de la novela autobiográfica homónima de Annie Ernaux, ganadora del Premio Nobel en 2022 y referente de la intelectualidad feminista. Merlant, por su parte, debutó como directora en el pasado Cannes con Les Balconettes, un batiburrillo de géneros -comedia, drama, horror- en el que los hombres que alguna vez han abusado o violado a alguna mujer y mueren a manos de sus víctimas acaban vagando como fantasmas en pena hasta reconocer su culpa.
De ahí la expectación de ver cómo dos creadoras con una visión del cine profundamente política y con unas posturas abiertamente feministas se enfrentaban a un clásico que algunos definen como una reivindicación del placer femenino en plena revolución de los sostenes y otros como la misma fantasía masculina de siempre, disfrazada esta vez de pseudofilosofía barata. ¿Cómo se traslada al siglo XXI, por ejemplo, la escena en la que Emmanuelle, después de asistir a un combate de boxeo tailandés en medio de la selva, se convierte por mandato de su mentor en el trofeo sexual del ganador ante la mirada de todos los asistentes?
Diwan no ha visto la película de Jaeckin y ha preferido acudir a la fuente original. "Quería explorar las fantasías clichés que ya no funcionan hoy. Tener sexo con un extraño en un lugar desconocido, el riesgo", explica Diwan. "Creo que esas transgresiones al cabo del tiempo pueden ser engañosas respecto a lo que tú esperas del placer. No juzgo ni tengo un punto de vista moral respecto a la sexualidad. Si quieres experimentar puedes probarlas, pero creo que hay un punto final en los límites del sexo, porque implican nuestro cuerpo. La película ha sido una manera de cuestionar lo que es una fantasía".
"Me encantó hacer la película de Ernaux porque es una historia directa, en la que es difícil no entender. Ésta me la he planteado como una manera de explorar, de arriesgarme. He sentido ese miedo y me parece que es importante para crear, no considerar los juicios externos y permitirte arriesgar. Y si en El acontecimiento exploré el dolor, aquí he querido explorar el placer", continúa. "Respecto al placer, creo que ya no nos interesa el sexo tanto. No estamos interesados en tocarnos. Incluso para mi generación, a pesar del sida en los 80, el sexo era muy importante. a pesar del riesgo, la atracción seguía ahí. Ahora no digo que haya desaparecido, pero es completamente diferente, y es algo que he intentado comprender. ¿Qué está pasando? Me he dado cuenta de que la forma de mirarnos los unos a los otros es de una forma muy crítica, como puntuándonos. No es fácil, porque nos sometemos a los ojos de la gente, pero la mayor parte del tiempo es para gustar o no gustar, y así es muy difícil dejar el espacio para el deseo, si la forma de mirarnos es esa. Me he encontrado con mucha soledad y he intentado retratarla en esta película".
"Estamos expuestos a millones de imágenes de imágenes pornográficas", añade Mérlant. "Imágenes en las que la mujer es el objeto y está sometida, es dominada. En esta película hemos intentado encontrar una nueva perspectiva en la que la mujer es la que se expresa y se explora. Empezamos a preguntarnos lo que nos gusta. Y aquí estoy hablando como mi personaje, pero también en mi nombre. Hay mucho que hacer, no se trata de enfrentar el erotismo al porno".
Ya no hay exotismo ni exuberancia selvática en la nueva Emmanuelle. Ya no hay espíritu aventurero ni de novela de viajes en la versión de Diwan. La jungla de palmeras ha sucumbido frente a la jungla de cristal de un no lugar, un entorno tan aséptico como un hotel de lujo de una cadena occidental cualquiera, esta vez en Hong Kong. Un espacio de diseño de líneas rectas, colores apagados -fuera las estridencias- y materiales fríos, de estricta rigidez y nula sensualidad, una construcción frígida que refuerza la anorgasmia del siglo XXI. La nueva Emmanuelle (Merlant) trabaja como ¿crítica? de hoteles revisando que todo los servicios respondan a la expectativa de sus estrellas. Emmanuelle vive una vida de lujo que no disfruta, en busca siempre de la falla, de una manera clínica y desapasionada.
Pero Emmanuelle busca romper esa monotonía a través del sexo con desconocidos, sentir algo de excitación, de misterio, una descarga eléctrica provocada por el misterio, por el tabú, lo ilícito. Ya en la primera secuencia, tomada prestada de la novela original, Emmanuelle se encuentra en los baños de un avión para ofrecerse a un pasajero aleatorio. Follan con cierta violencia, Emmanuelle gime, pero en la cara no hay placer, hay más bien indiferencia, decepción de no haber encontrado aquello que se buscaba.
Esa frustración de la protagonista se traslada deliberadamente a la película, en un tratado no sobre el erotismo, sino sobre la insatisfacción. Una mujer de éxito que debe redescubrirse, desencorsetarse, buscar lo real, lo callejero, en medio de tanto artificio. La película funciona más a nivel teórico que en la práctica, desnuda de cualquier ápice de sensualidad, de carnalidad, de materialidad -desde la decisión de rodar en un digital limpísimo a la elección de texturas y materiales-. Pareciera que el sexo hubiera perdido su parte animal, visceral, pulsional, y se hubiese quedado en la carcasa, en un acto mecánico y desapegado, frustrante como poco, sometido a demasiadas construcciones sintéticas. No es raro en estos últimos tiempos leer titulares como "Por qué los jóvenes practican menos sexo" o "Las razones por las que cada vez tenemos menos sexo". En nuestra busca del ideal, la mirada excesivamente crítica impide el disfrute.
Emmanuelle es el perfecto resumen de la transformación política y cultural que han experimentado las relaciones mujer-hombre en este último medio siglo, pero también de nuestra relación con el placer -sea a través del sexo, de la comida, de cualquier sentido-, una perspectiva pesimista, en general, pero que deja un espacio para la reencontrarse con aquello que se nos ha perdido en el camino. En nuestra busca del ideal, la mirada excesivamente crítica impide el disfrute. Hombres y mujeres instatisfechos, sometidos a una dictadura del deleite que parece haber traído, como consecuencia, lo contrario, una perpetua frigidez.
"La mano tomó en su cuenco el sexo caliente y mojado, acariciándolo como para apaciguarlo, sin prisas, con un movimiento que seguía los pliegues de los labios, introduciéndose -primero ligeramente- entre ellos, para pasar después al clítoris prominente y reposar finalmente sobre los rizos espesos del pubis. Luego, a cada nuevo paso entre las piernas, que, desprendiéndose de la falda, se separaban cada vez más, los dedos del hombre, partiendo cada vez desde más lejos, se hundieron más profundamente entre las mucosas húmedas, ralentizando su progresión, como si dudaran, a medida que la tensión de Emmanuelle aumentaba. Mordiéndose los labios para contener el gemido que ascendía por su garganta, la cintura arqueada, Emmanuelle jadeaba por el deseo del espasmo al que el hombre parecía querer acercarla de continuo sin permitirle jamás alcanzarlo".