Si eres hombre, hetero, celoso y amas el dinero, este es tu nuevo autor de cabecera
Hablamos con el escritor Antonio J. Rodríguez sobre su nuevo libro y sobre por qué siempre acabamos tropezando con la misma piedra monoteísta en lo que a amor y dinero se refiere
Amamos como rezamos: con la fe suficiente como para ser correspondidos. Para no volvernos locos o, como mínimo, para no acabar destruidos por nuestra propia ceguera. Amamos y rezamos por una cuestión de fe. No se puede tener todo, pero lo queremos todo, ya que el vecino lo tiene. Cualquier intercambio comercial puede equivaler a una oración religiosa dirigida al silencio o a un beso a quien amamos bajo unos códigos de compromiso que se tambalean. Porque nunca podemos estar seguros de que aquello que amamos (sea una idea, una persona real o las posesiones materiales) nos ame a nosotros también. Dicho de otro modo:
“El mundo gira en torno al crédito. Constantemente, usted debe de creer en un montón de cosas cuya certeza es discutible, y que comprenden desde el amor a su familia a su entidad bancaria. Lo hace porque solo así la vida funciona. La ausencia de crédito conduce al más hondo de los abismos. Lo normal, de hecho, es zigzaguear entre la creencia y la crisis de fe: si el ser humano tiene la capacidad de crear ficciones se debe a que también tiene la capacidad de creer en ellas. Solo las bestias no creen”.
Este es uno de los fragmentos más inspiradores de El Dios celoso (Debate, 2024), el nuevo libro del escritor Antonio J. Rodríguez, quien ha querido aglutinar en un solo concepto (el Uno), la tendencia histórica del ser humano a dejarse subyugar por un solo Dios, una sola pareja o una sola propiedad. De ahí que el subtítulo contenga tres palabras, “monogamias, monoteísmos, monopolios”, que revolotean sobre la idea de que lo natural o socialmente construido es aspirar al Uno, poseer y ser poseído. Lo que al principio emergió como un sentimiento de multitudes hacia un Dios que se encarnaba en emisarios de su palabra, luego germinó en el amor platónico hacia una sola persona (siempre mujer) para acabar derivando en una carrera imparable hacia el éxito ya perdida de antemano, pues al final todas las marcas pertenecen a unos pocos amos de la esfera virtual que aspiran a comerse todo el pastel.
"Internet ha pasado de ser una esperanza para la transformación social a picadora de cerebros"
Hemos hablado con Rodríguez de todo esto y más, en una conversación por videollamada que se sentía como estar sentados en un diván, pues el autor sondea con escalpelo literario y psicoanalítico las más bajas pasiones del amor romántico, ese concepto que tantos quebraderos de cabeza genera a los monógamos recalcitrantes u hombres hetero que esperan algún día amar 'bien' tras el auge de los movimientos feministas. ¿Ser hombre heterosexual hoy en día se siente como ir a terapia?, es una de las preguntas que se hace Rodríguez. Por otro lado, el autor reflexiona sobre temas sociales y económicos que sacan a relucir las fisuras del sistema, como el hecho de que alguien se considere precario aun ganando más de 100.000 libras al mes en plena City de Londres. De todos estos temas trata su libro, que se erige como pieza fundamental en su ya consagrada biblioteca, explorando los mitos y despojos de esa (nueva) masculinidad de siempre.
P. ¿Crees en Dios?
R. Como muchos de mi generación, tengo contacto con la religión desde niño. Mis padres tampoco es que fueran religiosos, formaban parte de esa especie de “catolicismo sociológico español”. No fue hasta ahora cuando lo retomé desde una perspectiva humanista. Yo creo en Dios de la misma forma en que creo en el Ulises de Joyce. Es decir, no me lo puedo tomar en serio desde un punto de vista trascendental, pero tampoco lo puedo desechar. Hay un teólogo que menciono en el ensayo, Hans Küng, que apunta que el infierno no es un sitio lleno de fuego y demonios, sino que tiene que ver con la conciencia de haber hecho las cosas mal.
"El feminismo ha creado el imperativo sociológico de que los hombres debemos ir a terapia para curar una psicosis masculina"
A mí, la religión me interesa desde un punto de vista literario, y por ello, si me preguntas si creo en Dios o en la Biblia, te respondería lo mismo que si me dices si creo en el contenido de las novelas que leo. Yo lo que hago en el libro es un paralelismo entre la literatura y la religión. Las novelas o la poesía forman parte del terreno de una ficción verosímil, ya que tienen un poder simbólico que va más allá del propio texto. Te mentiría si te dijera que no me siento interpelado por el sentido mítico de muchos de estos textos bíblicos. Van más allá de la sociología de la religión, impregnan toda nuestra cultura. Para mí, una de las hipótesis del libro es que vivimos en una sociedad postreligiosa en la que hay una gran sombra de esos mitos, aunque no seas practicante.
P. ¿No crees que el papel que cumplía antes la religión ahora lo ocupa la psicología?
R. Yo no sé si compararía la psicología con la religión, con lo que sí que estoy de acuerdo es que ambas son dos materias que dialogan con la dimensión simbólica y mítica de la experiencia humana. La psicología tiene unos orígenes antirreligiosos, en el sentido de que trata de solucionar las tensiones psíquicas que en muchas ocasiones la religión gestionaba, sobre todo las relacionadas con la sexualidad. Otra de las hipótesis del libro es que la monogamia surge de la mano de la propiedad privada, y a su vez de la monogamia surgen una serie de usos y costumbres que llegan hasta nuestros días. En parte, la psicología viene a tratar de dialogar con esas incoherencias que los humanos tenemos sobre cómo vivimos o coexistimos.
"Dante crea a la mujer divina, Keats a la mujer fatal y en el siglo XIX empiezan a aparecer personajes femeninos deseantes, autónomos"
A mí lo que me fascina de este boom de la psicología es precisamente cómo dialoga con las corrientes sociológicas de ahora. La psicología se ha politizado en los últimos años. Una de las consecuencias del impacto de los movimientos feministas ha sido la creación del imperativo sociológico de que los hombres debemos ir a terapia para curar una supuesta psicosis masculina. Con más o menos razón, eh. Cuando uno acude a psicoterapia, una de las conclusiones más evidentes que podemos sacar es que todo el mundo actúa de forma incoherente, de forma irregular o con cierta maldad que no está premeditada, también las mujeres. Nos encontramos en una especie de tensión entre qué podemos aprender del feminismo y de la psicología. Creo que la religión, el psicoanálisis y el feminismo son tres ejes más estrechamente relacionados de lo que pensamos.
P. Cuando hablas de Madame Bovary en el libro aseguras que una de las bondades del capitalismo es hacernos creer en el progreso. Es lo que le sucede a la protagonista, Emma, que se aburre y vive obsesionada con las novelas, y eso es precisamente lo que determina que cambie el mito femenino en el canon literario, tomando un rol activo en vez de pasivo. ¿Es el aburrimiento una herramienta de emancipación?
R. A ver,
P. Sabemos muy poco de cómo era el amor antes del amor, es decir, en la Antigüedad.
R. Bueno, yo no estaba ahí para verlo, pero evidentemente el amor romántico que ahora conocemos nace en el Renacimiento. Los únicos textos que se me ocurren que se asemejan a ese ideal romántico son El Cantar de los Cantares, alojado en la Biblia, y los poemas de Safo. Seguro que hay más, pero el amor romántico no existe en la literatura antigua, y eso quiere decir que no era un tema de conversación común en la época. Es en el Renacimiento cuando aparecen los primeros tratados que reflexionan sobre el amor desde un punto de vista filosófico más o menos estructurado. Pero, desde el punto de vista histórico, el amor romántico nació anteayer, hace apenas 700 años. La bibliografía amorosa empieza hace nada, yo pongo el punto de inflexión en Dante, a partir de su obra el amor a Dios pasa a equivaler al amor hacia una mujer, y de ahí hasta hoy. Y luego, más adelante, el amor a una mujer pasa a ser amor al dinero. La idea del amor romántico es un invento reciente, hasta entonces las relaciones heterosexuales se veían como arreglos matrimoniales. Es increíble que ahora el amor esté en la boca de todo el mundo cuando es una idea que apareció anteayer, como quien dice.
P. Hace años, hubo un gran ‘boom’ de las relaciones abiertas y del poliamor. Parece que con el tiempo se ha ido desinflando, muchos de los que probaron este tipo de relaciones acabaron destrozados emocionalmente, e incluso parece que la cultura mainstream forzó este repliegue, con programas al estilo La isla de las Tentaciones, donde se explotaba el asunto de los celos de manera espectacular. ¿Crees que la monogamia ha regresado?
R. Estoy de acuerdo con lo que planteas, en los últimos años hemos asistido a un decaimiento de otras opciones relacionales motivado por varias razones. La primera de ellas es la imposibilidad de vivir de acuerdo a unos ideales teóricos sólidos debido a la presión que ejercen las condiciones materiales. Para experimentar una plenitud subjetiva más que un cuarto propio, como decía Virginia Woolf, se necesitaría un inmueble propio. Es decir, para poder decidir con total libertad con quién estás o con quién vas hace falta tiempo y dinero, algo cada vez más escaso, ya que lejos de ir a mejor, las condiciones materiales de la mayoría han empeorado. Y esto nos ha obligado a tomar un repliegue en las costumbres. Las jornadas laborales no dejan espacio para la pareja, pues menos todavía si tienes más de una. Por otro lado, creo que abusamos de este argumento realista para desestimar propuestas que son totalmente legítimas, aunque sea solo para conversar.
"Intentar huir de la monogamia es una experiencia formativa necesaria y natural. Vivimos en tensión permanente con ella"
Creo que el ser humano, desde el momento en que se volvió monógamo, empezó a cuestionar la monogamia. Vivimos en tensión permanente con ella, y por una cuestión de mayorías o minorías sociales, es muy tentador burlarse de aquellos que quieren saltarse la norma. Para mí, intentar huir de la monogamia es una experiencia formativa necesaria y natural. Siempre es positivo buscar caminos alternativos o soluciones a los problemas de hoy en día, y reparar en cómo convivimos con nuestras parejas. La monogamia es un sistema relacional que lleva presente en nuestra cultura desde hace siglos, por lo que genera muchas fisuras a la hora de intentar romper con ella. Creo que todo es cíclico, y cada generación acaba experimentando y encontrando una manera de conjugarlo a su manera.
P. Eso quiere decir que esta nueva ola de tradicionalismo en la política y en las relaciones, con las tradwives ahora tan de moda, terminará. ¿Eres optimista con respecto al futuro?
R. Bueno, creo que es un avance ya solo el hecho de poder mantener este tipo de conversaciones. Hay que cuestionar lo que viene dado y no dejar que siga siendo un tabú. En términos psicológicos, al comienzo de una relación amorosa existe un misterio original que va desarrollándose y desvelándose poco a poco. La otra persona se vuelve fascinante e incognoscible, y a medida que la relación avanza, todo ello acaba convirtiéndose en tabú, es decir, empiezas a desarrollar pensamientos que reprimes y que legitiman esa parte oscura de la monogamia en cuanto organización social.
"Si toda tu vida, toda tu personalidad o todo tu trabajo dependen de un único discurso, el éxito acaba convirtiéndose en una calamidad"
Creo que el hecho de poder hablar de forma abierta y natural de estos temas, todos entre todos, puede llegar a desembocar en un cierto reformismo ante la imposibilidad de llegar a una transformación radical. Es muy difícil llevar a cabo transformaciones radicales, yo estoy a favor de ese reformismo que nos enseñe caminos que puedan llevarnos en la buena dirección. Hay gente que defiende a ultranza la abolición del trabajo, no es mi caso. Probablemente esas personas tengan un relación complicada con el trabajo, pero se puede ser progresista y que te guste trabajar. Mi postura ideológica es la de una especie de “izquierda jungiana” basada en un ideal progresista que sea capaz de hablar de las partes más oscuras de nuestro comportamiento cotidiano.
P: ¿Una izquierda que hable de lo peor de sí misma?
R. Mira, por ejemplo, Internet ha pasado de ser una esperanza para la transformación social a ser una picadora de cerebros. Además, ha traído consigo una transformación del pensamiento en puro activismo. Lo de las guerras culturales implica que haya un posicionamiento continuo en bandos, como si no hubiese sitio para nada más. Cuando hablamos de activismo, la gente solo piensa en el de izquierdas, pero también existe un activismo reaccionario tan presente o más que el progresista. A mí me gustaría encontrar espacios de pensamiento original, genuino y sorprendente, no estar todo el rato repitiendo argumentarios políticos que todos conocemos. Tenemos que dejar de asociar el pensamiento y la discusión intelectual al activismo político.
"Hemos pasado de un sistema de autores a uno de marcas sobrecalentadas por el algoritmo, lo que hace que nunca digas lo que te apetezca"
En mi opinión, tengo esa visión romántica de que el pensamiento demanda originalidad, ya que lees a ciertos autores y lo normal es que asuman argumentarios que ya están bien diseñados. Para mí, la filosofía o el ensayo deben sorprender a todas las partes. Internet ha homologado el pensamiento a argumentarios estructurados. Por otro lado, las personas tampoco somos tan volubles como se nos plantea. Yo uso Twitter, formo parte de toda esa masa de gente que se topa todos los días con contenidos de derechas o pseudoporno asqueroso, y a pesar de que estoy permanentemente expuesto a una propaganda de un ideario que no es el mío, no siento que mis cimientos éticos, políticos y filosóficos se tambaleen. Habría que tomar una postura más laxa cuando reparamos en fenómenos como Roro. Para mí, es puro entretenimiento. Pensar que están metiendo ideas en mi cabeza solo por ver esos contenidos es como estamparte con tu coche después de haber ido al cine a ver la última de Fast & Furious.
P. ¿No crees que la invisibilidad o la desconexión digital sean buenas estrategias de cara a vivir y sobrevivir en estos tiempos en los que parece que hay que performar a toda costa un éxito vital, afectivo o laboral?
R. Mira: para muchos trabajadores precarios salirse de las redes es un deseo y una imposibilidad, al igual que lo que hablábamos de abolir el trabajo o la monogamia. Tú puedes pensar teóricamente cómo conseguirlo, pero estás batallando con un monstruo gigantesco. Hace unos años, recuerdo aquel lema que se puso de moda en los sectores creativos que decía que no había que trabajar gratis ni colaborar gratis en los medios. Yo creo que, a día de hoy, todo el mundo trabajamos todo el rato para las redes, para Twitter, Instagram, LinkedIn… con la esperanza de obtener un pequeño o gran rédito que nos sirva para sobrevivir. Es la idea de la que hablaba Varoufakis.
"Uno de los yugos con los que vivimos a diario pasa por crear ficciones propias y ajenas en redes sociales en las que uno siempre sale perdiendo"
Esto nos lleva a desear un retiro al monte y huir de esta ciudad digital cada vez más hostil, más ruidosa, sucia o violenta. Pero no es posible. Yo tengo la hipótesis de que hemos pasado de un sistema de autores a un sistema de marcas sobrecalentadas por el algoritmo. ¿Eso qué significa? Que en muchos casos, en el mundo de las ideas, del periodismo, de la música o en general, de cualquier profesión creativa, el objetivo pasa por implantar una marca personal que te permita vivir de lo que crees y de tus ideas, lo que implica un éxito y condena al mismo tiempo. Porque al final llegar ahí te obliga a estar repitiendo una y otra vez los mismos lemas, lo que hace que nunca digas lo que te apetezca.
P. Dicen que el burnout laboral es más alto en los sectores creativos.
R. Si hemos pasado de un sistema de autores a uno de marcas es porque la marca nunca cambia, solo comparte discursos que guardan cierta coherencia dentro de un corpus de mensajes. La persona, en cambio, cambia de ideas. Pero claro, Internet ha facilitado la transformación de autores en marcas, asociando el éxito a algo parecido a esa piedra de Sísifo, teniendo que cargar con el mismo mensaje una y otra vez. A simple vista, es algo bueno, porque si tú tienes un mensaje distinto y cala, has logrado algo en la sociedad. Pero si toda tu vida, toda tu personalidad o todo tu trabajo dependen de un único mensaje, acaba convirtiéndose en una calamidad.
P. El relato de Man del final, un inmigrante que cobra un pastizal en la City de Londres para al final ser pobre, da mucho que pensar. Si hay tantos predicados en el capitalismo, que podrían resumirse en ganar mucho dinero, ¿no sería mejor pensar en cómo queremos vivir en vez de para qué?
R. Una de las cosas que más me interesaba resolver en el libro era intentar dar respuestas a preguntas complejas, que a veces damos de forma automática, como por ejemplo el hecho de culpar al capitalismo de todos nuestros males. La respuesta es que sí, por supuesto, pero me interesaba ir a los orígenes del mito del capitalismo, en este caso del Dios celoso, que básicamente es un relato de una travesía por medio del desierto en busca de una futura Tierra Prometida. Si un pueblo entero se aventuraba en el desierto era porque tenía fe. Para mí, ese relato es transversal, y también se aplica a la economía. Hay muchas maneras de vivir al margen del propio capitalismo, aunque al final todas parten de lo mismo: cualquier movimiento político, sea del signo que sea, plantea su relato desde esa travesía por medio del desierto. Hay que mantener una fe inquebrantable.
"Ese es el nivel de desquiciamiento de nuestra sociedad: un sistema en el que eres precario incluso cuando cobras 1000.000 libras al año"
En las humanidades o en la literatura, hay un montón de gente que vive persiguiendo esa zanahoria. Pero también gente que está ahí solo por disfrutar. ¿Cuántos libros se publican al año de personas que disfrutan con el proceso de escritura aunque sepan que no van a ser leídos? Mucha gente escribe o piensa sin pensar en si su producto va a ser atractivo, va a tener trascendencia social o ser reconocido. A mí me interesaba explorar esa travesía por el desierto que todos llevamos dentro, y eso es lo más complicado, porque al final lo contrario a esa travesía es rendirse, tirar la toalla. En el relato de Man, quería reflexionar sobre qué consideramos “lo pijo” en la sociedad. Y este personaje gana 100.000 libras al año y vive en la cuerda floja. Ese es el nivel de desquiciamiento en el que nos encontramos como sociedad, un sistema en el que eres precario incluso cuando cobras 1000.000 libras al año. Es difícil de asumir, pero hay mucha gente como Man que vive así en Nueva York, Londres o cualquier metrópoli. Y me parece bastante sintomático del mundo que hemos construido.
P. Al comienzo de la entrevista te pregunté si eras creyente. Ahora, haré lo mismo con los otros dos temas del libro: ¿Te sientes satisfecho a nivel emocional y económico?
R. Para mí uno de los motores del libro era precisamente intentar lidiar con esos pensamientos con los que uno no se siente especialmente orgulloso. Creo que vivimos en una sociedad con una permanente sensación de fracaso en todas las esferas de la vida, en la que también hay muchos celos y envidias. Una de las hipótesis del libro es que el origen de todos nuestros males tiene que ver con la ausencia de correspondencia, cualquier angustia vital radica en no sentirse deseado por aquello que se desea.
"La precariedad lo anega todo. Eso no significa que debamos ser más conformistas o aspirar a una vida afectiva más sana"
Por ello, me gustaría que este libro sirviera para dar un paso atrás y constatar que tenerlo todo todo el tiempo es imposible. Y creo que uno de los yugos con los que vivimos a diario pasa por crear ficciones propias y ajenas en redes sociales en las que uno siempre sale perdiendo en cuanto a tiempo libre, poder adquisitivo, felicidad conyugal o éxito laboral…. La realidad es que vivimos en un mundo imperfecto en el que la precariedad lo anega todo. Eso no significa que debamos ser más conformistas, que tengamos que renunciar a una vida económica más igualitaria o a una vida afectiva más sana; no significa que tengamos que renunciar a tener una serie de deseos que son legítimos, pero creo que hay que tomar un punto de partida más laxo para vivir mejor sin estar tan pendiente del vecino. Escribí este libro como un ejercicio estético e intelectual para liberarme, y así me gustaría que se tomara.
Amamos como rezamos: con la fe suficiente como para ser correspondidos. Para no volvernos locos o, como mínimo, para no acabar destruidos por nuestra propia ceguera. Amamos y rezamos por una cuestión de fe. No se puede tener todo, pero lo queremos todo, ya que el vecino lo tiene. Cualquier intercambio comercial puede equivaler a una oración religiosa dirigida al silencio o a un beso a quien amamos bajo unos códigos de compromiso que se tambalean. Porque nunca podemos estar seguros de que aquello que amamos (sea una idea, una persona real o las posesiones materiales) nos ame a nosotros también. Dicho de otro modo:
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