"El alma abandona el cuerpo cuando canto la Adriana"
Ermonela Jaho reaparece en Madrid para llevar a escena por primera vez al Teatro Real la ópera de Cilea y para llegar al estado de trance: "Grito con el alma", nos confiesa la soprano albanesa
"Incomprensible". No se le ocurre a Joan Matabosch mejor adjetivo para explicar las razones por las que Adriana Lecouvreur nunca se ha representado en el Teatro Real. Ni en su etapa remota, ni en su edad contemporánea. “Incomprensible”, repite el director artístico del coliseo madrileño unos días antes de remediarse la deuda histórica con Francesco Cilea, cuya ópera más famosa se estrenó en Milán (1902) -con la presencia de Caruso- y se consolidó en el repertorio apenas unas décadas después.
Resulta probable que se alegren de la iniciativa los espectadores más conservadores. No porque la ópera sea comercial ni puedan discutirse sus méritos musicales y dramatúrgicos, sino porque el montaje original de David McVicar se atiene a una versión de época. Y porque la artífice del acontecimiento reviste toda la credibilidad de Ermonela Jaho.
Una apasionada historia inspirada en la vida de una actriz legendaria: Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea.
— Teatro Real (@Teatro_Real) September 19, 2024
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Vuelve a casa la soprano albanesa después de su reciente actuación en La voz humana (Poulenc). Y reencarna desde las entrañas a la actriz francesa que inspiró la obra de Cilea lejos de los estereotipos veristas.
Adriana Lecouvreur (1692-1739) existió de verdad y fue un ejemplo de agitación y de emancipación en el París de las luces, aunque toda la peripecia de sus amoríos y de su misteriosa muerte responden de un folletón menos verosímil que dio origen a la obra de teatro (1849) y que adquirió su naturaleza operística medio siglo más tarde.
Ermonela Jaho conoce bien la Adriana porque ya la interpretó en Viena hace dos temporadas
Ermonela Jaho conoce bien la Adriana porque ya la interpretó en Viena hace dos temporadas. Y porque la experiencia predispuso una experiencia extrasensorial que ella misma me explicaba con la sobriedad de un expreso doble y una trufa de chocolate sobre la mesa. “Me ha sucedido muy pocas veces, pero me ocurre con Adriana. El desenlace del último crea una atmósfera emotiva muy difícil de definir. Pero cuando ella muere llego a sentir que mi cuerpo se vuelve frío. Y experimento también una sensación parecida a la separación física y espiritual del cuerpo y el alma”.
Se conmueve al tratar de explicarse la cantante de Tirana. Y evoca la experiencia después de haberla identificado en uno de los ensayos habituales del Teatro Real. “Es como si entrara en un estado de trance. La sensación es placentera. Me gustaría quedarme en ese éxtasis, pero no se prolonga demasiado tiempo. Cae el telón y prorrumpen los aplausos”.
Es la manera diplomática con que Ermonela alude a la transgresión del pathos. No discute el entusiasmo ni la generosidad del público, sino la colisión entre sus estados de ánimo y la euforia desbocada de la platea.
“Hay ocasiones en que los aplausos me violentan. Las funciones extremas de las que hablo me dejan exhausta. Hay veces en las que me cuesta levantarme y hasta caminar. Y entonces tienes que disimular ante el público, sonreír sin ganas o saludar una y otra vez cuando no te apetece”.
Se refiere Ermonela Jaho a un estado de convalecencia. Hay óperas que la desgarran y funciones que la transportan a situaciones extremas. Adriana Leocuvreur es una de ellas, pero también le ha sucedido con La traviata de Verdi o con Suor angelica y Madama Butterfly de Puccini.
"Las funciones extremas me dejan exhausta. Hay veces en las que me cuesta hasta caminar"
“Se produce una plena identificación con el personaje y con sus avatares y no por la trama en sí misma, sino por la intensidad de la música. Por sus matices. Por su color. Por toda la emotividad que la describe”.
Es el contexto en que resulta propicio y “desencadenante” la compañía de artistas afines. Las trece funciones previstas en Madrid -desde este lunes al 11 de octubre- reúnen a Ermonela con el tenor neoyorquino Brian Ladge (Maurizio) y con el barítono italiano Nicola Alaimo (Michonnet), aunque el papel nuclear de médium corresponde a la batuta de Nicola Luisotti.
No se explica la reputación internacional del Teatro Real sin los méritos ni la sensibilidad del maestro toscano. Nadie mejor que él para llevarnos de Verdi a Puccini. Y de hacer una parada en las páginas del verismo, por mucho que Adriana Lecouvreur sea la ópera menos verista de principios de. siglo XX.
“Necesito la conexión con el foso para llegar a las profundidades de un personaje”, nos explica Ermonela Jaho. “La ópera es para mí un ejercicio de entrega total, una misión. El escenario es el lugar donde más dichosa me siento. El teatro es la verdad. Y yo no soy una diva que canta para impresionar a nadie. Yo grito con el alma”.
"Incomprensible". No se le ocurre a Joan Matabosch mejor adjetivo para explicar las razones por las que Adriana Lecouvreur nunca se ha representado en el Teatro Real. Ni en su etapa remota, ni en su edad contemporánea. “Incomprensible”, repite el director artístico del coliseo madrileño unos días antes de remediarse la deuda histórica con Francesco Cilea, cuya ópera más famosa se estrenó en Milán (1902) -con la presencia de Caruso- y se consolidó en el repertorio apenas unas décadas después.
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