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Pero quién va a querer tener hijos hoy en día
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Héctor G. Barnés

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Pero quién va a querer tener hijos hoy en día

La brecha entre aquellos que tienen recursos para poder sobrevivir a la paternidad y los que la sufren como un castigo es cada vez más amplia: ¿quién va a querer ser padre?

Foto: Niños turistas caminan en una calle de Ronda (España). (Reuters/Jon Nazca)
Niños turistas caminan en una calle de Ronda (España). (Reuters/Jon Nazca)
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He pasado las últimas semanas escuchando con severa preocupación, como la UE ante cualquier tragedia, las evoluciones vitales de mis amigos padres. Se han juntado dos épocas muy malas. Primero, las vacaciones, y luego, lo que no son vacaciones. Primero, no saber qué hacer con los niños porque no tienen cole, y luego, no saber qué hacer con los niños porque tienen cole. No hay momento bueno para ser padre.

Los quieren mucho, recuerdan después de quejarse un buen rato y antes de sacar el móvil con el último vídeo de la criatura en la bañera, no vaya a ser que alguien piense lo contrario. Yo, por mi parte, me callo y pienso qué bala he esquivado (por ahora), que es algo que se piensa mucho y se dice poco, sobre todo delante de los padres.

Ya no es solo la inacabable lista de gastos que ponen en riesgo economías familiares que antes del primer retoño estaban fuertes como un roble, ya no es solo la práctica extinción de todo tiempo libre. Es, ante todo, el desquicie. He visto cómo amigos vitalistas se convertían en cáscaras vacías, autómatas cuya mirada de las mil yardas aún no atisba a ver el momento en el que todo terminará, tal vez amantísimos padres que en algún lugar de su fuero interno han llegado a odiar a su familia.

Es tan evidente la infelicidad que transpiran ciertas familias, las tensiones entre parejas que antes se amaban y que solo aguantan porque es lo que toca (ya se divorciarán cuando se marchen los niños de casa), el desconcierto de los pequeños ante actitudes, gestos y reproches que no entienden, pero que en realidad sí entienden, y que recordarán como una memoria dolorosa cuando sean adultos.

Es fácil querer a un niño concreto, pero difícil querer a un niño que aún no existe

Así que la conversación solo puede producirse entre personas que no tienen hijos: es que ya son ganas de ser padre hoy en día. Existe una tendencia moralista (y conservadora) a interpretar no tener hijos como un síntoma más del egoísmo moderno, pero seamos sinceros y pongamos la pregunta sobre la mesa: ¿quién está dispuesto a vivir así? Es más, ¿quién puede vivir así?

Es fácil querer a un niño concreto, pero difícil querer a un niño abstracto que aún no existe. Por eso respirar aliviado por no tener hijos no es lo mismo que odiar a los niños. A menudo, son las mujeres y hombres sin hijos los que más los quieren, quizá porque viven todo lo bueno sin aguantar lo malo. Las cuentas que hice con unos amigos hace unos días no engañan a nadie. Si entramos a trabajar los dos a las nueve de la mañana y salimos a las siete de la tarde todos los días, ¿qué hacemos con la criatura? ¿La metemos en un armario?

placeholder Una familia real. (EFE/Pepe Zamora)
Una familia real. (EFE/Pepe Zamora)

Por eso, la respuesta a la pregunta quién va a querer tener hijos hoy en día es muy sencilla, al menos en mi entorno. Quiere ser padre, disfruta de ser padre, quien tiene dinero para pagarse una interna, o un buen colegio, o unas carísimas extraescolares. O más que "o", "y", todo ello junto. Hay una brecha anímica enorme entre los que pueden permitirse económicamente todo eso y los que no, que se va ensanchando con los años.

Bueno, tal vez están los que se marcharon al pueblo a vivir a otro ritmo. O los que tienen abuelos, sobre todo si tienen muchos abuelos. El número de abuelos supervivientes y dispuestos a echar una mano es directamente proporcional a la paz mental de sus hijos y, por extensión, a la felicidad de sus nietos.

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Siempre que hago cálculos llego a la conclusión de que la paternidad me lanzaría de pasar relativamente bien a vivir, seguramente mal en términos económicos. Con mi sueldo puedo permitirme una vida desahogada, sin hijos, pero vivir con el agua al cuello con uno o dos. Los ejemplos que uno ve a su alrededor le recuerdan sin parar que, más allá de la gratificación personal, los alicientes para embarcarse en aquello que antes era un hito vital son cada vez menos.

El caso dinky es el más obvio. Los dinkys, parejas con dos sueldos y sin hijos, son los que mejor viven de España. Todo lo que ganan es para ellos. Treintañeros o cuarentones sin muchas responsabilidades familiares (tal vez ni siquiera unos padres envejecidos) como fui yo alguna vez, cuando me di cuenta de que tenía pocos incentivos para renunciar a esa vida. Qué bien se vive sin hijos es algo que no estamos dispuestos a decir, pero que hemos pensado en algún momento.

En ese panorama, la elección es fácil, que es básicamente no tomar ninguna decisión. Es decir, ir retrasándolo hasta que llegue el momento propicio. Un momento que cada vez con más frecuencia suele ser nunca. Sospecho que en la mayor parte de parejas que no llegan a tener hijos no hay tanto una decisión consciente de entrada, un planteamiento vital desde la juventud, como un dejarse llevar y darse cuenta a posteriori de que si no hemos tenido hijos es porque nunca los quisimos realmente (aunque siempre adaptamos nuestros deseos a nuestras realidades).

La mayor parte de parejas que no tienen hijos no toman ninguna decisión: es un dejarse llevar

Los discursos natalistas de moda promovidos por la extrema derecha apuntan siempre a ese individualismo egoísta, pasando por alto, como siempre, que la sociedad existe. La semana pasada, una familia de nueve hijos se quejaba de que la vuelta al cole le había salido muy cara. Pero para llegar a tener nueve hijos hay que gozar de unas características socioeconómicas muy determinadas que son exactamente las opuestas a las de una familia que tenía nueve hijos hace un siglo.

¿Egoísmo? No hay nada más egoísta que tener hijos solo para que te paguen las pensiones. Se pueden tomar todas las medidas políticas y más, pero como saben bien los demógrafos, ningún país ha sido capaz de remontar la caída demográfica. Ni todos los cheques bebés del mundo ni todas las rebajas fiscales cambian el hecho de que la paternidad te cambia la vida (para siempre). Existencias que están pensadas para un estilo de vida muy concreto de hiperconsumo y ultratrabajo.

La sociedad poscapitalista se compagina mal con lo de ser madre o padre y, por ello mismo, ha generado toda una carísima industria de servidumbres para hacérselo más fácil a quien pueda pagarlo y mucho más difícil a quien no. La gran ironía final es tener hijos para que otros más pobres puedan cuidártelos.

Taylor Swift ha firmado su apoyo a Kamala Harris como "señora sin hijos y con gatos". Una chanza sobre las declaraciones del aspirante a vicepresidente J.D. Vance, que calificaba así a las políticas demócratas que, decía, estaban amargadas por haber tomado decisiones vitales incorrectas. Para el natalismo de extrema derecha, quien no quiere tener hijos (sobre todo, las mujeres) es un desgraciado. Pero no hay nada más antifamiliar que obligar a quien no desea tener hijos a tenerlos, apelando a peregrinas, razones morales y mundanos motivos económicos. Eso sí que es odiar a los niños.

He pasado las últimas semanas escuchando con severa preocupación, como la UE ante cualquier tragedia, las evoluciones vitales de mis amigos padres. Se han juntado dos épocas muy malas. Primero, las vacaciones, y luego, lo que no son vacaciones. Primero, no saber qué hacer con los niños porque no tienen cole, y luego, no saber qué hacer con los niños porque tienen cole. No hay momento bueno para ser padre.

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