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Sokolov viaja a las profundidades de Mozart
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Sokolov viaja a las profundidades de Mozart

Deutsche Grammophon publica un doble disco grabado en Santander y San Sebastián que expone la plenitud del maestro ruso entre las toses, los estornudos y los guiños a Purcell y Bach

Foto: Grigory Sokolov interpretando a Mozart.
Grigory Sokolov interpretando a Mozart.

Sus razones habrá tenido la Deutsche Grammophon para recurrir a los conciertos que Grigory Sokolov (Leningrado, 1950) ofreció hace un año —agosto de 2023— en los festivales de Santander y San Sebastián. Ambos auditorios contenían las mismas obras que aparecen en del disco —Purcell, Mozart— y en los dos casos puede identificarse la intranquilidad del público —toses, estornudos—, aunque el ilustre sello amarillo parece haber apreciado —con razón— el resultado final de la atmósfera sonora.

No ya por las cualidades acústicas de los templos cantábricos, sino por la sugestión de los propios espectadores a medida que transcurre el recital, más o menos como si el programa del fabuloso acontecimiento consistiera en un camino de perfección hasta la cima del Adagio en si menor K 540.

Forma parte de la plenitud de Mozart. Y discuten los musicólogos todavía sobre su hipotética situación de orfandad en una sonata nunca finalizada. Sería el movimiento intermedio, la sublime transición, pero no se requieren investigaciones ni documentos para identificarlo en su perfecta soledad. Y para escucharlo como un misterio humanista asombroso.

Ejerce Sokolov de mediador de la partitura. La escruta desde la profundidad y la transparencia, más o menos como si la claridad del sonido fuera el mejor procedimiento para explorar las dinámicas, los. colores, iridescencias del fondo. Ligero y profundo a la vez, expresivo y reflexivo, el maestro ruso transita por el Adagio como si Mozart hubiera escrito la obra para él. Más que tocarla, la traslada a los oyentes fuera del espacio y del tiempo.

placeholder Retrato de Wolfgang Amadeus Mozart.
Retrato de Wolfgang Amadeus Mozart.

Y es entonces cuando el público ni tose ni estornuda ni mira el reloj. Sokolov predispone el milagro de la comunión después de haberse abstraído del “jaleo” ambiental. Y no porque su concepción romanticoide de las obras de Purcell carezca de interés, sino porque el repertorio del barroco británico aplicado a un gran Steinway desconcierta a bastantes lugareños.

Las toses prueban que el concierto es en directo. Molestan al principio y hasta irritan, pero las virtudes de las grabaciones “en vivo” consiste precisamente en que favorecen las inercias creativa. Prevalece una narrativa progresiva. Y crece el interés de los discos —el cofre incluye dos— a medida que Sokolov se va acercando a la cumbre del Adagio K 540.

Ejerce Sokolov de mediador de la partitura. La escruta desde la profundidad y la transparencia

Nunca hubiera sonado igual en un estudio de grabación. No hubiera logrado Sokolov la proeza de conmover a los espectadores. Los conciertos en vivo demuestran que las energías del público también pueden contribuir al gran acontecimiento comunicativo, por mucho que Sokolov se comporte como un artista excéntrico que toca en la penumbra, que nunca sonríe y que parece —parece— desvinculado de las condiciones del un ceremonial.

El disco merece comprarse por los 13 minutos del “Adagio”, aunque también por el magisterio con que Grigory Sokolov interpreta la Sonata K 333 —la técnica al servicio de la expresión, Mozart en su pulsión estética— y porque prodiga toda suerte de propinas —Rameau, Chopin— con el público cantábrico en estado de trance. Es el contexto propiciatorio en el que sobreviene el preludio BWV 855 de Bach. Resulta milagroso escucharlo porque Sokolov lo interpreta desde la inmaterialidad. El piano ha desaparecido. Y a Bach se lo escucha desde el misterio y el espesor metafísico.

Sus razones habrá tenido la Deutsche Grammophon para recurrir a los conciertos que Grigory Sokolov (Leningrado, 1950) ofreció hace un año —agosto de 2023— en los festivales de Santander y San Sebastián. Ambos auditorios contenían las mismas obras que aparecen en del disco —Purcell, Mozart— y en los dos casos puede identificarse la intranquilidad del público —toses, estornudos—, aunque el ilustre sello amarillo parece haber apreciado —con razón— el resultado final de la atmósfera sonora.

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