'La pareja perfecta': Ya no hay historias, el lujo es el protagonista
Series y películas se apuntan al “flexing”: exhibicionismo obsceno de mansiones, yates y artículos inasequibles
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Me entero por Instagram, ese pozo de sabiduría, de que en el mundo anglosajón está de moda el flexing. Consiste en exhibir los lujos que puedes permitirte y alardear de la exclusividad de tus experiencias. A esto antes se le llamaba mal gusto, era propio de “nuevos ricos” y seguramente se consideraba pecado en algún apartado de la Biblia. Ahora es lo más. Hay cuentas en las redes sociales dedicadas únicamente a “mostrar la vida de los más ricos”. Los hijos afortunados de las mejores familias aportan al mundo fotos de sus Lambos y de sus ostras, de playas y hamacas, de criados que les ponen la bebida de colorines y de todos esos amigos que les hacen compañía y que tienen todavía más dinero que ellos. Normalmente han pasado el verano en un yate y ahora, que llega el frío, lo pasarán en otro yate, pero con una mantita sobre las rodillas.
Todo esto no afecta en nada al cambio climático, como dijimos el otro día. Los ricos no contaminan porque son tan pocos que no dejan ni huella de carbono todos juntos. Sólo los pobres dejan huella de carbono.
El caso es que para traerles algo que comentar me puse La pareja perfecta (Netflix), con Nicole Kidman. Luego me puse Kaos (Netflix), con Jeff Goldblum. Luego me vi en cines Parpadea dos veces, dirigida por la hija de Lenny Kravitz. Y, ya para mí mismo, me vi El triángulo de la tristeza (Filmin), de Ruben Östlund. En todas estas series y películas había un denominador común: el lujo. Y un escenario similar: las mansiones y los yates. Y un atuendo idéntico: de Balenciaga para arriba. En todas estas series y películas solo faltaba Ana Obregón haciendo un cameo. Así de obsceno era su retrato de la vida.
El actor Ethan Hawke, que es un amor de hombre, dijo una vez que una chaqueta podía echar a perder una escena. Si la chaqueta no pega con el personaje, si rechina por algún motivo, se trata en realidad de un fallo de raccord, y eso significa que los espectadores ya no ven la ficción, sino su andamiaje fallido.
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Pienso que el lujo, en todas estas series y películas, muchas veces es un fallo de raccord, y totalmente consciente, además. Los productores de La pareja perfecta, por ejemplo, tienen todo el interés del mundo en que notes esa chaqueta, esa ostra, ese cochazo; los vestidos de Nicole Kidman, las joyas de la que llega, el foulard de fulanito y que hay muchos criados por todas partes. ¿De qué va la serie? Da igual, va de lo de siempre.
La pareja perfecta es un plagio a la baja de Big Little Lies (2017), donde también había casas grandes y dinero en coles privados, pero no hacía de todo ello lo único importante. Big Little Lies es una de las mejores series de los últimos años, mientras que La pareja perfecta es el cascarón de muchos quilates que queda de Big Little Lies si le quitas todo el arte. Matan a alguien en el primer capítulo y, después de muchos millones de dólares en champán y policía, te dicen quién lo mató. Es como hojear un catálogo de Tiffany´s mientras suena en la radio un informativo que tampoco te interesa demasiado.
Hay como un regodeo en las cosas carísimas y en las experiencias estrambóticas, un quién da más en la competición del consumo derrochón
No se me escapa que buena parte del lujo dominante en series y películas tiene que ver con el product placement. Supongo que alguien paga para ver en la tele su jersey de quinientos euros. Sin embargo, desde The White lotus (2021) por lo menos, hay como un regodeo en las cosas carísimas y en las experiencias estrambóticas, un quién da más en la competición del consumo derrochón y oneroso. ¿Cómo son los ricos? ¿Qué puede hacerse con mucho dinero? ¿Qué más puede hacerse con muchísimo dinero?
La segunda parte de Puñales por la espalda (Glass onion, 2022; segunda parte pésima, sin duda) abundaba en esta exploración de frivolidades millonetis. También El menú (2022) iba por ahí, o películas más obvias como Ferrari (2023) o La casa Gucci (2021). Hay que reconocer que hacer una película sobre ricos de verdad te ahorra inventarte por qué son tan ricos tus personajes.
Hasta en la ficción española se abusa del mercado inmobiliario. Desde Pollos sin cabeza (Netflix) a Marbella (Movistar), el trabajo de Hugo Silva consiste en quedarse quieto en una mansión y esperar a que alguien venga a rodar otra serie allí.
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Resulta expresivo que la mejor serie sobre apellidos acaudalados sea Succession (2018), donde los abrigos que lucen cuestan siete mil dólares (Loro Piana), pero tú no lo notas. Parecen abrigos de Zara.
Que la ostentación esté de moda tiene, por supuesto, su lado miserable y ofensivo: le dices constantemente a los espectadores que su vida no merece la pena, el abuelo empieza a echar dos quinielas a la vez y la nieta se abre OnlyFans. Papá piensa en robar un banco.
¿Qué fue de la clase media? Que la clase media, según se anuncia desde hace décadas, desaparezca de la sociedad debe preocuparnos mucho menos que esto: que desaparezca de las películas.
Me entero por Instagram, ese pozo de sabiduría, de que en el mundo anglosajón está de moda el flexing. Consiste en exhibir los lujos que puedes permitirte y alardear de la exclusividad de tus experiencias. A esto antes se le llamaba mal gusto, era propio de “nuevos ricos” y seguramente se consideraba pecado en algún apartado de la Biblia. Ahora es lo más. Hay cuentas en las redes sociales dedicadas únicamente a “mostrar la vida de los más ricos”. Los hijos afortunados de las mejores familias aportan al mundo fotos de sus Lambos y de sus ostras, de playas y hamacas, de criados que les ponen la bebida de colorines y de todos esos amigos que les hacen compañía y que tienen todavía más dinero que ellos. Normalmente han pasado el verano en un yate y ahora, que llega el frío, lo pasarán en otro yate, pero con una mantita sobre las rodillas.