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Esta lingüista de internet sabe por qué tantos adultos creen que los jóvenes escriben mal
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GRETCHEN MCCULLOCH Y LA RED

Esta lingüista de internet sabe por qué tantos adultos creen que los jóvenes escriben mal

La experta canadiense analiza en "Arroba lengua" todos los cambios comunicativos recientes y que han revolucionado nuestras relaciones: ¿por qué nos reímos "asdjkaskljdskladkl"?

Foto: La lingüista Gretchen McCulloch.
La lingüista Gretchen McCulloch.
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Imagínese que alguien inventa una máquina del tiempo y consigue transportar al presente a su tataratatarabuelo. Su primera reacción será pensar que el pobre hombre no se va a enterar de nada. Se equivoca, en parte. Lo más probable es que entienda muchas más palabras de las que pensamos, de igual manera que usted puede leer el Quijote, una novela escrita en el castellano de hace cuatro siglos. Pensamos que la lengua cambia rápidamente, pero no es así. Lo que cambian son los actos comunicativos: lo más probable es que no supiese cómo comportarse en una cena con sus descendientes lejanos y, por ejemplo, no entendiese ni el ritmo ni la brevedad ni el tono de la conversación.

Lo que desde luego le fascinaría es lo mucho que escribimos. Quizá nunca ha habido otro momento en la historia del ser humano que se haya recurrido tanto al lenguaje escrito, como explica la lingüista de internet canadiense Gretchen McCulloch: “Le sorprendería lo ubicua que es la escritura: incluso hace apenas cien años, no era raro abandonar el colegio y no volver a escribir nunca nada más largo que una lista de la compra o una postal. Muchos trabajos requerían solo una mínima alfabetización. Hoy, es difícil organizar una fiesta de cumpleaños sin enviar un montón de textos”.

Nuestro uso del lenguaje es una de esas cosas que tomamos como algo natural. Apenas nos paramos a reflexionar sobre ello. Quien sí lo ha hecho es la lingüista canadiense, colaboradora de medios como Wired, que acaba de editar en nuestro país el superventas Arroba Lengua. Cómo internet ha cambiado nuestro idioma (Pie de Página), un fascinante volumen en el que analiza cómo la tecnología ha cambiado nuestra forma de comunicarnos y que va mucho más allá de lo anecdótico.

McCulloch no explica qué significa “asdjkaskljdskladkl”, explica por qué escribimos “asdjkaskljdskladkl” para reírnos y no “eovksmdnmpbgtx”, si al fin y al cabo se trata de un mensaje aleatorio. Solución: porque en los teclados QWERTY, son las teclas donde reposamos los dedos y que, por lo tanto, tienen más probabilidad de ser pulsadas. Esto ha provocado que dicha risa se haya convertido en una convención que imitamos incluso en otros contextos como el oral, como si fuese una nueva palabra. Jajajajajajaasdjkaskljdskladkl.

Si hubiese existido el autocorrector en el siglo XIII, quizá seguiríamos usando "vos"

“Es difícil decir si la lengua está cambiando más rápido o no”, responde cuando se le pregunta si estamos viviendo los cambios más rápidos en la historia del lenguaje desde su invención. Por una parte, porque gran parte de todas esas aparentes novedades no permanecen: “Tenemos un mayor acceso a todos los rincones del mundo, así que un meme o una palabra pueden viralizarse rápido, otra cuestión es si se utilizarán una década después”. Dabuti.

Es posible, irónicamente, que los cambios más profundos se estén produciendo de manera mucho más lenta. Nuestros antepasados no contaban con un corrector automático como el de su teléfono móvil que sustituye automáticamente la palabra que ha escrito de manera incorrecta. “Esa clase de herramientas preservan durante más tiempo las viejas formas de lenguaje, porque las protegen en lugar de permitir que la lengua evolucione de manera natural”. Si hubiese existido el autocorrector en el siglo XIII, quizá seguiríamos usando “vos” en lugar de “usted”.

placeholder Los móviles van y vienen los teclados QWERTY se quedan. (Reuters/Mark Blinch)
Los móviles van y vienen los teclados QWERTY se quedan. (Reuters/Mark Blinch)

Que las nuevas expresiones queden por escrito en la red favorece la sensación de que el lenguaje cambia rápidamente. No podemos saber con total seguridad si a mediados del siglo XIX, durante el agitado verano de 1821, se puso de moda determinada expresión, salvo que fuese recogida en alguna novela o crónica periodística. Por eso, para McCullough, internet es “una mina” para la historia de la lingüística: “Se inventaban nuevas palabras y expresiones y metáforas que podían desvanecerse en el aire o que pasasen años o décadas antes de que alguien las recogiese, pero hoy conservamos el momento en el que el término selfie se acuña en las redes sociales”.

Esa gente crónicamente ‘online’

Uno de los lugares comunes es la supuesta brecha entre la gente que pasa su vida en internet y la que no. La lingüista lo matiza recordando que esa brecha tal vez se haya reducido. “Vivir crónicamente online es un tipo de subcultura, y como todas las subculturas, tiene cosas en común con otras culturas”. La lingüista se explica: “Por ejemplo, si te gusta mucho el fútbol pero tu amigo no lo sigue en absoluto, va a haber cosas que te va a costar explicar”. Igual que contarle un meme a alguien que no sabe ni qué es un meme.

Durante los primeros días de internet, el mero hecho de tener un router te convertía casi instantáneamente en miembro de una subcultura nerd. La popularización de la tecnología ha provocado que la brecha entre el mundo online y el offline se haya estrechado, señala McCulloch, e internet es un lugar donde las diferencias subculturales se atenúan.

"Los jóvenes ven más importante que los entiendan que lo que piense la RAE"

Esa homogeneidad viene favorecida por la facilidad que proporciona internet a la hora de comunicarse a gran escala, “por ejemplo, acumulando seguidores en una red social, sin esos intermediarios que poseían imprentas, emisoras de radio o periódicos que eran las que permitían que palabras y frases saltasen de un grupo al siguiente”. Los cambios lingüísticos antes se propagaban como una gripe, de uno en uno. Ahora un gran supercontagiador, una celebridad o el influencer de turno, puede contaminar con un término a millones de personas. Y punch.

Lo que ocurre al mismo tiempo es que cada vez más individuos desarrollan códigos de comunicación específicos con cada persona, incomprensibles para los demás. “Lo que me he dado cuenta es que la gente más joven y más online considera más importante escribir de manera que les entiendan que de una forma que reciba la aprobación de una autoridad superior (¡la RAE no va a leer nuestros mensajes!)”, explica la lingüista.

Algo que ya ocurría en el lenguaje oral pero que ahora también ocurre en los mensajes instantáneos. La razón por la que tantos adultos tienen la sensación al mirar el teléfono de que sus hijos de que escriben fatal, sin signos de puntuación, imitando el lenguaje fonético o suprimiendo letras en un momento en el que ya no es necesario. No escriben para usted, escriben para su interlocutor (y para ellos mismos).

¿Es cada vez más difícil captar la ironía en un mundo posirónico donde mantener la ambigüedad sobre si algo se dice en serio o no es algo deliberado? La lingüista recuerda que la lucha por encontrar un marcador de ironía escrita se remonta a siglos atrás. Incluso Jean-Jacques Rousseau defendió un signo de puntuación, el point d’ironie, que dejase claro el sentido figurado de lo que se decía. Un predecesor de las comillas con los dedos.

“Ahora disponemos de muchas formas de comunicar ironía de forma escrita, desde el emoji a la puntuación, pero lo que tienen en común es que son marcadores unidos a una forma directa de transmitir positividad (como el smiley), la autoridad (las mayúsculas) o poco esfuerzo (las minúsculas)”, explica McCullough. “Eso se debe a que la ironía es un significado doblado: el riesgo de ser malinterpretado es precisamente lo que hace valioso que te interpreten correctamente. Si quiero que no se me malinterprete, hay una herramienta muy eficiente para lograrlo que se llama no ser irónico”.

La etiqueta moderna: ni teléfono ni correo electrónico

Lo publicamos aquí y se ha repetido hasta la saciedad: los centennials ya no cogen el teléfono, para desesperación de sus jefes de cierta edad, acostumbrados durante décadas a descolgar el aparato y solucionar el problema. Es decir, un intercambio oral donde primaba la inmediatez de la comunicación sincrónica.

"El correo electrónico ya solo existe en un entorno laboral"

Es uno de los cambios más sustanciales en nuestra manera de relacionarnos y que muestra este deslizamiento de los textos verbales a los escritos. McCullough recuerda una encuesta de los años noventa en la que la mayoría de la gente reconocía que ellos siempre cogían el teléfono, incluso en mitad de una discusión con su pareja. “La gente joven a la que le he preguntado lo mismo me ha respondido ‘¿contestar en mitad de una discusión?’ Pero si ni siquiera respondo al teléfono, o al menos miraría antes quién está llamando”, explica.

“Una llamada de teléfono demanda tu atención de manera instantánea e impredecible, mientras que con un mensaje de texto, tienes más tiempo para pensar la respuesta antes de responder, si quieres, y puedes hacerlo de manera sutil sin que los demás oigan tus conversaciones privadas”, explica. Aunque pensemos que nos comunicamos de manera cada vez más rápida y pública, ejemplos como este muestran que la tecnología ha provocado la convivencia de distintos ritmos de comunicación y distintas esferas de privacidad, desde las redes públicas como X (Twitter) a las conversaciones de una app de citas.

Un ejemplo es el correo electrónico, que durante mucho tiempo fue la comunicación electrónica por antonomasia y que hoy ha quedado reducida a la mínima expresión, como ocurrió con la correspondencia postal. Otra queja habitual es que los jóvenes, a pesar de pasar el día escribiendo, no saben redactar un e-mail en condiciones o un documento en lenguaje formal. A diferencia de otras formas de comunicación en redes sociales, nadie aprende a escribir correos electrónicos tal y como aprendemos todo: por imitación.

placeholder ¿Se acuerdan de los buzones? (EFE/Javier Cebollada)
¿Se acuerdan de los buzones? (EFE/Javier Cebollada)

“El e-mail es un medio extraño porque ya solo existe en un contexto laboral y no hay forma de echar un vistazo antes a cómo son otros correos electrónicos como sí ocurre antes de publicar algo en una red social”, explica McCullough. “Por eso, la gente que empieza a trabajar necesita tiempo para aprender las normas de los correos electrónicos, igual que necesita tiempo para aprender a redactar un currículo o un informe. ¿Cómo se puede aprender a escribir algo si no has visto ningún ejemplo antes?

La autora concluye el libro recordando que dentro de muy poco no quedará nadie offline, por lo que la brecha que separa generaciones tal vez se cierre para siempre (hasta que se abra otra que aún no esperamos). Vivimos un período de innovación lingüístico, donde el objetivo ya no es preservar las reglas sino abrir nuevos caminos. El paraíso para una lingüista: “Al reinventarla generación tras generación, al aprenderla de nuestros semejantes y no solo de nuestros padres, al ser el medio del que nos servimos para hacernos entender, a pesar de las sutiles variaciones que cada hablante le imprimimos, la lengua es algo dúctil y, al mismo tiempo, resistente”.

Imagínese que alguien inventa una máquina del tiempo y consigue transportar al presente a su tataratatarabuelo. Su primera reacción será pensar que el pobre hombre no se va a enterar de nada. Se equivoca, en parte. Lo más probable es que entienda muchas más palabras de las que pensamos, de igual manera que usted puede leer el Quijote, una novela escrita en el castellano de hace cuatro siglos. Pensamos que la lengua cambia rápidamente, pero no es así. Lo que cambian son los actos comunicativos: lo más probable es que no supiese cómo comportarse en una cena con sus descendientes lejanos y, por ejemplo, no entendiese ni el ritmo ni la brevedad ni el tono de la conversación.

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