El arquitecto español más influyente en la actualidad no es quien tú esperas
Joaquín Torres está detrás del estilo de fachadas "cebra", a rayas blancas y negras, y chalets como cajas con cristaleras que han brotado por todo el territorio
La arquitectura residencial española está acercándose a un punto de saturación estética. Llevamos al menos una década viendo cómo la mayor parte de las nuevas construcciones son edificios de pisos con fachadas iguales, como cebras, a rayas blancas y negras y chalets que han abandonado la riqueza formal de otras épocas para convertirse en cajas blancas con cristaleras, tan asépticas como anodinas.
Quizá a estas modas les quede todavía algo de recorrido. Pero más pronto que tarde cambiarán. Y ese cambio ocurrirá cuando los clientes “más selectos” se saturen y quieran volver a “distinguirse” de todos los que les imitan. Entonces, el arquitecto que tenga buenas conexiones para dar con el cliente famoso y con la tecla estética de la mentalidad de nuestra época (cada vez más conservadora) será quien defina el rumbo de nuestra arquitectura durante los próximos años.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
A principios de este siglo la arquitectura española vivía un momento agridulce. Por un lado, se inauguraban grandes edificios públicos como el Guggenheim de Bilbao, el Kursaal en San Sebastián o la Ciudad de las Artes en Valencia. Pero también muchos otros proyectos de auditorios, colegios, museos y demás servicios municipales por todo el país. Había dinero y, por tanto, capacidad para experimentar en muchas direcciones. Era una arquitectura ecléctica, “de su padre y de su madre”, hija de una posmodernidad que hacía tiempo que había abandonado los arcos y volutas que tan de moda se pusieron en los 80, pero en general, una arquitectura sin un estilo claro que las englobase. Una arquitectura que miraba al exterior, llevada a cabo por una generación nacida en los 50 y 60 que buscaba en el extranjero los referentes que no querían encontrar en España. Demasiada caspa. En unas pocas casas privadas y muchos edificios públicos, se imitaba la arquitectura holandesa, nórdica, alemana, italiana, suiza…la que estuviera de moda en ese momento.
La calidad de estos arquitectos y de sus edificios era incuestionable. De hecho el Museo de Arte Moderno de Nueva York llegó a hacer en 2006 una exposición monográfica sobre la arquitectura española. Sin embargo, en plena borrachera de la burbuja inmobiliaria, la ausencia de una estética clara hizo que estas arquitecturas no dejasen de ser una anécdota elitista. La realidad es que la inmensa mayor parte de la arquitectura que se construía en esos años del “boom inmobiliario” eran promociones de pisos y chalets adosados sin ningún tipo de interés ¡Qué más daba! Los promotores inmobiliarios no tenían ningún aliciente para invertir en buenos arquitectos, ideas, formas o materiales cuando cualquier cosa por cutre que fuese se la quitaban de las manos a un precio inflado.
En eso llegó la crisis. Y cuando se acababan o se paraban las obras, los estudios cerraban. Y los pocos que sobrevivieron, los que tenían una cartera importante de clientes, concentraron casi todos los encargos. Así seguimos. Es entonces cuando aparecieron los edificios “cebra”. Los primeros eran muy originales para el momento. Rompían el empacho de los bloques de ladrillo que nos hartábamos de ver hasta entonces. Aparecían propuestas buenas, inteligentes y diferentes. Y esto es lo que se necesitaba cuando en plena crisis de demanda los promotores tenían que ofrecer más distinción y calidad a precios razonables. El problema ha sido que, definido el producto, las inmobiliarias no han hecho más que “darle a la churrera” y encargar bloques y más bloques con una estética conocida tanto por la oferta como por la demanda, hasta llegar nuevamente a la saturación.
¿Pero de dónde salía esta nueva arquitectura? ¿Qué ocurría para que este estilo fuese aceptado tan rápido y se haya extendido por todo el país? ¿Por qué gustaban esas líneas horizontales, esos paramentos pintados de blanco como el mármol y esas franjas negras que imitan las zonas de sombra de las terrazas lujosas? ¿No será precisamente por eso? ¿Por ser la imagen del lujo inmobiliario español?
Quienes veíamos la tele hace veinte años conocemos a un arquitecto, Joaquín Torres, que se hizo famoso apareciendo en los realities frívolos y programas de la época. Era el hijo del millonario ingeniero Juan Torres Piñón, expresidente del Metro de Madrid y socio fundador de la constructora ACS junto con Florentino Pérez. Mientras el mundo miraba en la exposición del MoMa una arquitectura que estaba a punto de acabarse, a pocos kilómetros de la capital, se construía la urbanización “La Finca”. Un lugar pensado para garantizar la exclusividad de sus residentes. Con alta seguridad privada y acceso limitado a propietarios e invitados. Según parece, los contratos de los compradores de las parcelas estipulaban que las casas debían ser proyectadas por el estudio A-Cero, de Torres y su socio Rafael Llamazares. Y así llegaron clientes como Raúl, Iker Casillas, Cristiano Ronaldo, Fernando Torres…y un largo etcétera de famosos que hicieron que estas casas empezasen a salir en las revistas y programas de Televisión.
Poco a poco las casas de Joaquín Torres se multiplicaron dentro y fuera de La Finca. Y en mucha casa pija empezaban a reformarse los interiores de estética “Palacio de Windsor” tan de Médico de Familia y de “casa de bien” de los 90 por una estética “moderna”. Quizás lo primero que se reformaban eran las cocinas. Aparecían las islas con campanas extractoras metálicas y encimeras pulidas como las que salían en las fotos de los famosos. Para cuando estalló la burbuja, en la tele ya lo presentaban como uno de los arquitectos más importantes del país. Y todo en un momento donde casi no se veían grúas ni obras. Salvo las suyas.
Los ricos más famosos le encargaban sus casas, los que podían, empezaban a encargar versiones más económicas: cajas de zapato blancas, sin carísimas paredes torcidas, los demás pijos las intentaban imitar por dentro y los inmobiliarios se inventaron esa estética “cebra” para vender la ilusión y la imagen del lujo en las promociones de pisitos que hoy inundan el país. En ningún lugar se vendía como “al estilo La Finca”, pero el imaginario colectivo ya lo había interiorizado.
Joaquín Torres no es el mejor arquitecto español. Ni de lejos. Pero, mal le pese a muchos otros, que lo desprecian profundamente -aunque lo envidien- es el arquitecto más influyente de su generación. Fue él quien supo y pudo cambiar la moda arquitectónica que mostraba la clase alta y, por imitación, los gustos estéticos de buena parte de la población.
La historia de la arquitectura está plagada de giros de guión y cambios estéticos que siempre siguen el mismo patrón: copiar a los ricos
Esto tampoco es la primera vez que pasa. Ni será la última. La historia de la arquitectura está plagada de giros de guion y cambios estéticos que siempre siguen el mismo patrón: copiar a los ricos. Ellos son los que cambian las modas y nuestros gustos.
Otro día profundizaremos en esto y en qué otras alternativas al juaquintorrismo empiezan a asomar en la arquitectura residencial española. Seguramente tengamos que saturarnos un poco más con estos edificios hasta que nuevamente aparezca otro/otra profesional que sepa estar en el lugar adecuado y en el momento adecuado para cambiar el rumbo de nuestras modas. A los estudiantes de arquitectura les comparto un consejo de una profesora que tuve en la carrera: “Haceos amigos de los compañeros ricos. No son muchos y si escogéis el correcto igual os hacéis famosos”.
La arquitectura residencial española está acercándose a un punto de saturación estética. Llevamos al menos una década viendo cómo la mayor parte de las nuevas construcciones son edificios de pisos con fachadas iguales, como cebras, a rayas blancas y negras y chalets que han abandonado la riqueza formal de otras épocas para convertirse en cajas blancas con cristaleras, tan asépticas como anodinas.
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