La novela sobre el drama de México, donde al día desaparecen 10 personas (y ya hay 100.000)
El escritor mexicano Emiliano Monge explora el gigantesco problema de los desaparecidos en su nuevo libro, 'Los vivos'. "Se trata de un tema que tendría que ser portada de los periódicos todos los días".
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En México existe desde hace algunos años una nueva y escalofriante profesión: la de varillero. Se trata de aquellas personas que, allí donde se sospecha que puede haber una fosa en la que han sido enterrados desaparecidos, clavan una varilla en la tierra y la huelen, intentando discernir si allá abajo hay signos de cadáveres, de putrefacción. “Es espeluznante, ¿verdad?”, asegura el escritor Emiliano Monge (1976, Ciudad de México). “Yo creo que es la imagen más atroz de todas las que pueden darse en un país que busca a sus desaparecidos por todos lados; es muy gráfica y es muy dolorosa. Es impactante que haya quien ha descubierto que se puede hacer eso, que después se haya especializado en ello y que acompañe a los familiares de los desaparecidos porque les llegó el rumor de que había movimiento en tal lugar y podía haber enterrados allí cuerpos”.
Las desapariciones en México son, lamentablemente, una epidemia. Según los datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, dependiente del Gobierno de México, desde 1950 y hasta el pasado 8 de agosto se contabilizan un total de 116.386 personas “desaparecidas y no localizadas". “Y la realidad no está ni cerca de las cifras oficiales. Hay quien dice que al día desaparecen ocho, nueve, diez personas… Al día”, subraya Monge.
Jeremías Díaz Jiménez, de 14 años, desapareció en Chiapas el pasado domingo, día 8. Ese día también se esfumó sin dejar rastro Juan José López Rivera, de 36 años, en Zacatecas. Y al día siguiente, el lunes, fue Loreto Villavicencio Pérez, un hombre de 73 años, el que se evaporó en Ciudad de México. Son solo algunas de las últimas incorporaciones a una lista tan kilométrica como vergonzosa.
De todo eso trata
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PREGUNTA. Los desaparecidos no están muertos ni vivos. Y, sin embargo, su libro se titula Los vivos. ¿Por qué?
RESPUESTA. Por varios motivos. Primero, por una cuestión de fidelidad al proyecto. Este un libro que me costó mucho trabajo convertir en libro. Frente a mis demás libros, que estaban en mí cabeza dando vueltas y después de un determinado tiempo los escribí, este me costó mucho. Desde hace 11 ó 12 años yo quería escribir sobre los desaparecidos, pero no encontraba la manera. Le di vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y ya estaba casi tirando la toalla, pensando que no había un lugar desde el que yo pudiera hablar del asunto, cuando en una conferencia sobre otro tema completamente distinto en la que yo estaba de público, una de las panelistas acabó lo que estaba diciendo con la frase “los vivos”. Y en ese momento, todo lo que yo llevaba pensando años como que se ordenó y cobró sentido. Al día siguiente empecé a escribir y estuve trabajando en el nombre ya con el nombre de Los vivos. Tenía sentido que esa frase alumbrara todo, precisamente porque cuando se piensa en la desaparición, en los desaparecidos, es un espacio entre lo muerto y lo vivo. Y luego también hay un juego con la lengua de los comca’ac, una lengua que nombra a partir de la ausencia, no de la presencia.
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P. Las cifras son absolutamente brutales: más de 100.000 desaparecidos.
R. Las cifras no son solamente brutales, sino que son tenues. No están cerca las cifras oficiales de la realidad de la desaparición en México. Hay quien dice que desaparecen ocho personas al día, que desaparecen nueve, diez… Al día. Es una cifra desoladora y que además no estamos viendo. Es una cifra que determina el presente de este un lugar y el futuro y el pasado. Es una cifra espantosa.
P. ¿Y por qué los sucesivos gobiernos no han sido capaces de acabar con esto? ¿Quizás porque de alguna manera también son cómplices?
R. Por supuesto que hay complicidad, por supuesto el Estado es el responsable de muchas de las desapariciones, el gobierno es responsable de muchas otras de las desapariciones. Aquí en España hay zonas donde uno camina sobre fosas, aquí es muy claro que los desaparecidos son consecuencia de un conflicto armado entre dos bandos y, después, de una dictadura. Hoy en día en América Latina, porque los desaparecidos no son solo en México, eso se ha difuminado y ya no solo es el Estado, sino también el crimen organizado, el narcotráfico, el tráfico de personas… Son muchísimos los agentes que hacen que haya tantas personas que desaparecen.
"Por supuesto que el Estado es responsable de muchas de las desapariciones en México"
P. Hay una imagen muy gráfica en Los Vivos para tratar de entender lo que es la desaparición: es como si en una película o un libro, uno de los personajes principales se esfumara en mitad de la trama…
R. Sí. Durante todos esos años que estuve pensando en esta novela también tuve la posibilidad de charlar, de recibir el testimonio de muchos familiares de desaparecidos: amigos, parejas, amantes de personas en situación de desaparición. Cuando a uno le dan un testimonio, tiene que ser responsable, porque lo único que tenemos todas las personas es nuestra historia, nuestro testimonio, el derecho a contarlo y a que alguien lo escuche. Y quien escucha esos testimonios, más allá de que son desoladores, muy duros, tiene que ser responsable con ellos. Una de las cosas que entiendes escuchando esos testimonios es que para los familiares de desaparecidos no hay pasado, y por eso mi la novela no hay pasado. Todos hemos cometido alguna vez el error cuando hablamos con el familiar de una persona en situación de desaparición, de preguntarle cuál era su color favorito, cuántos años tenía… Y esos familiares te corrigen al instante: cuál ES su color favorito, cuántos años TIENE.
P. ¿Cómo es el testimonio de las personas que tiene a un ser querido desaparecido?
R. Es un testimonio muy distinto al testimonio de otras personas en otras situaciones. Es un testimonio asediado por el silencio, muy este lacónico en general. La situación de desaparición no es un agujero, no es un vacío, es una cosa que chupa, un remolino que succiona, que hace que sigan desapareciendo cosas a partir de esa desaparición. Yo quería que eso que es tan gráfico fuera parte del libro.
Lo más terrible de las desapariciones es la cotidianidad. Alguien que dijo “Voy a acomodar el coche, ahorita vengo” y no volvió o vieron cómo se lo llevaban. Alguien que fue a comprar algo, que estaba volviendo de la escuela, que iba a avisar de algo a alguien… Esto no es una guerra a la que uno se fue y no volvió, Son situaciones absolutamente cotidianas, y eso es brutal.
"Los varilleros es gente que va literalmente clavando una varilla para después olerla y ver si hay una fosa".
P. Me ha estremecido Justo, un personaje de Los vivos que se dedica a buscar fosas de desaparecidos con una varilla que hunde en la tierra y luego huele. “Es más sencillo de lo que parece… voy clavando y oliendo”, dice. “A veces huele a muerte vieja, a veces a nueva”.
R. Eso está inspirado en personajes reales que han aparecido junto con los grupos de buscadores, los varilleros. Es gente que va literalmente clavando la varilla para después olerla y ver si hay una fosa. Yo creo que es la imagen más atroz de todas las que se pueden estar dar en este país que busca a sus muertos por todos lados. Es muy gráfica y es muy dolorosa. Es muy impactante que haya alguien que primero haya descubierto que se puede hacer esto y que después se ha especializado en eso y que acompañe a los familiares porque les llegó el rumor de que había movimiento en tal lugar y podría haber enterrados cuerpos. Porque además hay una cuestión económica espantosa: el abandono absoluto por parte del estado de las familias de los desaparecidos, que no tienen presupuesto para escarbar donde sea, sino que tienen que elegir donde escarbar. Y esto es terrible, es el macrocapitalismo evidenciado al máximo.
P. Los aparecidos están tan presentes en la novela como los desaparecidos.
R. Digamos que eso es lo que me permitió escribir la novela. Yo entendí que para hablar de la desaparición tenía que hablar de los aparecidos. La desaparición es una cosa que genera un hueco, un vacío que succiona y en el que no podemos entrar, no podemos asomar la cabeza, no podemos escuchar lo que hay ahí. Pero la literatura y el arte en general tienen la ventaja de que pueden entrar donde no se puede entrar. La literatura puede ser el vehículo que nos permita escuchar y ver y oler y expurgar ahí, en ese vacío.
No se trata de que aparezcan los que estén realmente desaparecidos, es una metáfora sobre dónde están los desaparecidos, porque en la realidad aparecen muy pocos. Ese es uno de los retos de hacer literatura con un tema que tendría que ser la portada de los periódicos todos los días, la noticia de apertura de los noticieros. Pero sabemos cómo funciona el mundo, y el tema de los desaparecidos se pierde, se diluye. Es terrible, pero hay espacio para la desaparición pero no para la aparición, hay espacio para el horror pero no para el milagro. Efectivamente, son pocos los que aparecen. Tanto en las dictaduras sudamericanas como en México, la gente dice que no están muertos. Es la famosa consigna de: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Ahí hay implícita una obcecación que le da sentido a la espera. Lo que te quita la desaparición es el derecho al duelo, y eso es brutal.
"La desaparición es básicamente un problema de impunidad y de desigualdad"
P. ¿Se puede acabar con el problema de las desapariciones?
R. Claro que se puede acabar con este problema. Es un problema estructural que es consecuencia de la violencia y de lo que genera la violencia. La desaparición es básicamente un problema de impunidad y de desigualdad. La mayoría de problemas de América Latina, de México, parten de la desigualdad y de la impunidad. Lo primero que tenemos que hacer como sociedad es mirar al problema de frente y no hacer como que no suceden, que se hace mucho. Yo ahí pienso mucho en países que han pasado por crisis de desaparecidos y en cómo es su relación con la memoria. Me parecen ejemplares los procesos en Argentina, enfrentarlo casi en presente y después nunca jamás negarlo. Hay otros países que prefieren no hablar del asunto y que hay que avanzar. A mí me parece que solamente se puede avanzar sobre la base de enfrentar lo que se ha hecho y lo que ha sucedido. Cualquier cosa que se guarda bajo el colchón, como ocurre en la intimidad, en las relaciones con los otros, incluso en uno mismo con su psique, son bomba de relojería que en cualquier momento puede estallar.
En México existe desde hace algunos años una nueva y escalofriante profesión: la de varillero. Se trata de aquellas personas que, allí donde se sospecha que puede haber una fosa en la que han sido enterrados desaparecidos, clavan una varilla en la tierra y la huelen, intentando discernir si allá abajo hay signos de cadáveres, de putrefacción. “Es espeluznante, ¿verdad?”, asegura el escritor Emiliano Monge (1976, Ciudad de México). “Yo creo que es la imagen más atroz de todas las que pueden darse en un país que busca a sus desaparecidos por todos lados; es muy gráfica y es muy dolorosa. Es impactante que haya quien ha descubierto que se puede hacer eso, que después se haya especializado en ello y que acompañe a los familiares de los desaparecidos porque les llegó el rumor de que había movimiento en tal lugar y podía haber enterrados allí cuerpos”.