Los Galindos, un crimen cutre en la España franquista lleno de preguntas 50 años después
El periodista Francisco Gil Chaparro publica un libro con los artículos de sus investigaciones sobre este suceso que conmocionó al país y por el que nunca se llegó a sentar nadie en el banquillo
El 22 de julio de 1975 fueron asesinadas cinco personas en el cortijo Los Galindos, a cuatro kilómetros del pueblo de Paradas, en Sevilla. Eran el capataz, su mujer, dos tractoristas y la mujer de uno de ellos. Todos trabajadores de la casa. Fue un crimen atroz, lleno de sangre. Pero, sobre todo, lleno de preguntas que a día de hoy, cuando casi han pasado cincuenta años del suceso, siguen sin responderse. Ha habido investigaciones policiales, judiciales, una película, una novela que fue finalista del premio Planeta en 1978, el libro del hijo del marqués propietario del cortijo, una serie de televisión reciente. Hay hipótesis, tesis, comentarios y rumores. Pero ni se sabe por qué sucedió ni se sentó nunca a nadie en el banquillo. Quien fuera que lo hizo (o quienes), o se lo llevó a la tumba o sigue por ahí sin soltar palabra.
Eso es algo que le escuece al periodista Francisco Gil Chaparro (Sevilla, 1959) que ha investigado el crimen durante años y del cual ha publicado múltiples artículos, como los reunidos en
"No es un crimen perfecto, pero resultó perfecto porque no se sabe quienes son los autores", señala Gil Chaparro en conversación telefónica con este periódico. Porque lo cierto es que, a priori, son asesinatos bastante cutres en los que se dejan todo tipo de rastros como las armas (la mayoría eran maquinaria agrícola) y hasta dos cuerpos ardiendo desmembrados en lo alto de un pajar. Y todo ello a la luz del día.
Y, pese a que se dijo de todo durante aquellas primeras semanas, la idea que defiende el periodista es que aquel día, en realidad, no debería haber muerto nadie y que una serie de casualidades hicieron que aquello acabara convertido en una carnicería.
"La prueba es las distintas formas en las que se ejecuta a las cinco víctimas. La primera se produce de forma accidental como consecuencia de una pelea, unas diferencias, un enganchón entre una persona y otra. Es el capataz [Manuel] Zapata y eso desata el resto de las muertes. Muere en torno a las 12 del mediodía. Allí estaba su mujer [Juana Nartín] y es la siguiente en caer porque no había que dejar testigos. También estaba el tractorista Pepe González, persona de confianza. Lo que no sabemos es por qué se va a buscar a su mujer a las tres y cuarto, cuando él salía de trabajar a las cinco, y la lleva al cortijo. Pero esa orden tiene que venir de alguien con cierta autoridad porque ella se viste bien y él se cambia de ropa. Y cuando vuelven los estaban esperando para matarlos. Y luego estaba el otro tractorista que llega porque tenía que cargar la pipa de agua (cisterna) para regar los olivos, se encuentra con todo y le matan con una escopeta", resume Gil Chaparro. Así es como se produjeron las muertes. Otra cuestión fundamental e inconclusa es por qué.
Durante las primeras semanas del crimen se dijo de todo. Que si unos legionarios habían ido a por hachís y al no dárselo acabaron matando a todo el mundo. También se insistió en toda una trama de drogas con mafias que operaban en el Mediterráneo. Esta es la tesis que señaló el escritor Alfonso Grosso en su magnífica novela Los invitados, con la que fue finalista del Planeta en 1978. Hubo hasta una adaptación al cine protagonizada por Lola Flores. Sin embargo, no se encontró plantación de este tipo por ninguna parte más allá de la que había de girasol y trigo más algunos olivos. A Gil Chaparro todo esto le parece que no tuvo nunca ni pies ni cabeza, "y eso que Grosso había investigado bastante el crimen y lo sabía. No sé por qué en la novela cambió el móvil".
Otra hipótesis durante los primeros días fue que había sido el capataz tras una discusión con su mujer. La había matado y luego se había vuelto loco, había matado al resto y había huído. El problema es que su cuerpo apareció asesinado a los pocos días. También se dijo que había sido el tractorista José González porque estaba enamorado de una de las hijas del capataz y este se había negado a que se casara con ella, por lo que le mata y luego al resto porque sí para acabar accidentalmente quemado en una pira. Todo muy folclórico, muy de la época de los crímenes pasionales.
Lo malo es que esta versión es la que dio por buena la Guardia Civil y la que hizo que en un mes se cerrara el caso. "Y eso lo complicó todo", destaca Gil Chaparro. "Ahí se paraliza el caso, que estuvo archivado durante ocho años", añade el periodista. González era el culpable y no había más que hablar. Hasta que otro juez, Heriberto Asencio Cantisán, que apenas era un treintañero (hoy es juez del TSJA), revisa el sumario y no le empiezan a cuadrar algunas cosas ordenando una exhumación el 27 de enero de 1983 en la que participa el catedrático de Medicina Forense Luis Frontela -uno de los mejores en su especialidad- que determina que González nunca fue un asesino sino otra de las víctimas. Sin embargo, no se pudo avanzar nada más. Mucho menos después de que desapareciera el sumario del caso tras un traslado y nunca más se encontrara.
"Lo que tuvo que pasar fue alguna pelea por las diferencias que había entre las personas que estaban al frente del cortijo"
Para el periodista, tras tantas conversaciones y lecturas, la respuesta a lo que pasó en el cortijo está dentro del propio cortijo y tiene que ver con las personas que entonces trabajaban allí y lo administraban. No hay que irse más lejos. "Todo gira en torno a personas relacionadas con el cortijo: la figura del marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, su mujer, Mercedes Delgado, el administrador, que era un antiguo militar compañero del marqués. Ahí tenía que haber una mala convivencia entre el capataz y el marqués y administrador… También se habló de si había algún tipo de fraude con la producción que se quedaba el marqués… Pero lo que tuvo que pasar fue alguna pelea por las diferencias que había entre las personas que estaban al frente del cortijo, es decir, el capataz, el administrador y el propio marqués", sostiene Gil Chaparro.
La España militar
Que el crimen sucediera en 1975 -con Franco a punto de morir-, que los dueños tuvieran títulos nobiliarios y pertenecieran al ejército -el marqués había sido comandante- tampoco es baladí para Gil Chaparro. Sobre todo para que la investigación posterior fuera la que fue. "Ocurre en un periodo en el que España estaba en una dictadura. El poder estaba en manos de los militares y no se puede olvidar que el marqués de Grañina es militar. Es un Grande de España venido a menos que se casa con Mercedes Delgado, que sí tenía propiedades. Y él las administra en la provincia de Sevilla. Renuncia a la vida militar, pero le llamaban el señor marqués. Había guardia civiles que se cuadraban ante él", comenta el periodista.
Poco después del suceso quedó atestiguado que el marqués visitó al Capitán General de Sevilla, que era su amigo. A alguno le pareció raro. "Sí, entonces se dijo que las influencias del marqués podían haber parado la investigación porque él era conocido del Capitán General de Sevilla. Pero esa posibilidad también se investigó y nada. Al marqués se le interrogó, pero nunca se salió de su discurso. Él le echaba la culpa a unos legionarios que habían pasado por el cortijo a por una cantidad de droga y que volvieron y que como no les daban la droga decidieron ejecutar a todas las personas. Era su versión y la que se mantuvo en el sumario, aunque no tiene ni pies ni cabeza", señala Gil Chaparro.
En 2020 el hijo del marqués publicó un libro con sus padres ya fallecidos en el que sostenía que su padre había encubierto el crimen
En 2020 el hijo del marqués, Gonzalo, publicó un libro con sus padres ya fallecidos -él en 2015 y ella en 2019- en el que, de alguna manera, sostenía que su padre había encubierto el crimen. No lo cometió, pero supo siempre lo que pasó y por qué. "No tiene mucho rigor científico, pero sí es verdad que es la primera vez que alguien de forma pública acusa al marqués de Grañina de haber encubierto los hechos que ocurrieron allí. Y nada menos que el hijo", mantiene el periodista. Lo que ocurre es que el libro es, sobre todo, la panorámica de una familia con muchos problemas y en la que el marqués no queda nada bien, pero tampoco como padre.
"Es que revela unos datos que muestran una vida familiar no muy buena. Ella era una rica heredera de un terrateniente que se casa con el marqués y se dice que pudo ser por interés. Ella era rica sin títulos y él con títulos y sin dinero, así que fue por conveniencia. Pero estuvieron casados y tuvieron cinco hijos (tres desheredados), pero había muchas diferencias entre ellos. De hecho, justo después del crimen se separan y el marqués se va a vivir a Jerez y se desentiende de todo", comenta el periodista. En definitiva, que los ricos también lloraban y entre medias se colaron cinco muertos. Por cierto, al marqués el ayuntamiento de Jerez le dio en 2007 el premio Caballo de Oro por su aportación al mundo del caballo. Las vueltas de la vida.
Más cosas pasaban, no obstante, en 1975 y eran la falta de medios y la poca profesionalidad en este tipo de escenarios. "El escenario del crimen se contaminó muchísimo en las primeras horas. Cuando a Paradas llegan noticias de que ha pasado una desgracia en el cortijo todo el mundo se va para allá. Para ayudar, pero también por curiosidad. Y todo el mundo tocó huellas que podían haber sido fundamentales", sostiene Gil Chaparro, que también reconoce que ni los métodos de investigación (ADN, huellas dactilares), ni las comunicaciones eran las de hoy ni tampoco las personas estaban tan preparadas como hoy para resolver estos casos. "Este crimen ocurre hoy en día y en menos de 24 horas están detenidos los autores. Pero entonces se dieron todas esas circunstancias que hicieron que de este caso nunca se pudiera detener a nadie", asegura no con cierto pesar.
Porque, desgraciadamente, aduce, el pequeño pueblo de Paradas sigue medio siglo después marcado por esta masacre. "O porque lo vivieron o porque se lo han contado, este crimen marcó la vida del pueblo. Es un pueblo muy tranquilo, muy trabajador, donde nunca había sucedido nada y ese tema le marcó. Pero también a los pueblos de los alrededores. Durante mucho tiempo no salía nadie a la calle a partir de que empezara a oscurecer aunque hubiera más de 40 grados a la sombra porque tenían miedo. Y eso persiste. 50 años después no se ha podido sentar en el banquillo de los acusados a nadie y sigue habiendo una gran cantidad de preguntas. Eso hace que no prescriba desde un punto de vista social", resume el periodista.
Lo único que podría ocurrir es que alguien confesara. Eso, si esa persona sigue viva. Gil Chaparro no cree que suceda. El crimen de Los Galindos seguirá sin resolverse para la eternidad y acabará disolviéndose como un azucarillo en la memoria.
El 22 de julio de 1975 fueron asesinadas cinco personas en el cortijo Los Galindos, a cuatro kilómetros del pueblo de Paradas, en Sevilla. Eran el capataz, su mujer, dos tractoristas y la mujer de uno de ellos. Todos trabajadores de la casa. Fue un crimen atroz, lleno de sangre. Pero, sobre todo, lleno de preguntas que a día de hoy, cuando casi han pasado cincuenta años del suceso, siguen sin responderse. Ha habido investigaciones policiales, judiciales, una película, una novela que fue finalista del premio Planeta en 1978, el libro del hijo del marqués propietario del cortijo, una serie de televisión reciente. Hay hipótesis, tesis, comentarios y rumores. Pero ni se sabe por qué sucedió ni se sentó nunca a nadie en el banquillo. Quien fuera que lo hizo (o quienes), o se lo llevó a la tumba o sigue por ahí sin soltar palabra.