Pedro Almodóvar, sofisticación y melodrama hollywoodiense en busca del León de Venecia
El cineasta manchego compite por el máximo reconocimiento del festival de cine más antiguo del mundo con 'La habitación de al lado', su primer largometraje rodado en inglés
El apocalipsis climático, la muerte, el mundo que retrata la novelista estadounidense Sigrid Nunez en Cuál es tu tormento (Anagrama, 2020), aboca a un final doloroso e inevitable. Un final colectivo, el de una sociedad terminal, y un final individual, el de la amiga de su protagonista, diagnosticada de un cáncer muy agresivo con la única posibilidad de supervivencia puesta en un tratamiento experimental. "Era demasiado tarde, habíamos vacilado durante demasiado tiempo. Nuestra sociedad ya se había vuelto demasiado fragmentada y disfuncional para que arreglásemos a tiempo los errores calamitosos que habíamos cometido", augura uno de los personajes durante la presentación de un libro dentro del libro. Pero la prosa limpia, rítmica, observadora y aguda de Nunez no es fatalista. Más bien al contrario. El mismo personaje, en su monólogo indirecto, propone la única redención posible: "Aprender cómo pedir perdón y cómo reparar en alguna diminuta medida del daño devastador que les hemos hecho a nuestra familia humana y a las demás criaturas y a la hermosa tierra. Amar y perdonarnos los unos a los otros lo mejor que podamos. Y aprender a decir adiós".
No resulta difícil entender qué es lo que le atrajo a Pedro Almodóvar de la novela de Nunez para empujarle a adaptarla en su primer largometraje en inglés, The Room Next Door (La habitación de al lado), que se acaba de proyectar en la Sección Oficial de la 81 edición de la Biennale de Venecia y que tiene previsto su estreno en España para el 18 de octubre. Primero porque se trata de un relato puramente femenino, con dos amigas protagonistas (Julianne Moore y Tilda Swinton en la película), enlazadas por la enfermedad, pero también por el recuerdo y la narración de sus vidas, sus deseos y frustraciones de una manera muy íntima y elegante. Y con sentido del humor.
Tampoco es difícil entrever los referentes compartidos de Almodóvar y Nunez, desgranados a lo largo de la novela, desde John Waters a Faulkner, pasando por Hitchcock, Patricia Highsmith, Dylan Thomas, Bernard Henri-Lévy, Georges Simenon o Simone Weil, de quien toma prestado el título la novela, que arranca con una cita de la filósofa francesa: "La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en la capacidad de preguntar: ¿Cuál es tu tormento?". Los que no tienen nombre, que yo recuerde, son los personajes de la novela, que responden a definiciones como "el hombre", "mi anfitriona", "mi amiga".
Almodóvar se lleva la novela al terreno de su melodrama, con ecos de Douglas Sirk, en el que un ramo de flores, un camisón, una puerta roja o una nevada rosa toman un significado cuasi mágico. Almodóvar, con sus licencias marca de la casa, construye un ecosistema que atrapa, en el que las dos mujeres echan la vista atrás a sus vidas, buscando la complicidad y el sentido. A través de sus conversaciones -La habitación de al lado es una película muy hablada, en el buen sentido-, Martha (Swinton), la amiga enferma, hace balance de su pasado, marcado por un trabajo como corresponsal de guerra y una mala relación con su hija, "que es un calco de su madre" (algo así son las palabras con las que la definen, clave para entender al personaje), a la que nunca prestó la atención que ésta requería. Swinton, por cierto, tiene ya dominado el registro de mala madre (no olvidemos Eva en Tenemos que hablar de Kevin, 2011).
La frialdad alienígena de Swinton contrasta con la calidez eufórica y otoñal de Moore en el papel de Ingrid, la protagonista de La habitación de al lado. Ingrid es una novelista de éxito, una mujer vivaz que pretende acompañar a su amiga recién reencontrada a paliar su tiempo en el hospital y servir de oído a sus historias. La duda era si Almodóvar podía transmitir su idiosincrasia en un idioma y una cultura diferentes, como es la estadounidense. Si no se perdería en otras cadencias, en otras formas de quererse, menos desgarradas o esperpénticas que las españolas. Y en La habitación de al lado funciona diferente, pero funciona. La película absorbe e incita a conocer la historia de estas dos mujeres, que se va desvelando poco a poco, como en un desplegable.
La puesta en escena es, probablemente, la más refinada del último Almodóvar. Los encuadres, los espacios -salidos del Architectural Digest-, los colores, la abstracción lírica de la directora de arte Inbal Weingberg, el exquisito vestuario de Bina Daigeler y la sofisticadísima fotografía de Eduard Grau envuelven una película misteriosa y repleta, también, de referencias, como el momento que evoca el celebérrimo cuadro El mundo de Cristina, de Andrew Wyeth. Las paredes de las casas, las estanterías, están llenos de guiños culturales, como la fotografía Italia (Apulia, 2000) de Cristina García Rodero o el retrato de Swinton pintado por su pareja, el artista alemán Sandro Kopp.
La habitación de al lado es una película bastante sintética, en la que no hay tiempos muertos y en la que cada escena completa el retrato de las dos mujeres y de ese contexto burgués y cultural del que proceden, con las licencias marca de la casa y que más gustan a los fieles del director manchego. Pero la verosimilitud y el realismo nunca han sido la preocupación del manchego, más interesado en llevarse a su terreno el melodrama clásico americano y traerlo a la actualidad. Y es por ello que el dibujo de Nueva York responde, en cierta manera, a la visión de una ciudad mítica desde la perspectiva de un cinéfilo sibarita, de grandes parques y apartamentos de ladrillo visto, de librerías de techos altos y restaurantes a la orilla de un lago. Y siempre añadiendo ese guiño queer algo estrafalario que lo ancla a su primer cine.
Al igual que en sus anteriores películas, y amparado por la carga política y discursiva de la novela de Nunes, el director aprovecha también en La habitación de al lado para refrendar los alegatos de sus personajes sobre temas tan candentes como el calentamiento global o la eutanasia. Tanto que uno siente hablar al propio Almodóvar a través de las voces de Swinton y Moore.
Colateralmente por La habitación de al lado pasan personajes como el de John Turturro, amigo y examante de ambas, o los de Juan Diego Botto -con ese inglés perfecto- y Raúl Arévalo, que apuntalan los recuerdos que nos sirven para desentrañar la personalidad de Martha. Porque lo importante en La habitación de al lado es el perdón a uno mismo y el saber encajar la finitud de las cosas, y el ser conscientes de que nunca llegaremos a conocer plenamente a una persona, que cualquier intento de condensar una vida en palabras o en actos es un simple bosquejo.
Almodóvar vuelve a la Biennale tres años de abrir la Sección Oficial con Madres paralelas (2021) -Penélope Cruz ganó la Copa Volpi y consiguió la nominación al Oscar por su papel-, un lustro tras recibir el León de Oro a toda una carrera, 36 después de optar a su primer León de Oro con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), que según el director artístico de cine de la Biennale, "marcó el triunfo de Almodóvar en la escena internacional", y 41 años más tarde de participar por primera vez en el festival, en la sección Venezia Giorno con Entre tinieblas (1983), en una 41 edición en la que se proyectaron películas de Woody Allen, Bergman, Resnais, y Altman, entre otros, y que acabó ganando Nombre: Carmen, de Godard.
Este año, Almodóvar compite por el León de Oro con Queer del italiano Luca Guadagnino -adaptación de la novela de William S. Burroughs-, Maria del chileno Pablo Larraín -biopic sobre Maria Callas protagonizado por Angelina Jolie-, April de la georgiana Dea Kulumbegashvili, su regreso tras arrasar en San Sebastián con la crudísima Beginning (2020)- y el Joker: Folie á Deux -el Joker 2, en cristiano- 2 del estadounidense Todd Phillips, entre los nombres más destacados. Será el sábado 7 cuando sepamos quién de todos los competidores por el León de Oro ha rugido más fuerte.
El apocalipsis climático, la muerte, el mundo que retrata la novelista estadounidense Sigrid Nunez en Cuál es tu tormento (Anagrama, 2020), aboca a un final doloroso e inevitable. Un final colectivo, el de una sociedad terminal, y un final individual, el de la amiga de su protagonista, diagnosticada de un cáncer muy agresivo con la única posibilidad de supervivencia puesta en un tratamiento experimental. "Era demasiado tarde, habíamos vacilado durante demasiado tiempo. Nuestra sociedad ya se había vuelto demasiado fragmentada y disfuncional para que arreglásemos a tiempo los errores calamitosos que habíamos cometido", augura uno de los personajes durante la presentación de un libro dentro del libro. Pero la prosa limpia, rítmica, observadora y aguda de Nunez no es fatalista. Más bien al contrario. El mismo personaje, en su monólogo indirecto, propone la única redención posible: "Aprender cómo pedir perdón y cómo reparar en alguna diminuta medida del daño devastador que les hemos hecho a nuestra familia humana y a las demás criaturas y a la hermosa tierra. Amar y perdonarnos los unos a los otros lo mejor que podamos. Y aprender a decir adiós".
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