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Pepe Viyuela muta de juglar a clérigo para resucitar a Berceo
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Pepe Viyuela muta de juglar a clérigo para resucitar a Berceo

El actor y la arpista Sara Agueda coinciden en la Quincena Musical Donostiarra para evocar los 'Milagros de Nuestra Señora' con un recital espartano y conmovedor

Foto: Un momento del recital del actor Pepe Viyuela y la arpista Sara Agueda. (Cedida)
Un momento del recital del actor Pepe Viyuela y la arpista Sara Agueda. (Cedida)

El claustro gótico de San Telmo, el tañido de las campanas y el misterio del crepúsculo predispusieron la ceremonia de exhumación de Gonzalo de Berceo (1196-1269), cuyos Milagros de nuestra señora dieron sentido al recital de Pepe Viyuela entre los alambres de la arpista Sara Agueda.

Se explica así mejor el silencio y la sugestión de los espectadores. Los habría creyentes, pero la generalización del agnosticismo y de las nuevas idolatrías otorgan oportunidad al sesgo proselitista que caracterizó el mester de clerecía. Nada mejor que el efectismo y el populismo de unos milagros domésticos. Y que la cercanía de una Virgen que se expone humana, cercana e indulgente con las debilidades de los humanos, entre el alcohol, la herejía y el adulterio.

Se ocupó de demostrarlo Pepe Viyuela en el templo de San Telmo. No solo documentando su naturaleza de juglar, sino personificando la galería de personajes que Berceo retrata en las proezas marianas. Fue la voz del truhán y la garganta del diablo, enfatizó la melopea del borracho y rebosó de onomatopeyas al toro y al león, incluso se revistió de un sayo medieval para introducir la dramaturgia del clérigo Teófilo, cuyos negocios con el maligno no le impidieron la oportunidad de redimirse en el corazón de María.

La atmósfera musical del recital procedía de las cuerdas del arpa con el repertorio de las Cantigas de Santa María, mientras que la “actualidad” del acontecimiento la proporcionaba el método declamatorio de Pepe Viyuela. Ni grandilocuencia ni ímpetu asustadizo. El actor riojano trascendía con naturalidad la mecánica de la rima y se recreaba en el espíritu divulgativo con que Berceo reclutaba ovejas para el rebaño eclesial. Casi nadie leía ni escribía entonces, de modo que eran misión y tarea del mester fomentar la fe y corregir a los descarriados, aunque el verdadero milagro del “poemario” de Gonzalo de Berceo consiste en el nacimiento de una lengua que ya hablan 600 millones de personas y que balbuceaba hace 800 años.

placeholder Otro instante del espectáculo de Pepe Viyuela y Sara Agueda en el claustro de San Telmo. (Cedida)
Otro instante del espectáculo de Pepe Viyuela y Sara Agueda en el claustro de San Telmo. (Cedida)

Viyuela reunió a la feligresía en el claustro de San Telmo como protagonista del ciclo de música antigua de la Quincena Donostiarra. Predominaban los espectadores mayores. Se escuchaba canturrear a las gaviotas. Y prevalecía una atención que Viyuela supo mantener en los vaivenes de los personajes que habitan los milagros, incluida la propia Virgen. La representaba con el vuelo de los brazos y mediante la calidez de la voz. Y la convertía “en una heroína de cómic”, tal como explicaba el propio actor en la introducción del recital. Sería Nuestra Señora un personaje de la Marvel. Que vuela. Que domina a un toro bravo. Que lucha contra las fuerzas del mal. Que se reconoce celosa. Y que apiada de los débiles de buen corazón, como si fuera la doctrina cristiana, una religión de segundas y terceras oportunidades, asequible para cualquiera.

Con la excepción de los judíos. Toda la tolerancia de la sensibilidad mariana se resiente de la noción y dimensión antisemita en varios de los Milagros con que Berceo hilvanó la fluidez de la lengua castellana.

La persecución del judío se hallaría en el embrión mismo de nuestra cultura, como demostraba de manera elocuente una reciente exposición inaugurada en el Museo del Prado: El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval. Tiene sentido evocarla aquí y ahora por el interés artístico de algunas obras reunidas —Pedro Berruguete, Bartolomé Bermejo, Bernat Martorell— y por todos los argumentos religiosos, sociológicos, políticos y culturales que predispusieron la aversión a los judíos.

placeholder Una mujer observa unos cuadros de la exposición ‘El espejo perdido. Judíos y conversos en la España Medieval’ en el Museo del Prado. (Europa Press/Eduardo Parra)
Una mujer observa unos cuadros de la exposición ‘El espejo perdido. Judíos y conversos en la España Medieval’ en el Museo del Prado. (Europa Press/Eduardo Parra)

El arte desempeñó una función pedagógica en la narrativa de la propaganda antisemita, igual que sucede en los Milagros de Berceo. No ya caricaturizando a los hijos de David como criaturas ciegas, codiciosas, abyectas y animales, sino trasladando las sospechas a los conversos que prefirieron quedarse en lugar de emprender el camino del exilio.

La exposición terminaba precisamente con el edicto de expulsión que los Reyes Católicos anunciaron en 1492, aunque el inventario de antecedentes —las normas de vestimenta de 1215, el pogromo de Girona, las leyes raciales, la Inquisición— se antoja tan elocuente como la influencia del ADN antisemita en los siglos posteriores. Nuestro vocabulario contemporáneo suscribe el insulto de marrano sin reparar en la definición peyorativa que catalogaba a los judíos conversos. La Iglesia, el Estado y el Santo Oficio los ubicaron en una categoría irremediable, precisamente porque el problema de los judíos no consistía en su religión, sino en su sangre y en la responsabilidad del deicidio por los siglos de los siglos.

Pepe Viyuela hizo de mediador entre el cielo y la tierra mientras los murciélagos apuraban los arcos del claustro de San Telmo. Daban ganas de creerse los milagros. Por la pasión con que los exponía. Y por la espontaneidad coloquial que los transformaba en agua bendita, más todavía cuando el arpa de Sara Águeda resonaba como un manantial.

El claustro gótico de San Telmo, el tañido de las campanas y el misterio del crepúsculo predispusieron la ceremonia de exhumación de Gonzalo de Berceo (1196-1269), cuyos Milagros de nuestra señora dieron sentido al recital de Pepe Viyuela entre los alambres de la arpista Sara Agueda.

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