:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2Ff67%2F8b3%2Fcc1%2Ff678b3cc1cbae8bf4d887c4e4996916e.png)
Por
París, la ciudad del 'amour' y de los desastres urbanísticos… (a veces)
Si existe una gran capital que sea fruto del idealismo racionalista, esa es París. Ninguna otra ha sabido presentar las tendencias y mostrar físicamente la última moda en el contrato social europeo
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fbea%2Fb2d%2Fde3%2Fbeab2dde3f1e9c51bb1001584cb0515e.jpg)
Durante los Juegos Olímpicos hemos visto a París y a los municipios de su área metropolitana —donde se han realizado muchas competiciones— convertidos en el mayor escaparate al aire libre del mundo. Reconozcámoslo, los franchutes saben cómo mostrar el esplendor de su capital, sacarla por enésima vez de la chistera y dejarnos a todos asombrados. El turismo aumentará sin dudas. Sobre todo allí donde siempre han ido los turistas, a los monumentos y bulevares que han servido de telón de fondo a las pistas y recintos desmontables.
Otra cosa muy distinta es lo que ocurrirá en sus famosas y maltrechas periferias. Ese Gran París, feo y pobre, que hace un año se levantó violentamente. Entonces la République se vio sobrepasada a la hora de ejercer el monopolio de la violencia en algunos lugares muy cercanos a su centro neurálgico. Allí, Francia y París, cunas del estado moderno e ilustrado, fueron incapaces de imponer los deberes a los que obliga el concepto de ciudadanía laica —que ellos mismos crearon— frente a otro tipo de vínculos de pertenencia y obediencias a bandas, cultos y señores.
Pero este verano, salvo por el sustituto electoral, no ha ocurrido nada. Y del mismo modo que las Olimpiadas de Barcelona sirvieron para abrir la ciudad al mar, es en estas periferias donde se está utilizando el poder transformador del planeamiento urbano para cambiar a la sociedad que, en muchos casos, malvive en su interior. Una transformación, nuevamente, hacia algo nuevo y en teoría mejor, sí, pero que no deja de ser otro inmenso experimento de ingeniería social, como lo fueron prácticamente todos los procesos urbanísticos llevados a cabo en París desde que le rebajaron la estatura a Luis XVI. Experimentos donde los éxitos se cuentan con los dedos de una mano y los fracasos a puñados. ¿Ocurrirá lo mismo ahora?
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fee0%2Fc6b%2F53b%2Fee0c6b53b0d84532a21c799202c5d5f1.jpg)
Y es que si existe una gran capital que sea fruto del idealismo racionalista, esa es París. Ninguna otra —salvo quizás Barcelona— ha sabido marcar los compases, presentar las tendencias y mostrar físicamente la última moda en el contrato social europeo como la capital francesa. Un auténtico campo de pruebas donde los planificadores sociales llevan dos siglos aportando nuevas ideas y propuestas vanguardistas para diseñar desde sus escritorios como debe ser la vida urbana en común. Y en París, estas ideas se adhieren —generalmente a sus periferias— como los anillos de los árboles.
*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí
Quizás en un futuro, los arqueólogos e historiadores que estudien la Edad Contemporánea, con su industrialización y posterior desindustrialización, encuentren allí uno de los mejores lugares para interpretarnos. Porque esta ciudad es, sin duda, la capital del Hombre Nuevo. Un hombre que se asemeja a una cobaya.
La cosa comenzó con toda una declaración de intenciones: demoler la ciudad medieval. Se pusieron a ello. La putrefacción dio paso a los criterios de salubridad, que fueron adoptados en la nueva ciudad burguesa que planificó Haussmann a mediados del siglo XIX. Aunque había algo de excusa. Lo que también se buscaba es que la próxima vez que los levantiscos parisinos liasen otra revuelta al estilo 'Los Miserables', a la Libertad Guiando al Pueblo, le pasara por encima una buena andanada de artillería seguida de una implacable carga de caballería. En definitiva, un trabajo más limpio y rápido que el que permitían los lúgubres callejones y… de paso crear los edificios que habitaría una nueva clase media de propietarios y profesionales. Es ese centro al que acuden los turistas, donde se sucedieron las primeras exposiciones universales, con su Torre Eiffel y sus palacios de muestras.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F142%2Fb35%2F829%2F142b3582968feacd7e854bb0636fe088.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F142%2Fb35%2F829%2F142b3582968feacd7e854bb0636fe088.jpg)
La ciudad del trabajo
Tras la Primera Guerra Mundial, parecía que los proletarios del mundo empezaban a unirse, al menos para erradicar los inmensos campos de chabolas —las Bidonville— que rodeaban el centro. Aparecieron entonces los visionarios (y oportunistas) como Le Corbusier, un joven arquitecto que presentó en 1925 su radical y futurista Plan Voisin. Nuevamente, este plan proponía tirar abajo el centro de París. Si Haussmann lo hizo 50 años antes, ¡él no iba a ser menos! La realidad es que solo era una propuesta para darse a conocer y que todo el mundo prestarse atención a sus ideas de una ciudad higiénica con distritos sectorizados, torres de viviendas rodeadas de parques y autopistas que conectaban con zonas de ocio e industria. Funcionó. La receta de la ciudad de las ocho horas buscaba satisfacer las necesidades del movimiento obrero, materializando los ideales de libertad e igualdad en el periodo de entreguerras. París se posicionaba, otra vez, en vanguardia, mostrando al mundo rascacielos de hormigón comunicados por automóviles "más bellos que la Victoria de Samotracia".
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F6b0%2Fcbe%2F2b4%2F6b0cbe2b4044e44913ee750385506c25.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F6b0%2Fcbe%2F2b4%2F6b0cbe2b4044e44913ee750385506c25.jpg)
Pero los locos años veinte desembocaron en la Gran Depresión y con ello, la mayoría de estos proyectos no se realizaron. Muchos obreros de Europa siguieron viviendo en chabolas, se radicalizaron y terminaron matándose en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, tras la guerra, gracias a las ayudas del tío Sam y las espaldas de quienes vivían en su imperio colonial, las teorías urbanísticas de Le Corbusier se llevaron definitivamente a la práctica. El contrato social de los Treinta Gloriosos adoptó un tipo de ciudad laborista que aspiraba a la libertad, dignidad e igualdad para las clases trabajadoras y los migrantes rurales que llegaban en masa para trabajar en las fábricas. Así pues, presos del "optimismo de la voluntad" se levantaron enormes distritos de viviendas y oficinas, como La Défense, Nanterre, Créteil o Saint Denis.
La trampa de la moda
Pero un barrio no es un jersey de temporada, y cuando Francia dejó de prosperar a costa de sus colonias africanas, surgieron problemas: mayo de 1968, la crisis del petróleo, y un rápido declive de su industria puntera. En poco tiempo las ciudades de hormigón, se convirtieron en distritos trampa. Todos tenían casa, pero la gente quería algo más. Lo que prometía ser un lugar de prosperidad y emancipación, terminó siendo un entorno dominado por el desarraigo que impone el brutalismo arquitectónico. Lugares donde las personas sin otros recursos quedaron atrapadas. Los barrios envejecieron mal. El mantenimiento era escaso y la estética de sus igualitarias fachadas dejó de estar de moda a los pocos años. Los planificadores no conseguía que la gente se juntase de forma natural y espontánea en las inhóspitas explanadas que habían diseñado para ello. Muchas pasarelas, pasajes peatonales entre edificios, desniveles y soportales se convirtieron en espacios problemáticos y presas del nihilismo cuando en los ochenta, los hijos de quienes se mudaron allí se encontraban las fábricas cerradas y las drogas en cada esquina.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F30c%2F436%2F6e7%2F30c4366e7f7437a54e0b95e93d9bf60b.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F30c%2F436%2F6e7%2F30c4366e7f7437a54e0b95e93d9bf60b.jpg)
Junto a todo esto, la mentalidad individualista, las teorías de la deconstrucción y los colectivos identitarios que eclosionaban en esos años, chocaron con la propuesta homogeneizadora de estos distritos, pensados para una sociedad de operarios con casco y amas de casa. La economía y la sociedad habían cambiado y la utopía de los seguidores de Le Corbusier se había convertido en un paisaje duro y alienante, compuesto por enormes bloques rodeados de parques descuidados, aparcamientos, fábricas y nudos de autopista.
La ciudad del capital
El revisionismo cabalgó a lomos de la Postmodernidad. Otro de esos espíritus de la época que Francia abrazó con furia. De Foucault a Derrida, y de Ricardo Bofill (con sus barrios neo-versallescos) a Disneylandia. Alucinarán si buscan fotos de los barrios de Cergy, el Palacio abraxas o la plaza de Picasso en Noisy Le Grand, o Val D'Europe… lugares historicistas que buscaban recuperar las identidades y las esencias perdidas. Pero el "Fin de la Historia" no trajo el orden espontáneo (no se engañen, que aquí nadie renuncia a la escuadra y cartabón). El neoliberalismo planificó sus ciudades como un museo; un lugar "bello y armónico", pero al que se accedía pagando.
Como recuerda Jorge Dioni López en El malestar de las ciudades, los mismos días que cerraba la simbólica fábrica de la Renault en el distrito de Billancourt, se inauguraba Disneylandia. Y con ello París relegó simbólicamente la bandera de la ciudad moderna al precariado, que poco a poco se fue formando en las periferias.
Así pues, del campo y las chabolas, al piso de la banlieue y ya a final de siglo a un chalet de las afueras, con un título de propiedad. El apalancamiento permitió al obrero francés mejorar sus condiciones de vida a lo largo de los años, pudiendo sustituir el bloque de pisos de hormigón por las columnas de yeso junto a la puerta.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F54e%2Fc3d%2Fdb3%2F54ec3ddb3f018c487ae6730208ba5369.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F54e%2Fc3d%2Fdb3%2F54ec3ddb3f018c487ae6730208ba5369.jpg)
La ciudad del precariado
Pero quienes impugnan ahora el sistema no son el movimiento obrero organizado ni hacinado en infraviviendas como ocurría con las huelgas de hace un siglo. Ahora son los descendientes de los explotados en África y los hijos de las clases medias que se precarizan y que no pueden asumir el precio de las viviendas del centro. Y es por eso que el Gobierno francés y los municipios del gran París se han puesto, otra vez, manos a la obra.
Desde hace más de una década se están acometiendo diferentes operaciones de regeneración de las banlieue. A veces se trata de acupuntura, adaptando los edificios a las necesidades actuales, dándoles un nuevo aspecto y mejorando sus calidades. De hecho, uno de los premios Pritzker más interesantes de los últimos años fue otorgado en 2021 al estudio de arquitectura francés Lacaton & Vassal por especializarse en este tipo de intervenciones.
De esta forma, las viviendas se revalorizan y pueden tener una segunda vida útil con los propietarios de siempre o con nuevos compradores con un poco más de poder adquisitivo, que cambian poco a poco la sociología de los barrios y capitalizan a los vendedores.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F309%2F3c2%2F338%2F3093c233829f753a779f1e310cf8cfed.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F309%2F3c2%2F338%2F3093c233829f753a779f1e310cf8cfed.jpg)
La idea es buena, pero ir edificio a edificio es lento y caro. Ya que normalmente los antiguos habitantes no pueden permitirse la inversión que supone estos cambios y que, por tanto, debe asumir la administración. Una gota en un desierto que los gobernantes actuales necesitan convertir en un jardín antes de que estalle nuevamente la violencia, Le Pen llegue al poder y tanto la artillería como la caballería vuelvan a ponerse de moda.
Por eso, el otro modelo, que también se lleva realizando desde hace al menos una década y tiene carácter de estrategia nacional, consiste en reconvertir zonas industriales en desuso en nuevos barrios. El crecimiento de la ciudad había dejado a estas fábricas en zonas relativamente céntricas, lo cual es hoy una ventaja porque esta gran oferta de viviendas baratas ayuda a frenar la escalada de precios en la ciudad y porque la demanda de vivienda permite crear barrios con una sociedad mezclada desde el origen, que combine a los inmigrantes y a sus hijos con jóvenes profesionales en zonas que tienen además el potencial de convertirse en centros alternativos.
Si se dan una vuelta con Google Maps sobre París y buscan los nuevos barrios de Billancourt, Batignolles, La Gare, Saint-Ouen, muy cerca del estadio de Saint-Denis, verán que hay una gran mezcla de usos: parques, edificios de viviendas, bajos comerciales y al menos una torre de oficinas con una estética y unas formas singulares proyectada por un arquitecto famoso. De hecho, verán que cada edificio, aun manteniendo un lenguaje contemporáneo (nos pueda gustar más o menos su arquitectura), a diferencia de las banlieue, es distinto a los de su alrededor. Siguiendo el espíritu del macronismo social-liberal, hoy el dirigismo estatal no busca homogeneizar con barrios igualadores, sino crear lugares heterogéneos y con una identidad propia. Lugares, en definitiva, que utilizan esa diversidad formal, tipológica y funcional para mezclar e integrar socialmente a sus habitantes, independientemente de su clase o su procedencia.
Dos reflexiones
La primera es que es muy posible que este urbanismo llegue tarde. Al igual que en el resto de Europa, vemos cómo en Francia las derechas soberanistas, que impugnan precisamente ese mundo heterogéneo, se acercan cada vez más al Palacio del Elíseo. Su proyecto, el del campo que vota contra la ciudad, busca homogeneizar nuevamente a la sociedad francesa. De triunfar, es lógico pensar que este nuevo experimento de ciudad se convierta en otro fracaso más, abortado o reconducido por una sociedad que vuelve a cambiar de dirección antes de que estos barrios den sus frutos dentro de una o dos décadas.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F1ab%2F7b3%2F564%2F1ab7b3564d2b27c113b2a7b447c377e1.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F1ab%2F7b3%2F564%2F1ab7b3564d2b27c113b2a7b447c377e1.jpg)
La segunda es que esa ola homogeneizadora ya está presente en los nuevos barrios, quieran o no los actuales gobernantes. El caso de la Villa Olímpica es paradigmático. Solo hace falta comparar sus edificios y su trama urbana con los que mencioné previamente para darnos cuenta de que el contrato social ha cambiado. Aunque el espíritu siga siendo el mismo, aquellos barrios fueron más caros de construir. Y eso es algo que tras la pandemia, con el aumento del endeudamiento público, de la inflación, el rearme y el precio de los materiales constructivos, no puede soslayarse. Los nuevos barrios necesitarán de una mayor colaboración público-privada y en el sector inmobiliario eso quiere decir que se volverá a mirar hasta el último céntimo. La arquitectura financiarizada para las clases medias y bajas será, como en los barrios de la postguerra, más sobria y estandarizada sin necesidad de que gobierne Le Pen.
En París lo único que no es nuevo es la novedad. Desde que este fuera teorizado, la ciudad es un cúmulo de imágenes que nos muestran los cambios del contrato social que los sucesivos gobiernos proponen, y al mismo tiempo una gran metáfora de sus múltiples fallos y huidas hacia delante. Quizás, esto se deba a que la centralización del poder no evita que las buenas intenciones de sus visionarios planificadores sigan escondiendo una actitud dirigista, más propia del despotismo ilustrado que jugaba con las masas de clase trabajadora.
Durante los Juegos Olímpicos hemos visto a París y a los municipios de su área metropolitana —donde se han realizado muchas competiciones— convertidos en el mayor escaparate al aire libre del mundo. Reconozcámoslo, los franchutes saben cómo mostrar el esplendor de su capital, sacarla por enésima vez de la chistera y dejarnos a todos asombrados. El turismo aumentará sin dudas. Sobre todo allí donde siempre han ido los turistas, a los monumentos y bulevares que han servido de telón de fondo a las pistas y recintos desmontables.