Castilla contra León: la Guerra Civil en la que el Cid luchó contra moros y cristianos
La Reconquista entró en el siglo XI en una fase definitiva para los reinos cristianos no sólo por las conquistas y la desintegración del califato sino también por las guerras internas que acabaron en la unificación del potente reino castellanoleoné
Sobre un cerrojo de hierro / y una ballesta de palo / y con unos evangelios / y un crucifijo en la mano. Las palabras son tan fuertes que al buen rey ponen espanto.
—Villanos te maten, Alfonso,
Villanos, que no hidalgos,
De las Asturias de Oviedo,
Que no sean castellanos—
El
¿Que no sean castellanos quienes le den muerte? ¿Por qué el Cantar del Mío Cid unifica ya de alguna forma a castellanos y leoneses? Más: ¿existió realmente esa jura de Santa Gadea y tuvo a su vez algo que ver con el destierro del Cid de Castilla? En realidad, la unificación del entonces condado de Castilla —convertido en reino— y León había tenido lugar antes: una consecuencia de la Batalla de Tamarón (1037), cuando el rey Fernando de Castilla—padre de Alfonso y Sancho—, derrotó y dio muerte al rey leonés Bermudo III, su cuñado, puesto que estaba casado con su hermana Doña Urraca.
En ese momento, siglo XI, Castilla y León formaron ya el mismo reino, diez siglos antes de que una parte minoritaria de la actual provincia de León reclame su identidad leonesa frente a la castellana. Luego vendría la partición, otra vez, de esos reinos: Fernando, después de haber destruido a la dinastía leonesa, lo dividió de nuevo a su muerte entre sus tres hijos: Castilla para Sancho (II), León para Alfonso VI más la creación de uno nuevo, Galicia, que fue para García Sancho, según explica Julio Valdeón Baruque en su libro
¿Qué había pasado para que una pequeña resistencia en Asturias, la del rey Pelayo, autoproclamado heredero del desaparecido reino visigodo de Toledo, se hubiera articulado en una serie de reinos durante la dominación árabe, hasta el punto de constituir una trama política que haría palidecer a Juego de Tronos?
Según explica el historiador José Ignacio de la Torre, el califato Omeya se comenzó a desintegrar tras las campañas militares que había propiciado Almanzor: "El mantenimiento de un ejército en continuo estado de alerta solo se pudo realizar gracias a las reformas militares que se apuntaban en tiempos de Abderramán III". Se creó entonces un ejército profesional, constituido en su mayoría por bereberes africanos que a la larga conformó una élite y fue sustituyendo al propio poder político califal del Estado Omeya, lo que derivo en un serie de califas de distinto pelaje, tal y como señala el propio José Ignacio de la Torre en su
El colapso de los omeyas propició una serie de reinos de taifas, apoyados en estos grupos de poder, a partir de la caída de Hisham II. Fue la gran oportunidad de esos reinos cristianos que desde la época de Sancho III, rey de Navarra, habían ido recuperando terreno al califato, en continuas luchas con Almanzor, mientras se gestaba la separación de Castilla del reino de León, que se produjo en tiempos de Fernando I, hijo de Sancho.
Con las taifas, se crearon además las parias: fondos económicos que los reyezuelos árabes otorgaron a los cristianos para consolidar sus dominios, destaca Julio Valdeón Baruque en La Reconquista. El concepto de España: unidad y diversidad. Sería en ese contexto de las taifas durante el cual se conseguirían los grandes avances del siglo XI, hasta el punto de que los propios cristianos entraron en luchas internas, ocupados en un juego de tronos, que acabaría conformando los reinos de Aragón y Castilla —unificado con León—, además de Navarra, que son los que darían forma fundamentalmente en los siglos siguientes a la reconquista cristiana del territorio árabe.
Es la misma época en la que surgió Rodrigo Díaz de Vivar, noble castellano y gran vasallo del rey de Castilla, Sancho II —hijo de Fernando—, que acabaría luchando a veces a favor de los cristianos y a veces a favor de los moros y que llegaría a regir uno de sus reinos de taifas árabes, el de Valencia. Es imposible pensar siquiera en el mismo concepto de la reconquista sin que aparezca la legendaria figura del Cid, por grandiosa que no por irreal, en un tiempo de batallas, conjuras y líneas grises entre el bando cristiano y árabe que desde entonces dieron forma a todo tipo de relatos novelescos más o menos basados en la realidad.
"Es imposible pensar siquiera en el mismo concepto de la reconquista sin que aparezca la legendaria figura del Cid, por grandiosa que no por irreal"
Entre ellos, la mítica historia de la confrontación de dos hermanos: Sancho II, rey de Castilla y Alfonso VI, rey de León, junto a la omnipresente figura del guerrero por excelencia de esos siglos, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Así, tras la formación de Castilla como reino separado de León y la unificación en tiempos de Fernando I, surgió la Guerra Civil que daría lugar definitivamente a Castilla. De los tres reinos divididos por Fernando I; García en su trono del recién creado reino galaico, fue eliminado de la lucha rápidamente por sus dos hermanos y encerrado en el castillo de Luna, León, donde moriría en 1090.
Mientras, Sancho, con su poderoso vasallo, el Cid, atacó a su hermano Alfonso en la batalla de Llantada (1068), en lo que vino a ser un duelo por el trono completo de su padre. Venció el castellano y huyó el leonés, que, sin embargo, no cumplió con el acuerdo de dejar el reino al ganador. Combatieron de nuevo en Golpejera (1072) en la que Sancho se coronaría rey de León, mientras su hermano Alfonso se refugiaba en el reino de Toledo, una taifa tributaria de León, en donde su rey al Ma’Mun le acogió.
Fue entonces cuando se produjo el cerco de Zamora, en cuyas puertas el rey Sancho fue asesinado, según el romancero
Dentro de Zamora un alevoso ha salido; llámase Vellido Dolfos,
Hijon de Dolfos Vellido, cuatro traiciones ha hecho y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real:
—¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos,
¡Gran traición ha cometido!
Desde que le tuviera muerto,
Metióse por un postigo
La muerte de Sancho durante el cerco que había sometido a Zamora —fuera o no a manos de Vellido Dolfos, como indica el romancero- propició, según la leyenda, que su vasallo Rodrigo Díaz de Vivar obligara a Alfonso VI a jurar que no había tomado parte en la muerte de su hermano, relato recogido en el Romance de la Jura de Santa Gadea, que se habría fabricado posteriormente, a mediados del siglo XIII, y que nunca habría tenido lugar realmente. En realidad, el Cid habría más bien mantenido buenas relaciones con el rey leonés Alfonso VI, que se convertiría, con la desaparición de su hermano, en el rey de León —y la parte de Galicia—, además de Castilla.
No sería sino mucho después cuando surgieron las disputas entre ambos. "Rodrigo se extralimitó en el uso de la fuerza en las retaliaciones contra el reino de Toledo tras una incursión musulmana a las tierras de Gormaz y Medinaceli. Como castigo, el rey mandaría por primera vez al destierro a Rodrigo, quien entraría al servicio de la taifa de Zaragoza, que también —como otras tantas taifas— pagaban las parias y se declaraba vasalla de Alfonso", cuenta José Ignacio de la Torre en su ya mencionada Breve historia de la Reconquista.
Así, el Cid serviría y lucharía contra moros y cristianos, mientras que la jura de Santa Gadea fue un invento literario posterior. El Cid sería reintegrado de nuevo en 1083 a la corte de Alfonso VI —"el más importante monarca peninsular entre Pelayo y los reyes católicos", según sostiene el medievalista Bernard F. Reilly— y vuelto a ser desterrado más tarde, cuando entra al servicio de la taifa de Valencia de al-Qadir.
Sería desterrado de nuevo en 1088 para volver definitivamente en 1092. La legendaria figura del Cid, que acabaría creando prácticamente un estado cruzado en Valencia a la muerte de al-Quadir, según de la Torre, ha quedado ligada, sin embargo, en el imaginario popular a esa Jura inexistente de Santa Gadea, cuyo valor literario, en cambio, es indudable. Manuel Machado, en el XX, añadiría nuevos versos a su increíble historia, "polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga".
Sobre un cerrojo de hierro / y una ballesta de palo / y con unos evangelios / y un crucifijo en la mano. Las palabras son tan fuertes que al buen rey ponen espanto.
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