'The Sweet East': cómo sobrevivir a una América de supremacistas, 'wokes' y anarquía
La ópera prima de Sean Price Williams es una sátira indie, desvergonzada y 'cool' protagonizada por Talia Ryder, Simon Rex, Jacob Elordi y Ayo Edebiri
Fue un flechazo instantáneo, como cuando entras en una fiesta, un poco desubicada, apoyada en la pared sin saber muy bien qué hacer con las manos y, de repente, entra LA persona que atrapa tu atención, que parece levitar sobre el resto, segura de sí misma, mordaz, fresca y bastante autoconsciente, perversa en sus juegos, incapaz de no seducir, sorprendente como un unicornio en el abrevadero de gin tonic y que, encima, cuenta las mejores anécdotas con la mayor gracia. Y sabes que, si te enganchas a ella, acabarás en un lugar desconocido e imprevisible en la mejor noche de tu vida. Así es The Sweet East, la ópera prima de Sean Price Williams, una fábula picaresta y psicotrópica por el Este de Estados Unidos -en el plano geográfico- y por la América conspiranoica, radical y enajenada -en el plano mental-, a través de una adolescente cautivadora interpretada por Talia Ryder, llamada a ser the next big thing -la próxima a sensación- del indie norteamericano (acaba de trabajar con Ethan Coen). Y, sobre todo, The Sweet East es muy divertida, en el sentido de las viñetas de un buen fanzine.
Tiene algo The Sweet East que recuerda al cine punk e irreverente del Dennis Hopper setentero, una mirada política y antropológica -mucho más ligera y desenfadada, eso sí- hacia un Estados Unidos en transformación. Rodada en 16mm y en espacios naturales, con una puesta en escena rápida, directa y cruda, como las películas del Nuevo Hollywood, The Sweet East es una película de aprendizaje (coming-of-age) sobre una adolescente que, como la Alicia de Lewis Carroll, se cuela por una madriguera y emprende un viaje en el que se encuentra a teóricos de la conspiración, supremacistas, actores de Hollywood -por ahí pasa Jacob Elordi, como donjuán de un drama de época-, terroristas y una panoplia de personajes disparatados que cualquiera de nosotros podría encontrarse hoy allí. Lillian, la protagonista, es el reverso despreocupado, caradura y afortunado de la Cebe (Linda Manz) de Caído del cielo (1980), de Hopper, una adolescente inconformista e intrépida que acaba metida en una burundanga ideológica en la que se cruzan punks que en realidad son niños bien, nazis que rehúyen del discurso de brocha gorda, terrorista islamistas...
The Sweet East busca romper las presunciones del espectador: pasamos de una escena musical en la que Talia Ryder, como una princesa Disney, canta temblorosa la balada Evening Mirror, a los disparos de un seguidor de la teoría del Pizzagate que trata de salvar a supuestos niños encarcelados en los sótanos de una pizzería. El sueño americano ha terminado entre tiroteos y conspiranoia, parece decir la película. La cámara abofetea al espectador para que salga del ensueño y se entregue a una narrativa impredecible e imbuida de la vorágine memeficada en la que está metida la ¿todavía? primera potencia mundial.
Sean Price Williams es el encargado de contagiar el nervio a la cámara, no sólo como director, sino también como su propio director de fotografía y operador: a lo largo de su carrera, Williams ha trabajado con los hermanos Safdie (Heaven Knows What, 2014; Good Time, 2017), Abel Ferrara (Zeroes and Ones, 2021; Turn in the Wounds, 2024, y American Nails, ahora mismo en preproducción) o en la muy muy reivindicable Pasando Página (Funny Pages, 2022, de Owen Kline), que podría ser, en cierto modo, prima hermana de The Sweet East.
La película, que se estrenó en la Quincena de Cineastas del Festival de Cannes y que pasó por Seminci, arranca donde termina la mayor parte del cine de autodescubrimiento adolescente: en un polvo. El cine de adolescentes también ha madurado y ahora los protagonistas, mucho menos inocentes, buscan experiencias más fuertes. O se dejan arrastrar, más bien. Porque Lillian, la protagonista, no sabe muy bien lo que quiere, lo que no significa que sea pasivo. El personaje de Ryder se ve arrastrado por una serie de imprevistos que la van zarandeando por el mapa, pero en cada una de las situaciones ella se hace con el poder, muy consciente de lo que su físico provoca -sobre todo- en los hombres que la rodean. Esta Alicia no es una víctima inocente; esta Alicia es una chica descarada que se aburre fácilmente y que sabe cómo salirse con la suya.
El guión, escrito por el crítico de cine Nick Pinkerton, comienza con una visita de la última clase de un instituto de Carolina del Sur a Washington D.C., no por casualidad el epicentro de la cultura, la historia y la política estadounidense. Al separarse de sus compañeros durante el tiroteo de la pizzería, Lillian comienza un viaje expeditivo en el que se encuentra con distintos personajes a los que se engancha y, en cierta manera utiliza, hasta que pierde el interés. Uno de ellos es Caleb (Earl Cave, hijo de Nick Cave), un antifascista que quiere hacer la revolución violenta y, de paso, huir de una familia privilegiada y pija. Otro es Lawrence (genial Simon Rex), un supremacista blanco metido en negocios turbios que, en realidad, es un profesor de Literatura al que no le gustan "las cosas modernas", obsesionado con Edgar Allan Poe y el cine mudo y que lucha contra sus deseos de convertirse en el mentor y amante de Lillian -de una manera casi decimonónica-, mientras Lillian, consciente, se aprovecha de su "capital erótico" para manipularlo.
Otros son Matthew y Molly (Jeremy O. Harris y Ayo Edebiri), dos cineastas alternativos que quieren descubrir a la nueva superestrella de turno, y que bajo un pretendido activismo sólo pretenden la gloria a sí mismos. A partir de ahí The Sweet East no pide permiso ni perdón. Dispara contra todo y contra todos -literalmente-, sin monsergas ideológicas más allá de una reflexión sobre el absurdo, el vacío y la desorientación existencial de la vida contemporánea.
Una huida hacia adelante en la que todo muta: deade el paisaje al tono, mayoritariamente una comedia satírica, acaba tocando el gore e incluso el thriller con una subtrama alrededor de una bolsa llena de dinero corrupto. Ryder, cuya presencia hipnótica lleva gran parte del peso de la película, se transforma camaleónica según el tipo de mujer que los demás fantasean que sea: de la inocencia y virginalidad decimonónica a la vanidad de la actriz hollywoodiense. Mientras en la televisión su familia y la Policía la buscan desesperadamente, Lillian vive la aventura de su vida.
No hay moraleja en esta fábula más allá de la lectura de que en la amalgama posmoderna ya nada tiene sentido y todos interpretamos un papel que tiene más de búsqueda de la identidad propia y de la pertenencia grupal que con un objetivo mesiánico de cambiar el mundo. Más que una historia con principio y final, The Sweet East es una montaña rusa, la versión aberrante del paseo en la atracción Es un mundo pequeño de Disneyland París -aquella en la que están representados todos los estereotipos raciales delo planeta-, la toma de conciencia de que ya nada tiene sentido y que lo mejor que podemos hacer es que, al menos, nuestro viaje sea divertido y tengamos algo que contar.
Fue un flechazo instantáneo, como cuando entras en una fiesta, un poco desubicada, apoyada en la pared sin saber muy bien qué hacer con las manos y, de repente, entra LA persona que atrapa tu atención, que parece levitar sobre el resto, segura de sí misma, mordaz, fresca y bastante autoconsciente, perversa en sus juegos, incapaz de no seducir, sorprendente como un unicornio en el abrevadero de gin tonic y que, encima, cuenta las mejores anécdotas con la mayor gracia. Y sabes que, si te enganchas a ella, acabarás en un lugar desconocido e imprevisible en la mejor noche de tu vida. Así es The Sweet East, la ópera prima de Sean Price Williams, una fábula picaresta y psicotrópica por el Este de Estados Unidos -en el plano geográfico- y por la América conspiranoica, radical y enajenada -en el plano mental-, a través de una adolescente cautivadora interpretada por Talia Ryder, llamada a ser the next big thing -la próxima a sensación- del indie norteamericano (acaba de trabajar con Ethan Coen). Y, sobre todo, The Sweet East es muy divertida, en el sentido de las viñetas de un buen fanzine.
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