Moscú, años cuarenta: el comunista que introdujo las hamburguesas de EEUU en la URSS
Capítulo V de esta serie protagonizada por viajeros que, con la excusa de descubrir gastronomías tan distintas como la española o la china, acabaron explicándonos cosas sobre la política, la cultura y lo pesados que somos los turistas
Anastas Mikoyan era un bolchevique armenio, bajito y con un espeso bigote, que había sido un revolucionario de primera hora. Durante el gobierno de Lenin había desempeñado varios altos cargos y, milagrosamente, siguió en la cúpula tras la llegada al poder de Stalin, que le nombró comisario de Industria Alimentaria y ministro de Comercio Exterior. Anastas y su esposa Ashkhen solían veranear en el mar Negro, un destino tradicional de vacaciones playeras para los dirigentes soviéticos. Pero en 1936, Stalin ordenó a los Mikoyan que, por una vez, cambiaran de destino. Ese año, harían un turismo diferente.
Era un momento convulso. Stalin estaba llevando a cabo grandes purgas y celebrando juicios ficticios para deshacerse de supuestos revisionistas y reaccionarios, a los que culpaba de las hambrunas y la escasez que sufría el país. En consonancia, el sector alimentario soviético, que no se había recuperado de las ineficientes colectivizaciones, estaba siendo reformado de arriba abajo. Como parte de ese proceso de transformación, para el que los burócratas soviéticos necesitaban urgentemente ideas, los Mikoyan pasarían el verano recorriendo Estados Unidos. Pero no haciendo turismo —a pesar de que la gira sería tan exhaustiva como un viaje programado— sino trabajando. El objetivo era descubrir cómo funcionaba la industria alimentaria estadounidense y qué podían aprender de ella para sacar a su país de una escasez endémica.
Así que Anastas, su mujer y un pequeño grupo de funcionarios llegaron una sofocante mañana de agosto a Nueva York para su gira de turismo alimentario. Durante dos meses, la expedición recorrió el país y visitó fábricas de cerveza y de bebidas sin alcohol, de helados, de galletas, de pan, de chocolate, de caramelos y de comida enlatada. Mikoyan se interesó por los procesos de fabricación industrial de la mayonesa, la leche en polvo y los zumos de fruta, y por la producción a gran escala de verduras. Quiso conocer los frigoríficos en los que los estadounidenses guardaban la carne y el pescado, e inspeccionar los gallineros. Visitó lecherías de Wisconsin, explotaciones frutícolas en California y mataderos en Chicago.
Tras su regreso a la Unión Soviética, el Gobierno comunista adquirió equipamiento industrial y empezó a producir alimentos procesados, el emblema de una nueva alimentación científica, práctica y eficaz. Unos cuantos consumidores soviéticos descubrieron con asombro los corn flakes, el ketchup, la mayonesa industrial, los helados, el zumo de tomate envasado, las palomitas de maíz y todo tipo de carnes enlatadas. A Mikoyan le habían impresionado especialmente las hamburguesas estadounidenses: “es muy práctica para el hombre ocupado”, había dicho. De modo que también se compraron veinte planchas industriales que podían hacer hasta dos millones de bocadillos al día y se instalaron quioscos de comida rápida en Moscú, Leningrado, Kiev y Járkov.
En la Unión Soviética seguía imperando el terror político, y la escasez y el racionamiento estaban presentes en buena parte del país, pero la fábrica de chocolate Octubre Rojo confeccionaba más de quinientos tipos de dulces y en las tiendas de las grandes ciudades era posible encontrar productos de lujo como el champán y el esturión ahumado, símbolos de una abundancia que en realidad era inexistente. Y que lo sería aún más con la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial tras la invasión nazi. La comida moderna y de inspiración estadounidense fue un destello que apenas duró unos años. Volvía la economía de guerra.
Pero la influencia del viaje de Mikoyan a Estados Unidos no desaparecería del todo. En
La experiencia estadounidense de Mikoyan también quedó reflejada en el Libro de la comida sana y sabrosa, publicado bajo su dirección en 1939, que se convertiría en el libro de cocina oficial soviético hasta prácticamente la caída del muro. En él, el comisario de alimentación hablaba de su viaje y explicaba recetas sencillas que podían hacerse con los nuevos productos industriales. El recetario no era muy realista: en él aparecían exuberantes imágenes con suntuosas vajillas, fruteros rebosantes, pirámides de queso y carne, botellas de vino y champán, latas de caviar y tartas rellenas de nata; en realidad, se trataba de un mero objeto de propaganda que prometía el disfrute de todo eso una vez se hicieran realidad los ideales del comunismo.
Esta hamburguesa industrial socialista que alimentó durante años a generaciones de rusos era el resultado de la tecnología estadounidense
Pero, como sucedía con todas las promesas del comunismo, el libro también fue cambiando a lo largo del tiempo y, sobre todo, adaptándose a los cambios del régimen. Por ejemplo, en la edición de 1952, publicada cuando aún vivía Stalin, y de la que se vendieron 2,5 millones de ejemplares, desaparecieron las recetas de origen judío o las consideradas demasiado cosmopolitas —en ese momento, Stalin instigaba el odio contra los judíos y los extranjeros como causantes de los problemas del régimen— y también los inventos atribuidos a Estados Unidos, como los sándwiches, los corn flakes y el ketchup. Las ediciones posteriores a la muerte de Stalin eliminaron toda mención a este. La edición más estilizada, la de los años sesenta, evidenciaba el empeño de Nikita Jruschov contra el ornamentalismo barroco de Stalin, y la de los setenta se llenó de recetas de las repúblicas soviéticas que reflejaban la campaña con la que Leonid Brézhnev presumía de la igualdad étnica de todos los soviéticos.
Pero a pesar de todos estos cambios, increíblemente, la influencia de Mikoyan, las ideas aprendidas en la gira veraniega por Estados Unidos y su libro sobrevivieron a todas las purgas y caídas en desgracia. De hecho, dura hasta hoy: en la Rusia de Putin, la planta de carne que lleva su nombre sigue funcionando, aunque ya no vende esa versión revolucionaria de las hamburguesas, sino, entre otras cosas, productos veganos.
Anastas Mikoyan era un bolchevique armenio, bajito y con un espeso bigote, que había sido un revolucionario de primera hora. Durante el gobierno de Lenin había desempeñado varios altos cargos y, milagrosamente, siguió en la cúpula tras la llegada al poder de Stalin, que le nombró comisario de Industria Alimentaria y ministro de Comercio Exterior. Anastas y su esposa Ashkhen solían veranear en el mar Negro, un destino tradicional de vacaciones playeras para los dirigentes soviéticos. Pero en 1936, Stalin ordenó a los Mikoyan que, por una vez, cambiaran de destino. Ese año, harían un turismo diferente.
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