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José Luis Manzano: el trágico final del James Dean del cine quinqui
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Cronica negra de la fama II

José Luis Manzano: el trágico final del James Dean del cine quinqui

El favorito de Eloy de la Iglesia representó esa España de la que nadie se atrevía a hablar. Intentó mediante el cine salvarse del destino que le esperaba, pero no pudo escapar de sí mismo

Foto: José Luis Manzano
José Luis Manzano

Este artículo corresponde a una serie de verano en la que se recorren tanto la vida como la muerte, en situaciones trágicas o escabrosas, de algunas figuras relevantes en nuestro país en otro tiempo, olvidadas hoy.

Un efebo, de pelo rizado y alborotado, rostro bello y profundos ojos negros, enseña sus delgados brazos llenos de pinchazos, ensangrentados por la búsqueda de esa sensación que produce el primer pico y que, según los adictos a la heroína, no se vuelve a repetir jamás. Es 1983 y José Luis Manzano aparece en las pantallas de toda España, convirtiéndose en uno de los protagonistas del cine quinqui, esa corriente que respondió a una época particularmente dura para la juventud española de la Transición.

José Luis Manzano era uno de esos chavales condenados al ostracismo desde su nacimiento, un 20 de diciembre de 1962. Uno de esos chavales de periferias, que pasó su niñez en la UVA de Vallecas y ni siquiera recibió educación primaria. A los doce años comenzó a trabajar como mozo en unas bodegas en Puente de Vallecas, a los catorce sufrió un accidente con el que se lesionó la columna vertebral, que le dejaría secuelas para el resto de su vida. En 1978 se produciría el encuentro que marcaría su vida: conoció al cineasta Eloy de la Iglesia.

Durante 15 años, el historiador, cinéfilo y cineasta Eduardo Fuembuena investigó incansablemente, obsesivamente, la figura de José Luis Manzano para su libro Lejos de aquí, que, como cuenta a este periódico, tiene dos versiones y está a punto de culminar en una tercera: "El primer borrador de 2017 era un borrador sin corregir, en 2021 llegó otra versión y ahora llevo tres años preparando otra versión final con muchísima más documentación". Fuembuena vio El pico cuando tenía 19 o 20 años y se quedó muy sorprendido con la imagen de Manzano: "Me preguntaba: ¿Por qué un actor tan dotado para la interpretación, capaz de llevar el peso de una película y con una apariencia física inolvidable, no tuvo proyección internacional o en este país? Años después conocí a Gonzalo Goicochea, que fue guionista habitual de Eloy de la Iglesia en muchas de las películas en las que sale Manzano, y comencé a buscar una respuesta a esa pregunta. Gonzalo falleció a los pocos meses pero yo recogí su legado y la idea de escribir un libro, desde entonces han pasado 15 años".

"Eloy fue el único que se atrevió a contar con valentía la historia de una España de la que no se podía hablar"

Los primeros pasos de Manzano fueron acertados. En 1979, de la Iglesia preparaba una película sobre la vida de José Sánchez Frutos (más conocido como El Jaro) y buscaba actores no profesionales, de entre los que eligió a Manzano para protagonizar Navajeros. Aunque en esa primera cinta el actor Ángel Pardo le dobló, en las futuras sí que podría escucharse su verdadera voz. Recibió críticas positivas por su actuación y muchos directores expresaron su deseo de trabajar con él, pero de la Iglesia no lo permitió. En 1982 llegaría Colegas, aquella película en la que también participaron Antonio y Rosario Flores, Enrique San Francisco y el otro actor de lo marginal y lo maldito, José Luis Fernández Eguia (El Pirri). En 1983, en el País Vasco, rodarían El pico.

"Estas películas ejercen una atracción en el espectador", explica Fuembuena. "Son una radiografía de un país, se cuenta su historia con un arrojo, una valentía y una voluntad de informar al espectador sobre aquello de lo que no se podía hablar. Eloy fue el único que se atrevió a hacerlo. Firmó las películas más taquilleras de la década de los 80 (todas funcionaron muy bien menos Otra vuelta de tuerca). José Luis Manzano no es solo el portavoz de esta corriente, es más bien el instrumento a través del que Eloy de la Iglesia cuenta la juventud del momento: una juventud profundamente denostada, modesta, que no suponía un voto útil a la política y, por tanto, se encontraba relegada. El caballo llega y arrasa no con una sino con varias generaciones de jóvenes. Una persona adicta es, al fin y al cabo, una persona anulada como ser individual y contestatario, solo busca conseguir la siguiente dosis".

"Era un actor muy intuitivo, sin nociones de lectura o escritura pero capaz de aprenderse de memoria los diálogos de toda la película"

Manzano fue uno de esos jóvenes que intentó salir de la adicción, sin éxito, en multitud de ocasiones. En el 84 rodarían El pico 2, y a partir de La estanquera de Vallecas las cosas comenzarían a complicarse. Eloy de la Iglesia pasaría a formar parte de la lista negra de cineastas de este país, y Manzano no tenía influencia o contactos suficientes como para no volver a ser condenado al ostracismo del que había venido. No era por falta de talento precisamente. "Era un muchacho sin una formación básica, semianalfabeto, que conseguía reflejar una galería de personajes en la que reconocemos todavía hoy en día a la juventud española de la Transición", dice el historiador. "Si hablas con la gente que le conoció dicen que estaba a la altura de un actor del método, era natural, un actor muy intuitivo, prácticamente sin nociones de lectura o escritura era capaz de aprenderse de memoria los diálogos de todos los personajes de la película y todas las acciones del guion, pese a que los rodajes eran muy precipitados y no se sabía casi lo que se iba a rodar al día siguiente. Con su primera película se convirtió en el ídolo de los jóvenes de barrio porque estaba reflejando una realidad que le había tocado vivir y padecer, interpretaba solo a los personajes que era capaz de entender".

Uno de los mayores claroscuros de la vida de Manzano es, por supuesto, esa —aparentemente— relación de abuso de poder, sexual y maldita, entre Eloy de la Iglesia y él. Fuembuena insiste en el carácter contradictorio del director, que era marxista materialista y militante del partido comunista (primero en clandestinidad, después abiertamente, también fue el primer intelectual en salir del armario), y que, obligado a hacer un servicio por el partido, decidía contar la realidad social del momento. Sin embargo, no tenía reparos en explotar a su actor fetiche. "De la Iglesia vivía como un burgués. Otros no son conscientes de la explotación sistemática de la juventud lumpen, él lo era y reconocía que era un vicio burgués, lo que en teoría debía combatir, pero no era capaz de hacerlo. Objetivamente yo nunca diré que Eloy de la Iglesia era un abusador porque no lo creo, pero fue incapaz de reconocer que José Luis necesitaba algo más que una casa y comida caliente".

A partir del 87, tras La estanquera de Vallecas, solo habría silencio. La caída a los infiernos de Manzano que en el 89 intentó evitar el sacerdote Pedro Cid Abarca, que lo recogió y acompañó en su desintoxicación, la cual duró unos meses. "Venía de una familia muy desestructurada y había sufrido maltrato físico y psicológico desde siempre, era una persona con una personalidad no formada e intentó renacer con Pedro Cid, superar la inercia del consumo de heroína. Pero al negársele el estatus de actor fue una lucha perdida". El resto de la historia es conocida: en el 91 fue acusado de atracar a un peatón en la Cuesta de Santo Domingo en Madrid, detenido y enviado a la Cárcel de Carabanchel como preso preventivo, "donde no debería haber entrado", apuntala Fuembuena. "Era un zoo humano, salió completamente destruido y se volvió a enganchar".

Tras su muerte, de la Iglesia estuvo en busca y captura. Pasado el año 93, no volvió a mencionarlo ni quería ver ninguna imagen suya

Murió a los 29 años, un 20 de febrero de 1992, en circunstancias poco claras, en el apartamento de Eloy de la Iglesia, el cual huyó y estuvo en busca y captura hasta el día siguiente. La autopsia reveló que la causa de muerte fue de naturaleza violenta, pero Fuembuena insiste en que en esa época las muertes de jóvenes por sobredosis estaban a la orden del día. "Pasado el año 93, De la Iglesia no volvió a mencionarlo ni quería ver ninguna imagen suya, lo que dice mucho de lo que sucedió".

Se fue así un héroe de extrarradio, un joven con profundas heridas que nunca fue capaz de sanar, pero con retazos de luz en esa oscuridad que fue su vida: "Tenía grandes lagunas culturales, pero cuando estuvo en contacto con personas que tuvieron la voluntad de valorarlo como ser humano se despertó en él una vocación hacia el arte, principalmente estética, a través de la observación y el goce. Le enseñaron cosas que no había visto nunca, desde el mar hasta un monasterio". Manzano, Antonio Flores, El Pirri, El Torete y muchos otros que formaron parte de ese cine quinqui se fueron demasiado pronto, dejando la estela de esa generación perdida grabada para siempre en celuloide.

Este artículo corresponde a una serie de verano en la que se recorren tanto la vida como la muerte, en situaciones trágicas o escabrosas, de algunas figuras relevantes en nuestro país en otro tiempo, olvidadas hoy.

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