¿Hubo invasión árabe? ¿Existió don Pelayo? El negacionismo más absurdo se abre paso
Se extiende la idea, inaugurada por el falangista vasco Ignacio Olagüe y rechazada por la mayoría de expertos, de que no hubo conquista violenta de la Península Ibérica por parte de musulmanes
Un ejército visigodo comandado por el rey Don Rodrigo y otro musulmán que lidera Tarik se enfrentan a las orillas del río Guadalete entre el 19-26 de julio del 711, después de la traición de una parte de la nobleza hispana, partidaria de Agila, hijo del fallecido rey Witiza, y no del noble Don Rodrigo, que es el finalmente elegido. Con la victoria del ejército musulmán sobre los godos —dividido entre estas dos facciones, lo cual resultará crucial en la batalla—, comienza la conquista islámica de la Península ibérica. Y mientras el antiguo reino de Toledo se desmembra y lo que queda del ejército cristiano es perseguido y aniquilado en otras tantas escaramuzas, a lo largo y ancho de todo el territorio se platea el viejo dilema: ¿Claudicar y someterse al invasor o, por el contrario atrincherarse, y resistir? Hubo las dos cosas.
Pero, ¿y si realmente nada de eso hubiera existido? ¿Y si la batalla de Guadalete no fue más que una disputa entre los dos bandos de los visigodos, sin Tarik ni los árabes del norte de África mediante? ¿Y si la paulatina islamización de la península no viniera de fuera, por medio de una conquista militar, sino por una conversión interna a los ideales del Islam? Por ridículo que pueda parecer, esa falsa hipótesis se esgrime desde hace bastante años y se está amplificando de nuevo ahora en podcasts que cuentan la increíble historia de la falsa invasión árabe. Se trata de un fraude historiográfico que ha tenido sin embargo eco en el mundo académico y que inició un falangista vasco aficionado a la historia tras la Guerra Civil. Sigan leyendo.
Con el reino de Toledo deshecho, la realidad es que las tropas de Musa y Tarik avanzan por las antiguas calzadas romanas conquistando ciudades, algunas por la fuerza y otras con algunos pactos mediante, hasta llegar a la capital de los ya depuestos visigodos. Lo explicó Julio Valdeón Baruque: "Tariq ocupó varias ciudades andaluzas, entre ellas Córdoba y Granada, y prosiguió después su avance por las antiguas calzadas romanas hasta la ciudad de Toledo, antigua capital del reino visigodo. Por su parte, Musa, que era en aquel momento gobernador de la zona occidental del norte de África y que apareció en el solar ibérico en el año 712, incorporó a sus dominios las ciudades de Sevilla y Mérida, para unirse poco después en la urbe de Toledo a su compañero Tariq. Durante los dos años siguientes, es decir, de 712 a 714, los musulmanes conquistaron prácticamente el resto de la península Ibérica, destacando la ocupación en 714 de la ciudad de Zaragoza, antigua Caesaraugusta romana", escribe el historiador en su libro
¿Se produce todo mediante la violencia y las batallas? No exactamente, lo que dará lugar también a las ideas más fantasiosas, como se podrá leer a continuación. Así, algunos años antes del supuesto mito o leyenda de la Batalla de Covadonga que lideró Don Pelayo —noble godo del que se tiene plena constancia tanto en fuentes cristianas como árabes— y que habría acaecido en el 718 o 722 -la fecha más aceptada que dio el historiador Claudio Sánchez Albornoz—, hubo otras reacciones a esa invasión militar, y por tanto violenta, que inician Tarik y Musa y que continúan otros.
Es el caso de Teodomiro de Orihuela, otro noble visigodo como Don Pelayo, partidario éste de los Witizianos y no de Don Rodrigo, que se refugia en esa localidad y que según la Crónica Mozárabe de 754, durante la campaña del Levante de Abd al ‘Azīz en 713 consiguió para las actuales provincias de Murcia y Alicante un tratado de paz, según narra el historiador José Ignacio de la Torre, un tratado que respetaba los usos y costumbres de los nativos y que le confirmaba asimismo como señor de esas tierras a cambio de una serie de tributos. Es una historia dudosa, como reconoce el propio de la Torre, y como ocurre tan a menudo en el periodo por falta de datos, y que sin embargo debió tener algunos visos de realidad, como el de haber conseguido un trato especial para el y su familia, ya que llegó a casar a su hija con un noble sirio. Sin embargo, la historia de Teodomiro, del que no se tiene constancia de su conversión al islam, entronca con la de la importante dinastía Banu Qasi en Zaragoza: ejemplo contrario al que sería poco más tarde el de Don Pelayo en el autoproclamado reino Astur, heredero del de Toledo. Los Banu Qasi sí se convierten al Islam fundando una dinastía de gobernadores que abandonan los viejos usos: la dinastía Banu Qasi, es decir, la de los hijos de Casio ya que banu significa hijo y Casio es el primero de representante.
Es el ejemplo de sumisión al invasor y que justifica en ocasiones el hecho de que no fuera una campaña violenta cuando lo cierto es que sí lo fue: "Casio se rindió a Mūsā y Tāriq durante la campaña por el Ebro del 714 y fue uno de los nobles godos que les acompañó cuando fueron llamados por el califa a Damasco (…). La novedad de la familia de Casio fue su conversión al islam, para igualarse socialmente con los invasores, de tal modo que de esta forma pudo mantener para sí y su descendencia el señorío de aquellas tierras y de la gran ciudad de Zaragoza durante doscientos años como la poderosa familia de los Banu Qasi (hijos de Casio). Fortún, el iniciador de la dinastía de los Banu Qasi, casó con la hija de ‘Abd al ‘Azīz y de Egilona y agrandó el poder familiar con el nombramiento de valí de Zaragoza", señala José Ignacio de la Torre en su
Así pues, las campañas del Islam se resuelven en ocasiones con pactos o rendiciones que incluyen la conversión y, en otras, con el fenómeno de los mozárabes: cristianos que siguieron residiendo en sus localidades de origen gracias a todas las garantías de respeto a sus costumbres y tradiciones que los musulmanes les dieron.
Covadonga y el negacionismo
La historia de los primeros Qasi ocurre alrededor de cinco o diez años antes del célebre episodio de Covadonga, uno de los ejes fundamentales de cuantas disputas historiográficas haya habido nunca en España de un marcado carácter político e incluso sentimental. "Con excepción de la Guerra Civil, probablemente no exista en toda la historia de España un episodio que haya sido distorsionado de manera tan intensa y permanente", explica el medievalista Alejandro García Sanjuán en
Su obra es el eje de las críticas al llamado negacionismo de la invasión árabe en España, que fundó el falangista vasco Ignacio Olagüe, seguidor del filo nazi Ramiro Ledesma Ramos, y que paradójicamente ha enarbolado posteriormente el nacionalismo andaluz. Según sus teorías —recogidas y ampliadas también en las más recientes
Antes, conviene repasar lo que ocurre también en los años posteriormente inmediatos a la caída del Reino de Toledo, no en el levante donde surgen episodios como el de los Banu Qasi, sino en el norte, donde se forja la primera resistencia cristiana de envergadura —mitos y leyendas aparte—, contra la invasión del Islam. Abreviando un poco, se puede expresar así: se tienen dudas sobre el alcance y desarrollo de la Batalla de Covadonga, pero muchas certezas sobre el papel de Don Pelayo como el primer y verdadero líder de un reino cristiano contra el Islam.
Tal y como ocurre muy a menudo también en la transmisión de las historias de la Reconquista, el resorte que obliga a actuar a Don Pelayo proviene de una afrenta contra la virtud de una mujer. Concretamente la de su hermana Ermesinda, que sería acosada por el musulmán Munuza, gobernador del llamado Regio Asturensium, según José Ignacio de la Torre, quién indentifica a Pelayo como un alto noble visigodo que podría haber sido antes de Guadalete Vermudo, un sobrino de Rodrygo o el duque de Fávila, según se siga la Crónica albediense o la de Alfonso III. En cualquier caso, un opositor a los witizianos que huye al norte tras la derrota de Guadalete. Más importante aún Munuza rompe lo pactado con los cristianos en cuanto a tributos y obligaciones, y un grupo de ellos encabezado por Don Pelayo se refugia en las montañas del norte iniciando una rebelión y de paso el Reino Astur.
Al margen de las cuestiones sobre la célebre batalla, el número de atacantes y defensores, la verdadera importancia de esa refriega o batalla en toda regla y de la intervención o no de la virgen lo cierto es que según Alejandro García Sanjuán —que es contrario a usar el término Reconquista— la victoria se extiende rápido entre otros cristianos refugiados en el norte y las propias fuentes árabes, aunque no repararan en Covadonga, sí mencionan profusamente el nombre de Pelayo en sus crónicas del califato otorgándole una gran importancia como líder de la resistencia cristiana.
"Resulta altamente significativo que todos los relatos finalicen con la referencia a la vinculación de la resistencia del pequeño grupo de Pelayo con el origen de las grandes conquistas cristianas posteriores. Así lo indica la tradición de al-Razi: nadie ignora la importancia que, después de aquello, llegaron a alcanzar por su poder, su número y sus conquistas", subraya García San Juan. Más explícito, incluso, es Ibn Said cuando afirma que el desprecio (ihtiqar) de los musulmanes hacia quienes estaban en aquella peña motivó que sus descendientes (aqab) se apoderasen de las principales ciudades, habiendo llegado a tomar Córdoba. Asimismo, el autor de Bahyat al-nafs señala: "no dejaron de crecer hasta convertirse en la causa de que los musulmanes fuesen expulsados de Asturias, es decir, de Castilla".
Frente al supuesto mito de Covadonga —escaramuza o gran batalla— y más allá de la interpretación ideológica de construcción nacional —más allá de exageraciones lo que es obvio es la inquebrantable idea de unir a los cristianos en sucesivos reinos contra el invasor árabe—, aparece en mitad del franquismo —que como han hecho saber hasta la saciedad sus críticos acude al misticismo de Covadonga como arranque (simbólico en realidad) de la historia nacional— un relato que directamente niega no ya el término de Reconquista, sino el de la propia invasión árabe. Recordemos: en Guadalete hubo una batalla entre dos facciones de visigodos y no contra Tarik y sus soldados árabes del norte de África.
El Islam, según las teorías de Olagüe, no triunfó en la Península a través de una conquista militar árabe, sino mediante un "cambio cultural" que se habría producido cuando la religión se mezcló con el arrianismo cristiano, herético, que practicaban los visigodos antes de su conversión al catolicismo en el IV Concilio de Toledo, y que desde ahí se habría ido extendiendo. De esta forma Al-ándalus sería una entidad que crecería al margen de ninguna campaña militar de Tarik o Musa.
"Olagüe postulaba un proceso de génesis interna en la formación de al-Andalus, según el cual el establecimiento de una sociedad árabe e islámica en la Península sería el resultado de la pugna religiosa entre el unitarismo arriano y el trinitarismo católico, que desembocaría, a mediados del siglo IX, en la decantación del sincretismo islámico, señala Alejandro García Sanjuán en La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado (Marcial Pons). Sanjuán, y en puridad la mayoría de mundo académico, han considerado irrisorias las teorías de Olagüe y sus seguidores como Emilio González Ferrín, a pesar de lo cual han seguido proliferando entre divulgadores: El negacionismo se resume en una persistente insistencia en la afirmación de lo absurdo y probablemente no haya nada más frustrante que demostrar lo obvio", escribe Sanjuán.
Si alguien pensaba que Covadonga y la historia de don Pelayo eran un mito, una leyenda, imagínense el hecho en sí de que la propia invasión islámica lo fuera.
Un ejército visigodo comandado por el rey Don Rodrigo y otro musulmán que lidera Tarik se enfrentan a las orillas del río Guadalete entre el 19-26 de julio del 711, después de la traición de una parte de la nobleza hispana, partidaria de Agila, hijo del fallecido rey Witiza, y no del noble Don Rodrigo, que es el finalmente elegido. Con la victoria del ejército musulmán sobre los godos —dividido entre estas dos facciones, lo cual resultará crucial en la batalla—, comienza la conquista islámica de la Península ibérica. Y mientras el antiguo reino de Toledo se desmembra y lo que queda del ejército cristiano es perseguido y aniquilado en otras tantas escaramuzas, a lo largo y ancho de todo el territorio se platea el viejo dilema: ¿Claudicar y someterse al invasor o, por el contrario atrincherarse, y resistir? Hubo las dos cosas.
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