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No minusvalores el extrarradio: el mundo también lo mueven las periferias
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Fernando Caballero Mendizabal

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No minusvalores el extrarradio: el mundo también lo mueven las periferias

En este artículo trataré de hacer una visión breve y general sobre algunos conflictos internacionales y cómo sus protagonistas buscan puntos vulnerables que puedan debilitarnos y beneficiarles

Foto: Protesta durante la huelga en París. (EFE/Yoan Valat)
Protesta durante la huelga en París. (EFE/Yoan Valat)

El verano es un buen momento para plantear algún tema más abstracto e importante que los que nos ocupan en el día a día. Por eso es importante aprovechar para observar alguna que otra corriente de fondo, de esas que mueven la historia —como diría Braudel— y que, a partir de septiembre, cuando se ponga en marcha la maquinaria de la "actualidad" quedarán nuevamente ocultas bajo las marejadas del día a día. Ocultas pero moviéndose.

¿En qué se conectan nuestras ciudades y la geopolítica actual?, uno de los retos que afrontan las sociedades europeas se encuentra en las periferias de sus núcleos urbanos. Como parte física de un sistema socioeconómico, las ciudades cambian y los márgenes urbanos nos muestran la crudeza de quienes viven en los límites del sistema.

Los inmensos disturbios de Francia de hace un año mostraron que su República ya no controla ciertos distritos y ciudades de las grandes aglomeraciones como París, o a lo sumo, el estado es un primus inter pares, un agente que debe compartir su autoridad con otros señores. Allí "la ciudadanía" es un concepto discutible y discutido. No es algo aislado de Francia, ocurre ya en todo el continente y también se está larvando a fuego lento en España.

En este artículo trataré de hacer una visión breve y general sobre algunos conflictos internacionales y cómo sus protagonistas buscan puntos vulnerables que puedan debilitarnos y beneficiarles. La manera de hacerlo es crear discordia directamente en nuestros centros de poder. Son rivales y potenciales enemigos que intentan afectar a la convivencia en nuestras ciudades y particularmente en los barrios del extrarradio, donde se concentran buena parte de los problemas (pobreza, delincuencia, tráfico de drogas…) que pueden terminar por desestabilizar nuestros sistemas.

Los distritos periféricos de las grandes ciudades de Europa, tienen el potencial de llevar al límite a nuestros sistemas desde dentro

Nos guste o no, lo cierto es que la adaptación de los inmigrantes se ha convertido en una fuente de tensión política para nuestras sociedades. Este verano, sin ir más lejos, hemos visto cómo se ha instrumentalizado políticamente la procedencia y el color de piel de dos jugadores de la Selección Española de fútbol como ejemplo de la "mejor España". En esos mismos días, a raíz del reparto de otros menores migrantes por la península, Vox encontraba una excusa para utilizarlos como arma política y salir de los gobiernos autonómicos, o el alcalde socialista de Fuenlabrada, protestaba contra la decisión de la Comunidad de Madrid de colocar el centro de acogida de los menores migrantes no acompañados en ese municipio.

Es decir, que por muchos ejemplos positivos y negativos acerca de su integración social, si hay polémica es porque de una forma u otra todo el mundo sabe que hay un problema. Y ésto es algo que nuestros rivales y enemigos utilizan desde hace tiempo en nuestra contra.

El flanco sur

Mientras Occidente y en particular la UE miran hacia Ucrania, Rusia y sus mercenarios de Wagner han establecido un protectorado (con base naval incluida) en Siria y han expulsado a Francia y Estados Unidos de los países del Sahel. En Sudán, Chad, Mali, Burkina Faso y Níger los gobiernos militares que se han aliado con Moscú, son la llave de paso de los flujos de inmigración que provienen del África negra. Una región muy pobre y desigual, donde China practica una suerte de imperialismo que ha aproximado los intereses de estos Estados a los de Pekín.

En junio, el analista Robert Kaplan explicaba en Foro del Mediterráneo de Valencia cómo la bomba demográfica africana hará que a finales de siglo la proporción entre europeos y africanos sea de 1 a 7. Tanto en el Mediterráneo oriental como en el occidental, Rusia y China poseen un arma geopolítica que controlan desde el origen hasta el destino: los distritos periféricos de las grandes ciudades de Europa, tienen el potencial de llevar al límite a nuestros sistemas desde dentro. Y hoy, frente a esa arma, el flanco sur de Europa está desprotegido.

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Del Collar de Perlas a Gibraltar

Pero en esta partida Rusia (como Irán) no es más que un alfil. Cuando China se anexione Taiwán, lo más probable es que lo haga sin disparar un solo tiro. En la reciente Eurocopa, Lamine Yamal lo expresó perfectamente en su contestación al impertinente jugador francés Rabiot: "Muévete en silencio y habla solo para decir jaque mate".

Y es que el gran juego de China, el que sigilosamente lleva a cabo gracias a Rusia, es flanquear a Estados Unidos desde el Mar de la China Meridional y desde el Golfo Pérsico, controlando la costa sur del Mediterráneo y alcanzar el Atlántico Norte (vía Mauritania y el Sahara Occidental) y así hasta sus satélites del Caribe: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Todo ello mientras intenta tener la capacidad de bloquear el estrecho de Gibraltar, y quién sabe si en el futuro, tener a tiro el Canal de Panamá.

De esta forma se dominan los flujos migratorios en África y Suramérica, pero también el comercio internacional, el tráfico de drogas y el petróleo. De todo esto depende la estabilidad interna de Europa y Estados Unidos.

placeholder Tanques desmantelados fuera de la Fortaleza del Triángulo en Taiwán (Reuters)
Tanques desmantelados fuera de la Fortaleza del Triángulo en Taiwán (Reuters)

A las Islas Spratly, a los puertos de Colombo (Sri Lanka) y Gwadar (Pakistán), y a la base de Yibuti en el estrecho de Bab el Mandeb, le puede seguir otra base en Libia o en Argelia. El primero, un país rico en petróleo y dividido. Su parte oriental, gobernada por el ex general Haftar, está apoyado por Emiratos, Egipto y Rusia. Es además, uno de los puntos de salida de los cayucos que cruzan a Lampedusa e Italia.

Y luego está Argelia, cuya base naval y aérea de Orán controlan también el acceso al Estrecho de Gibraltar y tiene a tiro la base española de Cartagena, situada justo enfrente.

Argelia cuenta con una marina y una aviación formidables, compuesta por aviones de combate y submarinos de fabricación rusa, drones chinos, fragatas alemanas y un portaaeronaves italiano (país que ahora depende de su gas y que por tanto tampoco puede permitirse desencuentros diplomáticos con el país magrebí), además de un ejército proxy, el Frente Polisario, a través del cual guerrea en el desierto contra Marruecos para hacerse con el control del desierto costero y de los yacimientos de fosfatos de Bucraa, descubiertos por España en el siglo XX y que suponen el 5% de la exportación de fertilizantes que dan de comer a la población del planeta. Un recurso —en un mundo urbano— del que tan solo Rusia, China y Bielorrusia controlan el 30% de la exportación mundial. Quizá ahí esté el porqué del extraño cambio de posición español respecto a su antigua posesión africana. Tanto en el Sahara, como en el estrecho se acumulan las preguntas abiertas. Y cuando las incógnitas no se despejan de forma clara, aparecen los conflictos.

Gibraltar se está convirtiendo en una periferia de nuestro sistema, pero al mismo tiempo es un polvorín geoestratégico de primer orden

Y salvo en el paréntesis de la Guerra Fría, en la región que comprende España y el Magreb, siempre ha habido conflictos.

Baste recordar todas las guerras que España ha librado en África desde hace quinientos años, incluido el motivo fundamental por el cual, si el Reino de Granada, vasallo de Castilla, dejó de existir, se debió a que, tras la toma de Constantinopla, los otomanos se extendieron por las costas berberiscas hasta Orán, con el peligro que eso suponía para una nueva invasión de la Península Ibérica.

Como vimos con el caso de las narcolanchas en Barbate, hoy la zona de Gibraltar se está convirtiendo en una periferia de nuestro sistema, pero al mismo tiempo es un polvorín geoestratégico de primer orden. De continuar la tendencia actual y aumentar aún más las tensiones y la inestabilidad global, bien podría ser un punto de fricción en el futuro, con dos potencias nucleares (EEUU en Rota y Gran Bretaña en Gibraltar) y otras tres potencias medias (España, Marruecos, Argelia) que mantienen relaciones tensas entre ellas. ¿Qué ocurrirá si los chinos se establecen también en Orán?

Foto: Una niña uigur mira desde un coche en 2005. (Getty Images/Guang Niu) Opinión

De hecho, ante la posibilidad de que la cuenca mediterránea se vuelva todavía más conflictiva de lo que ya es, otros países están tomando posiciones para garantizar su influencia y sus líneas comerciales en esta región. El principal es Emiratos Árabes, que además de invadir la estratégica isla de Socotra frente a Yemen, cuenta con una base en Eritrea y, aprovechando la debilidad económica de Egipto, planea construir un nuevo Dubai semi independiente en Ras El Hekma, entre Alejandría y la frontera Libia. Un puerto con el que controlar que sus intereses más allá del canal de Suez están garantizados.

La batalla de las periferias

Probablemente no habrá desembarcos anfibios, ni combates urbanos en las calles de Taipei. Esa batalla ya se está produciendo, y la ganará el que consiga llevarla a las puertas de la casa ajena. China comprará a tantos políticos taiwaneses como necesite, para que poco a poco muevan el marco mental de su población hacia la anexión. Mientras tanto, mantendrán lejos y entretenidos a sus enemigos, a Estados Unidos y la OTAN enfrascados en otros conflictos proxys en sus patios traseros: en las periferias de sus territorios. La batalla de Taipei se producirá con el aumento de la anarquía en el Sáhara, en Argelia y en Marruecos, en el Mediterráneo, Panamá y en el Caribe. Pero también en Saint Denis y Marsella, en Los Ángeles, en Ceuta y Melilla, en Algeciras, Ripoll, en San Blas y en Vallecas. Una batalla híbrida que tampoco será (necesariamente) a tiros, pero que, como vemos en Francia y en Estados Unidos, tiene el potencial de dividir, tensionar y debilitar profundamente a sus sociedades y disuadirnos de combatir (metafóricamente o no) las batallas que realmente nos interesan.

placeholder Disturbios en París tras la manifestación del pasado 1 de mayo (REUTERS Sarah Meyssonnier)
Disturbios en París tras la manifestación del pasado 1 de mayo (REUTERS Sarah Meyssonnier)

El ejemplo francés es evidente. Un país que hace un año se vio forzado nuevamente a luchar batallas urbanas en las afueras de sus propias ciudades y menos de un año se ha visto sometido a unas elecciones de carácter refundacional, que han dejado al país completamente dividido y polarizado entre el campo y la ciudad. Como Esteban Hernández recuerda, hoy Francia vota contra París.

Aunque las dinámicas de nuestros vecinos aun nos quedan lejos, son una buena imagen de un futuro posible.

España está lejos de Ucrania, pero está en primera línea de ese otro frente. Un país donde la convivencia se desgasta enormemente por cuestiones territoriales inconclusas, preguntas abiertas como la narco-anarquía que se vive en el Campo de Gibraltar o el eterno empate entre nacionalismos centralistas y periféricos. Y a estas fricciones, más o menos sistémicas, se ha sumado la creciente tensión entre el campo deprimido y las ciudades costeras por un lado y el auge de Madrid DF por el otro. Por eso, no parece que sea buena idea añadir al cocktail del conflicto territorial, otro más de carácter existencial, precisamente en las periferias de una ciudad en pleno crecimiento. Un conflicto que, de aumentar en los próximos años, puede carcomer la capacidad de integración y de captación de riqueza de esa ciudad —Madrid— que hoy por hoy es la principal fuente de prosperidad del país.

Es por todo esto que en el siglo de las ciudades, debemos prestar especial atención a cuidar, atender e integrar nuestras periferias, porque son nuestro flanco más débil y porque es ahí donde se presentará la gran batalla geopolítica de nuestra época.

El verano es un buen momento para plantear algún tema más abstracto e importante que los que nos ocupan en el día a día. Por eso es importante aprovechar para observar alguna que otra corriente de fondo, de esas que mueven la historia —como diría Braudel— y que, a partir de septiembre, cuando se ponga en marcha la maquinaria de la "actualidad" quedarán nuevamente ocultas bajo las marejadas del día a día. Ocultas pero moviéndose.

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